CINCO PANES Y DOS PECES
Autor: Cardenal François Xavier Nguyen Van Thuan
PREFACIO
Queridos jóvenes:
Contemplar un hermoso panorama, las colinas y el mar azul con olas blancas, me hace pensar
en Jesús en medio de la multitud. Mirándoles a ustedes a la cara, con los ojos de
Jesús, les digo con todo mi corazón: «Jóvenes, los amo! ¡Los amo!».
Quiero inspirarme en el Evangelio de san Juan, capítulo 6, para hablarles hoy. Pónganse
de pie, escuchen la palabra de Jesús:
«Al ver Jesús que mucha gente acudía a Él, dijo a Felipe: ¿Dónde podríamos comprar
pan para dar de comer a todos éstos? Dijo esto para ver su reacción, pues Él sabía lo
que iba a hacer. Felipe le contestó: con doscientos denarios no compraríamos bastante
para que cada uno tomara. un poco. Entonces intervino otro de sus discípulos, Andrés, el
hermano de Simón Pedro, diciendo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos
peces; pero ¿qué es esto para tanta gente? Jesús mandó que se sentaran todos, pues
había mucha hierba en aquel lugar. Eran unos cinco mil hombres. Luego tomó los panes, y
después de haber dado gracias a Dios, los distribuyó entre todos. Hizo los mismo con los
peces y les dio todo lo que quisieron» (Jn 6, 5-11).
En el camino hacia el Jubileo del 2000, buscamos quién es Jesús, por qué lo amamos,
cómo dejarnos amar por Jesús, hasta seguirlo en el radicalismo de nuestras decisiones,
sin pensar en lo largo del recorrido, en el cansancio de la marcha bajo el sol del verano,
ni en la lejanía de todo alivio.
El Santo Padre escribió: «En comunicación con todo el pueblo de Dios que camina hacia
el Jubileo del ano 2000, quiero invitaros este año a fijar la mirada en Jesús, Maestro y
Señor de nuestra vida, mediante las palabras contenidas en el Evangelio de Juan:
«Maestro, dónde vives?». «Vengan y lo veran» (Jn 1, 38-39); (Mensaje para la XII
Jornada Mundial de la uventud, 1997).
Como joven, sacerdote y obispo, ya he recorrido parte del camino, a veces con gozo, a
veces en el sufrimiento, en la cárcel, pero siempre llevando en el corazón una esperanza
rebosante.
Me sentí incómodo cuando se me pidió que contara mi experiencia de seguimiento de
Jesús. No es agradable hablar de uno mismo. Pero recuerdo que el llorado Cardenal
Suenens, en un escrito suyo, preguntó a Verónica: «Usted me deja hablar de su vida solo
desde hoy, ¿por qué no lo habia permitido antes?». «Porque ahora comprendo que mi vida
no me pertenece a mí, sino toda ella es de Dios; Dios puede disponer de ella como quiera
para bien de las almas». Juan Pablo II ha condensado este pensamiento en el título de su
autobiografía: Don y misterio, como lo hizo María en el Magnificat.
Así pues, queridos jóvenes, yo hago como dice el pasaje del Evangelio en que Jesús da
cinco panes y dos peces: eso es nada ante una multitud de miles de personas, pero es todo
suyo y Jesús lo hace todo, es don y misterio. Como el muchacho del Evangelio, resumo mi
experiencia en siete puntos: cinco panes y dos peces. Es nada, pero es todo lo que tengo.
Jesús hará el resto.
Muchas veces sufro interiormente porque los medios de comunicación quieren hacerme contar
cosas sensacionales, acusar, denunciar, excitar la lucha, la venganza... Esta no es mi
intención. Mi más grande deseo es transmitirles mi mensaje de Amor, en la serenidad y en
la verdad, en el perdón y la reconciliación. Quiero compartir mis experiencias: cómo he
encontrado a Jesús en cada momento de mi existencia diaria, en el discernimiento entre
Dios y las obras de Dios, en la oración, en la Eucaristía, en mis hermanos y en mis
hermanas, en la Virgen María, guia de mi camino. Junto con ustedes quiero gritar: «
¡Vivimos el testamento de Jesús! ¡Cruzamos el dintel de la esperanza!».
Roma, 2 de febrero 1997, fiesta de la Purificación de María.
Capítulo I
Primer pan: Vivir el momento presente
¡A lo largo de los caminos de la existencia diaria es donde podréis encontrar al
Señor!... Esta es la dimensión fundamental del encuentro; no se trata de hacer alguna
cosa, sino con Alguien, con el Viviente.
(Juan Pablo II, Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n. 1).
Me llamo François Xavier Nguyen Van Thuan y soy vietnamita. En Tanzania y en Nigeria los
jóvenes me llaman «Uncle Francis»; es más fácil llamarme «Tío Francisco» o,
simplemente, Francisco.
Hasta el 23 de abril de 1975 fui, durante ocho años, obispo de Nhatrang, en el centro de
Vietnam, la primera diócesis que me fue confiada, donde me sentía feliz, y para la cual
conservo siempre mi predilección. El 23 de abril de 1975, Pablo VI me nombró arzobispo
coadjutor de Saigon. Cuando los comunistas llegaron a Saigón, me dijeron que mi
nombramiento era fruto de un complot entre el Vaticano y los imperialistas para organizar
la lucha contra el régimen comunista. Tres meses después, fui llamado al palacio
presidencial para ser arrestado: era el día de la Asunción de la Santísima Virgen, 15
de agosto de 1975.
«Yo no esperaré. Voy a vivir el momento presente, colmándolo de amor»
Esa noche, en el trayecto de una carretera de 450 km, que me llevó al lugar de mi
residencia obligatoria, me venían a la mente muchos pensamientos confusos: tristeza,
abandono, cansancio, después de tres meses de tensiones... Pero en mi mente surgió
claramente una palabra que dispersó toda la oscuridad, la palabra que monseñor John
Walsh, obispo misionero en China, pronunció cuando fue liberado después de doce años de
cautiverio: «He pasado la mitad de mi vida esperando». Es verdaderísimo: todos los
prisioneros, incluido yo mismo, esperan cada minuto su liberación. Pero después decidí:
«Yo no esperaré. Voy a vivir el momento presente, colmándolo de amor».
No es una inspiración improvisada, sino una convicción que he madurado durante toda la
vida. Si paso mi tiempo esperando, quizá las cosas que espero nunca llegarán. La única
cosa que con seguridad me llegará será la muerte.
En el pueblo de Cáy Vóng, donde se designó mi residencia obligatoria, bajo vigilancia
abierta y oculta de la policía «confundida» entre el pueblo, día y noche me sentía
obsesionado por el pensamiento: «¡Pueblo mío! ¡Pueblo mío que tanto amo: rebaño sin
pastor! ¿Cómo puedo entrar en contacto con mi pueblo, en este momento en que tienen más
necesidad de pastor?». Las librerías católicas fueron confiscadas, las escuelas
cerradas; las religiosas y los religiosos que enseñaban fueron enviados a trabajar en los
arrozales. La separación es un shock que me destruye el corazón.
«Yo no esperaré. Voy a vivir el momento presente, colmándolo de amor; pero ¿cómo?».
Una noche vino la luz: «Francisco, es muy simple, haz como san Pablo cuando estuvo en
prisión: escribía cartas a varias comunidades». La mañana siguiente, en octubre de
1975, hice una señal a un niño de siete años, Quang, que regresaba de la Misa a las 5,
todavía oscuro: «Dile a tu mamá que me compre bloques viejos de calendarios». Muy
entrada la tarde, también en la oscuridad, Quang me trajo los calendarios, y todas las
noches de octubre y noviembre de 1975 escribí a mi pueblo mi mensaje desde la cautividad.
Cada mañana el niño venía a recoger las hojas para llevarlas a casa y hacer que sus
hermanos y hermanas copiaran el mensaje. Así se escribio el libro El camino de la
esperanza, que ha sido publicado en ocho idiomas: vietnamita, inglés, francés, italiano,
alemán, español, coreano y chino.
La gracia de Dios me dio la energía para trabajar y continuar, aun en los momentos de
más desesperanza. El libro lo escribí de noche en mes y medio, tenía miedo de no poder
terminarlo: temía ser transferido a otro lugar. Cuando llegué al número 1001 decidí
detenerme: fueron como «las mil y una noches»...
En 1980, en la residencia obligatoria de Gian-gxá, en el Vietnam del Norte, siempre de
noche yen secreto, escribí mi segundo libro, El camino de la esperanza a la luz de la
Palabra de Dios y del Concilio Vaticano II, después mi tercer libro, Los peregrinos del
camino de la esperanza: «Yo no esperaré. Vivo el momento presente, colmándolo de
amor».
Los Apóstoles habrían querido elegir el camino fácil: «Señor, deja ir a la multitud
para que se aprovisione de alimento...». Pero Jesús quiere actuar en el momento
presente: «Denles ustedes de comer» (Lc 9, 13). En la Cruz, cuando el ladrón le dijo:
«`Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino'. Jesús le dijo: 'te aseguro que
hoy estarás conmigo en el paraíso'» (Lc 23, 42-43). En la palabra «hoy» sentimos todo
el perdón, todo el amor de Jesús.
El padre Maximiliano Kolbe vivía este radicalismo cuando repetía a sus novicios: «Todo,
absolutamente, sin condición». Escuché a Dom Helder Cámara decir: «La vida es para
aprender a amar». Una vez la Madre Teresa de Calcuta me escribió: «Lo importante no es
el número de acciones que hacemos, sino la intensidad del amor que ponemos en cada
acción».
¿Cómo llegar a esta intensidad de amor en el momento presente? Pienso que debo vivir
cada día, cada minuto, como el último de mi vida. Dejar todo lo que es accesorio,
concentrarme sólo en lo esencial. Cada palabra, cada gesto, cada telefonema, cada
decisión es la cosa más bella de mi vida, reservo para todos mi amor, mi sonrisa; tengo
miedo de perder un segundo viviendo sin sentido...
