EL CIEGO
BARTIMEO
Nos ha podido ocurrir en variadas y numerosas ocasiones. Hemos entrado a una óptica y, antes de sentarnos frente al oftalmólogo, hemos optado por contemplar y pensar en la montura que más nos gustaba como adorno y resorte de las lentes.
Al leer detenidamente
el relato evangélico de este domingo ordinario XXX concluyo que corremos ese riesgo:
pedimos lo que es secundario para nuestra felicidad y obviamos aquello que, en verdad, nos
la consigue.
Bartimeo no se anduvo con chiquitas. Cuando Jesús se le acercó y le preguntó
¿qué quieres que haga por ti?
podría haber pedido el oro y el moro, la
luna a sus pies o el sol las veinticuatro horas del día:
-Una mejor posición social
-Una salida a su vida familiar
-Una mayor comprensión en su entorno, etc.
¡ Pero... no !, no se conformó con solicitar de Jesús Maestro unas simples y
bonitas monturas para su vida. Pretendió, pidió y obtuvo lo más importante
para su existencia: ¡VER!
Muchos de los amigos que nos rodean viven en una catarata crónica (incluso también
nosotros); confundimos la realidad con la verdad, la salvación con la felicidad
momentánea, la paz interior con el puro fuego de artificio que se disparan desde tantos
cañones interesados y ruidosos. El viejo adagio ojos que no ven, corazón que no
siente se convierte también en pauta para pasar de largo ante la miseria humana.
¡SEÑOR
QUE PUEDA VER!
Que sea consciente de las cegueras que salen a mi encuentro.
Que esté dispuesto, siempre que haga falta, a reconocer que el mejor oftalmólogo para
mis ojos eres Tú; que la escucha del Evangelio es la mejor receta, la eucaristía el
colirium más saludable y certero, la oración la mejor intervención quirúrgica para
saber hacia dónde y cómo mirar, una iglesia la mejor consulta para la miopía.
¡SEÑOR
QUE PUEDA VER!
Es el mundo quien al borde del camino
necesita una palabra de aliento.
Es la humanidad despistada y envilecida
llena pero vacía.
Es el ser humano que quiere
y no puede dirigirse en la dirección adecuada.
Es la tierra que en un afán de verlo y entenderlo todo
se niega a la visión de
Dios.
Es el grito de aquellos que queremos estrenar gafas nuevas para andar por
caminos nuevos sin miedo a caernos.
Que no seamos como aquel hermano nuestro que, no reconociendo la disminución en su vista,
al pasar por delante de una consulta médica y confundiendo un árbol con un peatón le
dijo: yo no necesito ningún oftalmólogo
gracias a Dios veo muy bien.
La FE, entre otras cosas, son los OJOS para situarse ante las personas, ante los
acontecimientos de la vida, ante nosotros mismos, ante las dificultades o los éxitos,
etc.,con una dimensión más profunda y verdadera: JESÚS.
Autor del texto: Padre J.
Leoz
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