Exhortación apostólica "C'est la confiance" del
Santo Padre Francisco sobre la confianza en el amor misericordioso de
Dios con motivo del 150º aniversario del nacimiento de Santa Teresa del
Niño Jesús y de la Santa Faz.
1.
1. « C’est la confiance et rien que la confiance qui doit nous conduire
à l'Amour»: «La confianza, y nada más que la confianza, puede
conducirnos al Amor». [1]
2. Estas palabras tan contundentes de santa Teresa del Niño Jesús y de
la Santa Faz lo dicen todo, resumen la genialidad de su espiritualidad
y bastarían para justificar que se la haya declarado doctora de la
Iglesia. Sólo la confianza, “nada más”, no hay otro camino por donde
podamos ser conducidos al Amor que todo lo da. Con la confianza, el
manantial de la gracia desborda en nuestras vidas, el Evangelio se hace
carne en nosotros y nos convierte en canales de misericordia para los
hermanos.
3. Es la confianza la que nos sostiene cada día y la que nos mantendrá
de pie ante la mirada del Señor cuando nos llame junto a Él: «En la
tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías,
pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras
justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de
tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti
mismo». [2]
4. Teresita es una de las santas más conocidas y queridas en todo el
mundo. Como sucede con san Francisco de Asís, es amada incluso por no
cristianos y no creyentes. También ha sido reconocida por la UNESCO
entre las figuras más significativas para la humanidad contemporánea.
[3] Nos hará bien profundizar su mensaje al conmemorar el 150.º
aniversario de su nacimiento, que tuvo lugar en Alençon el 2 de enero
de 1873, y el centenario de su beatificación. [4] Pero no he querido
hacer pública esta Exhortación en alguna de esas fechas, o el día de su
memoria, para que este mensaje vaya más allá de esa celebración y sea
asumido como parte del tesoro espiritual de la Iglesia. La fecha de
esta publicación, memoria de santa Teresa de Ávila, quiere presentar a
santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz como fruto maduro de la
reforma del Carmelo y de la espiritualidad de la gran santa española.
5. Su vida terrena fue breve, apenas veinticuatro años, y sencilla como
una más, transcurrida primero en su familia y luego en el Carmelo de
Lisieux. La extraordinaria carga de luz y de amor que irradiaba su
persona se manifestó inmediatamente después de su muerte con la
publicación de sus escritos y con las innumerables gracias obtenidas
por los fieles que la invocaban.
6. La Iglesia reconoció rápidamente el valor extraordinario de su
figura y la originalidad de su espiritualidad evangélica. Teresita
conoció al Papa León XIII con motivo de la peregrinación a Roma en 1887
y le pidió permiso para entrar en el Carmelo a la edad de quince años.
Poco después de su muerte, san Pío X percibió su enorme estatura
espiritual, tanto que afirmó que se convertiría en la santa más grande
de los tiempos modernos. Declarada venerable en 1921 por Benedicto XV,
que elogió sus virtudes centrándolas en el “caminito” de la infancia
espiritual, [5] fue beatificada hace cien años y luego canonizada el 17
de mayo de 1925 por Pío XI, quien agradeció al Señor por permitirle que
Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz fuera “la primera beata que
elevó a los honores de los altares y la primera santa canonizada por
él”. [6] El mismo Papa la declaró patrona de las Misiones en 1927.
[7]Fue proclamada una de las patronas de Francia en 1944 por el
venerable Pío XII, [8] que en varias ocasiones profundizó el tema de la
infancia espiritual. [9] A san Pablo VI le gustaba recordar su
bautismo, recibido el 30 de septiembre de 1897, día de la muerte de
santa Teresita, y en el centenario de su nacimiento dirigió al obispo
de Bayeux y Lisieux un escrito sobre su doctrina. [10] Durante su
primer viaje apostólico a Francia, en junio de 1980, san Juan Pablo II
fue a la basílica dedicada a ella y en 1997 la declaró doctora de la
Iglesia, [11] considerándola además «como experta en la scientia
amoris». [12] Benedicto XVI retomó el tema de su “ ciencia del amor”,
proponiéndola como «guía para todos, sobre todo para quienes, en el
pueblo de Dios, desempeñan el ministerio de teólogos». [13] Finalmente,
tuve la alegría de canonizar a sus padres Luis y Celia en el año 2015,
durante el Sínodo sobre la familia, y recientemente le dediqué una
catequesis en el ciclo sobre el celo apostólico. [14]
1. Jesús para los demás
7. En el nombre que ella eligió como religiosa se destaca Jesús: el
“Niño” que manifiesta el misterio de la Encarnación y la “Santa Faz”,
es decir, el rostro de Cristo que se entrega hasta el fin en la Cruz.
Ella es “santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz”.
8. El Nombre de Jesús es continuamente “respirado” por Teresa como acto
de amor, hasta el último aliento. También había grabado estas palabras
en su celda: “Jesús es mi único amor”. Fue su interpretación de la
afirmación culminante del Nuevo Testamento: «Dios es amor» (1 Jn
4,8.16).