Escribí en el libro El camino de la esperanza: «Para ti el momento más bello es el
momento presente (cfr. Mt 6, 34; St 4, 13-15). Vívelo en la plenitud del amor de Dios. Tu
vida será maravillosamente bella si es como un cristal formado por millones de esos
momentos. ¿Ves cómo es fácil?» (El camino de la esperanza, 997).
Queridos jóvenes, en el momento presente Jesús tiene necesidad de ustedes. Juan Pablo II
los llama insistentemente a hacer frente a los retos del mundo actual: «Vivimos en una
época de grandes transformaciones, en la que declinan rápidamente ideologías que
parecía que podían resistir el desgaste del tiempo y en el planeta se van modificando
los confines y las fronteras. Con frecuencia la humanidad se encuentra en la
incertidumbre, confundida y preocupada (Mt 9, 36), pero la Palabra de Dios no pasa;
recorre la historia y, con el cambio de los acontecimientos, permanece estable y luminosa
(Mt 24, 35). La fe de la Iglesia está fundada en Jesucristo, único salvador del mundo:
ayer, hoy y siempre (Hb 13, 8)» (Juan Pablo II, Mensaje para la XII Jornada Mundial de la
Juventud, 1997, n. 2).
Oración
Preso por Cristo
Jesús, ayer por la tarde, fiesta de la Asunción de María, fui arrestado.
Transportado durante la noche
de Saigón hasta Nhatrang,
a cuatrocientos cincuenta kilómetros de distancia,
en medio de dos policías,
he comenzado la experiencia de una vida de prisionero.
Tantos sentimientos confusos
hay en mi cabeza: tristeza, miedo, tensión,
mi corazón desgarrado por haber sido alejado de mi pueblo.
Humillado recuerdo las palabras de la Sagrada Escritura:
«Lo contaron entre los malhechores» (Lc 22, 37).
En automóvil he atravesado mis tres diócesis:
Saigón, Phanthiet, Nhatrang.
Con tanto amor a mis fieles, pero ninguno de ellos sabe que su pastor está pasando la
primera etapa de su vía crucis.
Pero en este mar de extrema amargura me siento más libre que nunca.
No tengo nada, ni un sólo centavo, excepto mi rosario
y la compañía de Jesús y María. En el camino de cautividad he orado:
«Tú eres mi Dios y mi todo».
Jesús,
ahora puedo decir como san Pablo: «Yo, Francisco, prisionero de Cristo, ego Franciscus,
vinctud Jesu Guisa pro vobis» (Ef 3, 1).
En la oscuridad de la noche,
en medio de este océano de ansiedad, de pesadilla,
poco a poco me despierto:
«Debo afrontar la realidad». «Estoy en la cárcel.
Si espero el momento oportuno de hacer algo verdaderamente grande, ¿cuántas veces en mi
vida se me presentaron ocasiones semejantes?
No, aprovecho las ocasiones que se presentan cada día
para realizar acciones ordinarias
de manera extraordinaria».
Jesús,
no esperaré, vivo el momento presente, colmándolo de amor.
La línea recta está hecha de millones de pequeños puntos unidos uno a otro.
También mi vida está hecha de millones de segundos y de minutos unidos uno al otro.
Coloco perfectamente cada uno de los puntos y mi línea será recta.
Vivo con perfección cada minuto y la vida será santa.
El camino de la esperanza está pavimentado de pequeños pasos de esperanza.
Como tú, Jesús, que has hecho siempre lo que es agradable a tu Padre.
Cada minuto quiero decirte:
Jesús, te amo, mi vida es siempre una «nueva y eterna alianza> contigo.
Cada minuto quiero cantar con toda la Iglesia: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu
Santo...
Residencia obligatoria Cáy Vóng (Nhatrang, Vietnam Central),
16 de agosto de 1975, día siguiente a la Asunción de María.
Capítulo II
Segundo pan: Discernir entre Dios y las obras de Dios
Es verdad: Jesús es un amigo exigente que indica metas altas... ¡Abatid las barreras de
la superficialidad y del miedo! Reconociéndoos hombres y mujeres «nuevos».
(Juan Pablo II, Mensaje para la II Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n. 3).
Cuando era estudiante en Roma, una persona me dijo: «Tu cualidad más grande es la de ser
dinámico, y tu defecto más grande es el de ser 'agresivo'». En todo caso soy muy
activo, soy un scout, capellán de los Rover, es un estímulo que cada día me impulsa:
correr contra el reloj, tengo que hacer todo lo que me es posible para confirmar y
desarrollar la Iglesia en mi diócesis de Nhatrang, antes de que vengan los días
difíciles, cuando estemos bajo el comunismo.
En ocho años aumentó el número de 42 a 147 seminaristas mayores; y el de los menores de
200 a 500, en cuatro seminarios; formación permanente de los sacerdotes de seis diócesis
de la Iglesia metropolitana de Hue; desarrollar e intensificar la formación de los nuevos
movimientos de jóvenes, de laicos, de los consejos pastorales... amo mucho mi diócesis,
Nhatrang.
Escoger a Dios y no las obras de Dios: Dios me quiere aquí y no en otra parte.
Y debo dejar todo para ir rápidamente a Saigón, siguiendo las órdenes del Papa Pablo
VI, sin tener la oportunidad de decir adiós a todos aquellos a quienes estoy unido por el
mismo ideal, con la misma determinación, compartiendo las mismas pruebas y los mismos
gozos.
Aquella noche en que grabé mi voz para dar el último saludo a la diócesis, fue la
única vez en ocho años en que lloré. ¡Y lloré amargamente!
Después, las tribulaciones en Saigón, el arresto; fui llevado nuevamente a mi primera
diócesis de Nhatrang, al cautiverio más duro, no lejos del obispado. Mañana y tarde, en
la oscuridad de mi celda, oigo las campanas de la catedral, donde pasé ocho años que me
destrozan el corazón; por las noches oigo las olas del mar delante de mi celda.
Luego, en el fondo de un barco que llevaba 1,500 prisioneros hambrientos y desesperados. Y
en el campo de reeducación de Vinh-Quang, en medio de otros prisioneros tristes y
enfermos, en las montañas.
Sobre todo la larga tribulación de nueve años en aislamiento, sólo con dos guardias,
una tortura mental, en el vacío absoluto, sin trabajo, caminando en la celda desde la
mañana hasta las 9:30 de la noche para no ser destruido por la artrosis, al límite de la
locura.
Muchas veces fui tentado, atormentado por el hecho de que tenía 48 años, edad de la
madurez; había trabajado ocho años como obispo, habiendo adquirido mucha experiencia
pastoral, ¡y ahora me encontraba aislado, inactivo, separado de mi pueblo, a 1,700 km de
distancia!
Una noche, desde el fondo de mi corazón oí una voz que me sugería: «¿Por qué te
atormentas así? Tienes que distinguir entre Dios y las obras de Dios. Todo lo que has
realizado y deseas continuar haciendo: visitas pastorales, formación de seminaristas,
religiosos, religiosas, laicos, jóvenes, construcción de escuelas, de hogares para
estudiantes, misiones para evangelización de los no cristianos... todo esto es una obra
excelente, ¡son obras de Dios, pero no son Dios! ¡Si Dios quiere que abandones todas
estas obras, poniéndolas en sus manos hazlo pronto y ten confianza en Él. Dios lo hará
infinitamente mejor que tú; confiará sus obras a otros que son mucho más capaces que
tú. Tú has elegido sólo a Dios, no sus obras».
Había aprendido a hacer siempre la voluntad de Dios. Pero esta luz me da una fuerza nueva
que cambia totalmente mi modo de pensar y que me ayuda a superar momentos de sufrimiento,
humanamente imposibles de soportar.
A veces un programa bien desarrollado debe dejarse sin terminar; algunas actividades
iniciadas con mucho entusiasmo quedan obstaculizadas; misiones de alto nivel se degradan
hasta ser actividades menores. Quizá estés turbado o desanimado. Pero ¿me ha llamado a
seguirlo a Él o a esta iniciativa o a aquella persona? Deja que el Señor actúe: Él
resolverá todo y mejor.
Mientras me encuentro en la prisión de Phú-Khánh, en una celda sin ventana, hace
muchísimo calor, me sofoco, siento disminuir mi lucidez poco a poco hasta la
inconsciencia; a veces la luz permanece encendida día y noche; a veces siempre está
oscuro; hay tanta humedad que crecen los hongos en mi lecho. En la oscuridad vi un agujero
en la parte baja del muro para hacer correr el agua: así pasé más de cien
días por tierra metiendo la nariz en este agujero para respirar. Cuando llovía, subía
el nivel del agua, y entonces entraban por el agujero pequeños insectos, pequeñas ranas,
lombrices y ciempiés entraban desde fuera; los dejaba entrar, ya no tenía fuerza para
echarlos fuera.
Escoger a Dios y no las obras de Dios: Dios me quiere aquí y no en otra parte.
Cuando los comunistas me metieron en el fondo del barco Hâi-Pông con otros 1,500
prisioneros, para transportarnos al norte, viendo la desesperación, el odio, el deseo de
venganza sobre las caras de los detenidos, compartí su sufrimiento, pero rápidamente me
llamó otra vez esta voz: «escoge a Dios y no las obras de Dios», y yo me decía: «De
veras, Señor, aquí está mi catedral, aquí está el pueblo de Dios que me has dado para
que lo cuide. Debo asegurar la presencia de Dios en medio de estos hermanos desesperados,
miserables. Es tu voluntad, entonces es mi elección».
Llegados a la montaña de Vinh-Phû, al campo de reeducación, donde hay 250 prisioneros,
que en su mayoría no eran católicos, esa voz me llama de nuevo: «Escoge a Dios y no las
obras de Dios». «Sí, Señor, tú me mandas aquí para ser tu amor en medio de mis
hermanos, en el hambre, en el frío, en el trabajo fatigoso, en la humillación, en la
injusticia. Te elijo a ti, tu voluntad, soy tu misionero aquí».
