HOMILÍAS DEL PAPA LEÓN XIV

Papa León XIV

Homilía del Papa León XIV en la Santa Misa de clausura del Jubileo de los jóvenes (3 de agosto de 2025)

Queridos jóvenes:

Después de la Vigilia que vivimos juntos ayer por la tarde, volvemos a encontrarnos hoy para celebrar la Eucaristía, Sacramento del don total de sí que el Señor ha hecho por nosotros. Podemos imaginar que recorremos, en esta experiencia, el camino realizado la tarde de Pascua por los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35). Primero se alejaban de Jerusalén atemorizados y desilusionados; se iban convencidos de que, después de la muerte de Jesús, ya no había nada más que hacer, nada que esperar. Y, en cambio, se encontraron precisamente con Él, lo acogieron como compañero de viaje, lo escucharon mientras les explicaba las Escrituras, y finalmente lo reconocieron al partir el pan. Entonces, sus ojos se abrieron y el gozoso anuncio de la Pascua encontró lugar en sus corazones.

La liturgia de hoy no nos habla directamente de este episodio, pero nos ayuda a reflexionar sobre aquello que allí se narra: el encuentro con el Cristo resucitado que cambia nuestra existencia, que ilumina nuestros afectos, deseos y pensamientos.

La primera lectura, del Libro de Qohélet, nos invita a tomar contacto, como los dos discípulos de los que hemos hablado, con la experiencia de nuestros límites, de la finitud de las cosas que pasan (cf. Qo 1,2;2,21-23); y el Salmo responsorial, que le hace eco, nos propone la imagen de «la hierba que brota de mañana: por la mañana brota y florece, y por la tarde se seca y se marchita» (Sal 90,5-6). Son dos referencias fuertes, quizá un poco impactantes, pero que no deben asustarnos, como si fueran argumentos “tabú”, que se deben evitar. La fragilidad de la que hablan, en efecto, forma parte de la maravilla que somos. Pensemos en el símbolo de la hierba: ¿no es hermosísimo un prado florecido? Ciertamente, es delicado, hecho con tallos delgados, vulnerables, propensos a secarse, doblarse, quebrarse; pero, al mismo tiempo, son reemplazados rápidamente por otros que florecen después de ellos; y los primeros se vuelven generosamente para estos alimento y abono, al consumirse en el terreno. Así vive el campo, renovándose continuamente, e incluso durante los meses fríos del invierno, cuando todo parece callar, su energía vibra bajo tierra y se prepara para explotar en miles de colores durante la primavera.

También nosotros, queridos amigos, somos así; hemos sido hechos para esto. No para una vida donde todo es firme y seguro, sino para una existencia que se regenera constantemente en el don, en el amor. Y por eso aspiramos continuamente a un “más” que ninguna realidad creada nos puede dar; sentimos una sed tan grande y abrasadora, que ninguna bebida de este mundo puede saciar. No engañemos nuestro corazón ante esta sed, buscando satisfacerla con sucedáneos ineficaces. Más bien, escuchémosla. Hagámonos de ella un taburete para subir y asomarnos, como niños, de puntillas, a la ventana del encuentro con Dios. Nos encontraremos ante Él, que nos espera; más bien, que llama amablemente a la puerta de nuestra alma (cf. Ap 3,20). Y es hermoso, también con veinte años, abrirle de par en par el corazón, permitirle entrar, para después aventurarnos con Él hacia espacios eternos del infinito.

San Agustín, hablando de su intensa búsqueda de Dios, se preguntaba: «¿Qué es, entonces, esa cosa tan esperada […]? ¿La tierra? No. ¿Algo que se origina en la tierra, como el oro, la plata, el árbol, la mies, el agua? […] Todas estas cosas causan deleite, son hermosas, son buenas» (Sermón 313/F, 3). Y concluía: «Busca a quien las hizo: él es tu esperanza» (ibíd.). Pensando, luego, en el camino que había recorrido, rezaba diciendo: «Y he aquí que tú [Señor] estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba buscando […]. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia y respiré, y ya suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz» (Confesiones, 10, 27).

