La evangelización es un acto de AMOR. Los mandamientos que nuestro Señor Jesús nos dejó fueron "amarás a Dios sobre todas las cosas" y "amarás a tu prójimo como a ti mismo".
El amor al prójimo consiste en entregarle todo el bien posible, desearle lo mejor. Cuando tú puedes crear un espíritu tan precioso como este, observas que la evangelización se convierte en un compromiso de amor al prójimo, pues ¿qué mayor bien puedes otorgar que la dicha de conocer la palabra de Dios, la dicha de vivirla, experimentarla y dar un sentido profundo a nuestras vidas?
La evangelización, tarea primordial, misión y vocación propia de la Iglesia, nace precisamente de la fe en la Palabra, que es la luz verdadera que ilumina a toda persona que viene a este mundo.
Es fundamental iniciar con este supuesto perfectamente comprendido. No evangeliza el que no ama, el que es capaz de mantenerse indiferente ante tanto vacío y necesidad de Dios entre nuestros hermanos. Si entiendes esto, el siguiente paso sería vencer las dificultades que ello implica. Los cristianos del siglo XXI tenemos una fuente inagotable de inspiración en las comunidades eclesiales de los primeros siglos, quienes habían convivido con Jesús o escuchado directamente el testimonio de los Apóstoles, sintieron sus vidas como transformadas e inundadas de una nueva luz. Pero debieron vivir su fe en un mundo indiferente e incluso hostil.
Hacer penetrar la verdad del Evangelio, trastocar muchas convicciones y costumbres que denigraban la dignidad humana, supuso grandes sacrificios, firme constancia y una gran creatividad. Sólo con la fe inquebrantable en Cristo, alimentada constantemente por la oración, la escucha de la Palabra y la participación asidua en la Eucaristía, las primeras generaciones cristianas pudieron superar aquellas dificultades y consiguieron fecundar la historia humana con la novedad del Evangelio, derramando, tantas veces, la propia sangre.
No digo que la evangelización sea una labor titánica. De acuerdo, sí lo es, pero la evangelización más importante es aquella que precisamente tenemos a nuestro alcance: en nuestros hogares, nuestros colegios, nuestros grupos de amigos. El Señor va mostrando poco a poco los pasos a seguir, iniciar con Él un peregrinar por los lugares a donde quiso que llevara su imagen que Él mismo inspira para dibujarla y luego mostrarla.
Así empiezas a darte cuenta de los problemas que se viven en cada hogar, en cada familia, en cada personalidad.
Las experiencias cotidianas que Jesús va mostrando nos envían a diferentes actividades como el llevar palabras de consuelo a los angustiados, atender a enfermos, orar por los moribundos, escuchar ancianos, hablarles del amor de Jesús a familias alejadas de la oración, invitar a familiares y vecinas para asistir al taller de oración y vida, invitar a los amigos a suscribirse a portales católicos de Internet interesantes, como 'Web católico de Javier'. También se pueden realizar otras actividades como llevar ropa y alimentos a la iglesia para los necesitados, o personalmente a los niños de la calle. Y lo más importante e indispensable: asistir a la COMUNIÓN con Dios en la Eucaristía, porque Él nos fortalece espiritualmente en esa unión y nos guía a través del Espíritu Santo.
Tal vez piensas, ¿pero dónde está la palabra de Dios en esto? Te diré donde: en nuestros actos. La palabra viva, la palabra en acción evangeliza mejor que la palabra escrita. Sólo transmites un mensaje si puedes comprobar que es real. Ahora bien, es muy cierto que existirán muchas piedras en el camino. En Marcos 16,20 dice " Y los discípulos salieron a predicar por todas partes CON LA AYUDA DEL SEÑOR, el cual CONFIRMABA su mensaje con las señales que lo acompañaban."
En esta parte de la Palabra, se nota claramente que la Predicación acompañada por hechos se convierte en un signo. Los milagros, curaciones, etc. son los signos en los que el Señor muestra no sólo su amor por nosotros, sino también es la forma en la cual el Señor CONFIRMA la autenticidad del mensaje, es la ayuda que el Señor da a quien predica el Evangelio y da testimonio de la Resurrección del Señor. Las promesas son actuales, son para hoy. Y son para ti. Levanta tú que duermes y pide a Dios GRAN PODER para evangelizar. Pide GRAN PODER para dar testimonio de que Jesús resucitó y que vive en ti, en tu corazón. Que tiemble la Tierra al escuchar tu oración como tembló con la de los discípulos.
El mundo necesita testigos que prediquen y testifiquen con GRAN PODER. En esta época nos preguntamos ¿Dónde está el Dios de Elías que realizaba enormes prodigios? Con su debida diferencia, también nos preguntamos ¿dónde? y la pregunta correcta no es esa, sino ¿Dónde hay más Elías?. Repito, las promesas son actuales, son para hoy y son para ti. Levántate tú que duermes y sigue al Señor y pide su Poder para Evangelizar.
Este milenio ha conocido el encuentro entre dos mundos, marcando un rumbo inédito en la historia de la humanidad. Es el milenio del encuentro con Cristo, de las apariciones de Santa María de Guadalupe en el Tepeyac, de Nuestra Señora en Luján, la primera evangelización y consiguiente implantación de la Iglesia en América. Esta fe, vivida cotidianamente por numerosos creyentes, será la que anime e inspire las pautas necesarias para superar las deficiencias en el progreso social de las comunidades, especialmente de las campesinas e indígenas; para sobreponerse a la corrupción que empaña tantas instituciones y ciudadanos; para desterrar el narcotráfico, basado en la carencia de valores, en el ansia de dinero fácil y en la inexperiencia juvenil; para poner fin a la violencia que enfrenta de manera sangrienta a hermanos y clases sociales.
