JORNADA MUNDIAL
DE LA JUVENTUD
MADRID 2011
La jornada mundial de la juventud de Madrid se
celebró del 15 al 21 de agosto de 2011. Fue un gran éxito, gracias a Dios, con una
asistencia de 1.500.000 personas. A continuación, disponen de los discursos que
pronunció Su Santidad el Papa Benedicto XVI durante esos días:
Discurso de
bienvenida en el aeropuerto de Barajas en Madrid
Jueves 18 de agosto de 2011
Majestades,
Señor Cardenal Arzobispo de Madrid,
Señores Cardenales,
Venerados hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio,
Distinguidas Autoridades Nacionales, Autonómicas y Locales,
Querido pueblo de Madrid y de España entera
Gracias, Majestad, por su presencia aquí, junto con la Reina, y por las palabras tan
deferentes y afables que me ha dirigido al darme la bienvenida. Palabras que me hacen
revivir las inolvidables muestras de simpatía recibidas en mis anteriores visitas
apostólicas a España, y muy particularmente en mi reciente viaje a Santiago de
Compostela y Barcelona.
Saludo muy cordialmente a los que estáis aquí reunidos en Barajas, y a cuantos siguen
este acto a través de la radio y la televisión. Y también una mención muy agradecida a
los que con tanta entrega y dedicación, desde instancias eclesiales y civiles, han
contribuido con su esfuerzo y trabajo para que esta Jornada Mundial de la Juventud en
Madrid se desarrolle felizmente y obtenga frutos abundantes.
Deseo también agradecer de todo corazón la hospitalidad de tantas familias, parroquias,
colegios y otras instituciones que han acogido a los jóvenes llegados de todo el mundo,
primero en diferentes regiones y ciudades de España, y ahora en esta gran Villa de
Madrid, cosmopolita y siempre con las puertas abiertas.
Vengo aquí a encontrarme con millares de jóvenes de todo el mundo, católicos,
interesados por Cristo o en busca de la verdad que dé sentido genuino a su existencia.
Llego como Sucesor de Pedro para confirmar a todos en la fe, viviendo unos días de
intensa actividad pastoral para anunciar que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida.
Para impulsar el compromiso de construir el Reino de Dios en el mundo, entre nosotros.
Para exhortar a los jóvenes a encontrarse personalmente con Cristo Amigo y así,
radicados en su Persona, convertirse en sus fieles seguidores y valerosos testigos.
¿Por qué y para qué ha venido esta multitud de jóvenes a Madrid? Aunque la respuesta
deberían darla ellos mismos, bien se puede pensar que desean escuchar la Palabra de Dios,
como se les ha propuesto en el lema para esta Jornada Mundial de la Juventud, de manera
que, arraigados y edificados en Cristo, manifiesten la firmeza de su fe.
Muchos de ellos han oído la voz de Dios, tal vez solo como un leve susurro, que los ha
impulsado a buscarlo más diligentemente y a compartir con otros la experiencia de la
fuerza que tiene en sus vidas. Este descubrimiento del Dios vivo alienta a los jóvenes y
abre sus ojos a los desafíos del mundo en que viven, con sus posibilidades y
limitaciones. Ven la superficialidad, el consumismo y el hedonismo imperantes, tanta
banalidad a la hora de vivir la sexualidad, tanta insolidaridad, tanta corrupción. Y
saben que sin Dios sería arduo afrontar esos retos y ser verdaderamente felices, volcando
para ello su entusiasmo en la consecución de una vida auténtica. Pero con Él a su lado,
tendrán luz para caminar y razones para esperar, no deteniéndose ya ante sus más altos
ideales, que motivarán su generoso compromiso por construir una sociedad donde se respete
la dignidad humana y la fraternidad real.
Aquí, en esta Jornada, tienen una ocasión privilegiada para poner en común sus
aspiraciones, intercambiar recíprocamente la riqueza de sus culturas y experiencias,
animarse mutuamente en un camino de fe y de vida, en el cual algunos se creen solos o
ignorados en sus ambientes cotidianos. Pero no, no están solos. Muchos coetáneos suyos
comparten sus mismos propósitos y, fiándose por entero de Cristo, saben que tienen
realmente un futuro por delante y no temen los compromisos decisivos que llenan toda la
vida.
Por eso me causa inmensa alegría escucharlos, rezar juntos y celebrar la Eucaristía con
ellos. La Jornada Mundial de la Juventud nos trae un mensaje de esperanza, como una brisa
de aire puro y juvenil, con aromas renovadores que nos llenan de confianza ante el mañana
de la Iglesia y del mundo.
Ciertamente, no faltan dificultades. Subsisten tensiones y choques abiertos en tantos
lugares del mundo, incluso con derramamiento de sangre. La justicia y el altísimo valor
de la persona humana se doblegan fácilmente a intereses egoístas, materiales e
ideológicos. No siempre se respeta como es debido el medio ambiente y la naturaleza, que
Dios ha creado con tanto amor.
Muchos jóvenes, además, miran con preocupación el futuro ante la dificultad de
encontrar un empleo digno, o bien por haberlo perdido o tenerlo muy precario e inseguro.
Hay otros que precisan de prevención para no caer en la red de la droga, o de ayuda
eficaz, si por desgracia ya cayeron en ella. No pocos, por causa de su fe en Cristo,
sufren en sí mismos la discriminación, que lleva al desprecio y a la persecución
abierta o larvada que padecen en determinadas regiones y países. Se les acosa queriendo
apartarlos de Él, privándolos de los signos de su presencia en la vida pública, y
silenciando hasta su santo Nombre. Pero yo vuelvo a decir a los jóvenes, con todas las
fuerzas de mi corazón: que nada ni nadie os quite la paz; no os avergoncéis del Señor.
Él no ha tenido reparo en hacerse uno como nosotros y experimentar nuestras angustias
para llevarlas a Dios, y así nos ha salvado.
En este contexto, es urgente ayudar a los jóvenes discípulos de Jesús a permanecer
firmes en la fe y a asumir la bella aventura de anunciarla y testimoniarla abiertamente
con su propia vida. Un testimonio valiente y lleno de amor al hombre hermano, decidido y
prudente a la vez, sin ocultar su propia identidad cristiana, en un clima de respetuosa
convivencia con otras legítimas opciones y exigiendo al mismo tiempo el debido respeto a
las propias.
Majestad, al reiterar mi agradecimiento por la deferente bienvenida que me habéis
dispensado, deseo expresar también mi aprecio y cercanía a todos los pueblos de España,
así como mi admiración por un País tan rico de historia y cultura, por la vitalidad de
su fe, que ha fructificado en tantos santos y santas de todas las épocas, en numerosos
hombres y mujeres que dejando su tierra han llevado el Evangelio por todos los rincones
del orbe, y en personas rectas, solidarias y bondadosas en todo su territorio. Es un gran
tesoro que ciertamente vale la pena cuidar con actitud constructiva, para el bien común
de hoy y para ofrecer un horizonte luminoso al porvenir de las nuevas generaciones. Aunque
haya actualmente motivos de preocupación, mayor es el afán de superación de los
españoles, con ese dinamismo que los caracteriza, y al que tanto contribuyen sus hondas
raíces cristianas, muy fecundas a lo largo de los siglos.
Saludo desde aquí muy cordialmente a todos los queridos amigos españoles y madrileños,
y a los que han venido de tantas otras tierras. Durante estos días estaré junto a
vosotros, teniendo también muy presentes a todos los jóvenes del mundo, en particular a
los que pasan por pruebas de diversa índole. Al confiar este encuentro a la Santísima
Virgen María, y a la intercesión de los santos protectores de esta Jornada, pido a Dios
que bendiga y proteja siempre a los hijos de España. Muchas gracias.
Saludo del Papa en la Plaza de Cibeles
Jueves 18 de agosto de 2011
Queridos jóvenes amigos:
Es una inmensa alegría encontrarme aquí con vosotros, en el centro de esta bella ciudad
de Madrid, cuyas llaves ha tenido la amabilidad de entregarme el Señor Alcalde. Hoy es
también capital de los jóvenes del mundo y donde toda la Iglesia tiene puestos sus ojos.
El Señor nos ha congregado para vivir en estos días la hermosa experiencia de la Jornada
Mundial de la Juventud. Con vuestra presencia y la participación en las celebraciones, el
nombre de Cristo resonará por todos los rincones de esta ilustre Villa.
Y recemos para que su mensaje de esperanza y amor tenga eco también en el corazón de los
que no creen o se han alejado de la Iglesia. Muchas gracias por la espléndida acogida que
me habéis dispensado al entrar en la ciudad, signo de vuestro amor y cercanía al Sucesor
de Pedro.
Saludo al Señor Cardenal Stanislaw Rylko, Presidente del Pontificio Consejo para los
Laicos, y a sus colaboradores en ese Dicasterio, agradeciendo todo el trabajo realizado.
Asimismo, doy las gracias al Señor Cardenal Antonio María Rouco Varela, Arzobispo de
Madrid, por sus amables palabras y el esfuerzo de su archidiócesis, junto con las demás
diócesis de España, en preparar esta Jornada Mundial de la Juventud, para la que se ha
trabajado con generosidad también en tantas otras Iglesias particulares del mundo entero.
