SUS PRIMEROS AÑOS

 

Guillermo José Chaminade nació el 8 de abril de 1761 en Perigueux, localidad situada a 104 kms. al este de Burdeos. No corrían aires tranquilos para la Iglesia de Francia. Estaban de moda las teorías deístas; los ataques a la religión eran frecuentes; comenzaba a surgir una nueva forma de pensar, que se caracterizaba por su postura crítica hacia la fe. En realidad, era una etapa de la lucha por la independencia de la razón que había comenzado el siglo anterior. Era papa el cardenal Rezzonico, que había adoptado el nombre de Clemente XIII cuando, en 1758, fue elegido en cónclave, y los jesuitas, a pesar del apoyo del propio Sumo Pontífice, habían sido expulsados de Portugal en 1759.

Los padres del fundador, Blas Chaminade y Catalina Bétfion, tuvieron quince hijos, de los que sólo seis llegaron a la edad adulta. Guillermo era el penúltimo. Blas había dejado su trabajo de maestro vidriero y se dedicaba al comercio de telas en un modesto establecimiento en la calle Teillefer. Los tiempos eran difíciles y mantener una familia tan numerosa exigía a veces duros sacrificios.

Los Chaminade formaban una familia típica de la pequeña burguesía de su época, de costumbres recias y tradicionales, y con un profundo sentido religioso que trataron de inculcar a los hijos.

A lo largo de su vida, Guillermo José hablará muchas veces de la,gran influencia que ejerció su madre en él.

Cuando terminó la escuela primaria fue, junto con su hermano Luis Javier, tres años mayor que él, al Colegio de Mussidan, del que era director el mayor de los hermanos, Juan Bautista. Era jesuita y al ser suprimida en Francia la Compañía de Jesús (1762), se incardinó en la diócesis de Burdeos.

El Colegio de Mussidan lo dirigía la Asociación de sacerdotes de San Carlos, a la que se había adherido Juan Bautista. El reglamento de esta Asociación, dedicada especialmente a la educación, influirá años más tarde en Guillermo José a la hora de redactar las Constituciones de la Compañía de María.

Aunque no era un seminario propiamente dicho, muchos de los alumnos del colegio de Mussidan iniciaban allí los estudios sacerdotales. En 1777, Guillermo José y su hermanos Luis Javier pidieron ser investidos con el hábito eclesiástico. Ambos habían decidido ser sacerdotes. Sin embargo, a Guillermo José le atraía poderosamente la vida religiosa y decidió visitar varios conventos de la región, sin decidirse por ninguno. Por diversos motivos, todos le fueron decepcionando.

La decadencia de la vida religiosa se había venido acelerando rápidamente en los años anteriores a la Revolución. Ya en 1770, la Asamblea Nacional del Clero había propuesto una serie de medidas encaminadas a evitar la desaparición de muchos conventos. A pesar de ello, en estos años se cerraron, sólo en Francia, más de cuatrocientos cincuenta y desaparecieron ocho órdenes religiosas. En el espacio de veinte años, se había reducido a la mitad (de seiscientos a trescientos) el número de abadías cistercienses francesas, y las que todavía existían estaban casi vacías.

Su hermano Juan Bautista aconsejó al fundador que ingresase, al menos provisionalmente, en la Asociación de sacerdotes de San Carlos.

Terminados los estudios de humanidades, Guillermo José fue a Burdeos y posteriormente a Paris para cursar filosofia y teología. En París estuvo cuatro años en el seminario de San Sulpicio. De esta época de su vida apenas sabemos nada.

Posiblemente fuera ordenado sacerdote en 1785, año en el que también obtuvo el doctorado en teología. Precisamente ese año la cosecha fue desastrosa en la mayor parte de Francia. A la dificil situación económica que se venía arrastrando de años atrás, se añadió esta nueva dificultad que Necker, el banquero suizo que regía la economía de Francia, se esforzaba por remediar. También fue el año del famoso escándalo del collar de la reina María Antonieta.

Ya sacerdote, regresó a Mussidan, donde le nombran administrador del Colegio. Su hermano Luis Javier era irefecto de estudios y Juan Bautista seguía de director. ájo la batuta de los tres Chaminade, el colegio de Mussian vivió los mejores años de su historia.