Sólo la fe en Cristo da origen a una cultura opuesta al egoísmo y a la muerte.
¿Es verdad que el mundo en el que vivimos es al mismo tiempo grande y frágil, excelso pero a veces desorientado? ¿Se trata de un mundo avanzado en unos aspectos pero retrógrado en tantos otros? Y sin embargo, este mundo -nuestro mundo- tiene necesidad de Cristo, Señor de la historia, que ilumina el misterio del hombre y con su Evangelio lo guía en la búsqueda de soluciones a los principales problemas de nuestro tiempo.
Porque algunos poderosos volvieron sus espaldas a Cristo, este siglo asiste impotente a la muerte por hambre de millones de seres humanos, aunque paradójicamente aumenta la producción agrícola e industrial; renuncia a promover los valores morales, corroídos progresivamente por fenómenos como la droga, la corrupción, el consumismo desenfrenado o el difundido hedonismo; contempla inerme el creciente abismo entre países pobres y endeudados y otros fuertes y opulentos; sigue ignorando la perversión intrínseca y las terribles consecuencias de la "cultura de la muerte"; promueve la ecología, pero ignora que las raíces profundas de todo atentado a la naturaleza son el desorden moral y el desprecio del hombre por el hombre.
La evangelización, tarea primordial, misión y vocación propia de la Iglesia, nace precisamente de la fe en la Palabra, que es la luz verdadera que ilumina a toda persona que viene a este mundo.¿Cuántos hoy se encuentran unidos a Cristo? ¡Siéntanse responsables de difundir esta luz que han recibido! Los discípulos de Cristo deseamos que prevalezca la unidad y no las divisiones; la fraternidad y no los antagonismos; la paz y no las guerras. Esto es también un objetivo esencial de la nueva evangelización.
Como hijos de la Iglesia, debemos trabajar para que la sociedad global que se acerca no sea espiritualmente indigente ni herede los errores del pasado. Para ello, es necesario decir sí a Dios y comprometerse con Él en la construcción de una nueva sociedad donde la familia sea un ámbito de generosidad y amor; la razón dialogue serenamente con la fe; la libertad favorezca una convivencia caracterizada por la solidaridad y la participación. En efecto, quien tiene al Evangelio como guía y norma de vida no puede permanecer en una actitud pasiva, sino que ha de compartir y difundir la luz de Cristo, incluso con el propio sacrificio. La nueva evangelización será semilla de esperanza para el nuevo milenio si nosotros, católicos de hoy, nos esforzamos en transmitir herencia de valores humanos y cristianos que han dado sentido a nuestra vida.
Hombres y mujeres que con el paso de los años han acumulado preciosas enseñanzas de la vida tienen la misión de procurar que todos los necesitados del divino mensaje, de la buena nueva de Dios, reciban una sólida formación cristiana durante su preparación intelectual y cultural, para evitar que el pujante progreso les cierre a lo trascendente. En fin, preséntense siempre como infatigables promotores de diálogo y concordia frente al predominio de la fuerza sobre el derecho y a la indiferencia ante los dramas del hambre y la enfermedad que acucian a grandes masas de la población.
Los jóvenes y muchachos que miramos hacia el mañana con el corazón lleno de esperanza, estamos llamados a ser los artífices de la historia y de la evangelización ya en el presente y luego en el futuro. Una prueba de que no hemos recibido en vano tan rico legado cristiano y humano será la decidida aspiración a la santidad, tanto en la vida de familia que muchos formarán dentro de unos años, como entregándose a Dios en el sacerdocio o la vida consagrada si somos llamados a ello.
El Concilio Vaticano II nos ha recordado que todos los bautizados, y no sólo algunos privilegiados, están llamados a encarnar en su existencia la vida de Cristo, a tener sus mismos sentimientos y a confiar plenamente en la voluntad del Padre, entregándose sin reservas a su plan salvífico, iluminados por el Espíritu Santo, llenos de generosidad y de amor incansable por los hermanos, especialmente los más desfavorecidos.
El ideal que Jesucristo propone y enseña con su vida es ciertamente muy alto, pero es el único que puede dar sentido pleno a la vida. Por eso, desconfiemos de los falsos profetas que proponen otras metas, más confortables tal vez, pero siempre engañosas.¡No se conformen con menos! Nosotros los jóvenes, hemos de procurar que el mundo que un día se nos confiará esté orientado hacia Dios, y que las instituciones políticas o científicas, financieras o culturales se pongan al servicio auténtico del hombre, sin distinción de razas ni clases sociales.
La sociedad del mañana ha de saber gracias a nosotros, por la alegría que emana de nuestra fe cristiana vivida en plenitud, que el corazón humano encuentra la paz y la plena felicidad sólo en Dios.
Como buenos cristianos, hemos de ser también ciudadanos ejemplares, capaces de trabajar junto con los hombres de buena voluntad para transformar pueblos y regiones, con la fuerza de la verdad de Jesús y de una esperanza que no decae ante las dificultades. Traten de poner en práctica el consejo de San Pablo: "No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien" (Rm 12, 21).
"Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). En nombre del Señor, vayamos decididamente a evangelizar el propio ambiente para que sea más humano, fraterno y solidario; más respetuoso de la naturaleza que se nos ha encomendado. Contagiemos la fe y los ideales de vida a todas las gentes del Continente, no confrontando inútilmente, sino con el testimonio de la propia vida.
Revelemos que Cristo tiene palabras de vida eterna, capaces de salvar a los hombres de ayer, de hoy y de mañana. Revelemos a nuestros hermanos el rostro divino y humano de Jesucristo, Alfa y Omega, Principio y Fin, el Primero y el Último de toda la creación y de toda la historia, también de la que estamos escribiendo con nuestras vidas.
Web católico de Javier
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