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Juan Wu Chin Hsiung fue un insigne jurisconsulto, diplomático y escritor chino, convertido al catolicismo, testimonio de primerísima categoría del influjo que ejerce Santa Teresa del Niño Jesús en el mundo asiático. Su vida, toda para Dios, en la búsqueda sedienta de la Verdad y en el feliz encuentro, permite vislumbrar las transformaciones maravillosas que opera la santa doctora en el alma oriental.
El Dr. Juan Wu Chin Hsiung nació en 1899 de familia confucionista. Catedrático y escritor fecundo, ha legado un valioso tesoro de libros y escritos en chino y en inglés sobre temas jurídicos, políticos y ascéticos. Destacan, entre sus obras ascéticas, Más allá del Oriente y del Occidente, y El Carmelo interior. El triple camino de vida", en las que reúne el humanismo chino y la espiritualidad cristiana. Según el padre Juan A. Eguren, SJ, fuente principal de esta semblanza, estas dos publicaciones permiten recorrer las diversas etapas que siguió Wu «hasta llegar a la cumbre de la Verdad y admirar la intervención impresionante que tuvo santa Teresa del Niño Jesús en su conversión a la fe católica».
Joven estudiante de 17 años, Wu Chin-Hsiung dio el paso del confucionismo a la confesión
metodista. Pero le decepcionó la inconsistencia protestante, basada en la libre
interpretación de la Biblia, y su vaga teología. Al borde del agnosticismo, escribía en
1937: «Para ser un chino de mi generación hay que ser una persona extraviada. He sido
expulsado de un puerto después de otro. Uno tras otro han ido cayendo de su pedestal
todos los ídolos para dar en el fuego y aún no he encontrado el verdadero bien».
De forma gráfica describe Wu, en dos escenas de su vida, el contraste profundo entre los
desaciertos anteriores a su conversión y el cambio radical que experimentó una vez
incorporado a la Iglesia de Cristo:
«Una vez me puse a curiosear el cuaderno de composiciones de mi hija mayor Inés. Y me
encontré con que había escrito algo de este tenor: La vida de nuestra familia es
simplemente desgraciada. Cuando salgo para el colegio por la mañana, me dicen que papá
acaba de acostarse, y cuando vuelvo a casa por la tarde me dicen que papá acaba de salir
en busca de placeres. Y así esta última temporada no he conseguido ni siquiera una
mirada de mi padre. Mi madre se pasa llorando todo el día... ¡Oh cielos!, ¿por qué
habré nacido en tal familia? Al leer estas líneas sentí que mi corazón se desgarraba
con un pesar indescriptible. Con todo no me decidí a enmendar mi vida».
Y sigue la parte feliz: «Hace unos días recibí una carta cariñosísima de la misma
hija Inés, en la que me decía: No puedo imaginarme un padre mejor en todo el mundo. Me
extrañaría que recordase lo que había escrito de mí en su diario. No sin razón he
escrito recientemente: Con Cristo, el hogar es el preludio del cielo; sin Cristo, es el
preludio del infierno».
Así lo relata el Dr. Wu: «La primera vez que oí nombrar a Santa Teresa de Lisieux fue en casa de un amigo querido, el señor Yuang LiaHoang, católico muy celoso, quien me había ofrecido hospedaje durante el invierno de 1937. Ante todo, me sentí impresionado del fervor con que la familia rezaba el Rosario. Un día, a la vista de una estampa de santa Teresa, pregunté a mi anfitrión: ¿Es la Virgen María? Y me respondió: Es la Florecilla de Jesús. Pero, ¿quién es esa Florecilla de Jesús? Me miró sorprendido y me dijo:
¡Cómo! ¿aún no conoces a santa Teresa de Lísieux? Entonces me entregó un folleto en francés titulado Santa Teresa del Niño Jesús, breve biografía de la santa y antología de sus pensamientos. Tuve el sentimiento indefinido de que aquellos pensamientos expresaban algunas de mis profundas convicciones, y me dije para mis adentros: Si esta santa representa el catolicismo, no veo ninguna razón para no hacerme católico». Leyó ávidamente unos libros que le prestó un sacerdote y recibió el bautismo el 18 de diciembre de 1937.
«El poeta Dante fue mi guía hasta la puerta de la Iglesia católica. Pero, ¿quién me movió a cruzarla? Han sido la Madre de Dios y su pequeña hija Teresa de Lisieux... En Shangai había nacido a la fe católica, pero fue en Hong Kong donde se nutrió mi espíritu de fe».
Un favor especial facilitó la conversión de su esposa. La benjamina de la familia cayó
gravemente enferma a causa de una neumonía. Desesperada la madre, tomó a la niña en
brazos y, arrodillada ante la dulce efigie de santa Teresa, le imploró con fervor la
curación de la niña. A las pocas horas había desaparecido la neumonía. De este modo, y
sin ningún tipo de coacción, la esposa del Dr. Wu y sus trece hijos fueron bautizados en
la Iglesia católica.
El inmenso y filial amor que el Dr. Juan Wu profesaba a la Iglesia católica lo expresa
esta sugestiva frase : «Toda mi vida he estado buscando una Madre y al fin la he
encontrado en la Iglesia católica».