Desde ese momento me llena una nueva paz y permanece en mí durante 13 años. Siento mi
debilidad humana, renuevo esta elección ante las situaciones difíciles, y nunca me falta
la paz.
Cuando digo: «Por Dios y por la Iglesia», me quedo en silencio en la presencia de Dios y
me pregunto honestamente: «Señor, ¿trabajo sólo por ti? ¿Eres siempre el motivo
esencial de todo lo que hago? Me avergonzaría admitir que tengo otros motivos más
fuertes».
Escoger a Dios y no las obras de Dios.
Es una bella elección, pero difícil. Juan Pablo II los interpela a ustedes:
«Queridísimos jóvenes, como los primeros discípulos, ¡seguid a Jesús! No tengáis
miedo de acercaros a Él. No tengáis miedo de la 'vida nueva' que Él os ofrece: Él
mismo, con la ayuda de su gracia y el don de su Espíritu, os da la posibilidad de
acogerla y ponerla en práctica» (Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud,
1997, n. 3).
Juan Pablo II anima a los jóvenes mostrándoles el ejemplo de santa Teresa del Niño
Jesús: «Recorred con ella el camino humilde y sencillo de la madurez cristiana, en la
escuela del Evangelio. Permaneced con ella en el 'corazón' de la Iglesia, viviendo
radicalmente la opción por Cristo» (Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud,
1997, n. 9).
El muchacho del Evangelio hizo esta opción ofreciendo todo: cinco panes y dos peces en
las manos de Jesús, con confianza. Jesús hizo «las obras de Dios», dando de comer a
5,000 hombres y a las mujeres y a los niños.
Oración
Dios y su obra
Por tu amor infinito, Señor,
me has llamado a seguirte,
a ser tu hijo y tu discípulo.
Luego me has confiado una misión
que no se asemeja a ninguna otra,
pero con los mismos objetivos
de las demás:
ser tu apóstol y testigo.
Sin embargo, la experiencia
me ha enseñado
que continúo confundiendo
dos realidades:
Dios y sus obras.
Dios me ha dado
la tarea de sus obras.
Algunas sublimes,
otras más modestas;
algunas nobles,
otras más ordinarias.
Comprometido en la pastoral en la parroquia,
entre los jóvenes,
en las escuelas,
entre los artistas y los obreros,
en el mundo de la prensa,
de la televisión y la radio,
he puesto en ello todo mi ardor,
utilizando todas mis capacidades.
No me he reservado nada,
ni siquiera la vida.
Mientras estaba así,
apasionadamente inmerso en la acción,
me encontré con la derrota de la ingratitud,
del rechazo a colaborar,
de la incomprensión de los amigos,
de la falta de apoyo de los superiores,
de la enfermedad y la debilidad,
de la falta de medios...
También me aconteció, que en pleno éxito,
cuando era objeto de aprobación,
de elogios y de apego para todos,
fui imprevistamente removido y se me cambió de papel.
Heme aquí, pues, poseído por el aturdimiento
camino a tientas
como en la noche oscura.
¿Por qué, Señor, me abandonas?
No quiero desertar de tu obra.
Debo llevar a término mi tarea,
terminar la construcción de la Iglesia...
¿Por qué atacan los hombres tu obra?
¿Por qué le quitan su sostén?
Ante tu altar, junto a la Eucaristía,
He oído tu respuesta, Señor:
«¡Soy yo al que sigues, no a mi obra!
Si lo quiero me entregarás la tarea confiada.
Poco importa quién tome el puesto; es asunto mío.
Debes elegirme a Mí».
En el aislamiento en Hanoi (Vietnam del Norte), 11 de febrero de 1985, memoria de la
aparición de la Inmaculada en Lourdes.
Capítulo III
Tercer pan: Un punto firme, la oración
Aprended a escuchar de nuevo, en el silencio de la oración, la respuesta de Jesús:
«Venid y veréis»
(Juan Pablo II, Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n. 2).
Después de mi liberación, muchas personas me han dicho: «Padre, en la prisión usted ha
tenido mucho tiempo para orar». No es tan simple como se podría pensar. El Señor me ha
permitido experimentar toda mi debilidad, mi fragilidad física y mental. El tiempo pasa
lentamente en la prisión, particularmente durante el aislamiento. Imaginen una semana, un
mes, dos meses de silencio... son terriblemente largos, pero cuando se transforman en
años se hacen una eternidad. Un proverbio vietnamita dice: «Un día en prisión es como
mil otoños fuera». ¡Hay días en que, al extremo del cansancio, de la enfermedad, no
logro recitar una oración!
Me viene a la mente una historia, la del viejo Jim. Cada día, a las 12, Jim entraba a la
Iglesia por no más de dos minutos y luego salía. El sacristán, que era muy curioso, un
día detuvo a Jim y le preguntó:
¿A qué vienes cada día?
Vengo a orar
¡Imposible! ¿Qué oracion puedes decir en dos minutos?
Soy un viejo ignorante, oro a Dios a mi manera.
Pero ¿qué dices?
Digo: Jesús, aquí estoy, soy Jim. Y me voy.
Pasaron los años. Jim, cada vez más viejo, enfermo, ingresó al hospital, en la sección
de los pobres. Cuando parecía que Jim iba a morir, el sacerdote y la religiosa enfermera
estaban cerca de su lecho.
Jim, dinos ¿por qué desde que tú entraste a esta sección todo ha mejorado y la
gente se ha puesto más contenta, feliz y amigable?
No lo sé. Cuando puedo caminar, voy por todas partes visitando a todos, los
saludo, platico un poco; cuando estoy en cama llamo a todos, los hago reír a todos y hago
felices a todos. Con Jim están siempre felices.
Y tú, ¿por qué eres feliz?
Ustedes, cuando reciben diario una visita, ¿no son felices?
Claro. Pero ¿quién viene a visitarte? Nunca hemos visto a nadie.
Cuando entré a esta sección les pedí dos sillas: una para ustedes, y otra
reservada para mi huésped, ¿no ven?
¿Quién es tu huésped?
Es Jesús. Antes iba a la Iglesia a visitarlo ahora ya no puedo hacerlo; entonces,
a las 12, Jesús viene.
Y, ¿ qué te dice Jesús?
Dice: ¡Jim, aquí estoy, soy Jesús!...
Antes de morir lo vimos sonreír y hacer un gesto con su mano hacia la silla cercana a su
cama, invitando a alguien a sentarse... sonrió de nuevo y cerró los ojos.
Cuando me faltan las fuerzas y no logro ni siquiera recitar mis oraciones, repito:
«Jesús, aquí estoy, soy Francisco». Me entra el gozo y el consuelo, experimento que
Jesús me responde: «Francisco, aquí estoy, soy Jesús».
Ustedes me preguntan: ¿cuáles son tus oraciones preferidas?
Sinceramente amo mucho las oraciones breves y sencillas del Evangelio:
«No tienen vino» (In 2,3).
«Magníficat...» (Lc 1, 46-55).
«Padre, perdónalos...» (Lc 23, 34).
«En tus manos encomiendo mi espíritu...» (Lc 23, 46).
«Que todos sean uno... tú, Padre, en mí» (Jn 7, 21).
«Ten compasión de mí, que soy pecador» (Lc 18, 13).
«Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Lc 23, 42-43).
Como no pude llevar conmigo la Biblia a la cárcel entonces recogí todos los pedacitos de
papel que encontré y me hice una pequeña agenda y en ella escribí más de 300 fases del
Evangelio; este Evangelio reconstruido y reencontrado ha sido mi vademécum diario, mi
estuche precioso del cual saco fuerza y alimento mediante la lectio divina.
Me gusta hacer oración con la palabra de Dios completa, con las oraciones litúrgicas,
los Salmos y los cánticos. Amo mucho el canto gregoriano, que recuerdo de memoria en gran
parte. ¡Gracias a la formación del seminario estos cantos litúrgicos entraron
profundamente en mi corazón! Luego, las oraciones en mi lengua nativa, que toda la
familia ora cada tarde en la capilla familiar, oraciones conmovedoras que me recuerdan mi
primera infancia. Sobre todo las tres avemarías y el Acuérdate, oh piadosísima virgen
María, que mi mamá me enseñó a recitar en la mañana y en la tarde.
Como ya lo dije, estuve nueve años en aislamiento, vigilado por dos guardias. Caminaba
todo el día para evitar las enfermedades causadas por la inmovilidad, como la artrosis;
me daba masajes, hacía ejercicios físicos... oraba con cantos como el Miserere, Te Deum,
Veni Creator y el himno de los mártires Sanctorum mentís. Estos cantos de la Iglesia,
inspirados en la Palabra de Dios, me comunican un gran ánimo para seguir a Jesús. Para
apreciar estas bellísimas oraciones fue necesario experimentar la oscuridad de la cárcel
y tomar conciencia de que nuestros sufrimientos se ofrecen por la fidelidad a la Iglesia.
Esta unidad con Jesús, en comunión con el Santo Padre y toda la Iglesia, la siento de
manera irresistible cuando repito durante el día: «Por Él y con Él y en Él...».
Me viene a la mente la sencillísima oración de un comunista que primero fue un espía y
después se hizo mi amigo. Antes de que él fuera liberado me prometió: «Mi casa dista 3
km del Santuario de Nuestra Señora de Lavang. Iré allá a orar por usted». Yo creía en
su amistad, pero dudaba que un comunista fuera a orar a la Santísima Virgen. Pero un
día, quizá seis años después, en mi aislamiento ¡recibí una carta suya! Escribió:
«Querido amigo, te había prometido ir a orar por ti ante Nuestra.Señora de Lavang. Lo
hago cada domingo, si no llueve. Tomo mi bicicleta cuando oigo sonar la campana. La
basílica está totalmente destruida por el bombardeo, por eso voy al monumento de la
aparición que aún permanece intacto. Oro por ti así: Señora, no soy cristiano, no
conozco las oraciones, te pido que des al señor Thuan lo que él desea». Estoy conmovido
hasta el fondo de mi corazón; ciertamente, la Señora lo escuchará.