Alma misionera
9. Como sucede en todo encuentro auténtico con Cristo, esta experiencia
de fe la convocaba a la misión. Teresita pudo definir su misión con
estas palabras: «En el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la
tierra: amar a Jesús y hacerle amar». [15] Escribió que había entrado
al Carmelo «para salvar almas». [16] Es decir, no entendía su
consagración a Dios sin la búsqueda del bien de los hermanos. Ella
compartía el amor misericordioso del Padre por el hijo pecador y el del
Buen Pastor por las ovejas perdidas, lejanas, heridas. Por eso es
patrona de las misiones, maestra de evangelización.
10. Las últimas páginas de Historia de un alma [17] son un testamento
misionero, expresan su modo de entender la evangelización por
atracción, [18] no por presión o proselitismo. Vale la pena leer cómo
lo sintetiza ella misma: «“ Atráeme, y correremos tras el olor de tus
perfumes”. ¡Oh, Jesús!, ni siquiera es, pues, necesario decir: Al
atraerme a mí, atrae también a las almas que amo. Esta simple palabra,
“Atráeme”, basta. Lo entiendo, Señor. Cuando un alma se ha dejado
fascinar por el perfume embriagador de tus perfumes, ya no puede correr
sola, todas las almas que ama se ven arrastradas tras de ella. Y eso se
hace sin tensiones, sin esfuerzos, como una consecuencia natural de su
propia atracción hacia ti. Como un torrente que se lanza impetuosamente
hacia el océano arrastrando tras de sí todo lo que encuentra a su paso,
así, Jesús mío, el alma que se hunde en el océano sin riberas de tu
amor atrae tras de sí todos los tesoros que posee... Señor, tú sabes
que yo no tengo más tesoros que las almas que tú has querido unir a la
mía». [19]
11. Aquí ella cita las palabras que la novia dirige al novio en el
Cantar de los Cantares (1,3-4), según la interpretación profundizada
por los dos doctores del Carmelo, santa Teresa de Jesús y san Juan de
la Cruz. El Esposo es Jesús, el Hijo de Dios que se unió a nuestra
humanidad en la Encarnación y la redimió en la Cruz. Allí, desde su
costado abierto, dio a luz a la Iglesia, su amada Esposa, por la que
entregó su vida (cf. Ef 5,25). Lo que llama la atención es cómo
Teresita, consciente de que está cerca de la muerte, no vive este
misterio encerrada en sí misma, sólo en un sentido consolador, sino con
un ferviente espíritu apostólico.
La gracia que nos libera de la autorreferencialidad
12. Algo semejante ocurre cuando se refiere a la acción del Espíritu
Santo, que adquiere de inmediato un sentido misionero: «Esa es mi
oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me
una tan íntimamente a Él que sea Él quien viva y quien actúe en mí.
Siento que cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor
fuerza diré: “Atráeme”; y que cuanto más se acerquen las almas a mí
(pobre trocito de hierro, si me alejase de la hoguera divina), más
ligeras correrán tras los perfumes de su Amado. Porque un alma abrasada
de amor no puede estarse inactiva». [20]
13. En el corazón de Teresita, la gracia del bautismo se convierte en
un torrente impetuoso que desemboca en el océano del amor de Cristo,
arrastrando consigo una multitud de hermanas y hermanos, lo que ocurrió
especialmente después de su muerte. Fue su prometida «lluvia de rosas».
[21]
2. El caminito de la confianza y del amor
14. Uno de los descubrimientos más importantes de Teresita, para el
bien de todo el Pueblo de Dios, es su “caminito”, el camino de la
confianza y del amor, también conocido como el camino de la infancia
espiritual. Todos pueden seguirlo, en cualquier estado de vida, en cada
momento de la existencia. Es el camino que el Padre celestial revela a
los pequeños (cf. Mt 11,25).
15. Teresita relató el descubrimiento del caminito en la Historia de un
alma: [22] «A pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad.
Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas
mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un
caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo». [23]
16. Para describirlo, usa la imagen del ascensor: «¡El ascensor que ha
de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no
necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo
que empequeñecerme más y más». [24] Pequeña, incapaz de confiar en sí
misma, aunque firmemente segura en la potencia amorosa de los brazos
del Señor.
17. Es el “dulce camino del amor”, [25] abierto por Jesús a los
pequeños y a los pobres, a todos. Es el camino de la verdadera alegría.
Frente a una idea pelagiana de santidad, [26] individualista y
elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el
esfuerzo humano, Teresita subraya siempre la primacía de la acción de
Dios, de su gracia. Así llega a decir: «Sigo teniendo la misma
confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis
méritos —que no tengo ninguno—, sino en Aquel que es la Virtud y la
Santidad mismas. Sólo Él, conformándose con mis débiles esfuerzos, me
elevará hasta Él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará
santa». [27]
Más allá de todo mérito
18. Este modo de pensar no contrasta con la tradicional enseñanza
católica sobre el crecimiento de la gracia; es decir que, justificados
gratuitamente por la gracia santificante, somos transformados y
capacitados para cooperar con nuestras buenas acciones en un camino de
crecimiento en la santidad. De este modo somos elevados de tal manera
que podemos tener reales méritos para el desarrollo de la gracia
recibida.
