La niña del helado

La niña del helado Carmen no sabía qué le pasaba a su abuela. Siempre se olvidaba de todo: dónde había guardado el azúcar, cuando vencían las cuentas y a qué hora debía estar lista para que la llevaran de compras al almacén.

- ¿Qué le pasa a la abuela?- preguntó-. Era una señora tan ordenada... Ahora parece triste, perdida y no recuerda las cosas.

-La abuela está envejeciendo- contestó mamá -En estos momentos necesita mucho amor, querida.

- ¿Qué quiere decir envejecer?- preguntó Carmen-. ¿Todo el mundo se olvida de las cosas? ¿Me pasará a mí?

- No, Carmen, no todo el mundo se olvida de las cosas cuando envejece. Creemos que la abuela tiene la enfermedad de Alzheimer y eso la hace más olvidadiza. Tal vez tengamos que ponerla en un hogar especial donde puedan darle los cuidados que necesita.

-Oh, mamá, ¡qué horrible!. Va a echar mucho de menos su casita, ¿no es cierto?

- Tal vez, pero no hay otra solución. Estará bien atendida y allí, encontrará nuevas amigas.

Carmen parecía apesadumbrada. La idea no le gustaba en absoluto.

- ¿Podremos ir a verla con frecuencia? - preguntó-. La voy a echar de menos, aunque se olvide de las cosas.

- Podremos ir los fines de semana- contestó mamá-. Y llevarle regalos.

- ¿Un helado, por ejemplo? A la abuela le gusta el helado de vainilla- sonrió Carmen.

La primera vez que visitaron a la abuela en el hogar para ancianos, Carmen estuvo a punto de llorar.

-Mamá, casi toda esa gente está en sillas de ruedas- observó.

- La necesitan; de lo contrario se caerían- explicó mamá- Ahora, cuando veas a la abuela, sonríe y dile que se la ve muy bien.

La abuela estaba sentada, muy sola, en un rincón de lo que llamaban la sala del sol. Tenía la mirada perdida entre los árboles de afuera. Carmen abrazó a la abuela.

-Mira-le dijo-. Te hemos traído un regalo: helado de vainilla, el que más te gusta.

La abuela tomó el cucurucho y la cuchara y empezó a comer sin decir palabra.

-Estoy segura de que lo está disfrutando, querida- le aseguró la madre.

-Pero parece no conocernos- dijo Carmen, desilusionada.

- Tienes que darle tiempo- explicó mamá-. Está en un nuevo ambiente y debe adaptarse.

Sin embargo, la siguiente vez que visitaron a la abuela sucedió lo mismo. Comió el helado y sonrió a ambas, pero no dijo palabra alguna.

- Abuela, ¿sabes quién soy?- preguntó Carmen.

- Eres la chica que me trae el helado -dijo la abuela.

-Sí, pero también soy Carmen, tu nieta. ¿No te acuerdas, abuela, de mí?- preguntó, rodeando con sus brazos a la anciana. La abuela sonrió levemente.

- ¿Si recuerdo? Claro que recuerdo. Eres la niña que me trae el helado.

De pronto, Carmen se dio cuenta que la abuela nunca la recordaría. Estaba viviendo en su propio mundo, rodeada de recuerdos difusos y de soledad.

- ¡Cómo te quiero, abuela!- exclamó.

En ese momento vio rodar una lagrima por la mejilla de su abuela.

- Amor- dijo-. Recuerdo el amor.

-¿Ves querida? Eso es todo lo que desea- intervino mamá-. Amor.

- Entonces, le traeré helado todos los fines de semana y la abrazaré aunque no me recuerde- resolvió Carmen.

Después de todo, recordar el amor era mucho más importante que recordar un nombre.

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