Hermanas y hermanos, son palabras muy hermosas, que nos recuerdan lo que decía el Papa Francisco en Lisboa, durante la Jornada Mundial de la Juventud, a otros jóvenes como ustedes: «Cada uno está llamado a confrontarse con grandes preguntas que no tienen […] una respuesta simplista o inmediata, sino que invitan a emprender un viaje, a superarse a sí mismos, a ir más allá […], a un despegue sin el cual no hay vuelo.No nos alarmemos, entonces, si nos encontramos interiormente sedientos, inquietos, incompletos, deseosos de sentido y de futuro […]. ¡No estamos enfermos, estamos vivos!» (Discurso en el encuentro con los jóvenes universitarios, 3 agosto 2023).

Hay una inquietud importante en nuestro corazón, una necesidad de verdad que no podemos ignorar, que nos lleva a preguntarnos: ¿qué es realmente la felicidad? ¿Cuál es el verdadero sabor de la vida? ¿Qué es lo que nos libera de los pantanos del sinsentido, del aburrimiento y de la mediocridad?

Durante los días pasados ustedes han tenido muchas experiencias hermosas. Se han encontrado entre coetáneos provenientes de diferentes partes del mundo, pertenecientes a culturas distintas. Han intercambiado conocimientos, han compartido expectativas, han dialogado con la ciudad a través del arte, la música, la informática y el deporte. Después, en el Circo Máximo, acercándose al Sacramento de la Penitencia, han recibido el perdón de Dios y le han pedido su ayuda para una vida buena.

De todo esto se puede deducir una respuesta importante: la plenitud de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos ni de lo que poseemos, como hemos escuchado en el Evangelio (cf. Lc 12,13-21); más bien, está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría (cf. Mt 10,8-10; Jn 6,1-13). Comprar, acumular, consumir no es suficiente. Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las «cosas celestiales» (Col 3,2), para darnos cuenta de que todo tiene sentido, entre las realidades del mundo, sólo en la medida en que sirve para unirnos a Dios y a los hermanos en la caridad, haciendo crecer en nosotros “sentimientos de profunda compasión, de benevolencia, de humildad, de dulzura, de paciencia” (cf. Col 3,12), de perdón (cf. ibíd., v. 13) y de paz (cf. Jn 14,27), como los de Cristo (cf. Flp 2,5). Y en este horizonte comprenderemos cada vez mejor lo que significa que «la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,5).

Muy queridos jóvenes, nuestra esperanza es Jesús. Es Él, como decía san Juan Pablo II, «el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, […] para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna» (XV Jornada Mundial de la Juventud, Vigilia de oración, 19 agosto 2000). Mantengámonos unidos a Él, permanezcamos en su amistad, siempre, cultivándola con la oración, la adoración, la comunión eucarística, la confesión frecuente, la caridad generosa, como nos han enseñado los beatos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, que próximamente serán proclamados santos. Aspiren a cosas grandes, a la santidad, allí donde estén. No se conformen con menos. Entonces verán crecer cada día la luz del Evangelio, en ustedes mismos y a su alrededor.

Los encomiendo a María, la Virgen de la esperanza. Con su ayuda, al regresar a sus países en los próximos días, en cada parte del mundo, sigan caminando con alegría tras las huellas del Salvador, y contagien a los que encuentren con el entusiasmo y el testimonio de su fe. ¡Buen camino!



Saludo del Papa León XIV a influencers y misioneros digitales (29 de julio de 2025)

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

La paz esté con ustedes.

Queridos hermanos y hermanas, hemos comenzado con este saludo: La paz esté con ustedes.

Y cuánto necesitamos la paz en nuestro tiempo, desgarrado por la enemistad y las guerras. Y cuánto nos llama hoy al testimonio el saludo del Resucitado: «La paz esté con ustedes» (Jn 20,19). La paz esté con todos nosotros. En nuestros corazones y en nuestras acciones.