19. Teresita, sin embargo, prefiere destacar el primado de la acción
divina e invitar a la confianza plena mirando el amor de Cristo que se
nos ha dado hasta el fin. En el fondo, su enseñanza es que, dado que no
podemos tener certeza alguna mirándonos a nosotros mismos, [28] tampoco
podemos tener certeza de poseer méritos propios. Entonces no es posible
confiar en estos esfuerzos o cumplimientos. El Catecismo ha querido
citar las palabras de santa Teresita cuando dice al Señor: «Compareceré
delante de ti con las manos vacías», [29] para expresar que «los santos
han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos eran pura
gracia». [30] Esta convicción despierta una gozosa y tierna gratitud.
20. Por consiguiente, la actitud más adecuada es depositar la confianza
del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un
Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo en la Cruz de
Jesucristo. [31] Por esta razón Teresita nunca usa la expresión,
frecuente en su tiempo, “me haré santa”.
21. Sin embargo, su confianza sin límites alienta a quienes se sienten
frágiles, limitados, pecadores, a dejarse llevar y transformar para
llegar alto: «Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que
siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni
una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del
amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y
gratitud». [32]
22. Esta misma insistencia de Teresita en la iniciativa divina hace
que, cuando habla de la Eucaristía, no ponga en primer lugar su deseo
de recibir a Jesús en la sagrada comunión, sino el deseo de Jesús que
quiere unirse a nosotros y habitar en nuestros corazones. [33] En la
Ofrenda al amor misericordioso, sufriendo por no poder recibir la
comunión todos los días, dice a Jesús: «Quédate en mí como en el
sagrario». [34] El centro y el objeto de su mirada no es ella misma con
sus necesidades, sino Cristo que ama, que busca, que desea, que habita
en el alma.
El abandono cotidiano
23. La confianza que Teresita promueve no debe entenderse sólo en
referencia a la propia santificación y salvación. Tiene un sentido
integral, que abraza la totalidad de la existencia concreta y se aplica
a nuestra vida entera, donde muchas veces nos abruman los temores, el
deseo de seguridades humanas, la necesidad de tener todo bajo nuestro
control. Aquí es donde aparece la invitación al santo “abandono”.
24. La confianza plena, que se vuelve abandono en el Amor, nos libera
de los cálculos obsesivos, de la constante preocupación por el futuro,
de los temores que quitan la paz. En sus últimos días Teresita insistía
en esto: «Los que corremos por el camino del amor creo que no debemos
pensar en lo que pueda ocurrirnos de doloroso en el futuro, porque eso
es faltar a la confianza». [35] Si estamos en las manos de un Padre que
nos ama sin límites, eso será verdad pase lo que pase, saldremos
adelante más allá de lo que ocurra y, de un modo u otro, se cumplirá en
nuestras vidas su proyecto de amor y plenitud.
Un fuego en medio de la noche
25. Teresita vivía la fe más fuerte y segura en la oscuridad de la
noche e incluso en la oscuridad del Calvario. Su testimonio alcanzó el
punto culminante en el último período de su vida, en la gran «prueba
contra la fe», [36] que comenzó en la Pascua de 1896. En su relato,
[37] ella pone esta prueba en relación directa con la dolorosa realidad
del ateísmo de su tiempo. Vivió de hecho a finales del siglo XIX, que
fue la “edad de oro” del ateísmo moderno, como sistema filosófico e
ideológico. Cuando escribió que Jesús había permitido que su alma «se
viese invadida por las más densas tinieblas», [38] estaba indicando la
oscuridad del ateísmo y el rechazo de la fe cristiana. En unión con
Jesús, que recibió en sí toda la oscuridad del pecado del mundo cuando
aceptó beber el cáliz de la Pasión, Teresita percibe en esa noche
tenebrosa la desesperación, el vacío de la nada. [39]
26. Pero la oscuridad no puede extinguir la luz: ella ha sido
conquistada por Aquel que ha venido al mundo como luz (cf. Jn 12,46).
[40] El relato de Teresita manifiesta el carácter heroico de su fe, su
victoria en el combate espiritual, frente a las tentaciones más
fuertes. Se siente hermana de los ateos y sentada, como Jesús, a la
mesa con los pecadores (cf. Mt 9,10-13). Intercede por ellos, mientras
renueva continuamente su acto de fe, siempre en comunión amorosa con el
Señor: «Corro hacia mi Jesús y le digo que estoy dispuesta a derramar
hasta la última gota de mi sangre por confesar que existe un cielo; le
digo que me alegro de no gozar de ese hermoso cielo aquí en la tierra
para que Él lo abra a los pobres incrédulos por toda la eternidad». [41]
27. Junto con la fe, Teresa vive intensamente una confianza ilimitada
en la infinita misericordia de Dios: «la confianza puede conducirnos al
Amor». [42] Vive, aun en la oscuridad, la confianza total del niño que
se abandona sin miedo en los brazos de su padre y de su madre. Para
Teresita, de hecho, Dios brilla ante todo a través de su misericordia,
clave de comprensión de cualquier otra cosa que se diga de Él: «A mí me
ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro
las demás perfecciones divinas…! Entonces todas se me presentan
radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás ésta más aún que todas
las demás) me parece revestida de amor». [43] Este es uno de los
descubrimientos más importantes de Teresita, una de las mayores
contribuciones que ha ofrecido a todo el Pueblo de Dios. De modo
extraordinario penetró en las profundidades de la misericordia divina y
de allí sacó la luz de su esperanza ilimitada.
