Mensaje del Papa Francisco para la jornada mundial de la paz 2025
1 de enero de 2025
"Perdona nuestras ofensas, concédenos tu paz"
Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz 2025
La Santa Sede ha hecho público hoy, jueves 12 de diciembre, el Mensaje
del papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz, que la Iglesia
celebra el 1 de enero. El Santo Padre propone como lema para este año
«Perdona nuestras ofensas, concédenos tu paz».
Perdona nuestras ofensas, concédenos tu paz
I. Escuchando el grito de la humanidad amenazada
1. Al inicio de este nuevo año que nos da el Padre celestial, tiempo
jubilar dedicado a la esperanza, dirijo mi más sincero deseo de paz a
toda mujer y hombre, en particular a quien se siente postrado por su
propia condición existencial, condenado por sus propios errores,
aplastado por el juicio de los otros, y ya no logra divisar ninguna
perspectiva para su propia vida. A todos ustedes, esperanza y paz,
porque este es un Año de gracia que proviene del Corazón del Redentor.
2. En el 2025 la Iglesia católica celebra el Jubileo, evento que colma
los corazones de esperanza. El “jubileo” se remonta a una antigua
tradición judía, cuando el sonido de un cuerno de carnero —en hebreo
yobel— anunciaba, cada cuarenta y nueve años, uno de clemencia y
liberación para todo el pueblo (cf. Lv 25,10). Este solemne llamamiento
debía resonar idealmente en todo el mundo (cf. Lv 25,9), para
restablecer la justicia de Dios en distintos ámbitos de la vida: en el
uso de la tierra, en la posesión de los bienes, en la relación con el
prójimo, sobre todo respecto a los más pobres y a quienes habían caído
en desgracia. El sonido del cuerno recordaba a todo el pueblo —al que
era rico y al que se había empobrecido— que ninguna persona viene al
mundo para ser oprimida; somos hermanos y hermanas, hijos del mismo
Padre, nacidos para ser libres según la voluntad del Señor (cf. Lv
25,17.25.43.46.55).
3. También hoy, el Jubileo es un evento que nos impulsa a buscar la
justicia liberadora de Dios sobre toda la tierra. Al comienzo de este
Año de gracia, en lugar del cuerno nosotros quisiéramos ponernos a la
escucha del «grito desesperado de auxilio» (1) que, como la voz de la
sangre de Abel el justo, se eleva desde muchas partes de la tierra
(cf. Gn 4,10), y que Dios nunca deja de escuchar. También
nosotros nos sentimos llamados a ser voz de tantas situaciones de
explotación de la tierra y de opresión del prójimo (2). Dichas
injusticias asumen a menudo la forma de lo que san Juan Pablo II
definió como «estructuras de pecado» (3), porque no se deben sólo a la
iniquidad de algunos, sino que se han consolidado —por así decirlo— y
se sostienen en una complicidad extendida.
4. Cada uno de nosotros debe sentirse responsable de algún modo por la
devastación a la que está sometida nuestra casa común, empezando por
esas acciones que, aunque sólo sea indirectamente, alimentan los
conflictos que están azotando la humanidad. Así se fomentan y se
entrelazan desafíos sistémicos, distintos pero interconectados, que
asolan nuestro planeta (4). Me refiero, en particular, a las
disparidades de todo tipo, al trato deshumano que se da a las personas
migrantes, a la degradación ambiental, a la confusión generada
culpablemente por la desinformación, al rechazo de toda forma de
diálogo, a las grandes inversiones en la industria militar. Son todos
factores de una amenaza concreta para la existencia de la humanidad en
su conjunto. Por tanto, al comienzo de este año queremos ponernos a la
escucha de este grito de la humanidad para que todos, juntos y
personalmente, nos sintamos llamados a romper las cadenas de la
injusticia y, así, proclamar la justicia de Dios. Hacer algún acto de
filantropía esporádico no es suficiente. Se necesitan, por el
contrario, cambios culturales y estructurales, de modo que también se
efectúe un cambio duradero (5).