En el Evangelio que estamos meditando, antes de realizar el milagro, antes de dar de comer
a la gente hambrienta, Jesús quiere enseñarme: antes del trabajo pastoral, social,
caritativo, es necesario orar.
Juan Pablo II les dice a ustedes: «Conversad con Jesús en la oración y en la escucha de
la Palabra; gustad la alegría de la reconciliacion en el sacramento de la Penitencia;
recibid el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía... Descubriréis la verdad sobre
vosotros mismos, la unidad interior y encontraréis al `Tú' que cure de las angustias, de
las preocupaciones, de aquel subjetivismo salvaje que no deja paz» (Mensaje para la XII
Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n. 3).
Oración
Breves oraciones evangélicas
Pienso, Señor,
que Tú me has dado
un modelo de oración.
A decir verdad, no has dejado sino sólo uno:
el Padre Nuestro. Es breve,
conciso y denso.
Tu vida, Señor, es una oración, sincera y simple, dirigida al Padre. Tu oración
fue ocasionalmente larga,
sin fórmulas ya hechas,
como la oración sacerdotal
después de la Cena:
ardiente y espontánea.
Pero habitualmente, Jesús, la Virgen, los Apóstoles hacen oraciones breves, muy bellas,
que asocian a su vida diaria. Yo, débil y tibio, amo estas oraciones breves ante el
Tabernáculo, en el escritorio, por la
calle, solo. Mientras más las repito más me penetran. Estoy cercano a Ti, Señor.
Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen
Padre, que sean uno.
Soy la esclava del Señor.
No tienen vino.
¡He ahí a tu hijo, he ahí a tu madre!
Acuérdate de mí,
cuando llegues a tu Reino. Señor,
¿qué quieres que haga?
Señor, tú sabes todo, Tú sabes que te amo.
Señor, ten piedad de mí, pobre pecador.
Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
Todas estas breves oraciones, ligadas una a otra, forman una vida de oración. Como una
cade na de gestos discretos, de miradas, de palabras íntimas, hacen una vida de amor. Nos
conservan en un ambiente de oracion sin quitarnos de las tareas presentes, pero
ayudándonos a santificar todas las cosas.
En el aislamiento en Hanoi (Vietnam del Norte), 25 de marzo de 1987, Fiesta de la
Anunciación.
Capítulo IV
Cuarto pan: Mi única fuerza, la Eucaristía
Alrededor de la mesa eucarística se realiza y se manifiesta la armoniosa unidad de la
Iglesia, misterio de comunión misionera en la que todos se sienten hijos y hermanos
(Juan Pablo II, Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n. 7).
«¿Ha podido usted celebrar la misa en la cárcel?». Esta es la pregunta que muchos me
han hecho un sinnúmero de veces. Y tienen razón: la Eucaristía es la más hermosa
oración, es la cumbre de la vida cristiana. Cuando les respondo «sí», ya sé cuál es
la pregunta siguiente: «¿Cómo ha podido aprovisionarse de pan y de vino?».
Cuando fui arrestado tuve que salir súbitamente, con las manos vacías. Al día siguiente
me permitieron escribir y pedir las cosas más necesarias: ropa, pasta dental... Escribí
a mi destinatario: «Por favor, mándenme un poco de vino, como medicina contra el mal de
estómago». Los fieles entendieron lo que eso significaba: me mandaron una pequeña
botella de vino para la Misa, con una etiqueta que decía «medicina contra el mal de
estómago», y las hostias las ocultaron en un antorcha que se usa para combatir la
humedad. La policía me pregunto:
¿Tiene usted mal de estómago?
Sí.
Aquí hay un poco de medicina para usted.
Nunca podré expresar mi gran gozo: todos los días, con tres gotas de vino y una gota de
agua en la palma de la mano, celebré la Misa.
De todos modos, dependía de la situación. En el barco que nos llevó al norte, celebraba
la Misa en la noche y daba la comunión a los prisioneros que me rodeaban. A veces tuve
que celebrar cuando todos iban al baño, después de la gimnasia. En el campo de
reeducación nos dividieron en grupos de 50 personas; dormíamos en camas comunes, cada
uno tenía derecho a 50 cm. Nos las arreglamos para que estuvieran cinco católicos
conmigo. A las 21:30 había que apagar la luz y todos debían dormir. Me encorvaba sobre
la cama para celebrar la Misa de memoria, y distribuía la comunión pasando la mano
debajo del mosquitero. Fabricamos bolsitas con el papel de las cajetillas de cigarros para
conservar al Santísimo Sacramento. Jesús eucarístico estuvo siempre en la bolsa de mi
camisa.
Recuerdo que escribí: «Tú crees en una sola fuerza: la Eucaristía, el Cuerpo y la
Sangre del Señor que te dará la vida». «He venido para que tengan vida y la tengan en
abundancia» (Jn 10, 10). «Como el maná alimentó a los israelitas en su viaje a la
Tierra Prometida, así la Eucaristía te alimentará en tu camino de la esperanza» (cfr.
Jn 6, 50) (El camino de la esperanza, n. 983).
«Tú crees en una sola fuerza: la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre del Señor que te
dará la vida»
Cada semana tiene lugar una sesión de adoctrinamiento en la que debe participar todo el
campo. Durante la pausa de descanso, mis compañeros católicos y yo aprovechábamos para
pasar un paquetito para cada uno de los otros cuatro grupos de prisioneros; todos sabían
que Jesús estaba en medio de ellos, Él es el que cura de todos los sufrimientos físicos
y mentales. Durante la noche los presos se turnaban en la adoración; Jesús eucarístico
ayuda inmensamente con su presencia silenciosa. Muchos cristianos volvieron al fervor de
la fe durante esos días; hasta los budistas y otros no cristianos se convirtieron. La
fuerza del amor de Jesús es irresistible. La oscuridad de la cárcel se convierte en luz,
la semilla germina bajo tierra durante la tempestad.
Ofrezco la Misa junto con el Señor: cuando distribuyo la comunión me doy a mí mismo
junto al Señor para hacerme alimento para todos. Esto quiere decir que estoy siempre al
servicio de los demás.
Cada vez que ofrezco la Misa tengo la oportunidad de extender las manos y de clavarme en
la Cruz de Jesús, de beber con Él el cáliz amargo.
Todos los días al recitar y escuchar las palabras de la consagración, confirmo con todo
mi corazón y con toda mi alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, mediante
su sangre mezclada con la mía (1 Co 11, 23-25).
Jesús comenzó una revolución en la Cruz. La revolución de ustedes debe comenzar en la
mesa eucarística y de allí debe seguir adelante. Así podrán renovar la humanidad.
Pasé nueve años aislado. Durante este tiempo celebré la Misa cada día hacia las 3 de
la tarde, la hora en que Jesús estaba agonizando en la Cruz. Estaba solo, podía cantar
mi Misa como quería, en latín, francés, vietnamita... Llevaba siempre conmigo la
bolsita que contenía al Santísimo Sacramento; «Tú en mí, y yo en Ti». Han sido las
misas más bellas de mi vida.
Por la noche, de las 21 a las 22 horas, realizaba una hora de adoración, cantaba Lauda
Sion, Pange Lingua, Adoro Te, Te Deum y cantos en lengua vietnamita; a pesar del ruido del
altoparlante que dura desde las 5 de la mañana hasta las 11:30 de la noche. Sentía una
singular paz de espíritu y de corazón, el gozo y la serenidad de la compañía de
Jesús, de María y de José. Cantaba Salve Regina, Salve Mater, Alma Redemptoris Mater,
Regina coeli... en unidad con la Iglesia universal. A pesar de las acusaciones y las
calumnias contra la Iglesia, cantaba Tu es Petrus, Oremus pro Pontifice nostro, Christus
vincit... Como Jesús calmó el hambre de la multitud que lo seguía en el desierto, en la
Eucaristía Él mismo continúa siendo alimento de vida eterna.
En la Eucaristía anunciamos la muerte de Jesús y proclamamos su Resurreccion. Hay
momentos de tristeza infinita, ¿qué hacer entonces? Mirar a Jesús crucificado y
abandonado en la Cruz. Para los ojos humanos, la vida de Jesús fracasó, fue inútil,
frustrada, pero para los ojos de Dios, Jesús en la Cruz cumplió la obra más importante
de su vida, porque derramó su sangre para salvar al mundo. ¡Cómo está Jesús unido a
Dios en la Cruz, sin poder predicar, curar enfermos, visitar a la gente, hacer milagros y
en inmovilidad absoluta!
Jesús es mi primer ejemplo del radicalismo en el amor al Padre y a los hombres. Jesús ha
dado todo: «los amó hasta el extremo» Jn 13, 1), hasta el «Todo está cumplido» Jn 9,
30). Y el Padre amó tanto al mundo «que dio a su Hijo único» Un 3, 16).
Darse todo como un pan para ser comido «por la vida del mundo» Jn 6, 51).
Jesús dijo: «Siento compasión de la gente» (Mt 15, 32). La multiplicación de los
panes fue un anuncio, un signo de la Eucaristía que Jesús instituiría poco después.
Queridísimos jóvenes, escuchen al Santo Padre: «Jesús vive entre nosotros en la
Eucaristía... entre las incertidumbres y distracciones de la vida cotidiana, imitad a los
discípulos en camino hacia Emaús... Invocad a Jesús, para que en los caminos de los
tantos Emaús de nuestro tiempo, permanezca siempre con vosotros. Que Él sea vuestra
fuerza, vuestro punto de referencia, vuestra perenne esperanza» (Juan Pablo II, Mensaje
para la XII Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n. 7).
Oración
Presente y pasado
Amadísimo Jesús,
esta noche, en el fondo de mi celda,
sin luz, sin ventana, calientísima,
pienso con intensa nostalgia en
mi vida pastoral.
Ocho años de obispo, en esa residencia,
a sólo dos kilómetros de mi celda de prisión,
en la misma calle, sobre la misma playa...