Una firmísima esperanza
28. Antes de su entrada en el Carmelo, Teresita había experimentado una
singular cercanía espiritual con una de las personas más desventuradas,
el criminal Henri Pranzini, condenado a muerte por triple asesinato y
no arrepentido. [44] Al ofrecer la Misa por él y rezar con total
confianza por su salvación, sin dudar lo pone en contacto con la Sangre
de Jesús y dice a Dios que está segurísima de que en el último momento
Él lo perdonaría y que ella lo creería «aunque no se confesase ni diese
muestra alguna de arrepentimiento». Da la razón de su certeza: «Tanta
confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús». [45] Cuánta
emoción, luego, al descubrir que Pranzini, subido al cadalso, «de
repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el
crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus
llagas sagradas…!». [46] Esta experiencia tan intensa de esperar contra
toda esperanza fue fundamental para ella: «A partir de esta gracia sin
igual, mi deseo de salvar almas fue creciendo de día en día». [47]
29. Teresita es consciente del drama del pecado, aunque siempre la
vemos inmersa en el misterio de Cristo, con la certeza de que «donde
abundó el pecado, sobreabundó la gracia» ( Rm 5,20). El pecado del
mundo es inmenso, pero no es infinito. En cambio, el amor
misericordioso del Redentor, este sí es infinito. Teresita es testigo
de la victoria definitiva de Jesús sobre todas las fuerzas del mal a
través de su pasión, muerte y resurrección. Movida por la confianza, se
atreve a plantear: «Jesús, haz que yo salve muchas almas, que hoy no se
condene ni una sola [...]. Jesús, perdóname si digo cosas que no
debiera decir, sólo quiero alegrarte y consolarte». [48] Esto nos
permite pasar a otro aspecto de ese aire fresco que es el mensaje de
santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.
3. Seré el amor
30. “Más grande” que la fe y la esperanza, la caridad nunca pasará (cf.
1 Co 13,8-13). Es el mayor regalo del Espíritu Santo y es «madre y raíz
de todas las virtudes». [49]
La caridad como trato personal de amor
31. La Historia de un alma es un testimonio de caridad, donde Teresita
nos ofrece un comentario sobre el mandamiento nuevo de Jesús: «Ámense
los unos a los otros, como yo los he amado» ( Jn 15,12). [50] Jesús
tiene sed de esta respuesta a su amor. De hecho, «no vacila en mendigar
un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed… Pero al decir: “Dame de
beber”, lo que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de
su pobre criatura. Tenía sed de amor». [51] Teresita quiere
corresponder al amor de Jesús , devolverle amor por amor. [52]
32. El simbolismo del amor esponsal expresa la reciprocidad del don de
sí entre el novio y la novia. Así, inspirada por el Cantar de los
Cantares (2,16), escribe: «Yo pienso que el corazón de mi Esposo es
sólo para mí, como el mío es sólo para él, y por eso le hablo en la
soledad de este delicioso corazón a corazón, a la espera de llegar a
contemplarlo un día cara a cara». [53] Aunque el Señor nos ama juntos
como Pueblo, al mismo tiempo la caridad obra de un modo personalísimo,
“de corazón a corazón”.
33. Teresita tiene la viva certeza de que Jesús la amó y conoció
personalmente en su Pasión: «Me amó y se entregó por mí» ( Ga 2,20).
Contemplando a Jesús en su agonía, ella le dice: «Me has visto». [54]
Del mismo modo le dice al Niño Jesús en los brazos de su Madre: «Con tu
pequeña mano, que halagaba a María, sustentabas el mundo y la vida le
dabas. Y pensabas en mí». [55] Así, también al comienzo de la Historia
de un alma, ella contempla el amor de Jesús por todos y cada uno como
si fuera único en el mundo. [56]
34. El acto de amor “Jesús, te amo”, continuamente vivido por Teresita
como la respiración, es su clave de lectura del Evangelio. Con ese amor
se sumerge en todos los misterios de la vida de Cristo, de los cuales
se hace contemporánea, habitando el Evangelio con María y José, María
Magdalena y los Apóstoles. Junto a ellos penetra en las profundidades
del amor del Corazón de Jesús. Veamos un ejemplo: «Cuando veo a
Magdalena adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y regar
con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por
primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y
de misericordia del corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea,
ese corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso
a prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las
cumbres más altas de la contemplación». [57]
El amor más grande en la mayor sencillez
35. Al final de la Historia de un alma, Teresita nos regaló su Ofrenda
como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios. [58] Cuando
ella se entregó en plenitud a la acción del Espíritu recibió, sin
estridencias ni signos vistosos, la sobreabundancia del agua viva: «los
ríos, o, mejor los océanos de gracias que han venido a inundar mi
alma». [59] Es la vida mística que, aun privada de fenómenos
extraordinarios, se propone a todos los fieles como experiencia diaria
de amor.
