¡DESPIERTA, JOVEN INQUIETO!
por Felipe Santos, OSB

Capítulo I: Domingo Savio. Pobre y rico a la vez

Si te vas hoy a hacer una encuesta a tus colegas sobre el tema de la felicidad, todos te dirán que nadie es feliz si no tiene mucho dinero, coches, electrodomésticos y amigas/os con los que compartir la vida.  Es su modo y su manera de enfocar la vida.

Para Domingo, nacido en 1842 en un cortijo del pueblo de Riva, en el Piamonte de Turín, y muerto en esta misma región en el 1857, los parámetros de su vida no eran los mismos que los tuyos. Sus padres vivían de su trabajo. El padre, Carlos, era herrero y la madre, Brígida, costurera.
    Nada de riqueza abundaba en ese hogar. Sin embargo, la vida tenía sentido entre los ocho hijos y sus buenas relaciones con los padres.
    Estos, en lugar de dedicarse a cosas extrañas al hogar, empleaban todo el tiempo en la educación humana, intelectual y religiosa de su abundante prole.

    La madre cuenta que su hijo, a los 4 años, recitaba las oraciones con ella o bien, cuando el trabajo era grande, las hacía él a solas. Es un valor que tendrá siempre presente en su vida cuando se encuentre alejado en la gran e industrial ciudad de Turín, en el colegio de san Juan Bosco, en Valdocco.

    ¿Qué padres, hoy, rezan con sus hijos al comenzar el día o al terminar la jornada? ¿O qué padres participan de los sacramentos con sus hijos? No hay muchos. El trabajo está antes que nada. Y con él se abandona el deber religioso para con ellos mismos y los hijos. Se preocupan de su posición social antes que de la espiritual. Esta pasa a un segundo término o bien a un abandono total, salvo en los momentos puntuales de la primera comunión.   

    De monaguillo.

A tal punto llegaba su entrega a la oración y su sentido de la piedad para con Dios, que los mismos padres- aún sin saber las inquietudes que encerraba Domingo en su interior- se extrañaron de que a los cinco años les pidiese que le dejaran ir a ayudar misa en la iglesia del pueblo. El propio sacerdote y los fieles que asistían temprano a la Eucaristía, se extrañaban de que un niño tuviese el coraje y el valor de levantarse tan temprano para vivir este encuentro diario con el Señor.

    La vida cristiana empezó a tener sentido para Domingo porque encontró en casa el clima adecuado para vivirla. Cuando respiraba a sus anchas, unido a sus padres y hermanos y hermanas, miraba al cielo no sólo para ver si llovía o si estaban relucientes las estrellas, sino para empaparse de la bondad de Dios.

    El niño tenía plena confianza con sus padres y una íntima relación con los suyos. Era una planta que crecía con las raíces del amor, y por eso los frutos serán con el paso tiempo frutos dulces y alimento para el camino diario. Su vida estaba echada en los hombros de sus padres para reconfortarlo en sus inquietudes, para sentir la alabanza de sus labios cuando hacía algo bueno.

    Una familia pobre en dinero- no miserable- puede tener una riqueza interior tan grande que supera infinitamente a la familia adinerada, pero poco preocupada por la misión fundamental de educar a sus hijos en la dimensión religiosa.

Hoy hay chicos bien alimentados en el cuerpo, pero mal nutridos en el espíritu. Por eso son débiles ante la adversidad. Un espíritu bien alimentado genera energía, contagia, anima, refleja el rostro del Señor con cada mirada y con cada sonrisa.   

    Un hogar sin hambre

    Domingo tuvo la suerte de nacer en este ambiente de trabajo. No pasaba el hambre que pasan hoy muchos chicos en muchos países de otros continentes. El amor en el hogar era tan íntimo que el amor florecía en la sonrisa y en el equilibrio de cada hijo/a. En Occidente ocurre que la abundancia material sofoca el bien espiritual.
Hoy no es raro oír esto: “Mi padre sólo me da dinero, pero nunca me da amor”.
   
    El niño necesita de sorpresas, novedades, emociones de lo inesperado. Necesita de algo que vuelva a traerle el brillo a su vida.
    Hoy, apenas abren los ojos, ya se les deja ante la “gran educadora de casa”, la TV, para que no dé la lata ni moleste lo más mínimo.

    Domingo tuvo la suerte de nutrirse, dentro y fuera del hogar de la ternura de los padres y hermanos y de la resplandeciente naturaleza, imagen del Creador. Por eso era pobre en lo material pero rico en su fino y agudo sentido espiritual.

 

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