El doctor Joseph Claude Anthelme Récamier, famoso médico de París y excelente cristiano, refiere el siguiente caso:
Visitaba a un enfermo, a mi juicio irrevocablemente condenado a muerte. Una mañana, cuando le visité, me asustó su aspecto. Le tomé el pulso, le ausculté. Creí que no iba a durar más que unas horas... Animé a su mujer y a su madre, diciéndoles que lo encomendasen a Dios. Ofrecí hacerlo yo también...
Vuelvo por la tarde, sin aviso alguno, y lo encuentro con vida. Lo mismo al día siguiente. Los pulmones no funcionan, la hipertrofia le obstruye todo el pecho, la respiración es imposible y su vida me parece un milagro. Lleva en el cuello una medalla y el Escapulario del Carmen. ¿Querrá sanarle la Virgen? Su mujer aprovecha la ocasion:
-“Mira, el doctor te lo va a decir. ¿No es verdad que los últimos sacramentos han sanado a muchos enfermos?”
-“Dejadme -gritó - dejadme todos, que me atormentáis y me asesináis”.
El médico, por prudencia, hizo una señal para que callasen, y, acercándose al enfermo, le dijo:
-“Vamos, deme usted la mano y seamos buenos amigos. No diga ni una palabra más”.
Cogió su mano y se despidió. Al salir dijo a la familia:
-“Tengan confianza; he visto el Escapulario en el pecho de Federico, recen a la Virgen y esperen”.
A pesar de ser de noche se dirigió al Colegio del Sagrado Corazón y pidió oraciones por un moribundo, y luego a un sacerdote, para que rezase el rosario. El doctor Récamierlo rezó en casa con su familia y, al final, tres Avemarías por un moribundo. Al levantarse, se apoyó mal y rompió el cristal del reloj.
Se levantó a las seis de la mañana y fue a ver a su enfermo. La madre sale a la escalera a darle las gracias; la esposa le estrecha la mano, llena de gratitud.
-“Venga, doctor, venga, dijo el enfermo, ahora soy feliz. Me he reconciliado con Dios; deme un abrazo”.
El enfermo, sin decirle a nadie una palabra, habia pedido un sacerdote y recibió tranquilo todos los sacramentos. