Nos ha podido ocurrir en variadas y numerosas ocasiones. Hemos entrado a una óptica y, antes de sentarnos frente al oftalmólogo, hemos optado por contemplar
y pensar en la montura que más nos gustaba como adorno y resorte de las lentes.
Al leer detenidamente el relato evangélico del ciego Bartimeo, concluyo que corremos ese riesgo: pedimos lo que es secundario para nuestra felicidad y obviamos aquello que, en verdad, nos la consigue.
Bartimeo no se anduvo con chiquitas. Cuando Jesús se le acercó y le preguntó ¿qué quieres que haga por ti? podría haber pedido el oro y el moro, la luna a sus pies o el sol las veinticuatro horas del día:
¡Pero... no!, no se conformó con solicitar de Jesús Maestro unas simples y bonitas monturas para su vida. Pretendió, pidió y obtuvo lo más importante para su existencia: ¡VER!
Muchos de los amigos que nos rodean viven en una catarata crónica (incluso también nosotros); confundimos la realidad con la verdad, la salvación con la felicidad momentánea, la paz interior con el puro fuego de artificio que se disparan desde tantos cañones interesados y ruidosos. El viejo adagio ojos que no ven, corazón que no siente se convierte también en pauta para pasar de largo ante la miseria humana.
¡SEÑOR QUE PUEDA VER!
Que sea consciente de las cegueras que salen a mi encuentro.
Que esté dispuesto, siempre que haga falta, a reconocer que el mejor oftalmólogo para mis ojos eres Tú; que la escucha del Evangelio es la mejor receta, la eucaristía el colirium más saludable y certero, la oración la mejor intervención quirúrgica para saber hacia dónde y cómo mirar, una iglesia la mejor consulta para la miopía.
¡SEÑOR QUE PUEDA VER!
Es el mundo quien al borde del camino necesita una palabra de aliento.
Es la humanidad despistada y envilecida llena pero vacía.
Es el ser humano que quiere y no puede dirigirse en la dirección adecuada.
Es la tierra que en un afán de verlo y entenderlo todo se niega a la visión de Dios.
Es el grito de aquellos que queremos estrenar gafas nuevas para andar por caminos nuevos sin miedo a caernos.
Que no seamos como aquel hermano nuestro que, no reconociendo la disminución en su vista, al pasar por delante de una consulta médica y confundiendo un árbol con un peatón le dijo: yo no necesito ningún oftalmólogo gracias a Dios veo muy bien.
La fe, entre otras cosas, son los ojos para situarse ante las personas, ante los acontecimientos de la vida, ante nosotros mismos, ante las dificultades o los éxitos, etc.,con una dimensión más profunda y verdadera: JESÚS.
Autor del texto: Padre J. Leoz