Esta es la misión de la Iglesia: anunciar la paz al mundo. La paz que viene del Señor, que venció a la muerte, que nos trae el perdón de Dios, que nos da la vida del Padre, que nos indica el camino del Amor.

1. Es la misión que la Iglesia les confía hoy también a ustedes, que están aquí en Roma para su Jubileo, que han venido a renovar el compromiso de alimentar con esperanza cristiana las redes sociales y los entornos digitales. La paz necesita ser buscada, anunciada, compartida en todos los lugares; tanto en los dramáticos escenarios de guerra, como en los corazones vacíos de quienes han perdido el sentido de la existencia y el gusto por la interioridad, el gusto por la vida espiritual. Y hoy, quizás más que nunca, necesitamos discípulos misioneros que lleven al mundo el don del Resucitado; que den voz a la esperanza que nos da Jesús vivo, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,3-8); que lleguen a dondequiera que haya un corazón que espera, un corazón que busca, un corazón que necesita. Sí, hasta los confines de la tierra, hasta los confines existenciales donde no hay esperanza.



2. Hay un segundo reto en esta misión: buscar siempre la “carne sufriente de Cristo” en cada hermano y hermana con los que nos encontramos en internet. Hoy nos encontramos en una nueva cultura, profundamente caracterizada y formada por la tecnología. Depende de nosotros, depende de cada uno de ustedes, garantizar que esta cultura siga siendo humana.

La ciencia y la tecnología influyen en la forma en que nosotros vivimos en el mundo, afectando incluso al modo de entendernos a nosotros mismos, de relacionarnos con Dios y los unos con los otros. Pero nada de lo que proviene del hombre y su creatividad debe utilizarse para socavar la dignidad de los demás. Nuestra misión, la misión de ustedes, es nutrir una cultura de humanismo cristiano, y hacerlo juntos. Esta es la belleza de la “red” para todos nosotros.

Frente a los cambios culturales a lo largo de la historia, la Iglesia nunca se ha mantenido pasiva; siempre ha tratado de iluminar cada época con la luz y la esperanza de Cristo, discerniendo el bien del mal y lo que era bueno de lo que debía cambiarse, transformarse y purificarse.

Hoy nos encontramos en una cultura en la que la dimensión tecnológica está presente en casi todo, especialmente ahora que la adopción generalizada de la inteligencia artificial marcará una nueva era en la vida de las personas y de la sociedad en su conjunto. Este es un desafío que debemos afrontar: reflexionar sobre la autenticidad de nuestro testimonio, sobre nuestra capacidad de escuchar y hablar, y sobre nuestra capacidad de comprender y ser comprendidos. Tenemos el deber de trabajar juntos para desarrollar una forma de pensar y un lenguaje de nuestro tiempo que dé voz al Amor.

No se trata simplemente de generar contenido, sino de crear un encuentro entre corazones. Esto implicará buscar a los que sufren, a los que necesitan conocer al Señor, para que puedan sanar sus heridas, volver a levantarse y encontrar sentido a sus vidas. Este proceso comienza, antes que nada, con la aceptación de nuestra propia pobreza, dejando de lado toda pretensión y reconociendo nuestra innata necesidad del Evangelio. Y este proceso es un reto de la comunidad.

3. Y esto nos lleva a un tercer llamado y por eso les hago un llamado a todos ustedes: “que vayan a reparar las redes”. Jesús llamó a sus primeros apóstoles mientras reparaban sus redes de pescadores (cf. Mt 4,21-22). También lo pide a nosotros, es más, nos pide hoy construir otras redes: redes de relaciones, redes de amor, redes de intercambio gratuito, en las que la amistad sea auténtica y sea profunda. Redes donde se pueda reparar lo que ha sido roto, donde se pueda poner remedio a la soledad, sin importar el número de los seguidores —los follower—, sino experimentando en cada encuentro la grandeza infinita del Amor. Redes que abran espacio al otro, más que a sí mismos, donde ninguna “burbuja de filtros” pueda apagar la voz de los más débiles. Redes que liberen, redes que salven. Redes que nos hagan redescubrir la belleza de mirarnos a los ojos. Redes de verdad. De este modo, cada historia de bien compartido será el nudo de una única e inmensa red: la red de redes, la red de Dios.