Agradezco a las autoridades nacionales, autonómicas y locales su amable presencia y su
generosa colaboración para el buen desarrollo de este gran acontecimiento. Gracias a los
hermanos en el episcopado, a los sacerdotes, seminaristas, personas consagradas y fieles
que están aquí presentes y han venido acompañando a los jóvenes para vivir estos días
intensos de peregrinación al encuentro con Cristo. A todos os saludo cordialmente en el
Señor y os reitero que es una gran dicha estar aquí con todos vosotros. Que la llama del
amor de Cristo nunca se apague en vuestros corazones.
Saludo en francés
Queridos jóvenes de lengua francesa. Os felicito porque habéis venido en gran número a
este encuentro de Madrid. Sed bienvenidos a las Jornadas Mundiales de la Juventud. Tenéis
interrogantes y buscáis respuestas. Es bueno buscar siempre. Buscar sobre todo la Verdad
que no es una idea, una ideología o un eslogan, sino una Persona, Cristo, Dios mismo que
ha venido entre los hombres. Tenéis razón de querer enraizar vuestra fe en Él, y fundar
vuestra vida en Cristo. Él os ama desde siempre y os conoce mejor que nadie. Que estas
jornadas llenas de oración, enseñanza y encuentros, os ayuden a descubrirlo para amarlo
más. Que Cristo os acompañe durante este tiempo intenso en el que todos juntos lo
celebraremos y le rezaremos.]
Saludo en inglés
Dirijo un saludo afectuoso a los numerosos jóvenes de lengua inglesa que han venido a
Madrid. Que estos días de oración, amistad y celebración os acerquen entre vosotros y
al Señor Jesús. Poned en Cristo el fundamento de vuestras vidas. Arraigados y edificados
en él, firmes en la fe y abiertos al poder del Espíritu, encontraréis vuestro puesto en
el plan de Dios y enriqueceréis a la Iglesia con vuestros dones. Recemos unos por otros,
para que hoy y siempre seamos testigos gozosos de Cristo. Que Dios os bendiga.
Saludo en alemán
[Traducción española: Queridos jóvenes de lengua alemana. Os saludo con afecto y me
alegra que hayáis venido en tan gran número. En estos días, juntos confesaremos,
profundizaremos y transmitiremos nuestra fe en Cristo. Tendremos nuevamente esta
experiencia: es Él quien da verdadero sentido a nuestra vida. Abramos nuestro corazón a
Cristo. Que aquí en Madrid Él nos conceda un tiempo colmado de gozo y bendición.
Saludo en italiano
Queridos jóvenes italianos. Os saludo con gran afecto y me alegro por vuestra
participación tan numerosa, animada por el gozo de la fe. Vivid estos días con espíritu
de oración intensa y de fraternidad, dando testimonio de la vitalidad de la Iglesia en
Italia, de las parroquias, asociaciones, movimientos. Compartid con todos esta riqueza.
Gracias.]
Saludo en portugués
Traducción española: Queridos jóvenes de los diversos países de lengua oficial
portuguesa, y todos cuantos os acompañan, sed bienvenidos a Madrid. Os saludo con gran
amistad y os invito a subir hasta la fuente eterna de vuestra juventud y conocer al
protagonista absoluto de esta Jornada Mundial y, espero, de vuestra vida: Cristo Señor.
En estos días, escucharéis resonar personalmente su Palabra. Dejad que esta Palabra
entre y eche raíces en vuestros corazones y, sobre ella, edificad vuestra vida. Firmes en
la fe, seréis un eslabón en la gran cadena de los fieles. No se puede creer sin estar
amparado por la fe de los demás, y con mi fe contribuyo también a ayudar la fe de los
demás. La Iglesia necesita de vosotros y vosotros tenéis necesidad de la Iglesia.
Saludo en polaco
Traducción española: Saludo a los jóvenes procedentes de Polonia, compatriotas del
Beato Juan Pablo II, el iniciador de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Me alegra que
estéis aquí en Madrid. Os deseo unos días felices, días de oración y de
fortalecimiento de vuestros lazos con Jesús. Que os guíe el Espíritu de Dios.
Discurso del Papa
en la Plaza de Cibeles
Jueves 18 de agosto de 2011
Queridos amigos:
Agradezco las cariñosas palabras que me han dirigido los jóvenes representantes de los
cinco continentes. Y saludo con afecto a todos los que estáis aquí congregados, jóvenes
de Oceanía,
África, América, Asia y Europa; y también a los que no pudieron venir. Siempre os tengo
muy presentes y rezo por vosotros. Dios me ha concedido la gracia de poder veros y oíros
más de cerca, y de ponernos juntos a la escucha de su Palabra.
En la lectura que se ha proclamado antes, hemos oído un pasaje del Evangelio en que se
habla de acoger las palabras de Jesús y de ponerlas en práctica. Hay palabras que
solamente sirven para entretener, y pasan como el viento; otras instruyen la mente en
algunos aspectos; las de Jesús, en cambio, han de llegar al corazón, arraigar en él y
fraguar toda la vida.
Sin esto, se quedan vacías y se vuelven efímeras. No nos acercan a Él. Y, de este modo,
Cristo sigue siendo lejano, como una voz entre otras muchas que nos rodean y a las que
estamos tan acostumbrados.
El Maestro que habla, además, no enseña lo que ha aprendido de otros, sino lo que Él
mismo es, el único que conoce de verdad el camino del hombre hacia Dios, porque es Él
quien lo ha abierto para nosotros, lo ha creado para que podamos alcanzar la vida
auténtica, la que siempre vale la pena vivir en toda circunstancia y que ni siquiera la
muerte puede destruir.
El Evangelio prosigue explicando estas cosas con la sugestiva imagen de quien construye
sobre roca firme, resistente a las embestidas de las adversidades, contrariamente a quien
edifica sobre arena, tal vez en un paraje paradisíaco, podríamos decir hoy, pero que se
desmorona con el primer azote de los vientos y se convierte en ruinas.
Queridos jóvenes, escuchad de verdad las palabras del Señor para que sean en vosotros
«espíritu y vida» (Jn 6,63), raíces que alimentan vuestro ser, pautas de conducta que
nos asemejen a la persona de Cristo, siendo pobres de espíritu, hambrientos de justicia,
misericordiosos, limpios de corazón, amantes de la paz.
Hacedlo cada día con frecuencia, como se hace con el único Amigo que no defrauda y con
el que queremos compartir el camino de la vida. Bien sabéis que, cuando no se camina al
lado de Cristo, que nos guía, nos dispersamos por otras sendas, como la de nuestros
propios impulsos ciegos y egoístas, la de propuestas halagadoras pero interesadas,
engañosas y volubles, que dejan el vacío y la frustración tras de sí.
Aprovechad estos días para conocer mejor a Cristo y cercioraros de que, enraizados en
Él, vuestro entusiasmo y alegría, vuestros deseos de ir a más, de llegar a lo más
alto, hasta Dios, tienen siempre futuro cierto, porque la vida en plenitud ya se ha
aposentado dentro de vuestro ser.
Hacedla crecer con la gracia divina, generosamente y sin mediocridad, planteándoos
seriamente la meta de la santidad. Y, ante nuestras flaquezas, que a veces nos abruman,
contamos también con la misericordia del Señor, siempre dispuesto a darnos de nuevo la
mano y que nos ofrece el perdón en el sacramento de la Penitencia.
Al edificar sobre la roca firme, no solamente vuestra vida será sólida y estable, sino
que contribuirá a proyectar la luz de Cristo sobre vuestros coetáneos y sobre toda la
humanidad, mostrando una alternativa válida a tantos como se han venido abajo en la vida,
porque los fundamentos de su existencia eran inconsistentes.
A tantos que se contentan con seguir las corrientes de moda, se cobijan en el interés
inmediato, olvidando la justicia verdadera, o se refugian en pareceres propios en vez de
buscar la verdad sin adjetivos.
Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni
cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que
es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser
sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo
fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están
al acecho. Es importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan
evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios.
Nosotros, en cambio, sabemos bien que hemos sido creados libres, a imagen de Dios,
precisamente para que seamos protagonistas de la búsqueda de la verdad y del bien,
responsables de nuestras acciones, y no meros ejecutores ciegos, colaboradores creativos
en la tarea de cultivar y embellecer la obra de la creación. Dios quiere un interlocutor
responsable, alguien que pueda dialogar con Él y amarle.
Por Cristo lo podemos conseguir verdaderamente y, arraigados en Él, damos alas a nuestra
libertad. ¿No es este el gran motivo de nuestra alegría? ¿No es este un suelo firme
para edificar la civilización del amor y de la vida, capaz de humanizar a todo hombre?
Queridos amigos: sed prudentes y sabios, edificad vuestras vidas sobre el cimiento firme
que es Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros pasos, nada os hará temblar y
en vuestro corazón reinará la paz. Entonces seréis bienaventurados, dichosos, y vuestra
alegría contagiará a los demás.
