El fin primario y esencial de la Eucaristía es la unión íntima del alma con Cristo, unión permanente y transformante que exige del cristiano las disposiciones necesarias para sacar el mayor fruto de la Comunión. Dos disposiciones necesarias son: la preparación para recibir a Jesús Sacramentado y la acción de gracias después de comulgar.
La preparación para recibir la Eucaristía supone la unión del alma con Dios por medio de la gracia santificante, de no ser así se cometería un gravísimo sacrilegio. Para recibir a Jesús Sacramentado bien preparados hemos de estar en estado de gracia y recibir a Cristo con profunda humildad, purificando nuestras almas del egoísmo y la soberbia que nos arrastran; porque solo en el vacío de sí mismo se realiza la unión del alma con Dios todopoderoso. A la humildad de corazón, se ha de sumar el ferviente deseo de unirnos con el Señor en la Eucaristía. Deseo que nace del conocimiento de nuestra debilidad y pobreza y nos impulsa a unirnos con Cristo para fortalecernos en las virtudes sobrenaturales, y enriquecernos con el alimento divino de su cuerpo y sangre.
La mayor acción de gracias será aquella que prolongue aquella unión con Jesucristo durante todo el día. Nada más recibir al Señor en nuestra alma le adoraremos desde lo más profundo de nuestros corazones; en unión con la Virgen María nos sorprenderemos ante la divina majestad de su Hijo, le alabaremos y daremos gracias por todos los dones recibidos; le ofreceremos nuestras buenas obras y deseos, junto con nuestras miserias, para que los purifique con el fuego divino de su amor misericordioso; seguiremos con íntimos coloquios con el Señor, como un amigo con su mejor amigo, sencilla y afectuosamente; pondremos atención a lo que nos diga nuestro divino Maestro y le pediremos todo cuanto necesitamos para nuestra santificación y la salvación de las almas.
Para que los coloquios con Cristo no se conviertan en una mecánica, podemos cambiar el tema de la conversación con el Señor de tiempo en tiempo. Un día hablaremos de una virtud, otro día de otra o nos pararemos a saborear unidos a Jesús un pasaje del Evangelio; otro día le daremos gracias por los dones sobrenaturales recibidos o por las tribulaciones que nos ha concedido; le ofreceremos sacrificios, especialmente lo que más nos cuesta, porque es muy importante proponerse adelantar en alguna virtud sobrenatural, especialmente la que más necesitamos; pediremos por las necesidades de la Iglesia, del Santo Padre, los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, por las misiones, los enfermos, etc.
A María santísima le pediremos la gracia de convivir con Jesús todos los instantes de la vida, haciendo de nuestras obras ordinarias, extraordinarios actos de amor a Dios. Que así sea.
Autor del texto: Julián Jarabo Ruiz, Revista Ave María, nº 731 (Junio 2007)
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