Sean entonces ustedes agentes de comunión, capaces de romper la lógica de la división y de la polarización; del individualismo y del egocentrismo. Céntrense en Cristo, para vencer la lógica del mundo, de las fake news y de la frivolidad, con la belleza y la luz de la verdad (cf. Jn 8,31-32).

Y ahora, antes de despedirme con la bendición, encomendando al Señor el testimonio de todos ustedes, quiero darles las gracias por todo el bien que han hecho y hacen en sus vidas, por los sueños que persiguen, por su amor al Señor Jesús, por su amor a la Iglesia, por la ayuda que prestan a los que sufren y por su camino en las vías digitales.


Diálogo del Papa León XIV con los jóvenes en la vigilia del Jubileo (2 de agosto de 2025)

Pregunta 1 – Amistad

Santo Padre, soy Dulce María, tengo 23 años y vengo de México. Me dirijo a usted haciéndome portavoz de una realidad que vivimos los jóvenes en tantas partes del mundo. Somos hijos de nuestro tiempo. Vivimos en una cultura que nos pertenece y que, sin darnos cuenta, nos va moldeando; está marcada por la tecnología, especialmente en el ámbito de las redes sociales. Frecuentemente, nos ilusionamos de tener muchos amigos y de crear relaciones cercanas, mientras que cada vez más seguido experimentamos diversas formas de soledad. Estamos cerca y conectados con tantas personas y, sin embargo, no son relaciones verdaderas y duraderas, sino efímeras y comúnmente ilusorias.

Santo Padre, mi pregunta es: ¿cómo podemos encontrar una amistad sincera y un amor genuino que nos lleven a la verdadera esperanza? ¿Cómo la fe puede ayudarnos a construir nuestro futuro?

Queridos jóvenes, las relaciones humanas, nuestras relaciones con otras personas son indispensables para cada uno de nosotros, empezando por el hecho de que todos los hombres y mujeres del mundo nacen como hijos de alguien. Nuestra vida comienza con un vínculo y es a través de los vínculos que crecemos. En este proceso, la cultura juega un papel fundamental: es el código con el que nos entendemos a nosotros mismos e interpretamos el mundo. Como un diccionario, cada cultura contiene tanto palabras nobles como palabras vulgares, valores y errores que hay que aprender a reconocer. Buscando con pasión la verdad, no sólo recibimos una cultura, sino que la transformamos a través de elecciones de vida. La verdad, en efecto, es un vínculo que une las palabras a las cosas, los nombres a los rostros. La mentira, en cambio, separa estos aspectos, generando confusión y malentendidos.

Ahora, entre las muchas conexiones culturales que caracterizan nuestra vida, internet y las redes sociales se han convertido en «una extraordinaria oportunidad de diálogo, encuentro e intercambio entre personas, así como de acceso a la información y al conocimiento» (Papa Francisco, Christus vivit, 87). Sin embargo, estos instrumentos resultan ambiguos cuando están dominados por lógicas comerciales e intereses que rompen nuestras relaciones en mil intermitencias. A este respecto, el Papa Francisco recordaba que a veces los «mecanismos de la comunicación, de la publicidad y de las redes sociales pueden ser utilizados para volvernos seres adormecidos, dependientes del consumo» (Christus vivit, 105). Entonces nuestras relaciones se vuelven confusas, ansiosas o inestables. Además, como saben hoy en día hay algoritmos que nos dicen lo que tenemos que ver, lo que tenemos que pensar, y quieres deberían ser nuestros amigos. Y entonces nuestras relaciones se vuelven confusas, a veces ansiosas. Es que cuando el instrumento domina al hombre, el hombre se convierte en un instrumento: sí, un instrumento de mercado y a su vez en mercancía. Sólo relaciones sinceras y lazos estables hacen crecer historias de vida buena.