Se preguntarán por el secreto de vuestra vida y descubrirán que la roca que sostiene
todo el edificio y sobre la que se asienta toda vuestra existencia es la persona misma de
Cristo, vuestro amigo, hermano y Señor, el Hijo de Dios hecho hombre, que da consistencia
a todo el universo. Él murió por nosotros y resucitó para que tuviéramos vida, y
ahora, desde el trono del
Padre, sigue vivo y cercano a todos los hombres, velando continuamente con amor por cada
uno de nosotros.
Encomiendo los frutos de esta Jornada Mundial de la Juventud a la Santísima Virgen
María, que supo decir «sí» a la voluntad de Dios, y nos enseña como nadie la
fidelidad a su divino Hijo, al que siguió hasta su muerte en la cruz. Meditaremos todo
esto más detenidamente en las diversas estaciones del Via crucis. Y pidamos que, como
Ella, nuestro «sí» de hoy a Cristo sea también un «sí» incondicional a su amistad,
al final de esta Jornada y durante toda nuestra vida.
Muchas gracias.
Discurso del Papa a las jóvenes religiosas en el monasterio de El Escorial
Viernes 19 de agosto de 2011
Queridas jóvenes religiosas:
Dentro de la Jornada Mundial de la Juventud que estamos celebrando en Madrid, es un gozo
grande poder encontrarme con vosotras, que habéis consagrado vuestra juventud al Señor,
y os doy las gracias por el amable saludo que me habéis dirigido.
Agradezco al Señor Cardenal Arzobispo de Madrid que haya previsto este encuentro en un
marco tan evocador como es el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Si su célebre
Biblioteca custodia importantes ediciones de la Sagrada Escritura y de Reglas monásticas
de varias familias religiosas, vuestra vida de fidelidad a la llamada recibida es también
una preciosa manera de guardar la Palabra del Señor que resuena en vuestras formas de
espiritualidad.
Queridas hermanas, cada carisma es una palabra evangélica que el Espíritu Santo recuerda
a su Iglesia (cf. Jn 14, 26). No en vano, la Vida Consagrada «nace de la escucha de la
Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida. En este sentido, el vivir
siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente, se convierte en "exégesis" viva de
la Palabra de Dios... De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada
regla, dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad
evangélica» (Exh. apostólica Verbum Domini, 83).
La radicalidad evangélica es estar "arraigados y edificados en Cristo, y firmes en
la fe" (cf. Col, 2,7), que en la Vida Consagrada significa ir a la raíz del amor a
Jesucristo con un corazón indiviso, sin anteponer nada a ese amor (cf. San Benito, Regla,
IV, 21), con una pertenencia esponsal como la han vivido los santos, al estilo de Rosa de
Lima y Rafael Arnáiz, jóvenes patronos de esta Jornada Mundial de la Juventud.
El encuentro personal con Cristo que nutre vuestra consagración debe testimoniarse con
toda su fuerza transformadora en vuestras vidas; y cobra una especial relevancia hoy,
cuando «se constata una especie de "eclipse de Dios", una cierta amnesia, más
aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida,
con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza» (Mensaje para la
XXVI Jornada Mundial de la Juventud 2011, 1). Frente al relativismo y la mediocridad,
surge la necesidad de esta radicalidad que testimonia la consagración como una
pertenencia a Dios sumamente amado.
Dicha radicalidad evangélica de la Vida Consagrada se expresa en la comunión filial con
la Iglesia, hogar de los hijos de Dios que Cristo ha edificado. La comunión con los
Pastores, que en nombre del Señor proponen el depósito de la fe recibido a través de
los Apóstoles, del Magisterio de la Iglesia y de la tradición cristiana. La comunión
con vuestra familia religiosa, custodiando su genuino patrimonio espiritual con gratitud,
y apreciando también los otros carismas. La comunión con otros miembros de la Iglesia
como los laicos, llamados a testimoniar desde su vocación específica el mismo evangelio
del Señor.
Finalmente, la radicalidad evangélica se expresa en la misión que Dios ha querido
confiaros.
Desde la vida contemplativa que acoge en sus claustros la Palabra de Dios en silencio
elocuente y adora su belleza en la soledad por Él habitada, hasta los diversos caminos de
vida apostólica, en cuyos surcos germina la semilla evangélica en la educación de
niños y jóvenes, el cuidado de los enfermos y ancianos, el acompañamiento de las
familias, el compromiso a favor de la vida, el testimonio de la verdad, el anuncio de la
paz y la caridad, la labor misionera y la nueva evangelización, y tantos otros campos del
apostolado eclesial.
Queridas hermanas, este es el testimonio de la santidad a la que Dios os llama, siguiendo
muy de cerca y sin condiciones a Jesucristo en la consagración, la comunión y la
misión. La Iglesia necesita de vuestra fidelidad joven arraigada y edificada en Cristo.
Gracias por vuestro "sí" generoso, total y perpetuo a la llamada del Amado. Que
la Virgen María sostenga y acompañe vuestra juventud consagrada, con el vivo deseo de
que interpele, aliente e ilumine a todos los jóvenes.
Con estos sentimientos, pido a Dios que recompense copiosamente la generosa contribución
de la Vida Consagrada a esta Jornada Mundial de la Juventud, y en su nombre os bendigo de
todo corazón. Muchas gracias.
Discurso del Papa a jóvenes profesores universitarios en la Basílica San Lorenzo de El
Escorial
Viernes 19 de agosto de 2011
Señor Cardenal Arzobispo de
Madrid,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Queridos Padres Agustinos,
Queridos Profesores y Profesoras,
Distinguidas Autoridades,
Amigos todos
Esperaba con ilusión este encuentro con vosotros, jóvenes profesores de las
universidades españolas, que prestáis una espléndida colaboración en la difusión de
la verdad, en circunstancias no siempre fáciles.
Os saludo cordialmente y agradezco las amables palabras de bienvenida, así como la
música interpretada, que ha resonado de forma maravillosa en este monasterio de gran
belleza artística, testimonio elocuente durante siglos de una vida de oración y estudio.
En este emblemático lugar, razón y fe se han fundido armónicamente en la austera piedra
para modelar uno de los monumentos más renombrados de España.
Saludo también con particular afecto a aquellos que en estos días habéis participado en
Ávila en el Congreso Mundial de Universidades Católicas, bajo el lema: "Identidad y
misión de la Universidad Católica".
Al estar entre vosotros, me vienen a la mente mis primeros pasos como profesor en la
Universidad de Bonn. Cuando todavía se apreciaban las heridas de la guerra y eran muchas
las carencias materiales, todo lo suplía la ilusión por una actividad apasionante, el
trato con colegas de las diversas disciplinas y el deseo de responder a las inquietudes
últimas y fundamentales de los alumnos.
Esta "universitas" que entonces viví, de profesores y estudiantes que buscan
juntos la verdad en todos los saberes, o como diría Alfonso X el Sabio, ese
"ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender los
saberes" (Siete Partidas, partida II, tít. XXXI), clarifica el sentido y hasta la
definición de la Universidad.
En el lema de la presente Jornada Mundial de la Juventud: "Arraigados y edificados en
Cristo, firmes en la fe" (cf. Col 2, 7), podéis también encontrar luz para
comprender mejor vuestro ser y quehacer. En este sentido, y como ya escribí en el Mensaje
a los jóvenes como preparación para estos días, los términos "arraigados,
edificados y firmes" apuntan a fundamentos sólidos para la vida (cf. n. 2).
Pero, ¿dónde encontrarán los jóvenes esos puntos de referencia en una sociedad
quebradiza e inestable? A veces se piensa que la misión de un profesor universitario sea
hoy exclusivamente la de formar profesionales competentes y eficaces que satisfagan la
demanda laboral en cada preciso momento.
También se dice que lo único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera
capacitación técnica. Ciertamente, cunde en la actualidad esa visión utilitarista de la
educación, también la universitaria, difundida especialmente desde ámbitos
extrauniversitarios.
Sin embargo, vosotros que habéis vivido como yo la Universidad, y que la vivís ahora
como docentes, sentís sin duda el anhelo de algo más elevado que corresponda a todas las
dimensiones que constituyen al hombre. Sabemos que cuando la sola utilidad y el
pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser
dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta
el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia
superior al mero cálculo de poder. En cambio, la genuina idea de Universidad es
precisamente lo que nos preserva de esa visión reduccionista y sesgada de lo humano.
En efecto, la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca
la verdad propia de la persona humana. Por ello, no es casualidad que fuera la Iglesia
quien promoviera la institución universitaria, pues la fe cristiana nos habla de Cristo
como el Logos por quien todo fue hecho (cf. Jn 1,3), y del ser humano creado a imagen y
semejanza de Dios.
Esta buena noticia descubre una racionalidad en todo lo creado y contempla al hombre como
una criatura que participa y puede llegar a reconocer esa racionalidad. La Universidad
encarna, pues, un ideal que no debe desvirtuarse ni por ideologías cerradas al diálogo
racional, ni por servilismos a una lógica utilitarista de simple mercado, que ve al
hombre como mero consumidor.
He ahí vuestra importante y vital misión. Sois vosotros quienes tenéis el honor y la
responsabilidad de transmitir ese ideal universitario: un ideal que habéis recibido de
vuestros mayores, muchos de ellos humildes seguidores del Evangelio y que en cuanto tales
se han convertido en gigantes del espíritu. Debemos sentirnos sus continuadores en una
historia bien distinta de la suya, pero en la que las cuestiones esenciales del ser humano
siguen reclamando nuestra atención e impulsándonos hacia adelante. Con ellos nos
sentimos unidos a esa cadena de hombres y mujeres que se han entregado a proponer y
acreditar la fe ante la inteligencia de los hombres.