Oigo las olas del Pacífico,
las campanas de la catedral.
Antes celebraba con patena
y cáliz dorados,
ahora tu sangre está en
la palma de mi mano.
Antes recorría el mundo
dando conferencias y reuniones,
ahora estoy recluido en una celda estrecha,
sin ventana.
Antes iba a visitarte al tabernáculo,
ahora te llevo conmigo,
día y noche, en mi bolsillo.
Antes celebraba la misa ante
millares de fieles,
ahora en la oscuridad de la noche,
dando la comunión por debajo de
los mosquiteros.
Antes predicaba los ejercicios espirituales
a los sacerdotes, a los religiosos, a los laicos...
ahora un sacerdote, también él prisionero,
me predica los Ejercicios de san Ignacio
a través de las grietas de la madera.
Antes daba la bendición solemne con el
Santísimo en la catedral
ahora hago la adoración eucarística
cada noche a las 21 horas,
en silencio, cantando
en voz baja el Tantum Ergo,
la Salve Regina y concluyendo con esta breve oración:
«Señor, ahora soy feliz de aceptar
todo de tus manos: todas las tristezas, los sufrimientos, las angustias, hasta mi misma
muerte. Amén».
Soy feliz aquí, en esta celda,
donde crecen hongos blancos
sobre mi estera de paja enmohecida,
porque Tú estás conmigo,
porque Tú quieres que viva contigo.
He hablado mucho en mi vida, ahora ya no hablo.
Es tu turno, Jesús, para hablarme.
Te escucho: ¿qué me has susurrado?
¿Es un sueño?
Tú no me hablas del pasado, sino del presente,
No me hablas de mis sufrimientos, angustias...
Tú me hablas de tus proyectos, de mi misión.
Entonces canto tu misericordia,
en la oscuridad, en mi fragilidad,
en mi anonadamiento.
Acepto mi cruz
y la planto con mis dos manos,
en mi corazón.
Si me permitieras elegir, no cambiaría
¡porque Tú estás conmigo!
Ya no tengo miedo, he comprendido,
Te sigo en tu Pasión
Y en tu Resurrección.
En el aislamiento,
Prisión de Phú Khánh (Vietnam Central),
7 de octubre 1976, Fiesta del Santo Rosario.
Capítulo V
Quinto pan: Amar hasta hacer la unidad es el testamento de Jesús
Queridísimos jóvenes, estáis llamados a ser testigos creíbles del Evangelio de Cristo,
que hace nuevas todas las cosas... Os amaréis los unos a los otros
(Jn 13, 35); (Juan Pablo II, Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n.
8).
Una noche, cuando me encontraba enfermo en la prisión de Phú Khánh, vi pasar un
policía y le grité:
«Por caridad, estoy enfermo, déme algo de medicina». Él me respondió: «Aquí no hay
caridad ni amor, sólo hay responsabilidad». Esta era la atmósfera que se respiraba en
la prisión.
Cuando me pusieron en un separo, primero me asignaron un grupo de cinco guardias: dos de
ellos estaban siempre conmigo. Cambiaban a los jefes cada dos semanas a otro grupo para
que yo no los «contaminara». Después decidieron no cambiarlos más, porque entonces
¡todos quedarían contaminados!
Al principio los guardias no me hablaban, respondía sólo «sí» o «no». Esto era
verdaderamente triste; quería yo ser amable con ellos, pero era imposible, evitaban
hablar conmigo. No tengo nada que regalarles: soy prisionero, hasta la ropa, toda, está
marcada con grandes letra caitao, es decir, «campo de reeducacion». ¿Qué debo
hacer?
Una noche me vino un pensamiento: «Francisco, tú todavía eres muy rico. Tú tienes el
amor de Cristo en tu corazón. Ámalos como Jesús te ama. A la mañana siguiente empecé
a amarlos, a amar a Jesús en ellos, sonriendo, intercambiando palabras amables. Entonces
empecé a contarles de mis viajes al extranjero, de cómo viven en los países como
Estados Unidos, Canadá, Japón, Filipinas, Singapur, Francia, Alemania... les platiqué
sobre la economía, la libertad, la tecnología. Esto estimuló su curiosidad y los animo
a preguntarme muchísimas cosas. Poco a poco nos hicimos amigos. Querían aprender lenguas
extranjeras, francés, inglés... ¡Mis guardias se convirtieron en mis alumnos! Cambió
mucho el ambiente de la prisión, mejoró mucho la calidad de nuestras relaciones. Hasta
con los jefes de la policía. Cuando vieron la sinceridad de mis relaciones con los
guardias, no solo me pidieron que continuara ayudándolos en el estudio de las lenguas
extranjeras, me mandaron nuevos estudiantes.
Un día un jefe me preguntó:
¿Qué piensa usted del periódico El Católico?
Ese periódico no hace bien ni a los católicos ni al gobierno. Más bien, ha
ampliado la fosa de separación.
Porque se expresa mal; usan mal los vocablos religiosos, y hablan de manera
ofensiva. ¿Cómo se podrá remediar esta situacion?
Primero, hay que comprender bien qué significan las palabras, esa terminología
religiosa... ¿Puede usted ayudarnos?
Sí, les propongo escribir un pequeño vocabulario del lenguaje religioso, de la A
a la Z, y cuando tengan un momento libre les explicaré. Espero que así puedan comprender
mejor la estructura, la historia, el desarrollo de la Iglesia, sus actividades...
Me dieron papel y escribí un vocabulario de 1,500 palabras, en francés, inglés,
italiano, latín, español y chino, con las explicaciones en vietnamita. Así poco a poco,
con la explicación, mi respuesta a las cuestiones sobre la Iglesia, y aceptando también
las críticas, este documento llego a ser «una catequesis práctica».
Tenían mucha curiosidad en saber qué es un abad, un patriarca, cuál es la diferencia
entre ortodoxos, católicos, anglicanos, luteranos; de dónde provienen los fondos
financieros de la Santa Sede...
Este diálogo sistemático de la A a la Z ayudó a corregir muchos errores, muchas ideas
preconcebidas; cada día se hizo más interesante y hasta fascinante.
En una ocasión me enteré que un grupo de 20 jóvenes de la policía estudiaba latín con
un ex catequista, para tener capacidad de comprender los documentos eclesiásticos. Uno de
mis guardias pertenecía a este grupo; un día me pidió si podía enseñarle un canto en
latín.
Hay tantos y tan hermosos, le respondí. Usted cante y yo elijo, me propuso.
Canté Salve Regina, Veni Creator, Ave Maris Stella... ¿Pueden adivinar cuál canto
eligió? El Veni Creator.
No puedo decir cuán conmovedor era oír cada mañana a un policía comunista bajar las
escaleras de madera, hacia las 7, para ir a hacer gimnasia, y después lavarse cantando el
Veni Creator en la prisión.
Cuando hay amor se siente el gozo y la paz, porque Jesús está en medio de nosotros.
«Viste un sólo uniforme y habla una sola lengua: la caridad» (El camino de la
esperanza, n. 984).
En las montañas de Viñh Phú, en la prisión de Viñh Quang, un día lluvioso tuve que
cortar leña. Pregunté al guardia:
¿Puedo pedirle un favor?
¿Qué es? Lo ayudaré.
Quiero cortar un pedazo de madera en forma de cruz.
¿No sabe que está severamente prohibido tener cualquier signo religioso?
Lo sé, pero somos amigos, y prometo esconderla.
Sería extremadamente peligroso para nosotros dos.
Cierre los ojos, lo voy a hacer ahora y seré muy cauto.
Él se fue y me dejó solo. Corté la cruz y la tuve escondida en un pedazo de jabón
hasta mi liberacion. Con un marco de metal, este pedazo de madera llegó a ser mi cruz
pectoral. En otra prisión, pedí un pedazo de alambre eléctrico a mi guardia que ya se
había hecho mi amigo. Él, asustado, me dijo:
He estudiado en la escuela de policía que si alguno quiere un alambre eléctrico
significa que quiere suicidarse.
Le expliqué:
Los sacerdotes católicos no se suicidan. Pero ¿qué va a hacer con un
alambre eléctrico?
Quiero hacer una cadenilla para llevar mi cruz.
¿Cómo puede hacer una cadena con un alambre eléctrico? Es imposible.
Si me trae unas pinzas pequeñas se lo mostraré.
¡Es muy peligroso!
¡Pero somos amigos!
Dudó y luego dijo:
Le responderé en tres días.
Después de tres días me dijo:
Es difícil negarle a usted cualquier cosa. He pensado así: esta noche le traigo
las pinzas pequeñas de las 7 a las 11 y tenemos que terminar el trabajo en este tiempo.
Dejaré ir ami compañero a «Hanoi de noche». Si él nos viera tendríamos una denuncia
peligrosa para los dos.
Cortamos el alambre en pedazos del tamaño de un fósforo, los enzarzamos... y antes de
las 11 la cadena ya estaba hecha.
Esa cruz y esa cadena las llevo conmigo todos los días, no porque son un recuerdo de la
prisión, sino porque indican una convicción mía profunda, son un constante reclamo para
mí: sólo el amor cristiano puede cambiar los corazones, no las armas, las amenazas, los
medios de comunicación.
Ha sido muy difícil para mis guardias comprender cómo se puede perdonar, amar a los
enemigos, reconciliarse con ellos:
¿De veras nos ama?
Sí, los amo sinceramente.
¿A pesar de que le hacemos mal? ¿Aun sufriendo por haber estado años en prisión
sin haber sido juzgado?
Piensen en los años en que hemos vivido juntos. ¡Realmente los he amado!
Cuando quede en libertad, ¿no mandará a los suyos a hacernos el mal, a nosotros o
a nuestras familias?
No, continuaré amándolos, aunque me quisieran matar.
Pero, ¿por qué?
Porque Jesús me ha enseñado a amarlos. Si no lo hiciera, no sería digno de ser
llamado cristiano.
No hay suficiente tiempo para contarles otras historias, muy conmovedoras, que son
testimonios del poder liberador del amor de Jesús.