36. Teresita vive la caridad en la pequeñez, en las cosas más simples
de la existencia cotidiana, y lo hace en compañía de la Virgen María,
aprendiendo de ella que « amar es darlo todo, darse incluso a sí
mismo». [60] De hecho, mientras que los predicadores de su tiempo
hablaban a menudo de la grandeza de María de manera triunfalista, como
alejada de nosotros, Teresita muestra, a partir del Evangelio, que
María es la más grande del Reino de los Cielos porque es la más pequeña
(cf . Mt 18,4), la más cercana a Jesús en su humillación. Ella ve que,
si los relatos apócrifos están llenos de episodios llamativos y
maravillosos, los Evangelios nos muestran una vida humilde y pobre, que
transcurre en la simplicidad de la fe. Jesús mismo quiere que María sea
el ejemplo del alma que lo busca con una fe despojada. [61] María fue
la primera en vivir el “caminito” en pura fe y humildad; así que
Teresita no duda en escribir:
«Yo sé que en Nazaret, Madre llena de gracia,
viviste pobremente sin ambición de más.
¡ Ni éxtasis, ni raptos, ni sonoros milagros
tu vida embellecieron, Reina del Santoral…!
Muchos son en la tierra los pequeños y humildes:
sus ojos hacia ti pueden sin miedo alzar.
Madre, te place andar por la vía común,
para guiar las almas al feliz Más Allá». [62]
37. Teresita también nos ha ofrecido relatos que dan cuenta de algunos
momentos de gracia vividos en medio de la sencillez diaria, como su
repentina inspiración cuando acompañaba a una hermana enferma con
carácter difícil. Pero siempre se trata de experiencias de una caridad
más intensa vivida en las situaciones más ordinarias: «Una tarde de
invierno estaba yo, como de costumbre, cumpliendo con mi tarea. Hacía
frío y era de noche… De pronto, oí a lo lejos el sonido armonioso de un
instrumento musical. Entonces me imaginé un salón muy iluminado, todo
resplandeciente de ricos dorados; unas jóvenes elegantemente vestidas
se hacían unas a otras toda suerte de cumplidos y de cortesías
mundanas. Luego mi mirada se posó sobre la pobre enferma a la que
estaba sosteniendo: en vez de una melodía, escuchaba de tanto en tanto
sus gemidos lastimeros; en vez de ricos dorados, veía los ladrillos de
nuestro austero claustro apenas alumbrado por una lucecita. No puedo
expresar lo que pasó en mi alma. Lo que sí sé es que el Señor la
iluminó con los rayos de la verdad, que excedían de tal forma el brillo
tenebroso de las fiestas de la tierra, que no podía creer en mi
felicidad... No, no cambiaría los diez minutos que me llevó realizar mi
humilde servicio de caridad por gozar mil años de fiestas mundanas».
[63]
En el corazón de la Iglesia
38. Teresita heredó de santa Teresa de Ávila un gran amor a la Iglesia
y pudo llegar a lo hondo de este misterio. Lo vemos en su
descubrimiento del “corazón de la Iglesia”. En una larga oración a
Jesús, [64] escrita el 8 de septiembre de 1896, sexto aniversario de su
profesión religiosa, la santa confió al Señor que se sentía animada por
un inmenso deseo, por una pasión por el Evangelio que ninguna vocación
por sí sola podía satisfacer. Y así, en busca de su “lugar” en la
Iglesia, había releído los capítulos 12 y 13 de la Primera Carta de san
Pablo a los corintios.
39. En el capítulo 12, el Apóstol utiliza la metáfora del cuerpo y sus
miembros para explicar que la Iglesia incluye una gran variedad de
carismas ordenados según un orden jerárquico. Pero esta descripción no
es suficiente para Teresita. Ella continuó su investigación, leyó el
“himno a la caridad” del capítulo 13, allí encontró la gran respuesta y
escribió esta página memorable: «Al mirar el cuerpo místico de la
Iglesia, yo no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos
por san Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos ellos... La
caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia
tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el
más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia
tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí
que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que
si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el
Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre… Comprendí
que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era
todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares... En una
palabra, ¡que el amor es eterno...! Entonces, al borde de mi alegría
delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío..., al fin he encontrado mi
vocación! ¡Mi vocación es el amor...! Sí, he encontrado mi puesto en la
Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el
corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor... Así lo seré todo...
¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad…!!!». [65]
40. No es el corazón de una Iglesia triunfalista, es el corazón de una
Iglesia amante, humilde y misericordiosa. Teresita nunca se pone por
encima de los demás, sino en el último lugar con el Hijo de Dios, que
por nosotros se convirtió en siervo y se humilló, haciéndose obediente
hasta la muerte en una cruz (cf. Flp 2,7-8).
41. Tal descubrimiento del corazón de la Iglesia es también una gran
luz para nosotros hoy, para no escandalizarnos por los límites y
debilidades de la institución eclesiástica, marcada por oscuridades y
pecados, y entrar en su corazón ardiente de amor, que se encendió en
Pentecostés gracias al don del Espíritu Santo. Es ese corazón cuyo
fuego se aviva más aún con cada uno de nuestros actos de caridad. “Yo
seré el amor”, esta es la opción radical de Teresita, su síntesis
definitiva, su identidad espiritual más personal.