El bien como el mal es incontenible. En la escuela de santa Teresa de Lisieux, el Dr. Wu hizo profesión pública de fe y ejerció una decisiva influencia, no sólo en el amplio círculo de parientes y amistades, sino también en intelectuales y políticos sedientos de verdad y belleza moral. A petición de un colega, redactó para la revista Tien Hsia, en 1940, un bellísimo ensayo sobre el mensaje de santa Teresa, titulado La ciencia del amor. En él hace un estudio sutil de la fisonomía espiritual de la santa misionera. Como muestra, he aquí el comentario que dedica a la frase «Jesús lo hace todo; yo no hago nada»:
«Sin duda, Lao Tsu hubiera dicho: El Tao (el Verbo) lo hace todo, yo no hago nada. Pero
su Tao es una entidad tan impersonal que me parece frío como el hielo; mientras que
Jesús es una llama de amor tan viva que regocija todas las fibras de mi corazón. Para
juzgar bajo un punto de vista chino yo diría que la gran señal del cristianismo es que
une el profundo misticismo de Lao Tsu con el ardiente humanismo de Confucio... Para los
confucionistas Dios es personal, pero estrecho; mientras que para los taoístas es ancho,
pero impersonal... Si sólo el cristianismo satisface mi razón es porque me presenta a un
Dios ancho y personal a la par. Y Teresa ha confirmado mi fe religiosa por su alma
etérea, desprendida como la de Lao Tsu. Y por su corazón tierno, humano como el de
Confucio». De este opúsculo se editaron centenares de miles de ejemplares en todo el
mundo y en cinco idiomas. En España lo divulgó El siglo de las misiones.
El jesuita argentino Alfredo Sáenz, en su clarificadora obra El hombre moderno, cita a
René Guénon, «quien al tiempo que manifestaba su admiración por algunas religiones
orientales, considerándolas como expresiones auténticas de sociedades tradicionales,
denunciaba su tergiversación y hasta comercialización en el Occidente». El Dr. Wu,
enraizado en la cultura oriental y seguro de haber hallado la Verdad revelada en la
Iglesia católica, formula así su ideal: «Vamos a ofrecer a nuestro Señor la cultura
oriental. Ésta será espiritualizada y bautizada».
Según el padre Eguren, «su libro El Carmelo interior. El triple Camino de vida, es el testimonio más elocuente de este esfuerzo. La combinación estupenda de la sabiduría y del humanismo confuciano, de la filosofía y del misticismo taoísta, con la doctrina ascética y mística de santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, contribuye a que el mundo intelectual chino aprecie y saboree más a gusto el mensaje de la revelación cristiana». Por ello el Dr. Juan Wu ha sido uno de los católicos que más ha influido en la propagación de la fe católica en su país.
Durante la guerra mundial, entre 1942 y 1943 y por encargo del presidente Tsiang KaiSheck, el Dr. Wu preparó una magnífica traducción de los Salmos y del Nuevo Testamento, avalada por la felicitación de tres prelados.
A principios de 1946, recibió la noticia de que el gobierno nacional lo había nombrado, por unanimidad, ministro de su país ante la Santa Sede. Nombramiento histórico, porque culminaba una larga trayectoria de frustradas negociaciones a fin de entablar relaciones diplomáticas sin intermediarios políticos.
Antes de partir para la Ciudad Eterna, el Dr. Wu hizo públicas en el Diario de Shanghai unas confidencias admirables. Sin rodeos ni cortedades, manifestó su profunda «convicción, fruto de experiencias personales de que la satisfacción de la vida humana va en proporción directa de la unión divina... Sin la unión con Dios, la vida es un abismo donde se encharcan las aguas estancadas generadoras de todos los sufrimientos. Con la unión divina, la vida se convierte en una fuente de donde brotan las ondas cristalinas de verdaderos goces».
El domingo 16 de febrero de 1947 fue escogido por Pío XII para que el ilustre
diplomático chino le presentara sus credenciales. En su emocionado discurso ante la Santa
Sede, el Dr. Wu, delegado de un gobierno no cristiano, hubo de moderar sus sentimientos.
Pero no desperdició la ocasión para dar público testimonio de sus grandes amores: «Su
Santidad dijo ha insistido varias veces sobre la importancia de la caridad universal, la
cual sola puede consolidar la paz extinguiendo los odios, las envidias y las discordias.
Pues bien, esto encuentra un eco en el corazón de China, ya que la filosofía tradicional
enseña que todos los hombres son hermanos. Así el agua está puesta en viejas ánforas y
espera con paciencia ser convertida en vino. Dígnese nuestra bendita Madre acelerar una
vez más la hora de Jesús. No quiero entretenerme en esta visión de paz por temor de que
el fervor me lleve más allá del deber que mi cargo me impone, porque, a semejanza de san
Pablo, podría decir: si estoy fuera de mí, lo estoy por Dios; si estoy en mis cabales,
lo estoy como representante de mi país».
El Santo Padre, no menos emocionado, respondió ponderando la significación peculiar de
la decisión del presidente de la República china de confiar al Dr. Wu el cargo de
ministro ante la Santa Sede en aquellos momentos históricos. Y se refirió a la virtud y
la ciencia del nuevo ministro, «hijo fiel de la Iglesia, quien en su pensamiento y en su
acción ha sabido hermanar con ejemplar armonía el amor a Dios y la entrega a su
patria».
Terminada la audiencia, el Dr. Wu, precedido de un séquito de guardias suizos y de
personalidades eclesiásticas, se dirigió a la basílica de San Pedro, donde adoró al
Santísimo Sacramento. Luego se postró ante la tumba del Príncipe de los Apóstoles. Por
primera vez un representante oficial católico del gobierno chino veneraba el sepulcro del
primer Papa.
Por encima de este bellísimo cuadro, podemos imaginar dos anchas sonrisas: la de san
Francisco Javier, que despegó hacia el cielo, abrasado de amor y a la vista de la soñada
China, y la de su hermana cómplice en el empeño de ganar el mundo entero para Cristo,
santa Teresa del Niño Jesús.
Texto de la revista Ave María, nº 736
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