El panorama político se iba oscureciendo día a día. :omo último recurso para esclarecer la situación, el rey Luis XVI decide convocar los Estados Generales, que no se unían desde 1614. Guillermo José fue elegido compromisario para la elección de los diputados que en representaión del clero de Périgueux debía ir a París. Desde este momento los acontecimientos se van a precipitar. Juan Bautista muere a principios de 1790. El 12 de julio de ese año se prueba la Constitución Civil del Clero. Cuando son llamados al ayuntamiento, los sacerdotes de Mussidan se niegan realizar el juramento. Como represalia, se les obliga a cerrar el colegio y a abandonarlo.

Guillerino José decidió irse a Burdeos. Al ser allí menoss conocido, era más fácil escapar a la persecución. En los primeros meses de la revolución, la ciudad seguía en calma. Sin embargo, era preciso tomar algunas precauciones, ya quee la situación, como así fue, podía cambiar en cualquier momento. Oficialmente fijó su residencia en la rue de LA¡die, y compró una pequeña finca, llamada San Lorenzo, a las afueras de Burdeos, a la que llevó a vivir a sus padres. Al mismo tiempo, era, un buen lugar para esconderse en caso de que fuera necesario.

En 1792 se proclama la República y se condena al destierro a todos los sacerdotes que no hubieran prestado el juramento de la Constitución Civil. Guillermo José inicia su vida clandestina. Durante dos años la Iglesia de Burdeos vivirá en las catacumbas. En total serán unos cuarenta sacerdotes los que se dediquen a ejercer su ministerio camuflados o disfrazados de las formas más diversas. Se cuentan multitud de anécdotas de estos años, en los que a veces, como dirá más tarde el propio Guillermo José, sólo un listón le separaba de la guillotina. Aunque los detalles de esta época resulten casi siempre difíciles de comprobar lo verdaderamente cierto, y sin duda lo más importante, es el enorme riesgo que continuamente corrieron en esos meses los fieles y en especial los sacerdotes que, a pesar de todo, lograron crear una estructura de Iglesia escondida, capaz de atender las necesidades más urgentes.

Mediante la Constitución Civil del Clero, los distintos gobiernos revolucionarios pretendían crear una Iglesia nacional independiente de Roma y enfrentada al Papa. Fueron muchos los sacerdotes que la aceptaron y también algunos obispos prestaron el juramento civil. Con ellos se instauró una Iglesia nacional. Posteriormente se intentó organizar una Iglesia laica, imponiendo el culto a la Razón.

En 1794 cesó la persecución. Volvió la calma. La Iglesia escondida salió de nuevo a la luz del día.

Aparentemente, era el momento adecuado para reorganizar todo lo que en esos años había quedado destruído o maltrecho.

Muchos de los sacerdotes que habían jurado la Constitución Civil del Clero quisieron reintegrarse en la Iglesia. Era una situación difícil. Se dieron unas normas generales, pero cada caso concreto requería una atención particular. Eran necesarios mucho tacto y no menos comprensión. Se eligió en cada diócesis un grupo de sacerdotes encargado de llevar adelante la delicada tarea de reintegrar en la Iglesia a los sacerdotes que había jurado la Constitución Civil del Clero. Uno de los elegidos en Burdeos fue Guillermo José. Quedan numerosos documentos de estos procesos, en los que fue preciso afinar mucho, sin cerrar nunca las puertas a los que de verdad, reconociendo su error, deseaban volver no sólo al seno de la Iglesia, sino también al ejercicio del ministerio sacerdotal.

Por desgracia, la calma duró poco tiempo. La Convención dictó orden de expulsión para todos los sacerdotes que no hubiesen jurado la Constitución Civil. La Municipalidad de Burdeos confeccionó una lista con los que debían ir al exilio. En ella figuraban aquellos que, habiendo sido expulsados de Francia, habían regresado después de 1794. Por más que Guillermo José trató de demostrar que él nunca había abandonado la ciudad, no logró hacer que su nombre desapareciera de la lista.

Por ello, el 18 de septiembre de 1797 cruzó la frontera con España, camino del destierro. En Bayona encontró a su hermano Luis Javier, quien, después de haber pasado una temporada en Orense, intentaba volver a su patria.

Acompañados por otros sacerdotes, los dos hermanos se dirigieron hacia Zaragoza, adonde llegaron el 11 de octubre, víspera de la festividad de Ntra. Sra. del Pilar.