Queridos jóvenes, toda persona desea naturalmente esta vida buena, como los pulmones tienden al aire, ¡pero cuán difícil es encontrarla! Cuán difícil es encontrar una amistad auténtica. Hace siglos, san Agustín captó el profundo deseo de nuestro corazón, es el deseo de todo corazón humano, aun sin conocer el desarrollo tecnológico de hoy. También él pasó por una juventud tempestuosa; pero no se conformó, no silenció el clamor de su corazón. Agustín buscaba la verdad, la verdad que no defrauda, la belleza que no pasa. Y ¿cómo la encontró? ¿Cómo encontró una amistad sincera, un amor capaz de dar esperanza? Encontrando a quien ya lo estaba buscando, encontrando a Jesucristo. ¿Cómo construyó su futuro? Siguiéndolo a Él, su amigo desde siempre. En palabras suyas: “Ninguna amistad es fiel sino en Cristo”. San Agustín nos dice: “No hay amistad que sea fiel si no es en Cristo”. Y la verdadera amistad es siempre en Jesucristo con verdad, amor y respeto. “Y sólo en Él puede ser feliz y eterna” (cf. Réplica a las dos cartas de los pelagianos, I, I, 1); «Ama verdaderamente al amigo quien ama a Dios en el amigo» (Sermón 336, 2), nos dice san Agustín. La amistad con Cristo, que está en la base de la fe, no es sólo una ayuda entre muchas otras para construir el futuro, es nuestra estrella polar. Como escribía el beato Pier Giorgio Frassati, «vivir sin fe, sin un patrimonio que defender, sin sostener una lucha por la Verdad no es vivir, sino ir tirando» (Cartas, 27 de febrero de 1925). Cuando nuestras amistades reflejan este intenso vínculo con Jesús, ciertamente se vuelven sinceras, generosas y verdaderas.

Queridos jóvenes, ámense los unos a los otros. Ámense en Cristo. Sepan ver a Jesús en los demás. La amistad puede cambiar verdaderamente el mundo. La amistad es el camino por la paz. La amistad es el camino por la paz.

Pregunta 2 – El valor de decidir

Santo Padre, me llamo Gaia, tengo diecinueve años y soy italiana. Esta noche todos los jóvenes aquí presentes quisiéramos hablar de nuestros sueños, esperanzas y dudas. Nuestros años están marcados por las decisiones importantes que estamos llamados a tomar para orientar nuestra vida futura. Sin embargo, por el clima de incertidumbre que nos circunda, la tentación de ir posponiendo tales decisiones y el miedo a un futuro desconocido nos paraliza. Sabemos que optar equivale a renunciar a algo y esto nos bloquea, a pesar de ello percibimos que la esperanza nos muestra objetivos alcanzables por más que estén marcados por la precariedad del tiempo actual.

Santo Padre, le preguntamos: ¿dónde podemos encontrar el valor para decidir? ¿Cómo podemos ser valientes y vivir la aventura de la libertad viva, tomando decisiones radicales y cargadas de significado?

Gracias por esta pregunta. La pregunta es ¿cómo encontrar la valentía de escoger? ¿Dónde podemos encontrar el valor para elegir y tomar decisiones acertadas? La decisión es un acto humano fundamental. Observándolo con atención, entendemos que no se trata sólo de elegir algo, sino de optar por alguien. Cuando elegimos, en sentido profundo, decidimos qué queremos llegar a ser. La opción por excelencia, en efecto, es la decisión sobre nuestra vida: ¿qué tipo de hombre quieres ser?, ¿qué clase de mujer quieres ser? Queridos jóvenes, se aprende a elegir a través de las pruebas de la vida, y en primer lugar recordando que nosotros hemos sido elegidos. Este recuerdo debe explorarse y educarse. Hemos recibido la vida gratis, sin elegirla. No somos fruto de nuestra decisión, sino de un amor que nos ha querido. En el curso de la existencia, se demuestra verdaderamente amigo quien nos ayuda a reconocer y renovar esta gracia en las decisiones que estamos llamados a tomar.

