LA CONGREGACIÓN

Guillermo José ChaminadePensando en el futuro, Guillermo José se dedicó a trabajar sobre todo con los jóvenes. Tenía una especial capacidad para conectar con ellos e ilusionarlos en sus trabajos apostólicos. Poco a poco les va inculcando el sentido de la comunidad cristiana. Los reúne, los anima a traer a otras personas, los ayuda a conocerse entre ellos y trata de formar un grupo que sea capaz de trabajar unido, sin renunciar a su condición de laicos, pero asumiendo con seriedad el compromiso de su fe. Así, a finales de 1800, ha conseguido ya el embrión de la futura Congregación. El 8 de diciembre de 1800 doce jóvenes hacen el gesto solemne de consagrarse a la Virgen, empleando esta fórmula.

«Yo... servidor de Dios e hijo de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, me entrego y dedico al culto de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Prometo honrarla y hacerla honrar en cuanto de mí dependa, como Madre de la juventud. Que Dios me ayude, y sus santos evangelios.»

El grupo no podía ser más heterogéneo. Lo formaban dos profesores, tres estudiantes, un clérigo, un zapatero y varios dependientes de comercios de la ciudad. A todos les unía una fe común y una confianza total en María, la Madre de Jesús. Aunque el dogma de la Inmaculada no fue proclamado hasta cincuenta años después, la Congregación de Burdeos nacía proclamando públicamente la Inmaculada Concepción de la Virgen.

El primer presidente de la Congregación fue Luis Laforgue, que años después ingresaría en el noviciado de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.

Los doce congregantes se propusieron buscar nuevos miembros para la Congregación. Al cabo de un año eran cien.

Para Guillenno José la Congregación fue desde el principio su obra predilecta. No sólo era su inspirador y director, sino que estaba convencido de que era el camino que la Iglesia de Francia necesitaba; una nueva forma de acción cristiana. La Congregación tenía un estilo muy bien delimitado. Quien deseaba ingresar pasaba primero por la etapa de «postulante»; una vez que presentaba formalmente su solicitud de ingreso, comenzaba el período llamado «de pretendiente». Por fin, había tres meses «de probando» antes de realizar el acto de consagración, que significaba el paso definitivo para poder ser considerado congregante.

El director de la Congregación tenía su Consejo y exístía también otro Consejo formado por los dirigentes de la Congregación. Se requería haber cumplido los diecisiete años para poder ser congregante y treinta años era la edad tope. Para conseguir una mayor flexibilidad, había distintas ramas que funcionaban con una cierta independencia: padres de familia, clérigos, jóvenes (de ambos sexos)...

Además de las reuniones de cada sección se celebraban Asambleas conjuntas que, en ocasiones, eran públicas.

La presidenta de la rama femenina fue durante mucho tiempo M. Teresa Lamourous, que más adelante fundaría la obra de la Misericordia.

Uno de los Estatutos de la Congregación prohibía expresamente hablar de política en las reuniones.

Dentro de la rama femenina, una de las congregantes más activas fue Adela de Batz y Tranquelléon, que luego fundaría el Instituto de Hijas de María Inmaculada (Marianistas).

Asímismo, la Congregación fue el germen de la Compañía de María (Marianistas) y el origen de otras muchas vocaciones, encaminadas hacia diferentes congregaciones.

En una carta del ocho de octubre dirigida a la fundadora de las Hijas de María Inmaculada, Guillermo José dice:

«Voy a descubrimos un secreto... cada congregante de cualquier sexo, edad o estado, debe ser miembro de la misión... Varios congregantes han ingresado en distintas congregaciones religiosas... pero aquí se trata de otra cosa: de congregantes religiosos,que siendo congreantes activos quieran v¡vir regularmente como religiosos.»

Por encima de todo, la Congregación se distinguía por «una verdadera y sólida devoción a María: es decir la práctica de los tres grandes deberes de esta devoción: honrarla, invocarla e imitarla». Pero no pretendía Guillermo José reducir la vida del congregante a un acto permanente de piedad personal. La Congregación debía de ser una «milicia activa» y por ello eligió como lema: María Duce (Con María por Capitana). En consecuencia, cada congregante tenía que ser misionero.

También era típica de la Congregación su apertura, no sólo a todos los demás grupos de la Iglesia, sino también a todo tipo de trabajo y condición social. De hecho, el primer noviciado que tuvieron los Hermanos de las Escuelas Cristianas en Burdeos después de la Revolución fue la propia casa de Guillermo José, que durante algún tiempo fue el superior canónico del noviciado. Entre los grupos de la Congregación, Guillermo José siempre mostró un cariño especial por el de los limpiachimeneas, que era uno de los más activos.

La Congregación se desarrollaba con gran rapidez. Sus actividades se multiplicaban continuamente. Junto a la alegría lógica, Guillermo José también sentía una profunda preocupación, ya que temía que el número creciente de congregantes terminara por afectar al espíritu inicial.

Además, seguía dando vueltas a sus ideas sobre la vida religiosa. Desde antes de la Revolución, la vida religiosa había pasado por una época de creciente desprestigio. Muchas órdenes habían desaparecido o se habían visto reducidas a la mínima expresión. La persecución había agudizado el problema. Se empezaban a restaurar algunas órdenes, pero Guillermo José pensaba que eso no bastaba. Para su Congregación, soñaba con «el hombre que no muere». Quería que fuera una institución sólida, pero al mismo tiempo flexible. Que mantuviera lo esencial, pero adaptada a la nueva situación.