II. Un cambio cultural: todos somos deudores
5. El evento jubilar nos invita a emprender diversos cambios, para
afrontar la actual condición de injusticia y desigualdad, recordándonos
que los bienes de la tierra no están destinados sólo a algunos
privilegiados, sino a todos (6) . Puede ser útil recordar lo que
escribía san Basilio de Cesarea: «¿Qué cosa, dime, te pertenece? ¿De
dónde la has tomado para ponerla en tu vida? […] ¿Acaso no saliste
desnudo del vientre de tu madre?, ¿no tornarás desnudo nuevamente a la
tierra? Los bienes presentes, ¿de dónde te vienen? Si dices del azar,
eres impío, porque no reconoces al Creador, ni das gracias al que te ha
dado» (7). Cuando falta la gratitud, el hombre deja de reconocer los
dones de Dios. Sin embargo, el Señor, en su misericordia infinita, no
abandona a los hombres que pecan contra Él; confirma más bien el don de
la vida con el perdón de la salvación, ofrecido a todos mediante
Jesucristo. Por eso, enseñándonos el “Padre nuestro”, Jesús nos invita
a pedir: «Perdona nuestras ofensas» ( Mt 6,12).
6. Cuando una persona ignora el propio vínculo con el Padre, comienza a
albergar la idea de que las relaciones con los demás puedan ser
gobernadas por una lógica de explotación, donde el más fuerte pretende
tener el derecho de abusar del más débil (8). Como las élites en el
tiempo de Jesús, que se aprovechaban de los sufrimientos de los más
pobres, así hoy en la aldea global interconectada (9), el sistema
internacional, si no se alimenta de lógicas de solidaridad y de
interdependencia, genera injusticias, exacerbadas por la corrupción,
que atrapan a los países más pobres. La lógica de la explotación del
deudor también describe sintéticamente la actual “crisis de la deuda”
que afecta a diversos países, sobre todo del sur del mundo.
7. No me canso de repetir que la deuda externa se ha convertido en un
instrumento de control, a través del cual algunos gobiernos e
instituciones financieras privadas de los países más ricos no tienen
escrúpulos de explotar de manera indiscriminada los recursos humanos y
naturales de los países más pobres, a fin de satisfacer las exigencias
de los propios mercados (10). A esto se agrega que diversas
poblaciones, más abrumadas por la deuda internacional, también se ven
obligadas a cargar con el peso de la deuda ecológica de los países más
desarrollados (11). La deuda ecológica y la deuda externa son dos caras
de una misma moneda de esta lógica de explotación que culmina en la
crisis de la deuda (12). Pensando en este Año jubilar, invito a la
comunidad internacional a emprender acciones de remisión de la deuda
externa, reconociendo la existencia de una deuda ecológica entre el
norte y el sur del mundo. Es un llamamiento a la solidaridad, pero
sobre todo a la justicia (13).
8. El cambio cultural y estructural para superar esta crisis se
realizará cuando finalmente nos reconozcamos todos hijos del Padre y,
ante Él, nos confesemos todos deudores, pero también todos necesarios,
necesitados unos de otros, según una lógica de responsabilidad
compartida y diversificada. Podremos descubrir «definitivamente que nos
necesitamos y nos debemos los unos a los otros» (14).
III. Un camino de esperanza: tres acciones posibles
9. Si nos dejamos tocar el corazón por estos cambios necesarios, el Año
de gracia del jubileo podrá reabrir la vía de la esperanza para cada
uno de nosotros. La esperanza nace de la experiencia de la misericordia
de Dios, que es siempre ilimitada (15).
Dios, que no debe nada a nadie, continúa otorgando sin cesar gracia y
misericordia a todos los hombres. Isaac de Nínive, un Padre de la
Iglesia oriental del siglo VII, escribía: «Tu amor es más grande que
mis ofensas. Insignificantes son las olas del mar respecto al número de
mis pecados; pero, si pesamos mis pecados, respecto a tu amor, se
esfuman como la nada» (16). Dios no calcula el mal cometido por el
hombre, sino que es inmensamente «rico en misericordia, por el gran
amor con que nos amó» ( Ef 2,4). Al mismo tiempo, escucha el grito de
los pobres y de la tierra. Bastaría detenerse un momento, al inicio de
este año, y pensar en la gracia con la que cada vez perdona nuestros
pecados y condona todas nuestras deudas, para que nuestro corazón se
inunde de esperanza y de paz.