Lluvia de rosas
42. Después de muchos siglos en que tantos santos expresaron con mucho
fervor y belleza sus deseos de “ir al cielo”, santa Teresita reconoció,
con gran sinceridad: «Yo sufría por aquel entonces grandes pruebas
interiores de todo tipo (hasta llegar a preguntarme a veces si existía
un cielo)». [66] En otro momento dijo: «Cuando canto la felicidad del
cielo y la eterna posesión de Dios, no experimento la menor alegría,
pues canto simplemente lo que quiero creer». [67] ¿Qué ha sucedido? Que
ella estaba escuchando la llamada de Dios a poner fuego en el corazón
de la Iglesia más que a soñar con su propia felicidad.
43. La transformación que se produjo en ella le permitió pasar de un
fervoroso deseo del cielo a un constante y ardiente deseo del bien de
todos, culminando en el sueño de continuar en el cielo su misión de
amar a Jesús y hacerlo amar. En este sentido, en una de sus últimas
cartas escribió: «Tengo la confianza de que no voy a estar inactiva en
el cielo. Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia y por las
almas». [68] Y en esos mismos días dijo, de modo más directo: «Pasaré
mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero pasar mi
cielo haciendo el bien en la tierra». [69]
44. Así Teresita expresaba su respuesta más convencida al don único que
el Señor le estaba regalando, a esa luz sorprendente que Dios estaba
derramando en ella. De este modo llegaba a la última síntesis personal
del Evangelio, que partía de la confianza plena hasta culminar en el
don total por los demás. Ella no dudaba de la fecundidad de esa
entrega: «Pienso en todo el bien que podré hacer después de la muerte».
[70] «Dios no me daría este deseo de hacer el bien en la tierra después
de mi muerte, si no quisiera hacerlo realidad». [71] «Será como una
lluvia de rosas». [72]
45. Se cierra el círculo. « C’est la confiance». Es la confianza la que
nos lleva al Amor y así nos libera del temor, es la confianza la que
nos ayuda a quitar la mirada de nosotros mismos, es la confianza la que
nos permite poner en las manos de Dios lo que sólo Él puede hacer. Esto
nos deja un inmenso caudal de amor y de energías disponibles para
buscar el bien de los hermanos. Y así, en medio del sufrimiento de sus
últimos días, Teresita podía decir: « Sólo cuento ya con el amor». [73]
Al final sólo cuenta el amor. La confianza hace brotar las rosas y las
derrama como un desbordamiento de la sobreabundancia del amor divino.
Pidámosla como don gratuito, como regalo precioso de la gracia, para
que se abran en nuestra vida los caminos del Evangelio.
4. En el corazón del Evangelio
46. En Evangelii gaudium insistí en la invitación a regresar a la
frescura del manantial, para poner el acento en aquello que es esencial
e indispensable. Creo que es oportuno retomar y proponer nuevamente
aquella invitación.
La doctora de la síntesis
47. Esta Exhortación sobre santa Teresita me permite recordar que, en
una Iglesia misionera «el anuncio se concentra en lo esencial, que es
lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más
necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad
y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante». [74] El núcleo
luminoso es « la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en
Jesucristo muerto y resucitado». [75]
48. No todo es igualmente central, porque hay un orden o jerarquía
entre las verdades de la Iglesia, y «esto vale tanto para los dogmas de
fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso
para la enseñanza moral». [76] El centro de la moral cristiana es la
caridad, que es la respuesta al amor incondicional de la Trinidad, por
lo cual «las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más
perfecta de la gracia interior del Espíritu». [77] Al final, sólo
cuenta el amor.
49. Precisamente, el aporte específico que nos regala Teresita como
santa y como doctora de la Iglesia no es analítico, como podría ser,
por ejemplo, el de santo Tomás de Aquino. Su aporte es más bien
sintético, porque su genialidad consiste en llevarnos al centro, a lo
que es esencial, a lo que es indispensable. Ella, con sus palabras y
con su propio proceso personal, muestra que, si bien todas las
enseñanzas y normas de la Iglesia tienen su importancia, su valor, su
luz, algunas son más urgentes y más estructurantes para la vida
cristiana. Allí es donde Teresita puso la mirada y el corazón.
50. Como teólogos, moralistas, pensadores de la espiritualidad, como
pastores y como creyentes, cada uno en su propio ámbito, todavía
necesitamos recoger esta intuición genial de Teresita y sacar las
consecuencias teóricas y prácticas, doctrinales y pastorales,
personales y comunitarias. Se precisan audacia y libertad interior para
poder hacerlo.
51. Algunas veces, de esta santa se citan sólo expresiones que son
secundarias, o se mencionan cuestiones que ella puede tener en común
con cualquier otro santo: la oración, el sacrificio, la piedad
eucarística, y tantos otros hermosos testimonios, pero de ese modo
podríamos privarnos de lo más específico del regalo que ella hizo a la
Iglesia, olvidando que «cada santo es una misión; es un proyecto del
Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la
historia, un aspecto del Evangelio». [78] Por lo tanto, «para reconocer
cuál es esa palabra que el Señor quiere decir a través de un santo, no
conviene entretenerse en los detalles […]. Lo que hay que contemplar es
el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura
que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer
el sentido de la totalidad de su persona». [79] Esto vale más aún para
santa Teresita, por tratarse de una “doctora de la síntesis”.
52. Del cielo a la tierra, la actualidad de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz perdura en toda su “pequeña grandeza”.
En un tiempo que nos invita a encerrarnos en los propios intereses,
Teresita nos muestra la belleza de hacer de la vida un regalo.
En un momento en que prevalecen las necesidades más superficiales, ella es testimonio de la radicalidad evangélica.
En un tiempo de individualismo, ella nos hace descubrir el valor del amor que se vuelve intercesión.
En un momento en el que el ser humano se obsesiona por la grandeza y
por nuevas formas de poder, ella señala el camino de la pequeñez.
En un tiempo en el que se descarta a muchos seres humanos, ella nos enseña la belleza de cuidar, de hacerse cargo del otro.
En un momento de complicaciones, ella puede ayudarnos a redescubrir la
sencillez, la primacía absoluta del amor, la confianza y el abandono,
superando una lógica legalista o eticista que llena la vida cristiana
de observancias o preceptos y congela la alegría del Evangelio.
En un tiempo de repliegues y de cerrazones, Teresita nos invita a la
salida misionera, cautivados por la atracción de Jesucristo y del
Evangelio.
53. Un siglo y medio después de su nacimiento, Teresita está más viva
que nunca en medio de la Iglesia peregrina, en el corazón del Pueblo de
Dios. Está peregrinando con nosotros, haciendo el bien en la tierra,
como tanto deseó. El signo más hermoso de su vitalidad espiritual son
las innumerables “rosas” que va esparciendo, es decir, las gracias que
Dios nos da por su intercesión colmada de amor, para sostenernos en el
camino de la vida.
Querida santa Teresita,
la Iglesia necesita hacer resplandecer
el color, el perfume, la alegría del Evangelio.
¡Mándanos tus rosas!
Ayúdanos a confiar siempre,
como tú lo hiciste,
en el gran amor que Dios nos tiene,
para que podamos imitar cada día
tu caminito de santidad.
Amén.
Roma, octubre de 2023.
FRANCISCO
[1] Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, Obras
completas, Cta 197, A sor María del Sagrado Corazón (17 septiembre
1896), ed. Monte Carmelo, Burgos 2006, p. 555.
Para la versión española de los escritos de la santa se utiliza siempre
dicha edición, con las siguientes siglas: Ms A: Manuscrito «A»; Ms B:
Manuscrito «B»; Ms C: Manuscrito «C»; Cta: Cartas; PN: Poesías; Or:
Oraciones; CA: Cuaderno amarillo de la madre Inés de Jesús; UC: Últimas
conversaciones.
[2] Or 6, Ofrenda de mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios (9 junio 1895), p. 758.
[3] La UNESCO ha inscrito a santa Teresa del Niño Jesús entre las
personalidades a homenajear durante el bienio 2022-2023, con motivo del
150.º aniversario de su nacimiento.
[4] 29 de abril de 1923.
[5] Cf. Decreto de Virtudes (14 agosto 1921): AAS 13 (1921), 449-452.
[6] Cf. Homilía para la canonización (17 mayo 1925): AAS 17 (1925),
211. Texto italiano en D. Bertetto, Discorsi di Pio XI, vol. I, Torino
1959, 383-384.
[7] Cf. AAS 20 (1928), 147-148.
[8] Cf. AAS 36 (1944), 329-330.
[9] Cf. Carta a Mons. François-Marie Picaud, obispo de Bayeux y Lisieux
(7 agosto 1947). Texto francés en Analecta OCD 19 (1947), pp. 168-171.
Texto español en Revista de Espiritualidad 24 (1947), pp. 241-245.
Radiomensaje para la consagración de la Basílica de Lisieux (11 julio
1954): AAS 46 (1954), 404-407.
[10] Cf. Carta a Mons. Jean-Marie-Clément Badré, obispo de Bayeux y
Lisieux, con ocasión del centenario del nacimiento de santa Teresa del
Niño Jesús (2 enero 1973): AAS 65 (1973), 12-15.
[11] Cf. AAS 90 (1998), 409-413, 930-944.
[12] Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 42: AAS 93 (2001), 296.
[13] Catequesis (6 abril 2011): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (10 abril 2011), p. 12.
[14] Catequesis (7 junio 2023): L’Osservatore Romano (7 junio 2023), pp. 2-3.
[15] Cta 220, Al abate Bellière (24 febrero 1897), p. 575.
[16] Ms A, 69vº, p. 217.
[17] Cf. Ms C, 33vº-37rº, pp. 321-326.
[18] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 14; 264: AAS 105 (2013), 1025-1026.
[19] Ms C, 34rº, p. 322.
[20] Ibíd., 36rº, p. 325.
[21] CA (9 junio 1897, 3), p. 809; UC (9 junio 1897), p. 979.