En el Evangelio, viendo Jesús a la multitud que lo seguía durante tres días, dijo:
«Siento compasión de la gente» (Mt 15, 32) porque estaban «como ovejas que no tienen
pastor» (Mc 6, 34)... En los momentos más dramáticos en la prisión, cuando estaba casi
agotado y sin fuerza para orar ni meditar, busqué un modo para recuperar lo esencial de
mi oración, del mensaje de Jesús y usé esta frase: «Vivo el testamento de Jesús», es
decir, amar a los otros como Jesús me amó, en el perdón, en la misericordia, hasta la
unidad, como oró Él: «Que todos sean uno como Tú, Padre, en mí y yo en ti» (Jn 17,
21). He orado con frecuencia: «Vivo el testamento de amor de Jesús». Quiero ser el
muchacho que ofreció todo lo que tenía. Casi nada, cinco panes y dos peces, pero era
«todo» lo que tenía, para ser «instrumento del amor de Jesús».
Queridos jóvenes, el Papa Juan Pablo II les lanza su mensaje: «Encontraréis a Jesús
allí donde los hombres sufren y esperan: en los pequeños pueblos diseminados en los
continentes, aparentemente al margen de la historia, como era Nazaret cuando Dios envió
su Ángel a María; en las grandes metrópolis donde millones de seres humanos
frecuentemente viven como extraños... Jesús vive junto a nosotros... su rostro es el de
los más pobres, de los marginados, víctimas casi siempre de un modelo injusto de
desarrollo, que pone el beneficio en el primer puesto y hace del hombre un medio en lugar
de un fin... Jesús vive entre los que le invocan sin haberlo conocido... Jesús vive
entre los hombres y las mujeres 'que se honran con el nombre de cristianos'... En
vísperas del tercer milenio, cada día es más urgente reparar el escándalo de la
división entre los cristianos» (Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud,
1997, n. 4 y 5).
El más grande error es el no darse cuenta que los otros son Cristo. Hay muchas personas
que no lo descubrirán sino hasta el último día.
Jesús fue abandonado en la Cruz y ahora lo sigue estando en el hermano y en la hermana
que sufre en cualquier rincón del mundo. La caridad no tiene límites; si los tiene no es
caridad.
Oración
Consagración
Padre de inmenso amor, omnipotente, fuente de mi esperanza y de mi gozo.
1. «Todo lo mío es tuyo» (Lc 15, 31). «Pidan y se les dará» (Mt 7, 7).
Padre, creo firmemente que tu amor nos sobrepasa infinitamente. ¿Cómo puede el amor de
tus hijos competir con el tuyo?
¡Oh! ¡La inmensidad de tu amor paterno! Todo lo tuyo es mío: Me has aconsejado orar con
sinceridad. Por eso me confío a Ti, Padre lleno de bondad.
2. «Todo es gracia». «Su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan»
(Mt 6.8).
Padre, creo firmemente que desde siempre has ordenado todas las cosas para nuestro mayor
bien. No dejas de guiar mi vida. Me acompañas en cada uno de los pasos de mi vida. ¿Qué
puedo temer? Postrado adoro tu voluntad. Me pongo totalmente en tus manos, todo viene de
Ti. Yo, que soy tu hijo, creo que todo es gracia.
3. «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4, 13). «Para alabanza de la gloria de
su gracia» (Ef 1, 6).
Padre, creo firmemente que nada supera el poder de tu Providencia. Tu amor es infinito y
yo quiero aceptar todo con corazón gozoso. Eterna es la alabanza y eterno el
agradecimiento. Unidos a la Virgen María y asociando sus voces a las de todas las
naciones, san José y los ángeles cantan la gloria de Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
4. «Hacedlo todo para gloria de Dios» (1 Co 10, 31). «Hágase tu voluntad» (Mt 6, 10).
Padre, creo firmemente y sin dudar que Tú obras y actúas en mí. Soy objeto de tu amor y
de tu ternura. ¡Realiza en mí todo lo que puede darte aún más alabanza!
No pido otra cosa que tu gloria, esto basta para mi satisfacción y mi felicidad. Esta es
mi más grande aspiración, el deseo más intenso del alma.
5. «¡Todo por la misión! ¡Todo por la Iglesia! Padre, creo firmemente que me has
confiado una misión, toda ella marcada por tu amor. Me preparas el camino. Yo no dejo de
purificarme y de afirmarme en esta decisión.
Sí, estoy decidido: seré una ofrenda silenciosa, serviré de instrumento en las manos
del Padre.
Consumaré mi sacrificio, momento a momento, por amor a la Iglesia: «Aquí estoy, estoy
listo».
6. «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes» (Le 22, 15). «Todo está
cumplido» Un 19, 30).
¡Amadísimo Padre! Unido al santo Sacrificio que continúo ofreciendo, me arrodillo en
este instante y por Ti pronuncio la palabra que sube de mi corazón: «Sacrificio».
Un sacrificio que acepta la humillación como la gloria, un sacrificio gozoso, un
sacrificio integral... Canta mi esperanza y todo mi amor.
Prisión de Phú Khánh
(Vietnam central),
1 de septiembre de 1976,
fiesta de los santos mártires vietnamitas.
Capítulo VI
Primer pez: María Inmaculada: mi primer amor
A María encomiendo... las esperanzas y deseos de los jóvenes que, en cada rincón del
mundo, repiten con Ella: «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu
palabra» (cfr. Lc 1, 38)...
preparados para anunciar después a sus coetáneos, como los Apóstoles:«Hemos encontrado
al Mesías» Un 1, 41).
«María Inmaculada mi primer amor»: este pensamiento es de Juan Bautista María Vianney,
el cura de Ars. Lo leí en un libro de Francois Trochu, cuando yo estaba en el seminario
menor.
Mi madre infundió en mi corazón este amor a María desde que era niño. Cada noche mi
abuela,
después de las oraciones de familia, todavía reza un rosario. Le pregunté por qué:
«Rezo un rosario pidiendo a María por los sacerdotes». Ella no sabe leer ni escribir,
pero son estas mamás y estas abuelas las que han forjado la vocación en nuestros
corazones.
María ha tenido un papel especial en mi vida. Fui arrestado el 15 de agosto de 1975,
fiesta de la Asunción de María. Salí en el automóvil de la policía, con, las manos
vacías, sin un centavo en el bolsillo, solo con el rosario, y estaba en paz. Esa noche en
la larga carretera de 450 kilómetros, recité muchas veces el Acuérdate, oh piadosísima
virgen María.
Me preguntaréis quizá, cómo me ayudo María a superar las abundantísimas pruebas de mi
vida. Les contaré algunos episodios que permanecen aún muy vivos en mi memoria.
Cuando estudiaba en Roma siendo sacerdote, una vez, en septiembre de 1957, fui a la gruta
de Lourdes para orar a la Virgen. La palabra que la Inmaculada dirigió a Bernadette me
pareció que también estaba dirigida a mí: «Bernadette, no te prometo gozos y
consolaciones en esta tierra, sino pruebas y sufrimientos». Acepté, no sin miedo, este
mensaje. Después de haberme doctorado regresé a Vietnam como profesor, después fui
rector del seminario, luego vicario general y obispo de Nhatrang desde 1967. Se podía
decir que mi ministerio estaba coronado por el éxito, gracias a Dios.
Varias veces regresé a orar a la gruta de Lourdes. Me preguntaba con frecuencia:
«¿Acaso las palabras dirigidas a Bernadette no serán para mí? ¿Son insoportables mis
cruces de cada día? De cualquier manera, estoy dispuesto a hacer la voluntad de Dios».
Llegó el año de 1975 y con él el arresto, la prisión, el aislamiento y más de trece
años de cautiverio. ¡Ahora comprendo que la Virgen quiso prepararme desde 1957!: «No te
prometo gozos y consolaciones en esta tierra, sino pruebas y sufrimientos». Cada día
comprendo más íntimamente el sentido profundo de este mensaje, y me abandono con
confianza en las manos de María.
Cuando las miserias físicas y morales en la cárcel se hacían demasiado pesadas y me
impedían orar, entonces decía el Ave María, repetía centenares de veces el Ave María;
ofrecía todo en las manos de la Inmaculada, pidiéndole que distribuya gracias a todos
cuantos las necesiten en la Iglesia. Todo con María, por María yen María.
No sólo pido a María su intercesion, sino con frecuencia también le pido: «Madre,
¿qué cosa puedo hacer por ti? Estoy listo para seguir tus órdenes, para realizar tu
voluntad por el Reino de Jesús». Entonces invade mi corazón una inmensa paz, no tengo
miedo.
Cuando oro a María no puedo olvidar a san José, su esposo: es un deseo de María y de
Jesús, que tienen un amor grande a san José, por razones especialísimas.
María Inmaculada no me ha abandonado. Me ha acompañado a lo largo de todo mi camino en
las tinieblas de las cárceles. En esos días de pruebas indecibles, oré a María con
toda simplicidad y confianza: «¡Madre, si ves que ya no podré ser útil a tu Iglesia,
concédeme la gracia de consumar mi vida en la prisión. Pero, en cambio, si tú sabes que
todavía podré ser útil a tu Iglesia, concédeme salir de la prisión en un día que sea
fiesta tuya!».
Un día de lluvia, mientras preparaba mi comida, oí sonar el teléfono de los guardias.
«¡Quizá esta llamada es para mí! Y, verdaderamente, hoy es 21 de noviembre, fiesta de
la Presentación de María en el Templo».
Cinco minutos más tarde llegó mi guardia:
Señor Thuan, ¿ya comió?
Todavía no, estoy preparando la comida.
Después de comer, vístase bien y vaya a ver al jefe.
¿Quién es el jefe?
No sé, pero me dijeron que se lo avisara.
¡Buena suerte!
Un automóvil me condujo a un edificio en el que encontré al Ministro del Interior, es
decir, de la policía. Después de los saludos de cortesía, me preguntó:
¿Tienes algún deseo que expresar? Sí, quiero la libertad.