Y el modo de hacerlo no solo es enseñarlo, sino vivirlo, encarnarlo, como también el
Logos se encarnó para poner su morada entre nosotros. En este sentido, los jóvenes
necesitan auténticos maestros; personas abiertas a la verdad total en las diferentes
ramas del saber, sabiendo escuchar y viviendo en su propio interior ese diálogo
interdisciplinar; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de avanzar en
el camino hacia la verdad.
La juventud es tiempo privilegiado para la búsqueda y el encuentro con la verdad. Como ya
dijo
Platón: "Busca la verdad mientras eres joven, pues si no lo haces, después se te
escapará de entre las manos" (Parménides, 135d). Esta alta aspiración es la más
valiosa que podéis transmitir personal y vitalmente a vuestros estudiantes, y no
simplemente unas técnicas instrumentales y anónimas, o unos datos fríos, usados sólo
funcionalmente.
Por tanto, os animo encarecidamente a no perder nunca dicha sensibilidad e ilusión por la
verdad; a no olvidar que la enseñanza no es una escueta comunicación de contenidos, sino
una formación de jóvenes a quienes habéis de comprender y querer, en quienes debéis
suscitar esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación. Sed para
ellos estímulo y fortaleza.
Para esto, es preciso tener en cuenta, en primer lugar, que el camino hacia la verdad
completa compromete también al ser humano por entero: es un camino de la inteligencia y
del amor, de la razón y de la fe. No podemos avanzar en el conocimiento de algo si no nos
mueve el amor; ni tampoco amar algo en lo que no vemos racionalidad: pues "no existe
la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia
llena de amor" (Caritas in veritate, n. 30). Si verdad y bien están unidos, también
lo están conocimiento y amor. De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento,
la ejemplaridad que se exige a todo buen educador.
En segundo lugar, hay que considerar que la verdad misma siempre va a estar más allá de
nuestro alcance. Podemos buscarla y acercarnos a ella, pero no podemos poseerla del todo:
más bien, es ella la que nos posee a nosotros y la que nos motiva. En el ejercicio
intelectual y docente, la humildad es asimismo una virtud indispensable, que protege de la
vanidad que cierra el acceso a la verdad. No debemos atraer a los estudiantes a nosotros
mismos, sino encaminarlos hacia esa verdad que todos buscamos. A esto os ayudará el
Señor, que os propone ser sencillos y eficaces como la sal, o como la lámpara, que da
luz sin hacer ruido (cf. Mt 5,13-15).
Todo esto nos invita a volver siempre la mirada a Cristo, en cuyo rostro resplandece la
Verdad que nos ilumina, pero que también es el Camino que lleva a la plenitud perdurable,
siendo Caminante junto a nosotros y sosteniéndonos con su amor. Arraigados en Él,
seréis buenos guías de nuestros jóvenes. Con esa esperanza, os pongo bajo el amparo de
la Virgen María, Trono de la Sabiduría, para que Ella os haga colaboradores de su Hijo
con una vida colmada de sentido para vosotros mismos y fecunda en frutos, tanto de
conocimiento como de fe, para vuestros alumnos.
Palabras del Papa
al finalizar el Via Crucis
Viernes 19 de agosto de 2011
Queridos jóvenes:
Con piedad y fervor hemos celebrado este Vía Crucis, acompañando a Cristo en su Pasión
y Muerte. Los comentarios de las Hermanitas de la Cruz, que sirven a los más pobres y
menesterosos, nos han facilitado adentrarnos en el misterio de la Cruz gloriosa de Cristo,
que contiene la verdadera sabiduría de Dios, la que juzga al mundo y a los que se creen
sabios (cf. 1 Co 1,17-19).
También nos ha ayudado en este itinerario hacia el Calvario la contemplación de estas
extraordinarias imágenes del patrimonio religioso de las diócesis españolas. Son
imágenes donde la fe y el arte se armonizan para llegar al corazón del hombre e
invitarle a la conversión.
Cuando la mirada de la fe es limpia y auténtica, la belleza se pone a su servicio y es
capaz de representar los misterios de nuestra salvación hasta conmovernos profundamente y
transformar nuestro corazón, como sucedió a Santa Teresa de Jesús al contemplar una
imagen de Cristo muy llagado (cf. Libro de la vida, 9,1).
Mientras avanzábamos con Jesús, hasta llegar a la cima de su entrega en el Calvario, nos
venían a la mente las palabras de san Pablo: «Cristo me amó y se entregó por mí»
(Gál 2,20). Ante un amor tan desinteresado, llenos de estupor y gratitud, nos preguntamos
ahora: ¿Qué haremos nosotros por él? ¿Qué respuesta le daremos? San Juan lo dice
claramente: «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros.
También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos» (1 Jn 3,16).
La pasión de Cristo nos impulsa a cargar sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo,
con la certeza de que Dios no es alguien distante o lejano del hombre y sus vicisitudes.
Al contrario, se hizo uno de nosotros «para poder compadecer Él mismo con el hombre, de
modo muy real, en carne y sangre… Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que
comparte el sufrir y padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento la con-solatio, el
consuelo del amor participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza» (Spe
salvi, 39).
Queridos jóvenes, que el amor de Cristo por nosotros aumente vuestra alegría y os
aliente a estar cerca de los menos favorecidos. Vosotros, que sois muy sensibles a la idea
de compartir la vida con los demás, no paséis de largo ante el sufrimiento humano, donde
Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra capacidad de amar
y de compadecer. Las diversas formas de sufrimiento que, a lo largo del Vía Crucis, han
desfilado ante nuestros ojos son llamadas del Señor para edificar nuestras vidas
siguiendo sus huellas y hacer de nosotros signos de su consuelo y salvación.
«Sufrir con el otro, por los otros, sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir
a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son
elementos fundamentales de la humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo»
(ibid.).
Que sepamos acoger estas lecciones y llevarlas a la práctica. Miremos para ello a Cristo,
colgado en el áspero madero, y pidámosle que nos enseñe esta sabiduría misteriosa de
la cruz, gracias a la cual el hombre vive. La cruz no fue el desenlace de un fracaso, sino
el modo de expresar la entrega amorosa que llega hasta la donación más inmensa de la
propia vida.
El Padre quiso amar a los hombres en el abrazo de su Hijo crucificado por amor. La cruz en
su forma y significado representa ese amor del Padre y de Cristo a los hombres. En ella
reconocemos el icono del amor supremo, en donde aprendemos a amar lo que Dios ama y como
Él lo hace: esta es la Buena Noticia que devuelve la esperanza al mundo.
Volvamos ahora nuestros ojos a la Virgen María, que en el Calvario nos fue entregada como
Madre, y supliquémosle que nos sostenga con su amorosa protección en el camino de la
vida, en particular cuando pasemos por la noche del dolor, para que alcancemos a
mantenernos como Ella firmes al pie de la cruz.
Homilía de la
Misa con seminaristas celebrada en la Catedral de la Almudena
Sábado 20 de agosto de 2011
Señor Cardenal Arzobispo de
Madrid,
Venerados hermanos en el Episcopado,
Queridos sacerdotes y religiosos,
Queridos rectores y formadores,
Queridos seminaristas,
Amigos todos
Me alegra profundamente celebrar la Santa Misa con todos vosotros, que aspiráis a ser
sacerdotes de Cristo para el servicio de la Iglesia y de los hombres, y agradezco las
amables palabras de saludo con que me habéis acogido.
Esta Santa Iglesia Catedral de Santa María La Real de la Almudena es hoy como un inmenso
cenáculo donde el Señor celebra con deseo ardiente su Pascua con quienes un día
anheláis presidir en su nombre los misterios de la salvación. Al veros, compruebo de
nuevo cómo Cristo sigue llamando a jóvenes discípulos para hacerlos apóstoles suyos,
permaneciendo así viva la misión de la Iglesia y la oferta del evangelio al mundo.
Como seminaristas, estáis en camino hacia una meta santa: ser prolongadores de la misión
que Cristo recibió del Padre. Llamados por Él, habéis seguido su voz y atraídos por su
mirada amorosa avanzáis hacia el ministerio sagrado. Poned vuestros ojos en Él, que por
su encarnación es el revelador supremo de Dios al mundo y por su resurrección es el
cumplidor fiel de su promesa. Dadle gracias por esta muestra de predilección que tiene
con cada uno de vosotros.
La primera lectura que hemos escuchado nos muestra a Cristo como el nuevo y definitivo
sacerdote, que hizo de su existencia una ofrenda total. La antífona del salmo se le puede
aplicar perfectamente, cuando, al entrar en el mundo, dirigiéndose a su Padre, dijo:
"Aquí estoy para hacer tu voluntad" (cf. Sal 39, 8-9). En todo buscaba
agradarle: al hablar y al actuar, recorriendo los caminos o acogiendo a los pecadores. Su
vivir fue un servicio y su desvivirse una intercesión perenne, poniéndose en nombre de
todos ante el Padre como Primogénito de muchos hermanos.