[22] Cf. Ms C, 2vº-3rº, pp. 273-275.
[23] Ibíd., 2vº, p. 274.
[24] Ibíd., 3rº, p. 274.
[25] Cf. Ms A, 84vº, p. 247.
[26] Cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 47-62: AAS 110 (2018), 1124-1129.
[27] Ms A, 32rº, p. 139.
[28] Lo explicó el Concilio de Trento: «Cualquiera, al mirarse a sí
mismo y a su propia flaqueza e indisposición, puede temblar y temer por
su gracia» ( Decreto sobre la justificación, IX: DS 1534). Lo retoma el
Catecismo de la Iglesia Católica cuando enseña que es imposible tener
certeza mirándose a sí mismo o a las propias acciones (cf. n. 2005). La
certeza de la confianza no se encuentra en uno mismo, el propio yo no
otorga fundamentos para esa seguridad, que no se basa en una
introspección. De algún modo lo expresaba san Pablo: «Ni siquiera yo
mismo me juzgo. Es verdad que mi conciencia nada me reprocha, pero no
por eso estoy justificado: mi juez es el Señor» ( 1 Co 4,3-4). Santo
Tomás de Aquino lo explicaba de la siguiente manera: puesto que la
gracia «no sana perfectamente al hombre» ( Summa Theologiae, I-II, q.
109, art. 9, ad 1), «queda además cierta oscuridad de ignorancia en el
entendimiento» ( ibíd., co).
[29] Or 6, p. 758.
[30] Catecismo de la Iglesia Católica, 2011.
[31] Lo afirma también con claridad el Concilio de Trento: «Ningún
hombre piadoso puede dudar de la misericordia de Dios» ( Decreto sobre
la justificación, IX: DS 1534). «Todos deben colocar y poner en el
auxilio de Dios la más firme esperanza» ( ibíd., XIII: DS 1541).
[32] Ms B, 1vº, pp. 254-255.
[33] Cf. Ms A, 48vº, pp. 171-173; Cta 92, A María Guérin (30 mayo 1889), pp. 416-418.
[34] Or 6, p. 758.
[35] CA (23 julio 1897, 3), p. 850.
[36] Ms C, 31rº, p. 317.
[37] Cf. ibíd., 5rº-7vº, pp. 277-281.
[38] Ibíd., 5vº, p. 278.
[39] Cf. ibíd., 6vº, pp. 279-280.
[40] Cf. Carta enc. Lumen fidei (29 junio 2013), 17: AAS 105 (2013), 564-565.
[41] Ms C, 7rº, p. 280.
[42] Cta 197, A sor María del Sagrado Corazón (17 septiembre 1896), pp. 554-555.
[43] Ms A, 83vº, p. 245.
[44] Cf. ibíd., 45vº-46vº, pp. 165-168.
[45] Ibíd., 46rº, p. 167.
[46] Ibíd.
[47] Ibíd., 46vº, p. 167.
[48] Or 2 (8 septiembre 1890), pp. 753-754.
[49] Summa Theologiae, I-II, q. 62, art. 4.
[50] Cf. Ms C, 11vº-31rº, pp. 286-317.
[51] Ms B, 1vº, p. 255.
[52] Cf. ibíd., 4rº, p. 262.
[53] Cta 122, A Celina (14 octubre 1890), p. 449.
[54] PN 24, 21, p. 686.
[55] Ibíd., 6, p. 682.
[56] Cf. Ms A, 3rº, p. 85.
[57] Cta 247, Al abate Belliére (21 junio 1897), p. 601.
[58] Cf. Or 6, pp. 757-759.
[59] Ms A, 84rº, p. 246.
[60] PN 54, 22, p. 741.
[61] Cf. ibíd., 15, p. 740.
[62] Ibíd., 17, p. 740.
[63] Ms C, 29vº-30rº, p. 315.
[64] Cf. Ms B, 2rº-5vº, pp. 256-268.
[65] Ibíd., 3vº, p. 261.
[66] Ms A, 80vº, p. 239. No era una falta de fe. Santo Tomás de Aquino
enseñaba que en la fe obran la voluntad y la inteligencia. La adhesión
de la voluntad puede ser muy sólida y arraigada, mientras la
inteligencia puede estar oscurecida. Cf. De Veritate 14, 1.
[67] Ms C, 7vº, p. 281.
[68] Cta 254, Al P. Roulland (14 julio 1897), p. 606.
[69] CA (17 julio 1897), p. 846.
[70] Ibíd. (13 julio 1897, 17), p. 839.
[71] Ibíd. (18 julio 1897, 1), p. 846.
[72] Ibíd. (9 junio 1897, 3), p. 809; UC (9 junio 1897), p. 979.
[73] Cta 242, A sor María de la Trinidad (6 junio 1897), p. 596.
[74] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 35: AAS 105 (2013), 1034.
[75] Ibíd., 36: AAS 105 (2013), 1035.
[76] Ibíd.
[77] Ibíd., 37: AAS 105 (2013), 1035.
[78] Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 19: AAS 110 (2018), 1117.
[79] Ibíd., 22: AAS 110 (2018), 1117.
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