El milagro eucarístico de Siena
El milagro eucarístico permanente de Siena se manifiesta en la prodigiosa conservación contra toda ley física, química o biológica de 223 hostias frágiles, consagradas el 14 de agosto de 1730 en la basílica de San Francisco de Siena y en la misma noche, sacrílegamente profanadas por ladrones desconocidos, ávidos del sagrado vaso de plata que las guardaba.
Gracias a la
diligentísima búsqueda realizada por las autoridades religiosas y civiles, las sagradas
Partículas fueron encontradas, casualmente, la mañana del 17 de agosto en el vecino
santuario de Santa María de Provenzano, donde los sacrílegos ladrones las habían echado
dentro de una caja de limosnas.
Caídas en medio del polvo, de las telarañas y del dinero de la caja, fueron piadosamente
recogidas, cuidadosamente examinadas y debidamente identificadas. Tributado un homenaje de
adoración y reparación por el pueblo, con una solemnísima procesión, fueron llevadas a
San Francisco, en una apoteosis de cantos y de oraciones.
Para satisfacer las
demostraciones de fe y de amor por parte de los fieles que habían acompañado aquellas
Partículas, los religiosos Menores conventuales no las consumieron. El tiempo pasaba,
pero en ellas no se apreciaba ningún signo de alteración, como se hubiera podido
esperar. Evidentemente, en los designios de la Providencia, aquella sacrílega
profanación debía quedar, a través de los siglos, como un apologético testimonio de la
presencia real de Jesús en la Santísima Eucaristía.
Muchas veces, hombres ilustres las han examinado con los medios que el progreso ponía a
su disposición, multiplicando, en el tiempo, causas y elementos que hubieran favorecido
la corrupción (contactos, polvo, humedad). Pero la ciencia ha concluido siempre su examen
afirmando: Las sagradas partículas están todavía frescas, intactas, físicamente
incorruptas, químicamente puras, y no presentan principio alguno de corrupción.
Este fue el veredicto de la Comisión compuesta por eminentes profesores de física,
higiene, química y farmacia, que realizó el gran examen científico del 10 de junio de
1914. Constataciones directas e inmediatas se renovaron en 1922, cuando el cardenal Juan
Tocci puso las Santas Formas en un cilindro de cristal puro de roca.
En 1950, las Hostias Milagrosas fueron cambiadas de ostensorio y puestas en uno más
atractivo y rico que llamó la atención de otro ladrón. Éste, durante la noche del 5 de
agosto,de 1951, cometió otro sacrilegio en contra de las hostias, pero esta vez solo se
llevó el ciborio dejando las hostias en una esquina del tabernáculo. Después de contar
133 hostias, el Arzobispo las guardó selladas en un ciborio de plata. Fueron
fotografiadas y colocadas en un relicario en el cual se encuentran hoy.
Los Obispos y oficiales de la Iglesia fueron, solemnemente, en procesión con las Hostias
a través de la ciudad, y las tuvieron expuestas por un tiempo.
Las hostias milagrosas son expuestas públicamente en varias ocasiones, pero especialmente
el 17 de cada mes, que conmemora el día que fueron encontradas en el año 1730. En la
fiesta de Corpus Christi, las hostias sagradas son llevadas en una triunfante procesión a
través de las calles de Siena.
Las hostias milagrosas han sido visitadas y adoradas por San Juan Bosco , el Papa Juan
XXIII y Juan Pablo II.
El milagro eucarístico permanente de Siena, para el cual el tiempo se ha parado, ofrece a
todos desde el más excéptico al más distraído la posibilidad de ver con los propios
ojos y de tocar con las manos una de las más grandes maravillas de Cristo sobre la
tierra, ante la cual la ciencia ha doblado la frente.
El milagro que
continúa, suscita en todos los hijos de Dios un deseo más ardiente del Pan vivo bajado
del Cielo y un mayor amor hacia Aquel que se ha hecho nuestro compañero de viaje hasta la
consumación de los siglos: por el hombre, por la vida y por la salvación del mundo.
Revista El Granito de Arena ,
octubre 1984.
Volver al índice de milagros eucarísticos
Volver al apartado de la Eucaristía