El autor de la carta a los Hebreos afirma que con esa entrega perfeccionó para siempre a
los que estábamos llamados a compartir su filiación (cf. Heb 10,14).
La Eucaristía, de cuya institución nos habla el evangelio proclamado (cf. Lc 22,14-20),
es la expresión real de esa entrega incondicional de Jesús por todos, también por los
que le traicionaban. Entrega de su cuerpo y sangre para la vida de los hombres y para el
perdón de sus pecados. La sangre, signo de la vida, nos fue dada por Dios como alianza, a
fin de que podamos poner la fuerza de su vida, allí donde reina la muerte a causa de
nuestro pecado, y así destruirlo.
El cuerpo desgarrado y la sangre vertida de Cristo, es decir su libertad entregada, se han
convertido por los signos eucarísticos en la nueva fuente de la libertad redimida de los
hombres.
En Él tenemos la promesa de una redención definitiva y la esperanza cierta de los bienes
futuros. Por Cristo sabemos que no somos caminantes hacia el abismo, hacia el silencio de
la nada o de la muerte, sino viajeros hacia una tierra de promisión, hacia Él que es
nuestra meta y también nuestro principio.
Queridos amigos, os preparáis para ser apóstoles con Cristo y como Cristo, para ser
compañeros de viaje y servidores de los hombres. ¿Cómo vivir estos años de
preparación? Ante todo, deben ser años de silencio interior, de permanente oración, de
constante estudio y de inserción paulatina en las acciones y estructuras pastorales de la
Iglesia. Iglesia que es comunidad e institución, familia y misión, creación de Cristo
por su Santo Espíritu y a la vez resultado de quienes la conformamos con nuestra santidad
y con nuestros pecados.
Así lo ha querido Dios, que no tiene reparo en hacer de pobres y pecadores sus amigos e
instrumentos para la redención del género humano. La santidad de la Iglesia es ante todo
la santidad objetiva de la misma persona de Cristo, de su evangelio y de sus sacramentos,
la santidad de aquella fuerza de lo alto que la anima e impulsa. Nosotros debemos ser
santos para no crear una contradicción entre el signo que somos y la realidad que
queremos significar.
Meditad bien este misterio de la Iglesia, viviendo los años de vuestra formación con
profunda alegría, en actitud de docilidad, de lucidez y de radical fidelidad evangélica,
así como en amorosa relación con el tiempo y las personas en medio de las que vivís.
Nadie elige el contexto ni a los destinatarios de su misión. Cada época tiene sus
problemas, pero Dios da en cada tiempo la gracia oportuna para asumirlos y superarlos con
amor y realismo.
Por eso, en cualquier circunstancia en la que se halle, y por dura que esta sea, el
sacerdote ha de fructificar en toda clase de obras buenas, guardando para ello siempre
vivas en su interior las palabras del día de su Ordenación, aquellas con las que se le
exhortaba a configurar su vida con el misterio de la cruz del Señor.
Configurarse con Cristo comporta, queridos seminaristas, identificarse cada vez más con
Aquel que se ha hecho por nosotros siervo, sacerdote y víctima. Configurarse con Él es,
en realidad, la tarea en la que el sacerdote ha de gastar toda su vida. Ya sabemos que nos
sobrepasa y no lograremos cumplirla plenamente, pero, como dice san Pablo, corremos hacia
la meta esperando alcanzarla (cf. Flp 3,12-14).
Pero Cristo, Sumo Sacerdote, es también el Buen Pastor, que cuida de sus ovejas hasta dar
la vida por ellas (cf. Jn 10,11). Para imitar también en esto al Señor, vuestro corazón
ha de ir madurando en el Seminario, estando totalmente a disposición del Maestro. Esta
disponibilidad, que es don del Espíritu Santo, es la que inspira la decisión de vivir el
celibato por el Reino de los cielos, el desprendimiento de los bienes de la tierra, la
austeridad de vida y la obediencia sincera y sin disimulo.
Pedidle, pues, a Él, que os conceda imitarlo en su caridad hasta el extremo para con
todos, sin rehuir a los alejados y pecadores, de forma que, con vuestra ayuda, se
conviertan y vuelvan al buen camino. Pedidle que os enseñe a estar muy cerca de los
enfermos y de los pobres, con sencillez y generosidad.
Afrontad este reto sin complejos ni mediocridad, antes bien como una bella forma de
realizar la vida humana en gratuidad y en servicio, siendo testigos de Dios hecho hombre,
mensajeros de la altísima dignidad de la persona humana y, por consiguiente, sus
defensores incondicionales. Apoyados en su amor, no os dejéis intimidar por un entorno en
el que se pretende excluir a Dios y en el que el poder, el tener o el placer a menudo son
los principales criterios por los que se rige la existencia. Puede que os menosprecien,
como se suele hacer con quienes evocan metas más altas o desenmascaran los ídolos ante
los que hoy muchos se postran. Será entonces cuando una vida hondamente enraizada en
Cristo se muestre realmente como una novedad y atraiga con fuerza a quienes de veras
buscan a Dios, la verdad y la justicia.
Alentados por vuestros formadores, abrid vuestra alma a la luz del Señor para ver si este
camino, que requiere valentía y autenticidad, es el vuestro, avanzando hacia el
sacerdocio solamente si estáis firmemente persuadidos de que Dios os llama a ser sus
ministros y plenamente decididos a ejercerlo obedeciendo las disposiciones de la Iglesia.
Con esa confianza, aprended de Aquel que se definió a sí mismo como manso y humilde de
corazón, despojándoos para ello de todo deseo mundano, de manera que no os busquéis a
vosotros mismos, sino que con vuestro comportamiento edifiquéis a vuestros hermanos, como
hizo el santo patrono del clero secular español, san Juan de Ávila. Animados por su
ejemplo, mirad, sobre todo, a la Virgen María, Madre de los sacerdotes.
Ella sabrá forjar vuestra alma según el modelo de Cristo, su divino Hijo, y os
enseñará siempre a custodiar los bienes que Él adquirió en el Calvario para la
salvación del mundo. Amén.
Discurso del Papa
en el Instituto San José de Madrid
Sábado 20 de agosto de 2011
Señor Cardenal Arzobispo de Madrid,
Queridos hermanos en el Episcopado,
Queridos sacerdotes y religiosos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios,
Distinguidas Autoridades,
Queridos jóvenes, familiares y voluntarios aquí presentes
Gracias de corazón por el amable saludo y la cordial acogida que me habéis dispensado.
Esta noche, antes de la vigilia de oración con los jóvenes de todo el mundo que han
venido a Madrid para participar en esta Jornada Mundial de la Juventud, tenemos ocasión
de pasar algunos momentos juntos y así poder manifestaros la cercanía y el aprecio del
Papa por cada uno de vosotros, por vuestras familias y por todas las personas que os
acompañan y cuidan en esta Fundación del Instituto San José.
La juventud, lo hemos recordado otras veces, es la edad en la que la vida se desvela a la
persona con toda la riqueza y plenitud de sus potencialidades, impulsando la búsqueda de
metas más altas que den sentido a la misma. Por eso, cuando el dolor aparece en el
horizonte de una vida joven, quedamos desconcertados y quizá nos preguntemos: ¿Puede
seguir siendo grande la vida cuando irrumpe en ella el sufrimiento? A este respecto, en mi
encíclica sobre la esperanza cristiana, decía: "La grandeza de la humanidad está
determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre (…).
Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la
compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es
una sociedad cruel e inhumana" (Spe salvi, 38).
Estas palabras reflejan una larga tradición de humanidad que brota del ofrecimiento que
Cristo hace de sí mismo en la Cruz por nosotros y por nuestra redención. Jesús y,
siguiendo sus huellas, su Madre Dolorosa y los santos son los testigos que nos enseñan a
vivir el drama del sufrimiento para nuestro bien y la salvación del mundo.
Estos testigos nos hablan, ante todo, de la dignidad de cada vida humana, creada a imagen
de Dios. Ninguna aflicción es capaz de borrar esta impronta divina grabada en lo más
profundo del hombre. Y no solo: desde que el Hijo de Dios quiso abrazar libremente el
dolor y la muerte, la imagen de Dios se nos ofrece también en el rostro de quien padece.
Esta especial predilección del Señor por el que sufre nos lleva a mirar al otro con ojos
limpios, para darle, además de las cosas externas que precisa, la mirada de amor que
necesita. Pero esto únicamente es posible realizarlo como fruto de un encuentro personal
con Cristo. De ello sois muy conscientes vosotros, religiosos, familiares, profesionales
de la salud y voluntarios que vivís y trabajáis cotidianamente con estos jóvenes.
Vuestra vida y dedicación proclaman la grandeza a la que está llamado el hombre:
compadecerse y acompañar por amor a quien sufre, como ha hecho Dios mismo. Y en vuestra
hermosa labor resuenan también las palabras evangélicas: "Cada vez que lo hicisteis
con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25, 40).