¿Cuándo?
Hoy.
Se quedó muy sorprendido. Y le expliqué:
¡Excelencia, he estado en prisión por mucho tiempo, bajo tres pontificados, el de
Pablo VI, el de Juan Pablo I y el de Juan Pablo II. Y además, bajo cuatro secretarios
generales del Partido Comunista soviético: Breznev, Andropov, Chernenko, Gorbachov!
Él se rió e hizo una señal con la cabeza:
¡Es verdad, es verdad!
Y dirigiéndose a su secretario, dijo:
Hagan lo necesario para acceder a su deseo.
De ordinario, los jefes tienen necesidad de tiempo para despachar al menos las
formalidades. Pero en ese momento pensé:
Hoy es la fiesta de la Presentación de la virgen. María me libera ¡Gracias a ti
María!
El momento en que me siento más hijo de María es en la Santa Misa, cuando pronuncio las
palabras de la consagración. Estoy identificado con Jesús, en la persona de Cristo.
Me preguntarán ustedes quién es María para mí en mi elección radical de Cristo. En la
Cruz, Jesús dijo a Juan: «Ahí tienes a tu madre» (In 19, 27). Después de la
institución de la Eucaristía el Señor no podía dejarme nada más grande que su Madre.
Para mí, María es como un evangelio viviente, «de bolsillo», de amplia difusión, más
accesible que la vida de los santos. Para mí, María es mi Madre, que me dio Jesús. La
primera reacción de un niño que siente miedo, que está en dificultades o sufre, es la
de clamar: «mamá, mamá», esta palabra es todo para el niño.
María vive plenamente para Jesús. Su misión fue la de compartir su obra de redención.
Toda su gloria le viene de Él. Es decir, mi vida no valdrá para nada si me separo de
Jesús.
María no se preocupaba sólo por Jesús, sino que mostró su cuidado por Isabel, por Juan
y por los esposos de Caná.
Me gustan mucho las palabras de santa Teresa del Niño Jesús: «Cómo deseo ser sacerdote
para poder hablar de María a todos».
Primero recurría a María Madre del Perpetuo Socorro, ahora escucho a María que me dice:
«Hagan todo lo que Jesús les diga» (Jn 2, 5) y con frecuencia pregunto a María:
«Madre, ¿qué puedo hacer por ti?». Siempre permanezco niño, pero un niño responsable
que sabe compartir las preocupaciones de su mamá.
La vida de María se resume en tres palabras: Ecce, Fiat, Magníficat (He aquí, Hágase,
Glorifica).
«He aquí la esclava del Señor» (Lc 1, 38).
«Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).
«Glorifica mi alma al Señor» (Lc 1, 46).
Oración
María, mi Madre
María, Madre mía, Madre de Jesús, Madre nuestra, para sentirme unido a Jesús y a todos
los hombres, mis hermanos, quiero llamarte Madre nuestra. Ven a vivir en mí, con Jesús
tu Hijo amantísimo, este llamado de renovación total, en el silencio y en la vigilia, en
la oración y en la ofrenda, en la comunión con la Iglesia y con la Trinidad, en el
fervor de tu Magníficat, en unión con José, tu santísimo esposo, en tu humilde y
amoroso trabajo de llevar a cabo el testamento de Jesús, en tu amor por Jesús y José,
por la Iglesia y la humanidad, en tu fe inquebrantable en medio de tantas pruebas
soportadas por el Reino, en tu esperanza que actúa ininterrumpidamente de
construir un mundo nuevo de justicia y de paz, de felicidad y de verdadera ternura, en la
perfección de tus virtudes, en el Espíritu Santo, para llegar a ser testigo de la Buena
Nueva, apóstol del Evangelio.
Continúa, Madre, obrando en mí, orando, amando, sacrificándome; continúa haciendo la
voluntad del Padre, continúa siendo la Madre de la humanidad. Continúa viviendo la
Pasión y la Resurrección de Jesús. ¡Oh Madre, me consagro a Ti, todo a Ti, ahora y
para siempre. Viviendo en tu espíritu y en el de José, viviré en el espíritu de
Jesús, con Jesús, José, los ángeles, los santos y todas la almas. Te amo, Madre
nuestra, y compartiré tu fatiga, tu preocupación y tu combate por el Reino del Señor
Jesús. Amén!
En el aislamiento de Hanoi
(Vietnam del Norte), 1 de enero de 1986,
Solemnidad de María Madre de Dios.
Capítulo VII
Segundo pez: He elegido a Jesús
Un mensaje que vosotros, jóvenes de hoy, estáis llamados a acoger y gritar a vuestros
coetáneos: ¡El hombre es amado por Dios!
Este es el simplicísimo y sorprendente anuncio del que la Iglesia es deudora respecto del
hombre
(Christifideles Laici 34); (Juan Pablo II, Mensaje para la XII Jornada Mundial de la
Juventud, 1997, n. 9).
Les he hablado de mis experiencias en el seguimiento de Jesús, para encontrarlo, vivir
junto a Él y, por consiguiente, llevar su mensaje a todos.
Me preguntarán ustedes: ¿Cómo poner en práctica la unión total con Jesús en una vida
lastimada por tantos cambios? No se los he ocultado, pero por claridad ¡les vuelvo a
escribir mi secreto! (cfr. El camino de la esperanza, 979-1001).
Al principio de cada párrafo están unos números, del 1 al 24: he querido hacer que
correspondan a las horas de un día. En cada número, he repetido la palabra «uno»: una
revolución, una campaña, un slogan, una fuerza... Son cosas muy prácticas. Si de 24
horas vivimos 24 radicalmente por Jesús, seremos santos. Son 24 estrellas que iluminan el
camino de la esperanza.
No les explico estos pensamientos, los invito a meditarlos serenamente, como si Jesús les
hablara dulcemente, íntimamente al corazón. No tengan miedo de oírlo ni de hablar con
Él. No duden, vuelvan a leerlos cada semana. Encontrarán que la gracia brillará
transformando su vida.
Como conclusión, oremos con la oración «He elegido a Jesús», y no descuiden los
catorce pasos en la vida de Jesús.
1. Tú quieres hacer una revolución: renovar el mundo. Podrás realizar esta preciosa y
noble misión, que Dios te ha confiado sólo con «el poder del Espíritu Santo». Todos
los días, allí donde vives, prepara un nuevo Pentecostés.
2. Comprométete en una campaña que tenga como fin hacer felices a todos. Sacrifícate
continuamente con Jesús, para traer paz a las almas, desarrollo y prosperidad a los
pueblos. Esta debe ser tu espiritualidad, discreta y concreta al mismo tiempo.
3. Permanece fiel al ideal de un apóstol: «dar la vida por los hermanos». De hecho
«nadie tiene mayor amor, que el que da su vida por sus amigos» Un 15, 13). Gasta sin
parar todas tus energías y está siempre listo a darte a ti mismo para conquistar a tu
prójimo para Dios.
4. Grita un solo slogan: «Todos uno», es decir, unidad entre los católicos, unidad
entre los cristianos y unidad entre las naciones. «Como el Padre y el Hijo son uno»
(cfr. Jn 17, 22-23).
5. Cree en una sola fuerza: la Eucaristía, el cuerpo y la sangre del Señor que te dará
la vida: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» Un 10, 10). Como
el maná alimentó a los israelitas en su viaje a la tierra prometida, así la Eucaristía
te alimentará en tu camino de la esperanza (cfr. In 6, 50).
6. Viste un solo uniforme y habla un solo lenguaje: la caridad: La caridad es la señal de
que eres discípulo del Señor (cfr. In 13, 35). Es el distintivo menos costoso, pero es
el más difícil de encontrar. La caridad es la «lengua» principal. San Pablo decía que
es más preciosa que «hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles» (1 Co 13, 1).
Será la única lengua que sobrevivirá en el cielo.
7. Mantente en un solo principio guía: la oración. Nadie es más fuerte que la persona
que ora, porque el Señor ha prometido conceder todo a los que oran. Cuando ustedes están
unidos en la oración el Señor está entre ustedes (cfr. Mt 18, 20). Te aconsejo con todo
el corazón: además del tiempo «oficial» de oración, retírate cada día una hora, o
mejor dos, si puedes, para la oración personal. ¡Te aseguro que no será tiempo mal
empleado! En mi experiencia de todos estos años, he visto confirmadas las palabras de
santa Teresa de Ávila: «El que no ora no necesita que el demonio lo saque del camino:
él solo se arrojará al infierno».
8. Observa una sola regla: el Evangelio. Esta «Constitución» es superior a todas las
demás. Es la regla que Jesús dejo a los Apóstoles (cfr. Mt 4, 23). No es difícil,
complicado o legalista como las otras: al contrario, es dinámica, amable y estimulante
para tu alma. ¡Un santo alejado del Evangelio es un santo falso!
9. Sigue lealmente a un solo jefe: Jesucristo y sus representantes: el Santo Padre, los
obispos, sucesores de los Apóstoles (cfr. In 20, 22-23). Vive y muere por la Iglesia es
lo único que pide sacrificio: también vivir por la Iglesia exige mucho.
10. Cultiva un amor especial por María. San Juan Bautista María Vianney decía en
confianza: «Después de Jesús, mi primer amor es para María». Si la escuchas, no
perderás el camino; no fallarás en nada de lo que emprendas en su nombre. Hónrala y
ganarás la vida eterna.
11. Tu única sabiduría será la ciencia de la Cruz (2 Co 2, 2). Mira a la Cruz y
encontrarás la solución a todos los problemas que te preocupan. Si la Cruz es el
criterio con el que haces tus decisiones tu alma estará en paz.
12. Conserva un solo ideal: estar vuelto hacia Dios Padre, un Padre que es todo amor. Toda
la vida del Señor, todo su pensamiento y su acción tuvieron un solo fin: «Que el mundo
sepa que yo amo al Padre y que hago lo que Él me ha mandado» (Jn 14, 31), y «Yo hago
siempre lo que a Él le agrada» Un 8, 29).
