El milagro de Faverney
Corría el año 1608,
época calamitosa para la Iglesia de Francia, sometida a los ataques de los calvinistas
que, en ocasiones, llegaban a profanar la persona misma del Señor, presente en la
Eucaristía, misterio que odiaban especialmente los herejes seguidores de Calvino.
Esta situación había creado la natural inquietud entre los fieles, amantes fervorosos de
la Eucaristía.
En Faverney, pequeña ciudad de la diócesis de Besanzón, había un monasterio
benedictino cuyos monjes acostumbraban a preparar cada año, la víspera de Pentecostés,
una capilla adornada con sabanillas y otros lienzos sobre cuya mesa se elevaba un
Tabernáculo donde había dos Hostias consagradas, puestas dentro de un viril de plata. Y
también aquel año 1608 fue expuesto el Santísimo Sacramento la vigilia de Pentecostés,
que coincidió con el día 25 de mayo.
El pueblo fiel homenajeó a Jesús Eucaristia, desagraviándole de las ofensas de los
protestantes calvinistas, y, llegada la noche, todo el mundo se recogió y se cerraron las
puertas de la iglesia, quedando en el altar de la capilla dos velas encendidas. Y
seguramente las chispas de ellas, cayendo sobre los adornos, prendieron el fuego.
Pronto se esparció por todo el templo una espesa humareda. Las llamas devoraron
ornamentos, manteles, tarimas y Tabernáculos. Todo quedó reducido a cenizas y ascuas.
Los religiosos lloraban de tristeza, cuando contemplaron una maravillosa realidad: sobre
aquel montón de cenizas ardientes, vieron el viril milagrosamente suspendido en medio de
la iglesia... (El viril es la cajita de cristal con cerquillo de oro o dorado, que encierra la forma consagrada y se coloca en la custodia para la exposición del Santísimo)
Al momento se propagó por la villa la noticia del prodigio, y acudieron al monasterio
muchísimas personas de Faverney y de los lugares inmediatos, y, ante la inmensa multitud,
el viril continuó suspendido en el aire durante treinta y tres horas, al cabo de las
cuales se colocó sobre un corporal que habían puesto debajo.
De esta manera quiso la Providencia divina preservar a los católicos fieles de los
errores calvinistas y corroborarlos más y más en la religión católica, mostrándoles,
por medio de un asombroso prodigio, la verdad de todo cuanto la Iglesia nos enseña acerca
de la presencia real de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.
(Prodigios Eucarísticos, P. M.
Traval, S. J.).
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