Por otro lado, vosotros sois también testigos del bien inmenso que constituye la vida de
estos jóvenes para quien está a su lado y para la humanidad entera. De manera misteriosa
pero muy real, su presencia suscita en nuestros corazones, frecuentemente endurecidos, una
ternura que nos abre a la salvación. Ciertamente, la vida de estos jóvenes cambia el
corazón de los hombres y, por ello, estamos agradecidos al Señor por haberlos conocido.
Queridos amigos, nuestra sociedad, en la que demasiado a menudo se pone en duda la
dignidad inestimable de la vida, de cada vida, os necesita: vosotros contribuís
decididamente a edificar la civilización del amor. Más aún, sois protagonistas de esta
civilización. Y como hijos de la Iglesia ofrecéis al Señor vuestras vidas, con sus
penas y sus alegrías, colaborando con Él y entrando "a formar parte de algún modo
del tesoro de compasión que necesita el género humano" (Spe salvi, 40).
Con afecto entrañable, y por intercesión de San José, de San Juan de Dios y de San
Benito Menni, os encomiendo de todo corazón a Dios nuestro Señor: que Él sea vuestra
fuerza y vuestro premio. De su amor sea signo la Bendición Apostólica que os imparto a
vosotros y a todos vuestros familiares y amigos.
Homilía del Papa Benedicto XVI en la Vigilia de Cuatro Vientos
Sábado 20 de agosto de 2011
[Discurso preparado por el
Papa, que en la tradición pontificia se considera como pronunciado]
Debido a la tormenta que irrumpió en el aeródromo de Cuatro Vientos en Madrid, el
Santo Padre no pudo pronunciar el discurso íntegro. Aquí reproducimos el texto entregado
por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
Queridos amigos:
Os saludo a todos, pero en particular a los jóvenes que me han formulado sus preguntas, y
les agradezco la sinceridad con que han planteado sus inquietudes, que expresan en cierto
modo el anhelo de todos vosotros por alcanzar algo grande en la vida, algo que os dé
plenitud y felicidad.
Pero, ¿cómo puede un joven ser fiel a la fe cristiana y seguir aspirando a grandes
ideales en la sociedad actual? En el evangelio que hemos escuchado, Jesús nos da una
respuesta a esta importante cuestión: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo;
permaneced en mi amor» (Jn 15, 9).
Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da
sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en
el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios. Permanecer en su amor
significa entonces vivir arraigados en la fe, porque la fe no es la simple aceptación de
unas verdades abstractas, sino una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir
nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por
Dios.
Si permanecéis en el amor de Cristo, arraigados en la fe, encontraréis, aun en medio de
contrariedades y sufrimientos, la raíz del gozo y la alegría. La fe no se opone a
vuestros ideales más altos, al contrario, los exalta y perfecciona. Queridos jóvenes, no
os conforméis con menos que la Verdad y el Amor, no os conforméis con menos que Cristo.
Precisamente ahora, en que la cultura relativista dominante renuncia y desprecia la
búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu humano, debemos
proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los
hombres y fuente de esperanza para nuestra vida. Él, que tomó sobre sí nuestras
aflicciones, conoce bien el misterio del dolor humano y muestra su presencia amorosa en
todos los que sufren. Estos, a su vez, unidos a la pasión de Cristo, participan muy de
cerca en su obra de redención. Además, nuestra atención desinteresada a los enfermos y
postergados, siempre será un testimonio humilde y callado del rostro compasivo de Dios.
Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al
futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la
historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra.
En esta vigilia de oración, os invito a pedir a Dios que os ayude a descubrir vuestra
vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con alegría y fidelidad.
Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y
generosidad el camino que él nos proponga.
A muchos, el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una
sola carne (cf. Gn 2, 24), se realizan en una profunda vida de comunión. Es un horizonte
luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor verdadero que se renueva y ahonda cada
día compartiendo alegrías y dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la
totalidad de la persona. Por eso, reconocer la belleza y bondad del matrimonio, significa
ser conscientes de que solo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de
apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor
matrimonial.
A otros, en cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el sacerdocio o en la
vida consagrada. Qué hermoso es saber que Jesús te busca, se fija en ti y con su voz
inconfundible te dice también a ti: «¡Sígueme!» (cf. Mc 2,14).
Queridos jóvenes, para descubrir y seguir fielmente la forma de vida a la que el Señor
os llame a cada uno, es indispensable permanecer en su amor como amigos. Y, ¿cómo se
mantiene la amistad si no es con el trato frecuente, la conversación, el estar juntos y
el compartir ilusiones o pesares? Santa Teresa de Jesús decía que la oración es
«tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama»
(cf. Libro de la vida, 8).
Os invito, pues, a permanecer ahora en la adoración a Cristo, realmente presente en la
Eucaristía. A dialogar con Él, a poner ante Él vuestras preguntas y a escucharlo.
Queridos amigos, yo rezo por vosotros con toda el alma. Os suplico que recéis también
por mí. Pidámosle al Señor en esta noche que, atraídos por la belleza de su amor,
vivamos siempre fielmente como discípulos suyos. Amén.
Saludo en francés
[Traducción española: Queridos jóvenes de lengua francesa, estad orgullosos por haber
recibido el don de la fe, que iluminará vuestra vida en todo momento. Apoyaos en la fe de
aquellos que están cerca de vosotros, en la fe de la Iglesia. Gracias a la fe estamos
cimentados en Cristo. Encontraros con otros para profundizar en ella, participad en la
Eucaristía, misterio de la fe por excelencia. Solamente Cristo puede responder a vuestras
aspiraciones. Dejaros conquistar por Dios para que vuestra presencia dé a la Iglesia un
impulso nuevo.]
Saludo en inglés
[Traducción española: Queridos jóvenes, en estos momentos de silencio delante del
Santísimo Sacramento, elevemos nuestras mentes y corazones a Jesucristo, el Señor de
nuestras vidas y del futuro. Que Él derrame su Espíritu sobre nosotros y sobre toda la
Iglesia, para que seamos promotores de libertad, reconciliación y paz en todo el mundo.]
Saludo en alemán
[Traducción española: Queridos jóvenes de lengua alemana. En el fondo, lo que nuestro
corazón desea es lo bueno y bello de la vida. No permitáis que vuestros deseos y anhelos
caigan en el vacío, antes bien haced que cobren fuerza en Cristo. Él es el cimiento
firme, el punto de referencia seguro para una vida plena.]
Saludo en italiano
[Traducción española: Me dirijo ahora a los jóvenes de lengua italiana. Queridos
amigos, esta Vigilia quedará como una experiencia inolvidable en vuestra vida. Conservad
la llama que
Dios ha encendido en vuestros corazones en esta noche: procurad que no se apague,
alimentadla cada día, compartidla con vuestros coetáneos que viven en la oscuridad y
buscan una luz para su camino. Gracias. Adiós. Hasta mañana.]
Saludo en portugués
[Traducción española: Mis queridos amigos, os invito a todos a establecer un diálogo
personal con Cristo, exponiéndole las propias dudas y sobre todo escuchándolo. El Señor
está aquí y os llama. Jóvenes amigos, vale la pena escuchar en nuestro interior la
Palabra de Jesús y caminar siguiendo sus pasos. Pedid al Señor que os ayude a descubrir
vuestra vocación en la vida y en la Iglesia, y a perseverar en ella con alegría y
fidelidad, sabiendo que Él nunca os abandonará ni os traicionará. Él está con
nosotros hasta el fin del mundo.]
Saludo en polaco
[Traducción italiana: Queridos amigos procedentes de Polonia. Esta vigilia de oración
está colmada de la presencia de Cristo. Seguros de su amor, acercaos a Él con la llama
de vuestra fe. Él os colmará de su vida. Edificad vuestra vida sobre Cristo y su
Evangelio. Os bendigo de corazón.]
Homilía de la
Misa de envío en el aeródromo de Cuatro Vientos
Domingo 21 de agosto de 2011
Queridos
jóvenes:
Con la celebración de la Eucaristía llegamos al momento culminante de esta Jornada
Mundial de la Juventud. Al veros aquí, venidos en gran número de todas partes, mi
corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os mira. Sí,
el Señor os quiere y os llama amigos suyos (cf. Jn 15,15).
Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las
puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con el Padre.
Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la grandeza de su amor, deseamos corresponder
con toda generosidad a esta muestra de predilección con el propósito de compartir
también con los demás la alegría que hemos recibido.
Ciertamente, son muchos en la actualidad los que se sienten atraídos por la figura de
Cristo y desean conocerlo mejor. Perciben que Él es la respuesta a muchas de sus
inquietudes personales. Pero, ¿quién es Él realmente? ¿Cómo es posible que alguien
que ha vivido sobre la tierra hace tantos años tenga algo que ver conmigo hoy?
En el evangelio que hemos escuchado (cf. Mt 16, 13-20), vemos representados como dos modos
distintos de conocer a Cristo. El primero consistiría en un conocimiento externo,
caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente
que es el Hijo del hombre?», los discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista,
otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Es decir, se considera a Cristo como un personaje religioso más de los ya conocidos.
Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde con lo que es la primera
confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La fe va más allá de
los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio de la persona
de Cristo en su profundidad.
Pero la fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios:
«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni
la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de
Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar de su misma vida divina. La
fe no proporciona sólo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone
una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su inteligencia,
voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí mismo.
Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo
está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y
seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Y, puesto que supone seguir al
Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura, a medida
que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con Él. También
Pedro y los demás apóstoles tuvieron que avanzar por este camino, hasta que el encuentro
con el Señor resucitado les abrió los ojos a una fe plena.
Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo
a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad
y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé
que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y
dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida
entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me
abandone.
En su respuesta a la confesión de Pedro, Jesús habla de la Iglesia: «Y yo a mi vez te
digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». ¿Qué significa
esto? Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la
divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra
cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella
como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar
la cabeza del cuerpo (cf. 1Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor.
Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza.
Queridos jóvenes, permitidme que, como Sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe
que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de Dios, en el
centro de vuestra vida. Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la
fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en
solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la
mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar
nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él.
Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para
la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la
fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su
amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la
importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos,
así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del
sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios.
De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe
en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se
puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a
Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe.
El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que
vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa
prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). También a vosotros os incumbe la
extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países
donde hay multitud de jóvenes que aspiran a cosas más grandes y, vislumbrando en sus
corazones la posibilidad de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas
promesas de un estilo de vida sin Dios.
Queridos jóvenes, rezo por vosotros con todo el afecto de mi corazón. Os encomiendo a la
Virgen María, para que ella os acompañe siempre con su intercesión maternal y os
enseñe la fidelidad a la Palabra de Dios. Os pido también que recéis por el Papa, para
que, como Sucesor de Pedro, pueda seguir confirmando a sus hermanos en la fe.
Que todos en la Iglesia, pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al Señor, para
que crezcamos en santidad de vida y demos así un testimonio eficaz de que Jesucristo es
verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador de todos los hombres y la fuente viva de su
esperanza. Amén.
Despedida del Papa
de los jóvenes al final de la Misa de clausura
Domingo 21 de agosto de 2011
Saludo con afecto al Señor
Arzobispo castrense y agradezco vivamente al Ejército del Aire el haber cedido con tanta
generosidad la Base Aérea de Cuatro Vientos, precisamente en el centenario de la
creación de la aviación militar española. Pongo a todos los que la integran y a sus
familias bajo el materno amparo de María Santísima, en su advocación de Nuestra Señora
de Loreto.
Asímismo, y al conmemorarse ayer el tercer aniversario del grave accidente aéreo
ocurrido en el aeropuerto de Barajas, que ocasionó numerosas víctimas y heridos, deseo
hacer llegar mi cercanía espiritual y mi afecto entrañable a todos los afectados por ese
lamentable suceso, así como a los familiares de los fallecidos, cuyas almas encomendamos
a la misericordia de Dios.
Me complace anunciar ahora que la sede de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, en
el 2013, será Río de Janeiro. Pidamos al Señor ya desde este instante que asista con su
fuerza a cuantos han de ponerla en marcha y allane el camino a los jóvenes de todo el
mundo para que puedan reunirse nuevamente con el Papa en esa bella ciudad brasileña.
Queridos amigos, antes de despedirnos, y a la vez que los jóvenes de España entregan a
los de Brasil la cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud, como Sucesor de Pedro,
confío a todos los aquí presentes este gran cometido: Llevad el conocimiento y el amor
de Cristo por todo el mundo. Él quiere que seáis sus apóstoles en el siglo XXI y los
mensajeros de su alegría. !No lo defraudéis! Muchas gracias.
Saludo en francés
[Traducción española: Queridos jóvenes de lengua francesa, Cristo os pide hoy que
estéis arraigados en El y construyáis con El vuestra vida sobre la roca que es El mismo.
Él os envía para que seáis testigos valientes y sin complejos, auténticos y creíbles.
No tengáis miedo de ser católicos, dando siempre testimonio de ello a vuestro alrededor,
con sencillez y sinceridad. Que la Iglesia halle en vosotros y en vuestra juventud a los
misioneros gozosos de la Buena Noticia.]
Saludo en inglés
[Traducción española: Saludo a todos los jóvenes de lengua inglesa que están hoy
aquí. Al regresar a vuestra casa, llevad con vosotros la Buena Noticia del amor de
Cristo, que habéis experimentado en estos dias inolvidables. Con los ojos fijos en El,
profundizad en vuestro conocimiento del Evangelio y dad abundantes frutos. Dios os bendiga
hasta que nos encontremos nuevamente.]
Saludo en alemán
[Traducción española: Mis queridos amigos. La fe no es una teoría. Creer significa
entrar en una relación personal con Jesús y vivir la amistad con El en comunión con los
demás, en la comunidad de la Iglesia. Confiad a Cristo toda vuestra vida, y ayudad a
vuestros amigos a alcanzar la fuente de la vida: Dios. Que el Senor haga de vosotros
testigos gozosos de su amor.]
Saludo en italiano
[Traducción española: Queridos jóvenes de lengua italiana. Os saludo a todos. La
Eucaristía que hemos celebrado es Cristo Resucitado, presente y vivo en medio de
nosotros: Gracias a Él, vuestra vida esta arraigada y fundada en Dios, firme en la fe.
Con esta certeza, marchad de Madrid y anunciad a todos lo que habéis visto y oído.
Responded con gozo a la llamada del Señor, seguidlo y permaneced siempre unidos a El:
daréis mucho fruto.]
Saludo en portugués
[Traduccion espanola: Queridos jovenes y amigos de lengua portuguesa, habeis encontrado a
Jesucristo. Os sentireis yendo contra corriente en medio de una sociedad donde impera la
cultura relativista que renuncia a buscar y a poseer la verdad. Pero el Senor os ha
enviado en este momento de la historia, lleno de grandes desafios y oportunidades, para
que, gracias a vuestra fe, siga resonando por toda la tierra la Buena Nueva de Cristo.
Espero poder encontraros dentro de dos anos en la proxima Jornada Mundial de la Juventud,
en Rio de Janeiro, Brasil. Hasta entonces, recemos unos por otros, dando testimonio de la
alegria que brota de vivir enraizados y edificados en Cristo. Hasta pronto, queridos
jovenes. Que Dios os bendiga.]
Saludo en polaco:
[Traduccion española: Queridos jovenes polacos, firmes en la fe, arraigados en Cristo.
Los talentos recibidos de Dios en estos dias produzcan en vosotros abundantes frutos. Sed
sus testigos. Llevad a los demas el mensaje del Evangelio. Con vuestra oracion y con el
ejemplo de la vida, ayudad a Europa a encontrar sus raices cristianas.
Discurso a los
voluntarios de la JMJ Madrid en el IFEMA
Domingo 21 de agosto de 2011
Queridos voluntarios
Al concluir los actos de esta inolvidable Jornada Mundial de la Juventud, he querido
detenerme aquí, antes de regresar a Roma, para daros las gracias muy vivamente por
vuestro inestimable servicio. Es un deber de justicia y una necesidad del corazón. Deber
de justicia, porque, gracias a vuestra colaboración, los jóvenes peregrinos han podido
encontrar una amable acogida y una ayuda en todas sus necesidades. Con vuestro servicio
habéis dado a la Jornada Mundial el rostro de la amabilidad, la simpatía y la entrega a
los demás.
Mi gratitud es también una necesidad del corazón, porque no solo habéis estado atentos
a los peregrinos, sino también al Papa. En todos los actos en los que he participado,
allí estabais vosotros: unos visiblemente y otros en un segundo plano, haciendo posible
el orden requerido para que todo fuera bien. No puedo tampoco olvidar el esfuerzo de la
preparación de estos días.
Cuántos sacrificios, cuánto cariño. Todos, cada uno como sabía y podía, puntada a
puntada, habéis ido tejiendo con vuestro trabajo y oración el maravillo cuadro
multicolor de esta Jornada.
Muchas gracias por vuestra dedicación. Os agradezco este gesto entrañable de amor.
Muchos de vosotros habéis debido renunciar a participar de un modo directo en los actos,
al tener que ocuparos de otras tareas de la organización. Sin embargo, esa renuncia ha
sido un modo hermoso y evangélico de participar en la Jornada: el de la entrega a los
demás de la que habla Jesús.
En cierto sentido, habéis hecho realidad las palabras del Señor: «Si uno quiere ser el
primero, sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35). Tengo la certeza de
que esta experiencia como voluntarios os ha enriquecido a todos en vuestra vida cristiana,
que es fundamentalmente un servicio de amor. El Señor trasformará vuestro cansancio
acumulado, las preocupaciones y el agobio de muchos momentos en frutos de virtudes
cristianas: paciencia, mansedumbre, alegría en el darse a los demás, disponibilidad para
cumplir la voluntad de Dios.
Amar es servir y el servicio acrecienta el amor. Pienso que es este uno de los frutos más
bellos de vuestra contribución a la Jornada Mundial de la Juventud. Pero esta cosecha no
la recogéis solo vosotros, sino la Iglesia entera que, como misterio de comunión, se
enriquece con la aportación de cada uno de sus miembros.
Al volver ahora a vuestra vida ordinaria, os animo a que guardéis en vuestro corazón
esta gozosa experiencia y a que crezcáis cada día más en la entrega de vosotros mismos
a Dios y a los hombres. Es posible que en muchos de vosotros se haya despertado tímida o
poderosamente una pregunta muy sencilla: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su designio
sobre mi vida? ¿Me llama Cristo a seguirlo más de cerca? ¿No podría yo gastar mi vida
entera en la misión de anunciar al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio,
la vida consagrada o el matrimonio?
