En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero". "Esta presencia se denomina real, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen reales, sino por excelencia, porque es sustancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente".
Catecismo, n. 1374
Por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transustanciación"
Catecismo, n. 1376La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo.
Catecismo, n. 1377
"La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en ese sacramento, no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios. Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22, 19: Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros, S. Cirilo declara: no te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque Él, que es la Verdad, no miente"
Catecismo, n. 1381
¡No olvidéis que Jesús ha querido permanecer presente, personal y realmente, en la Eucaristía, misterio inmenso, pero realidad segura, para concretar de modo auténtico este amor suyo individual y salvífico!
San Juan Pablo II, Roma, 11-III-1979
Este mismo sacrificio redentor de Cristo se actualiza sacramentalmente en cada Misa que se celebra, quizá muy cerca de vuestros lugares de estudio y de trabajo. No es Jesús, por tanto, alguien que ha dejado de actuar en nuestra historia. ¡No! ¡Él vive! Y continúa buscándonos a cada uno para que nos unamos a Él cada día en la Eucaristía, también, si es posible, acercándonos -con el alma en gracia, limpia de todo pecado mortal- a la comunión.
San Juan Pablo II, Buenos Aires, 11-IV-1987
¡Cuántas veces en nuestra vida hemos visto separarse a dos personas que se aman!
Y en la hora de la partida, un gesto, una fotografía, un objeto que pasa de una mano a otra para prolongar de algún modo la presencia en la ausencia. Y nada más. El amor humano sólo es capaz de estos símbolos.
En testimonio y como lección de amor, en el momento de la despedida, "viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn. 13, l).
Así, al despedirse, Nuestro Señor Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre, no deja a sus amigos un símbolo, sino la realidad de Sí mismo. Va junto al Padre, pero permanece entre nosotros los hombres. No deja un simple objeto para evocar su memoria. Bajo las especies del pan y del vino está Él, realmente presente, con su Cuerpo y su Sangre, su alma y su divinidad.
San Juan Pablo II en Fortaleza (Brasil), 9-VII-1980
Cristo se queda en medio de nosotros. No sólo durante la Misa, sino también después, bajo las especies reservadas en el Sagrario. Y el culto eucarístico se extiende a todo el día, sin que se limite a la celebración del Sacrificio. Es un Dios cercano, un Dios que nos espera, un Dios que ha querido permanecer con nosotros. Cuado se tiene fe en esa presencia real, ¡qué fácil resulta estar junto a Él, adorando al Amor de los amores!, ¡qué fácil es comprender las expresiones de amor con que a lo largo de los siglos los cristianos han rodeado la Eucaristía!
San Juan Pablo II. Lima, 15-VI-1988
Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: "quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz
"Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo". Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.
Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión-. "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Catecismo n. 1385
Que vuestra fidelidad se manifieste especialmente en la participación litúrgica dominical y festiva: jamás dejéis la Santa Misa y, si os es posible, no dejéis jamás el encuentro con Cristo en la comunión eucarística.
San Juan Pablo II. Velletri (Italia), 8-1X-1980
Jesucristo, antes de irse al Cielo, bendice a los hombres que estaban con Él. Y sigue bendiciéndonos cuando Él, presente en la Hostia, dejándose llevar en las manos del sacerdote, nos hace la señal de la cruz.
¿Qué quiere decir que Jesús me bendice- Bendecir: decir bien; y lo que Dios dice se hace. Cuando bendice, dice y hace el bien, da su fuerza, su paz, su gracia, su eficacia a aquello que bendice. Es como si Jesucristo dijese: eso que bendigo lo apoyo, daré la fuerza que necesite, digo bien de eso, cuenta con mi gracia.
Antes y después de lo que es propiamente la bendición aprovechamos para adorarle, para darle -hablando humanamente- un gustazo; procuramos que esté a gusto, que disfrute con nosotros.
Se reza tres veces lo que sigue, terminando con "una comunión espiritual"
V: Viva Jesús Sacramentado
R: Viva y de todos sea amado
Padrenuestro, Ave María y Gloria. Comunión espiritual.
Yo quisiera Señor recibiros, con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
Oración: ¡Oh Dios!, que bajo un Sacramento admirable nos dejaste el memoria¡ de tu Pasión, concédenos que de tal suerte veneremos los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu Redención: Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R: Amén.
Mientras Jesucristo, en manos del sacerdote, te hace la señal de la cruz, clava los ojos en Él, y aprovecha para adorarle, agradecerle, pedirle perdón, y pedirle que bendigo lo que quieras (también tus buenos deseos, Intenciones, etc.)
Dios nos ha bendecido. Ahora lo bendecimos nosotros a Él. Agradecidos, decimos lo bueno que es nuestro Dios con esta colección de piropos que le echamos a Él y a quienes Él más quiere.
1. Bendito sea Dios.
2. Bendito sea su santo Nombre
3. Bendito sea Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.
4. Bendito sea el Nombre de Jesús.
5. Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
6. Bendita sea su Preciosísima Sangre.
7. Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
8. Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
9. Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
10. Bendita sea su Santa e lnmaculada Concepción.
11. Bendita sea su gloriosa Asunción.
12. Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.
13. Bendito sea San José, su castísimo Esposo.
14. Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos. Amén.
Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto, pero basta con el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el hijo de Dios, nada es más verdadero que esta palabra de verdad.
En la cruz se escondía sólo la divinidad, pero aquí también se esconde la humanidad; creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vio Tomás, pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en ti, que en ti espere, que te ame.
¡Memorial de la muerte del Señor! pan vivo que das la vida al hombre: concede a mi alma que de ti viva, y que siempre saboree tu dulzura.
Señor Jesús, pelícano bueno: límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos sus crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria. Así sea
Santo Tomás
Web católico de Javier
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