Queridos jóvenes, es cierto lo que han dicho: “optar equivale también a renunciar a algo y esto a veces nos bloquea”. Para ser libres, es necesario partir de un fundamento estable, de la roca que sostiene nuestros pasos. Esta roca es un amor que nos precede, nos sorprende y nos supera infinitamente: el amor de Dios. Por eso, ante Él la decisión es un juicio que no nos quita ningún bien, sino que siempre nos lleva a lo mejor.

La valentía de elegir surge del amor que Dios nos manifiesta en Cristo. Él es quien nos ha amado con todo su ser salvando el mundo y mostrándonos así que el camino para realizarnos como personas es dar la vida. Por eso, el encuentro con Jesús corresponde a las esperanzas más profundas de nuestro corazón, porque Jesús es el Amor de Dios hecho hombre.

A este respecto, hace veinticinco años, precisamente en el lugar donde nos encontramos, san Juan Pablo II dijo: «es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar» (Vigilia de oración en la XV Jornada Mundial de la Juventud, 19 agosto 2000). El miedo deja entonces espacio a la esperanza, porque estamos seguros de que Dios lleva a término lo que comienza.

Reconozcamos su fidelidad en las palabras de quien ama de verdad, porque ha sido realmente amado. “Tú eres mi vida, Señor”, es lo que un sacerdote o una consagrada pronuncian llenos de alegría y de libertad. “Tú eres mi vida, Señor”. “Te recibo como mi esposa y como mi esposo” es la frase que transforma el amor del hombre y de la mujer en un signo eficaz del amor de Dios en el matrimonio. Estas opciones radicales, opciones llenas de significado: el matrimonio, el orden sagrado, la consagración religiosa, expresan el don de uno mismo, libre y liberador, que nos hace auténticamente felices. Y ahí encontramos la felicidad, cuando aprendemos a darnos a nosotros mismos. A dar la vida por los demás.

Estas decisiones dan sentido a nuestra vida, transformándola según la imagen del Amor perfecto, que la ha creado y redimido de todo mal, incluso de la muerte. Digo esto esta noche pensando en las dos chicas, María, de veinte años, española, y Pascale, de dieciocho, egipcia. Ambas habían decidido venir a Roma para el Jubileo de los Jóvenes, y en estos días les ha llegado la muerte. Recemos juntos por ellas; recemos también por sus familiares, sus amigos y sus comunidades. Jesús Resucitado las acoja en la paz y en la alegría de su reino. Y quisiera pedirles sus oraciones por otro amigo; un muchacho español, Ignacio Gonzálvez, que ha sido ingresado en el hospital “Bambino Gesù”. Recemos por él, por su salud.

Encontrar el valor de tomar decisiones difíciles y de decir al Jesús: “Tú eres mi vida, Señor”. “Señor, tú eres mi vida”. Gracias.

Pregunta 3 – Llamada al bien

Santo Padre, me llamo Will. Tengo veinte años y soy de los Estados Unidos. Me gustaría hacerle una pregunta en nombre de tantos jóvenes que anhelan, en sus corazones, algo más profundo. Nos sentimos atraídos por la vida interior, aunque a primera vista se nos juzgue como una generación superficial e irreflexiva. En lo más profundo de nuestro ser, nos sentimos atraídos por lo bello y lo bueno como fuentes de verdad. El valor del silencio, como en esta Vigilia, nos fascina, aunque a veces nos infunda temor por la sensación de vacío. Santo Padre, me gustaría preguntarle: ¿cómo podemos encontrar verdaderamente al Señor Resucitado en nuestras vidas y estar seguros de su presencia incluso en medio de las pruebas y las incertidumbres?