Si ha surgido esa inquietud, dejaos llevar por el Señor y ofreceos como voluntarios al
servicio de Aquel que «no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos» (Mc 10,45). Vuestra vida alcanzará una plenitud insospechada.
Quizás alguno esté pensando: el Papa ha venido a darnos las gracias y se va pidiendo.
Sí, así es. Ésta es la misión del Papa, Sucesor de Pedro. Y no olvidéis que Pedro, en
su primera carta, recuerda a los cristianos el precio con que han sido rescatados: el de
la sangre de Cristo (cf. 1P 1, 18-19).
Quien valora su vida desde esta perspectiva sabe que al amor de Cristo solo se puede
responder con amor, y eso es lo que os pide el Papa en esta despedida: que respondáis con
amor a quien por amor se ha entregado por vosotros. Gracias de nuevo y que Dios vaya
siempre con vosotros.
Discurso de despedida en el aeropuerto internacional de Barajas
Domingo 21 de agosto de 2011
Majestades,
Distinguidas Autoridades nacionales, autonómicas y locales,
Señor Cardenal Arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española,
Señores Cardenales y Hermanos en el Episcopado,
Amigos todos:
Ha llegado el momento de despedirnos. Estos días pasados en Madrid, con una
representación tan numerosa de jóvenes de España y todo el mundo, quedarán hondamente
grabados en mi memoria y en mi corazón.
Majestad, el Papa se ha sentido muy bien en España. También los jóvenes protagonistas
de esta Jornada Mundial de la Juventud han sido muy bien acogidos aquí y en tantas
ciudades y localidades españolas, que han podido visitar en los días previos a la
Jornada.
Gracias a Vuestra Majestad por sus cordiales palabras y por haber querido acompañarme
tanto en el recibimiento como, ahora, al despedirme. Gracias a las Autoridades nacionales,
autonómicas y locales, que han mostrado con su cooperación fina sensibilidad por este
acontecimiento internacional.
Gracias a los miles de voluntarios, que han hecho posible el buen desarrollo de todas las
actividades de este encuentro: los diversos actos literarios, musicales, culturales y
religiosos del «Festival joven», las catequesis de los Obispos y los actos centrales
celebrados con el Sucesor de Pedro. Gracias a las fuerzas de seguridad y del orden, así
como a los que han colaborado prestando los más variados servicios: desde el cuidado de
la música y de la liturgia, hasta el transporte, la atención sanitaria y los
avituallamientos.
España es una gran Nación que, en una convivencia sanamente abierta, plural y
respetuosa, sabe y puede progresar sin renunciar a su alma profundamente religiosa y
católica. Lo ha manifestado una vez más en estos días, al desplegar su capacidad
técnica y humana en una empresa de tanta trascendencia y de tanto futuro, como es el
facilitar que la juventud hunda sus raíces en Jesucristo, el Salvador.
Una palabra de especial gratitud se debe a los organizadores de la Jornada: al Cardenal
Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos y a todo el personal de ese Dicasterio;
al Señor Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, junto con sus Obispos
auxiliares y toda la archidiócesis; en particular, al Coordinador General de la Jornada,
Monseñor César Augusto Franco Martínez, y a sus colaboradores, tantos y tan generosos.
Los Obispos han trabajado con solicitud y abnegación en sus diócesis para la esmerada
preparación de la Jornada, junto con los sacerdotes, personas consagradas y fieles
laicos. A todos, mi reconocimiento, junto con mi súplica al Señor para que bendiga sus
afanes apostólicos.
Y no puedo dejar de dar las gracias de todo corazón a los jóvenes por haber venido a
esta Jornada, por su participación alegre, entusiasta e intensa. A ellos les digo:
Gracias y enhorabuena por el testimonio que habéis dado en Madrid y en el resto de
ciudades españolas en las que habéis estado.
Os invito ahora a difundir por todos los rincones del mundo la gozosa y profunda
experiencia de fe vivida en este noble País. Transmitid vuestra alegría especialmente a
los que hubieran querido venir y no han podido hacerlo por las más diversas
circunstancias, a tantos como han rezado por vosotros y a quienes la celebración misma de
la Jornada les ha tocado el corazón.
Con vuestra cercanía y testimonio, ayudad a vuestros amigos y compañeros a descubrir que
amar a Cristo es vivir en plenitud.
Dejo España contento y agradecido a todos. Pero sobre todo a Dios, Nuestro Señor, que me
ha permitido celebrar esta Jornada, tan llena de gracia y emoción, tan cargada de
dinamismo y esperanza. Sí, la fiesta de la fe que hemos compartido nos permite mirar
hacia adelante con mucha confianza en la providencia, que guía a la Iglesia por los mares
de la historia.
Por eso permanece joven y con vitalidad, aun afrontando arduas situaciones. Esto es obra
del Espíritu Santo, que hace presente a Jesucristo en los corazones de los jóvenes de
cada época y les muestra así la grandeza de la vocación divina de todo ser humano.
Hemos podido comprobar también cómo la gracia de Cristo derrumba los muros y franquea
las fronteras que el pecado levanta entre los pueblos y las generaciones, para hacer de
todos los hombres una sola familia que se reconoce unida en el único Padre común, y que
cultiva con su trabajo y respeto todo lo que Él nos ha dado en la Creación.
Los jóvenes responden con diligencia cuando se les propone con sinceridad y verdad el
encuentro con Jesucristo, único redentor de la humanidad. Ellos regresan ahora a sus
casas como misioneros del Evangelio, ‘arraigados y cimentados en Cristo, firmes en la fe’,
y necesitarán ayuda en su camino.
Encomiendo, pues, de modo particular a los Obispos, sacerdotes, religiosos y educadores
cristianos, el cuidado de la juventud, que desea responder con ilusión a la llamada del
Señor. No hay que desanimarse ante las contrariedades que, de diversos modos, se
presentan en algunos países.
Más fuerte que todas ellas es el anhelo de Dios, que el Creador ha puesto en el corazón
de los jóvenes, y el poder de lo alto, que otorga fortaleza divina a los que siguen al
Maestro y a los que buscan en Él alimento para la vida. No temáis presentar a los
jóvenes el mensaje de Jesucristo en toda su integridad e invitarlos a los sacramentos,
por los cuales nos hace partícipes de su propia vida.
Majestad, antes de volver a Roma, quisiera asegurar a los españoles que los tengo muy
presentes en mi oración, rezando especialmente por los matrimonios y las familias que
afrontan dificultades de diversa naturaleza, por los necesitados y enfermos, por los
mayores y los niños, y también por los que no encuentran trabajo. Rezo igualmente por
los jóvenes de España.
Estoy convencido de que, animados por la fe en Cristo, aportarán lo mejor de sí mismos,
para que este gran País afronte los desafíos de la hora presente y continúe avanzando
por los caminos de la concordia, la solidaridad, la justicia y la libertad.
Con estos deseos, confío a todos los hijos de esta noble tierra a la intercesión de la
Virgen María, nuestra Madre del Cielo, y los bendigo con afecto. Que la alegría del
Señor colme siempre vuestros corazones. Muchas gracias.
Resumen de la JMJ 2011.
Benedicto XVI estuvo los cuatro
últimos días de la jornada en Madrid (del 18 al 21 de agosto de 2011) y se reunió con
profesores universitarios, seminaristas y jóvenes religiosas. Además visitó el centro
de discapacitados "Instituto San José", de la orden hospitalaria de San Juan de
Dios. El Papa llegó a la capital de España el jueves 18 de agosto. Fue recibido en el
aeropuerto por los Reyes de España.
Durante la ceremonia de acogida de los jóvenes, Benedicto XVI atravesó los arcos de la
céntrica Puerta de Alcalá acompañado por jóvenes de los cinco continentes.
El viernes 19 de agosto el Papa viajó al monasterio de El Escorial donde se reunió con
profesores universitarios y con jóvenes religiosas.
Otra de las novedades es que Benedicto XVI asistió por primera vez a todo el Vía Crucis.
Se celebró el viernes por la tarde y contó con la presencia de importantes pasos
(esculturas) de la Semana Santa española que representan las escenas de la Pasión de
Cristo.
En la Catedral de la Almudena, el Papa se reunió con seminaristas del todo el mundo y
tuvo ocasión, naturalmente, de insistir en la vocación al ministerio sacerdotal, puesto
que ya se sabe que de las Jornadas Mundiales de la Juventud salen muchas vocaciones
sacerdotales”.
Por la tarde, visitó la Fundación Instituto de San José, el centro de atención a
personas con discapacidad de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios y se desplazó al
aeródromo de Cuatro Vientos donde tuvieron lugar los actos centrales de la Jornada
Mundial de la Juventud.
El domingo 21, el Papa clausuró el encuentro con una Misa y anunció que Río de Janeiro
será la ciudad que acogerá la próxima JMJ en 2013.
Antes de volver a Roma, Benedicto XVI se reunió con 12.000 de los 30.000 voluntarios para
agradecerles su ayuda y colaboración. La organización de la JMJ fue excelente en todos
los aspectos..