Cuaresma es tiempo
de arrepentimiento
La Cuaresma es tiempo de
arrepentimiento. Quizá a nosotros la llamada al arrepentimiento que es la Cuaresma,
podría parecernos un poco extraña, un poco particular, porque podríamos pensar: ¿de
qué tengo yo que arrepentirme?. Arrepentirse significa tener conciencia del propio
pecado. La conversión del corazón es el tema que debería de recorrer nuestra Cuaresma,
tener conciencia de que algo he hecho mal, y podría ser que en nuestras vidas hubiéramos
dejado un poco de lado la conciencia de lo que es fallar. Fallar no solamente uno mismo o
a alguien a quien queremos, también la conciencia de lo que es fallarme a mí.
Pudiera ser también que en nuestra vida hubiéramos perdido el sentido de lo que
significa encontrarnos con Dios, y quizá por eso tenemos problemas para entender
verdaderamente lo que es el pecado, porque tenemos problemas para entender quién es Dios.
Solamente cuando tenemos un auténtico concepto de Dios, también podemos empezar a tener
un auténtico concepto de lo que es el pecado, de lo que es el mal.
La cuaresma es todo un camino de cuarenta días hasta la Pascua, y en este camino, la
Iglesia nos va a estar recordando constantemente la necesidad de purificarnos, la
necesidad de limpiar nuestro corazón, la necesidad de quitar de nuestro corazón todo
aquello que lo aparte de Dios N. S. La Cuaresma es un período que nos va a obligar a
cuestionarnos para saber si en nuestro corazón hay algo que nos está apartando de Dios
Nuestro Señor. Esto podría ser un problema muy serio para nosotros, porque es como quien
tiene una enfermedad y no sabe que la tiene. Es malo tener una enfermedad, pero es peor no
saber que la tenemos, sobre todo cuando puede ser curada, sobre todo cuando esta
enfermedad puede ser quitada del alma.
Qué tremendo problema es estar conviviendo con una dificultad en el corazón y tenerla
perfectamente tapada para no verla. Es una inquietud que sin embargo la Iglesia nos invita
a considerar y lo hace a través de la Cuaresma. Durante estos cuarenta días, cuando
leemos el Evangelio de cada día o cuando vayamos a Misa los domingos, nos daremos cuenta
de cómo la Biblia está constantemente insistiendo sobre este tema: Purificar el
corazón, examinar el alma, acercarse a Dios, estar más pegado a Él. Todo esto, en el
fondo, es darse cuenta de quién es Dios y quién somos nosotros.
Por otro lado, el hecho de que el sacerdote nos ponga la ceniza, no es simplemente una
especie de rito mágico para empezar la Cuaresma. La ceniza tiene un sentido: significa
una vida que ya no existe, una vida muerta. También tiene un sentido penitencial, quizá
en nuestra época mucho menos, pero en la antigüedad, cuando se quería indicar que
alguien estaba haciendo penitencia, se cubría de ceniza para indicar una mayor tristeza,
una mayor precariedad en la propia forma de existir.
Preguntémonos, si hay en nuestra alma algo que nos aparte de Dios. ¿Qué es lo que no
nos permite estar cerca de Dios y que todavía no descubrimos? ¿Qué es lo que hay en
nosotros que nos impide darnos totalmente a Dios Nuestro Señor, no solamente como una
especie de interés purificatorio personal, sino sobre todo por la tremenda repercusión
que nuestra cercanía a Dios tiene en todos los que nos rodean?. Solamente cuando nos
damos cuenta de lo que significa estar cerca de Dios, empezaremos a pensar lo que
significa estar cerca de Dios para los que están con nosotros, para los que viven con
nosotros. ¿Cómo queremos hacer felices a los que más cerca tenemos si no nos acercamos
a la fuente de la felicidad? ¿Cómo queremos hacer felices a aquellos que están más
cerca de nuestro corazón si no los traemos y los ayudamos a encontrarse con lo que es la
auténtica felicidad?.
Qué difícil es beber donde no hay agua, qué difícil es ver donde no hay luz. Si a mí,
Dios me da la posibilidad de tener agua y tener luz, ¿solamente yo voy a beber?
¿Solamente yo voy a disfrutar de la luz?. Sería un tremendo egoísmo de mi parte. Por
eso en este camino de Cuaresma vamos a empezar a preguntarnos: ¿Qué es lo que Dios
quiere de mí? ¿Qué es lo qué Dios exige de mí? ¿Qué es lo que Dios quiere darme?
¿Cómo me quiere amar Dios?, para que en este camino nos convirtamos, para aquellas
personas que nos rodean, en fuente de luz y también puedan llegar a encontrarse con Dios
Nuestro Señor.
Ojalá que hagamos de esta Cuaresma una especie de viaje a nuestro corazón para irnos
encontrando con nosotros mismos, para irnos descubriendo nosotros mismos, para ir
depositando esa ceniza espiritual sobre nuestro corazón de manera que con ella vayamos
nosotros cubriéndonos interiormente y podamos ver qué es lo que nos aparta de Dios.
La ceniza que nos habla de la caducidad, que nos habla de que todo se acaba, nos enseña a
dar valor auténtico a las cosas. Cuando uno empieza a carecer de algunas cosas, empieza a
valorar lo que son los amigos, lo que es la familia, lo que significa la cercanía de
alguien que nos quiere. Así también tenemos que hacer nosotros, vamos a ir en ese viaje
a nuestro corazón para que, valorando lo que tenemos dentro, nos demos cuenta de cuanto
podemos dar a los que están con nosotros.
Este es el sentido de ponerse ceniza sobre nuestras cabezas: el inicio de un preguntarnos,
a través de toda la Cuaresma, qué es lo que quiere Dios para nosotros; el inicio de un
preguntarnos qué es lo que el Señor nos va a pedir y sobre todo, lo más importante,
qué es lo que nosotros vamos a podré dar a los demás. De esta manera, vamos a
encontrarnos verdaderamente con lo más maravilloso que una persona puede encontrar en su
interior: la capacidad de darse.
Recorramos así el camino de nuestra Cuaresma, en nuestro ambiente, en nuestra familia, en
nuestra sociedad, en nuestro trabajo, en nuestras conversaciones. Buscar el interior para
que en todo momento podamos encontrarnos en el corazón, no con nosotros mismos, porque
sería una especie de egoísmo personal, sino con Nuestro Padre Dios; con Aquél que nos
ama en el corazón, en lo más intimo, en lo más profundo de nosotros.
Que el bajar al corazón en esta Cuaresma sea el inicio de un camino que todos nosotros
hagamos, no solamente en este tiempo, sino todos los días de nuestra vida para irnos
encontrando cada día con el Único que da explicación a todo. Que la Eucaristía sea
para nosotros ayuda, fortaleza, luz, consuelo porque posiblemente cuando entremos en
nuestro corazón, vamos a encontrar cosas que no nos gusten y podríamos desanimarnos. Hay
que recordar que no estamos solos. Que no vamos solos en este viaje al corazón sino que
Dios viene con nosotros. Más aún, Dios se ofrece por nosotros, en la Eucaristía, para
nuestra salvación, para manifestarnos su amor y para darse en su Cuerpo y en su Sangre
por todos nosotros.
Autor: P. Cipriano Sanchez
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