Como eran bastantes los sacerdotes franceses refugiados en España, el gobierno francés trató de presionar sobre el español para que también los expulsara. De hecho, el rey Carlos IV firmó un Decreto por el que los confinaba en la isla de Mallorca. Sin embargo, esta decisión se cumplió en muy pocos casos. El pueblo y muchas veces incluso las propias autoridades, protegieron a los sacerdotes franceses, y se buscaron mil excusas para que el Decreto quedara en papel mojado.

En algunos casos era suficiente presentar un certificado de cualquier enfermedad. para no volver a ser requerido.

Guillermo José pasó tres años en Zaragoza, acompañado por su hermano Luis Javier y un grupo bastante numeroso de sacerdotes franceses. Todos ellos tenían algunas limitaciones en sus actividades; en especial, no podían ejercer el ministerio de forma pública. Aunque recibían ayuda a través de colectas o limosnas personales, cada uno se las ingeniaba como podía para sobrevivir. Los hermanos Chaminade, por ejemplo, confeccionaban flores artificiales y estatuas, que luego vendían. Gracias a ello, se mantuvieron, mal que bien, durante estos años.

Pero tal vez la actividad más importante del grupo de sacerdotes franceses en Zaragoza fuera otra. Guillermo José visitó y conoció a fondo los diferentes conventos de la ciudad. Además, los franceses se reunían con frecuencia, no sólo para comentar las noticias que les llegaban de Francia, sino también para pensar en la estrategia futura de la iglesia una vez que les permitieran regresar. En estas reuniones nació una idea que luego sería fundamental en la vida y obra de Guillermo José: la idea de Misión, Había que volver a Francia con la misma mentalidad con que se va a un país de misión. Después de los años de Revolución, el suyo ya no era un país cristiano. Era preciso convertirlo, empezar desde abajo, crear nuevas estructuras y nuevas formas de apostolado. Años más tarde, cuando Guillermo José funda la Congregación y más adelante el Instituto de Hijas de María y la Compañía de María, insistirá una y otra vez en el carácter misionero del apostolado que tienen que realizar.

También, según testimonios posteriores, Zaragoza fue un lugar privilegiado para su propia experiencia espiritual. Allí fraguó muchos de los proyectos que luego iba a llevar a cabo. A un marianista de los primeros años, Carlos Rothea, le dijo en cierta ocasión: «Hijos míos, tal como estáis aquí, os ví, hace mucho tiempo, en un abrir y cerrar de ojos.» Una larga tradición marianista asegura que fue en Zaragoza, rezando ante la Virgen del Pilar, donde él intuyó de alguna forma lo que luego sería la Compañía de María. De ahí el hecho de que tantas obras marianistas lleven el nombre de «El Pilar».

Mientras tanto, la situación política cambiaba con rapidez en Francia. Los exiliados comenzaban a ver próximo el momento del retorno. A finales de 1799, Guillermo José inició los trámites para poder regresar. Consiguió, tras muchas dificultades, que su nombre fuera borrado de la lista de los emigrados. Con ello, el camino quedaba libre. Por fin pudo volver a Burdeos. Llegó en la más total de las miserias. Su antigua criada María Dubourg le tuvo que prestar una cama para poder dormir los primeros días. La ciudad había sufrido una verdadera criba. La población se había reducido en más de veinte mil habitantes. A pesar de no existir una hostilidad abierta, los sacerdotes que volvían del exilio eran mirados con cierto recelo por parte de las autoridades y del mismo pueblo. De la estructura de la Iglesia no quedaba nada, ni siquiera los edificios, muchos de los cuales habían sido destruídos, incautados o destinados a otras funciones. Había que empezar de cero. En marzo de 1801, la Santa Sede le concedió a Guillermo José el título de Misionero Apostólico. Este será el único título que aceptó en su vida y que luego transmitió a los Superiores Generales de la Compañía de María. En el fondo, siempre lo consideró como el más adecuado a su estilo de trabajo en la Iglesia y con la idea que tenía del servicio que había que realizar.

Para iniciar el trabajo, Guillermo José abrió un oratorio en la calle de San Simeón. Allí celebraba la eucaristía y atendía a todos los que solicitaban su ayuda. En este oratorio nacerá la Congregación tratando de ser fiel a la Iglesia y a los signos de los nuevos tiempos. Mientras se realizaba todo esto, se le nombró Administrador Apostólico de la diócesis de Bazas que se encontraba vacante. En este cargo trabajó durante dos años, hasta que la diócesis fue unida a la de Burdeos.

 

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