10. Por eso Jesús, en la oración del “Padre nuestro”, establece una
afirmación muy exigente: «como también nosotros perdonamos a los que
nos ofenden», después de que hemos pedido al Padre la remisión de
nuestras ofensas (cf. Mt 6,12). Para perdonar una ofensa a los demás y
darles esperanza es necesario, en efecto, que la propia vida esté llena
de esa misma esperanza que llega de la misericordia de Dios. La
esperanza es sobreabundante en la generosidad, no calcula, no exige
cuentas a los deudores, no se preocupa de la propia ganancia, sino que
tiene como punto de mira un sólo fin: levantar al que está caído,
vendar los corazones heridos, liberar de toda forma de esclavitud.
11. Al inicio de este Año de gracia, quisiera, por tanto, sugerir tres
acciones que puedan restaurar la dignidad en la vida de poblaciones
enteras y volver a ponerlas en camino sobre la vía de la esperanza,
para que se supere la crisis de la deuda y todos puedan volver a
reconocerse deudores perdonados.
Sobre todo, retomo el llamamiento lanzado por san Juan Pablo II con
ocasión del Jubileo del año 2000, de pensar «en una notable reducción,
si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava
sobre el destino de muchas naciones» (17). Que, reconociendo la deuda
ecológica, los países más ricos se sientan llamados a hacer lo posible
para condonar las deudas de esos países que no están en condiciones de
devolver lo que deben. Ciertamente, para que no se trate de un acto
aislado de beneficencia, que lleve a correr el riesgo de desencadenar
nuevamente un círculo vicioso de financiación-deuda, es necesario, al
mismo tiempo, el desarrollo de una nueva arquitectura financiera, que
lleve a la creación de un Documento financiero global, fundado en la
solidaridad y la armonía entre los pueblos.
Además, pido un compromiso firme para promover el respeto de la
dignidad de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte
natural, para que toda persona pueda amar la propia vida y mirar al
futuro con esperanza, deseando el desarrollo y la felicidad para sí
misma y para sus propios hijos. Sin esperanza en la vida, en efecto, es
difícil que surja en el corazón de los más jóvenes el deseo de generar
otras vidas. Aquí, en particular quisiera invitar una vez más a un
gesto concreto que pueda favorecer la cultura de la vida. Me refiero a
la eliminación de la pena de muerte en todas las naciones. Esta medida,
en efecto, además de comprometer la inviolabilidad de la vida, destruye
toda esperanza humana de perdón y de renovación (18).
Me atrevo también a volver a lanzar otro llamamiento, apelándome a san
Pablo VI y a Benedicto XVI (19), para las jóvenes generaciones, en este
tiempo marcado por las guerras: utilicemos al menos un porcentaje fijo
del dinero empleado en los armamentos para la constitución de un Fondo
mundial que elimine definitivamente el hambre y facilite en los países
más pobres actividades educativas también dirigidas a promover el
desarrollo sostenible, contrastando el cambio climático (20). Debemos
buscar que se elimine todo pretexto que pueda impulsar a los jóvenes a
imaginar el propio futuro sin esperanza, o bien como una expectativa
para vengar la sangre de sus seres queridos. El futuro es un don para
superar los errores del pasado, para construir nuevos caminos de paz.
IV. La meta de la paz
12. Aquellos que emprenderán, por medio de los gestos sugeridos, el
camino de la esperanza, podrán ver cada vez más cercana la tan anhelada
meta de la paz. El salmista nos confirma en esta promesa: cuando «el
Amor y la Verdad se encontrarán, la Justicia y la Paz se abrazarán» (
Sal 85,11). Cuando me despojo del arma del préstamo y restituyo la vía
de la esperanza a una hermana o a un hermano, contribuyo al
restablecimiento de la justicia de Dios en esta tierra y me encamino
con esta persona hacia la meta de la paz. Como decía san Juan XXIII, la
verdadera paz sólo podrá nacer de un corazón desarmado de la angustia y
el miedo de la guerra (21).