Para dar inicio a este Año Jubilar, el Papa Francisco publicó el documento titulado Spes non confundit, que significa «la esperanza no defrauda». En ese documento, escribió: «En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien» (Spes non confundit, 1). En la Biblia, la palabra “corazón” suele referirse al ser más íntimo de una persona, que incluye nuestra conciencia. Nuestra comprensión de lo que es bueno, entonces, refleja cómo nuestra conciencia ha sido moldeada por las personas que forman parte de nuestra vida; aquellas que fueron amables con nosotros, aquellas que nos escucharon con amor, aquellas que nos ayudaron. Esas personas contribuyeron a modelarte en la bondad y, por lo tanto, a formar tu conciencia para buscar el bien en tus decisiones de cada día.

Queridos jóvenes, Jesús es el amigo que siempre nos acompaña en la formación de nuestra conciencia. Si realmente quieren encontrar al Señor resucitado, escuchen su palabra, que es el Evangelio de la salvación. Reflexionen sobre su forma de vivir, busquen la justicia para construir un mundo más humano. Sirvan a los pobres y den testimonio así del bien que siempre nos gustaría recibir de nuestros vecinos. Estén unidos a Jesucristo en la Eucaristía. Adoren a Cristo en el Santísimo Sacramento, fuente de vida eterna. Estudien, trabajen y amen siguiendo el ejemplo de Jesús, el buen Maestro que siempre camina a nuestro lado.

En cada paso, mientras buscamos lo que es bueno, pidámosle: quédate con nosotros, Señor (cf. Lc 24,29). Quédate con nosotros, porque sin ti no podemos hacer el bien que deseamos. Tú quieres nuestro bien; de hecho Señor, tú eres nuestro bien. Quienes te encuentran también quieren que otros te encuentren, porque tu palabra es una luz más brillante que cualquier estrella, que ilumina incluso la noche más oscura. Al Papa Benedicto XVI le gustaba decir que quienes creen nunca están solos. En otras palabras, encontramos a Cristo en la Iglesia, es decir, en la comunión de quienes lo buscan sinceramente. El Señor mismo nos reúne para formar comunidad, no cualquier comunidad, sino una comunidad de creyentes que se apoyan mutuamente. ¡Cuánto necesita el mundo misioneros del Evangelio que sean testigos de justicia y paz! ¡Cuánto necesita el futuro hombres y mujeres que sean testigos de esperanza! Queridos jóvenes, ¡esta es la tarea que el Señor resucitado nos confía a cada uno de nosotros!

San Agustín escribió: «Tú mismo lo mueves a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. [...] Que yo, Señor, te busque invocándote y te invoque creyendo en ti» (Confesiones, I, 1). Siguiendo esas palabras de Agustín, y en respuesta a sus preguntas, me gustaría invitar a cada uno de ustedes a decirle al Señor: “Gracias, Jesús, por llamarme. Mi deseo es seguir siendo uno de tus amigos, para que, abrazándote, yo también pueda ser un compañero de todos los que encuentre en el camino. Concédeme, Señor, que aquellos que me encuentren puedan encontrarte a ti, incluso a través de mis limitaciones y debilidades”. Al rezar con estas palabras, nuestro diálogo continuará cada vez que miremos al Señor crucificado, porque nuestros corazones estarán unidos en Él. Cada vez que adoremos a Cristo en la Eucaristía, nuestros corazones se unirán en Él. Por último, mi oración por ustedes es que perseveren en la fe, con gozo y valentía.Y podemos decir: “Gracias Jesús por amarnos”. “Gracias Jesús por habernos llamado”. “Quédate con nosotros Señor”.

Saludo al final de la celebración:

Quisiera agradecer al coro, la música. Gracias por acompañarnos. Gracias a todos ustedes. Gracias. Por favor, descansen un poco. Nos rencontraremos aquí mañana por la mañana para la celebración de la Santa Misa. Felicidades a todos. Buenas noches.


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