13. Hay un solo mal que temer: el pecado. Cuando la corte del emperador de Oriente se
reunió para discutir el castigo que debía darse a san Juan Crisóstomo por la franca
denuncia dirigida a la emperatriz, se sugirieron las siguientes posibilidades:
a) Encarcelarlo, «pero, decían, tendría la oportunidad de orar y de sufrir por el
Señor, como siempre lo ha deseado»;
b) exiliarlo, «pero, para él no hay ningún lugar donde no habite el Señor»;
c) condenarlo a la muerte, «pero así se hará un mártir y satisfará su aspiración de
ir al Señor».
«Ninguna de estas posibilidades es para él un castigo; al contrario, las aceptará con
gozo».
d) hay una sola cosa que él teme mucho y que odia con todo su ser: el pecado; «¡pero
sería imposible forzarlo a cometer un pecado!».
Si temes sólo al pecado, tu fuerza será inigualable.
14. Cultiva un solo deseo: «Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo» (Mt 6, 10). Que en la tierra puedan los pueblos conocer a Dios como es
conocido en el cielo; que en ésta todos empiezan a amar a los demás como se ama en el
cielo; que también en la tierra haya la felicidad que hay en el cielo.
Esfuérzate por difundir este deseo. Comienza a llevar la felicidad del cielo a cada uno
en este mundo.
15. Te falta una cosa: «Ve y vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás un
tesoro en el cielo; después ven y sígueme» (Mc 10, 21), es decir, debes decidirte de
una vez por todas. El Señor quiere voluntarios, libres de todo apego.
16. Para tu apostolado usa el único método eficaz: el contacto personal. Con este
método entras en la vida de los otros, los comprendes y los amas. Las relaciones
personales son más eficaces que las predicaciones y que los libros. El contacto entre las
personas y el intercambio «de corazón a corazón» son el secreto de la permanencia de
tu obra y de su éxito.
17. Hay sólo una cosa verdaderamente importante: «María ha elegido la mejor parte»
cuando se sentó a los pies del Señor (cfr. Lc 10, 41-42). Si no tienes una vida
interior, si Jesús no es verdaderamente el alma de tu actividad, entonces... bueno, tú
ya sabes bien, no tengo necesidad de que te lo repita.
18. Tu único alimento: «La voluntad del Padre» Un 4, 34); con ella debes vivir y
crecer, tus acciones deben brotar de la voluntad de Dios. Ella es como un alimento que te
hace vivir más fuerte y más feliz; si vives lejos de la voluntad de Dios, morirás.
19. Para ti el momento presente es el más hermoso (Mt 6, 34; St 4, 13-15). Vívelo
plenamente en el amor de Dios. Tu vida será maravillosamente bella y como un gran cristal
formado por millones de esos momentos. ¿Ves cómo es fácil?
20. Tienes una «carta magna»: las bienaventuranzas (Mt 5, 3, 12) que Jesús pronunció
en el sermon de la montaña. Vívela en plenitud: experimentarás una gran felicidad que
podrás luego comunicar a todos los que encuentres.
21. Ten un solo objetivo importante: tu deber. No importa si es pequeño o grande, porque
tú colaboras con la obra del Padre celestial. Él ha establecido que éste sea el trabajo
que debes cumplir para realizar su plan en la historia (cfr. Lc 2, 49; Jn 17, 4). Muchas
personas se inventan modos complicados de practicar la virtud y luego se lamentan de las
dificultades que de ellos se derivan. Pero cumplir el deber del propio estado es la forma
más segura y más simple de perfección espiritual que podamos seguir.
22. Ten un solo modo de llegar a ser santo: la gracia de Dios y tu voluntad (cfr. 1 Co 15,
10). Dios no dejará que te falte su gracia: pero ¿tu voluntad es suficientemente fuerte?
23. Una sola recompensa: Dios mismo. Cuando Dios le dijo a santo Tomás de Aquino: «Has
escrito bien acerca de mí, Tomás: ¿qué recompensa quieres?», santo Tomás respondió:
«¡Sólo a Ti, Señor!».
24. ...tienes una patria.
La campana suena, grave, profunda,
Vietnam ora.
La campana sigue sonando, lacerante, llena de conmoción,
Vietnam llora.
La campana se oye de nuevo, vibrante, patética,
Vietnam triunfa.
La campana vuelve a tocar, cristalina, Vietnam espera.
Tú tienes una patria, Vietnam.
Un país muy querido,
que a través de los siglos
es tu orgullo, tu gozo,
ama sus montañas y sus ríos,
sus paisajes de brocado y de raso,
ama su historia gloriosa,
ama a su pueblo laborioso,
ama a sus heroicos defensores.
Los ríos corren impetuosos
como corre la sangre de su pueblo,
sus montañas son elevadas,
pero más elevados aún son los huesos
que allí se amontonan.
¡La tierra es estrecha, pero amplia tu ambición,
Pequeño País tantas veces nombrado!
Ayuda a tu patria con toda tu alma séle fiel,
defiéndela con tu cuerpo y con tu sangre,
constrúyela con tu corazón y tu mente,
comparte el gozo de tus hermanos
y la tristeza de tu pueblo.
Un Vietnam, un pueblo,
un alma,
una cultura,
una tradición.
¡Católico vietnamita!
¡Ama mil veces tu patria!
El Señor te lo enseña,
la Iglesia te lo pide.
¡Que el amor por tu país, pueda ser un todo con la sangre
que corre por tus venas!
Oración
«He elegido a Jesús»
Catorce pasos del camino con Jesús
Señor Jesús, en el camino de la esperanza,
desde hace dos mil años,
tu amor, como una ola,
ha arrollado a tantos peregrinos.
Ellos te han amado con un amor palpitante,
con sus pensamientos,
sus palabras y sus acciones.
Te han amado con un corazón
más fuerte que la tentación,
más fuerte que el sufrimiento
y más aún que la muerte.
Ellos han sido en el mundo tu palabra.
Su vida ha sido una revolución
que ha renovado el rostro de la Iglesia.
Contemplando desde mi infancia,
estos fúlgidos modelos,
he tenido un sueño;
ofrecerte mi vida entera,
mi única vida que estoy viviendo,
por un ideal eterno e inalterable.
¡Lo he decidido!
Si cumplo tu voluntad,
Tú realizarás este ideal
y yo me lanzaré en esta
maravillosa aventura.
Te he elegido,
y nunca he tenido añoranzas.
Siento que Tú me dices:
«¡Permanece en mí.
Permanece en mi amor!».
Pero ¿podría permanecer en otro?
sólo el amor puede realizar
este misterio extraordinario.
Comprendo que Tú quieres toda mi vida.
«¡Todo! ¡Y por amor a ti!»
En el camino de la esperanza
sigo cada uno de tus pasos.
1. Tus pasos errantes que caminan hacia el establo de Belén.
2. Tus pasos inquietos en el camino a Egipto.
3. Tus pasos veloces a tu casa de Nazaret.
4. Tus pasos gozosos para subir con tus padres al Templo.
5. Tus pasos fatigados en los treinta años de trabajo.
6. Tus pasos solícitos
en los tres años de anuncio de la Buena Nueva.
7. Tus pasos ansiosos que buscan a la oveja perdida.
8. Tus pasos dolorosos al entrar a Jerusalén.
9. Tus pasos solitarios ante el pretorio.
10. Tus pasos pesados bajo la Cruz en el camino al Calvario.
11. Tus pasos fracasados,
muerto y sepultado,
en una tumba que no es tuya.
Despojado de todo,
sin vestidos, sin un amigo,
abandonado de tu Padre
pero siempre sometido al Padre.
Señor Jesús, arrodillado,
de tú a tú ante el tabernáculo, comprendo:
no podría elegir otro camino,
otro camino más feliz,
aunque, en apariencia,
hay otros más gloriosos.
Pero Tú, amigo eterno,
único amigo de mi vida,
no estás allí presente.
En ti está todo el cielo con la Trinidad,
el mundo entero y la humanidad entera.
Tus sufrimientos son los míos.
Míos todos los sufrimientos de los hombres.
Mío todo lo que no tiene paz ni gozo,
ni belleza ni comodidad ni amabilidad.
Mías todas las tristezas, las desilusiones,
las divisiones, el abandono, las desgracias.
Mío es todo lo tuyo, porque Tú tienes
todo lo que hay en mis hermanos, porque
Tú estás en ellos.
Creo firmemente en Ti, porque tú has dado
12. pasos de triunfo.
«Sé valiente. Yo he vencido al mundo».
Tú me has dicho:
13. «Camina con pasos de gigante.
Ve por todo el mundo,
proclama la Buena Nueva,
enjuga las lágrimas del dolor;
reanima los corazones desalentados,
reúne los corazones divididos,
abraza el mundo con el ardor de tu amor,
acaba con lo que debe ser destruido,
deja en pie sólo la verdad, la justicia,
el amor».
Pero, Señor, iyo conozco mi debilidad!
Líbrame del egoísmo,
de mis seguridades,
para que no tema el sufrimiento
que desgarra.
Soy muy indigno de ser apóstol.
Hazme fuerte ante las dificultades.
Haz que no me preocupe
de la sabiduría del mundo.
Acepto ser tratado como loco
por Jesús, María, José...
Quiero ponerme a prueba,
dispuesto a todas las consecuencias,
despreocupado de todas ellas,
porque me has enseñado
a afrontar todo.
Si me ordenas dirigir valerosos mis pasos
hacia la Cruz,
me dejaré crucificar.
Si me ordenas entrar en el silencio
de tu tabernáculo hasta el fin de los tiempos.
14. Entraré en él
con pasos aventurados.
Perderé todo:
pero me quedarás Tú.
Allí estará tu amor
para inundar mi corazón.
Mi felicidad será total..
Y por eso repito:
Te he elegido.
Sólo te quiero a Ti
y tu gloria.
En la residencia obligatoria en Giang-xá (Vietnam del Norte),
19 de marzo de 1980, solemnidad de san José.