De estas preocupaciones y de la propia vitalidad de los congregantes surgió el «estado», formado por un grupo de congregantes dispuestos a vivir, en la vida civil, los consejos evangélicos. Dentro del «estado» había diferentes tipos de compromiso. Se pronunciaban votos privados y las obligaciones quedaban muy claras para evitar futuros problemas. Se pensó que fuese el «estado» el que asumiese la dirección de la Congregación, pero la idea no fue aceptada. Era un primer paso. Pero no sería el definitivo.

En 1806 Guillermo José atravesó una situación económica angustiosa. Llegó a plantearse el abandono de la Congregación y solicitar del obispo que le asignara una parroquia. Sin embargo, tras unos meses de reflexión, decidió seguir adelante. Para resolver el problema, vendió algunas cosas y pidió ayuda a su familia.

Mientras, la tensión entre la Iglesia y Napoleón iba creciendo. En abril de 1808 falleció su hermano Luis Javier. La Magdalena, el oratorio en el que se reunía la Congregación, quedó medio destruido por un incendio. Las desgracias se acumulaban. La tormenta iba a estallar de nuevo.

En 1809 Napoleón hace prisionero al Papa y se anexiona los Estado Pontíficios. El Sumo Pontífice respondió firmando la Bula de excomunión del Emperador. la policía trató de evitar la difusión de la Bula, pero fue inútil. En París, grupos de congregantes ligados al partido monárquico consiguieron el documento y difundieron copias del mismo. También los congregantes de Lyon participaron en su difusión. Aunque estas congregaciones y la de Burdeos no tenían vínculos de tipo jurídico, eran frecuentes el intercambio de experiencias y la correspondencia entre sus miembros.

Un congregante de Burdeos, Jacinto Lafon, estaba en contacto con el grupo de París. En sus intercambios, además de tratar asuntos religiosos, se hacían en ocasiones alusiones claras a la política y a los planes de acción monárquica. Lafon se comprometió a difundir la Bula de Burdeos y también un folleto en el que se detallaban las tensas relaciones entre Napoleón y la Iglesia.

A pesar de que la divulgación de estos documentos fue muy reducida en Burdeos, la policía, que había descubierto en París el foco de la conspiración, llegó fácilmente hasta Jacinto Lafon. Además, un agente del gobierno había conseguido introducirse en la Congregación e informaba de las actividades de sus miembros. Gracias a ello quedó claro que el compromiso político de Lafon era puramente personal y que, institucionalmente, la Congregación no tenía nada que ver en el asunto. De todas formas, Guíllermo José fue detenido e interrogado junto a Lafon. Guillenno José quedó libre y Lafon fue a la cárcel, desde la que siguió participando en actividades políticas.

Napoleón decretó la desaparición. de todas las asociaciones religiosas el 15 de septiembre de 1809. Era la represalia temida. De nada sirvieron las dos memorias que Guillermo José redactó explicando las actividades y fines de su congregación, pues se vio obligado a seguir viviendo en la clandestinidad.

Adela De TrenquelleonA finales de 1812 Lafon se comprometió nuevamente con el golpe de estado del general Mallet (el 23 de octubre). Guillermo José fue detenido una vez más, junto a varios dirigentes de la Congregación. Pasaron unos días en prisión, pero, al no encontrarse cargo alguno contra ellos, fueron puestos en libertad. Sin embargo, era necesario extremar las precauciones, ya que en Burdeos la Congregación resultaba sospechosa a los ojos de las autoridades civiles.

La restauración de los Borbones permitió a la Congregación volver a sus actividades normales. En marzo de 1815 Napoleón huye de la isla de Elba y regresa a Francia. Bajo la acusación de monárquico, Guillermo José vuelve a ser detenido. Confinado en el fuerte de Ha, es deportado poco después a Cliateauroux. Napoleón sólo dura cien días en el poder. Su abdicación es ahora definitiva. Guillermo José regresa a Burdeos y se le recibe triunfalmente.

La nueva situación política va a suponer también un fuerte cambio en la Congregación, que pasa al primer plano de la actualidad bordelesa. Muchas personas de la nobleza y de la nueva clase dominante ingresan en sus filas. La Congregación está de moda.

En 1816 los miembros del «estado» no llegan a quince. Entre ellos destaca un joven: Juan Bautista Lalanne. Juan Bautista había comenzado en París la carrera de medicina, pero, pensando en ser sacerdote, vuelve a Burdeos. Su intención es ingresar en alguna orden religiosa, pero no se decide por ninguna. Mientras toma la decisión, entra en el «estado».

Guillermo José mantenía contacto desde 1808 con Adela de Batz y Trenquelléon, que había fundado una asociación, que llegó a reunir sesenta miembros, dedicada a hacer obras de caridad. A través de Jacinto Lafon se había puesto en contacto con la Congregación de Burdeos y, en especial, con su director. Durante estos años la correspondencia entre ambos había sido muy intensa.

El proyecto inicial de Adela se fue perfilando, y en junio de 1816 se funda el Instituto de Hijas de Marla Inmaculada (religiosas marianistas), con sede en la ciudad de Agen.

 

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