13. Que el 2025 sea un año en el que crezca la paz. Esa paz real y
duradera, que no se detiene en las objeciones de los contratos o en las
mesas de compromisos humanos (22). Busquemos la verdadera paz, que es
dada por Dios a un corazón desarmado: un corazón que no se empecina en
calcular lo que es mío y lo que es tuyo; un corazón que disipa el
egoísmo en la prontitud de ir al encuentro de los demás; un corazón que
no duda en reconocerse deudor respecto a Dios y por eso está dispuesto
a perdonar las deudas que oprimen al prójimo; un corazón que supera el
desaliento por el futuro con la esperanza de que toda persona es un
bien para este mundo.
14. El desarme del corazón es un gesto que involucra a todos, a los
primeros y a los últimos, a los pequeños y a los grandes, a los ricos y
a los pobres. A veces, es suficiente algo sencillo, como «una sonrisa,
un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un
servicio gratuito» (23). Con estos pequeños-grandes gestos, nos
acercamos a la meta de la paz y la alcanzaremos más rápido; es más, a
lo largo del camino, junto a los hermanos y hermanas reunidos, nos
descubriremos ya cambiados respecto a cómo habíamos partido. En efecto,
la paz no se alcanza sólo con el final de la guerra, sino con el inicio
de un mundo nuevo, un mundo en el que nos descubrimos diferentes, más
unidos y más hermanos de lo que habíamos imaginado.
15. ¡Concédenos tu paz, Señor! Esta es la oración que elevo a Dios,
mientras envío mis mejores deseos para el año nuevo a los jefes de
estado y de gobierno, a los responsables de las organizaciones
internacionales, a los líderes de las diversas religiones, a todas las
personas de buena voluntad.
Perdona nuestras ofensas, Señor,
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
y en este círculo de perdón concédenos tu paz,
esa paz que sólo Tú puedes dar
a quien se deja desarmar el corazón,
a quien con esperanza quiere remitir las deudas de los propios hermanos,
a quien sin temor confiesa de ser tu deudor,
a quien no permanece sordo al grito de los más pobres.
Papa Francisco
[1] Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025 (9 mayo 2024), 8.
[2] Cf. S. Juan Pablo II, Carta ap. Tertio millennio adveniente (10 noviembre 1994), 51.
[3] Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 36.
[4] Cf. Discurso a los participantes en el Encuentro promovido por las
Academias Pontificias de las Ciencias y de las Ciencias Sociales (16
mayo 2024).
[5] Cf. Exhort. ap. Laudate Deum (4 octubre 2023), 70.
[6] Cf. Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025 (9 mayo 2024), 16.
[7] Homilia de avaritia, 7: PG 31, 275.
[8] Cf. Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 123.
[9] Cf. Catequesis (2 septiembre 2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (4 septiembre 2020), p. 12.
[10] Cf. Discurso a los participantes en el Encuentro “Abordando la crisis de deuda en el Sur Global” (5 junio 2024).
[11] Cf. Discurso a la Conferencia de las Partes en la Convención Marco
de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático ― COP 28 (2 diciembre
2023).
[12] Cf. Discurso a los participantes en el Encuentro “Abordando la crisis de deuda en el Sur Global” (5 junio 2024).
[13] Cf. Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025 (9 mayo 2024), 16.
[14] Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 35.
[15] Cf. Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025 (9 mayo 2024), 23.
[16] Discurso X (Tercera colección), Oración, 100-101: CSCO
638, 115. San Agustín incluso llega a afirmar que Dios no deja de
hacerse deudor del hombre: «Porque aunque “tu misericordia es
infinita”, tienes a bien hacerte deudor con promesas de aquellos mismos
a quienes tú perdonas todas sus deudas» (cf. Confesiones,
5,9,17: PL 32, 714).
[17] Carta ap. Tertio millennio adveniente (10 noviembre 1994), 51.
[18] Cf. Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025 (9 mayo 2024), 10.
[19] Cf. S. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967),
51; Benedicto XVI, Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la
Santa Sede (9 enero 2006); Íd., Exhort. ap. postsin. Sacramentum
caritatis (22 febrero 2007), 90.
[20] Cf. Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 262; Discurso al
Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (8 enero 2024);
Discurso a la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las
Naciones Unidas sobre el Cambio Climático ― COP 28 (2 diciembre 2023).
[21] Cf. Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963), 113.
[22] Cf. Conmemoración en el décimo aniversario de la “Invocación a la paz en Tierra Santa” (7 junio 2024).
[23] Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025 (9 mayo 2024), .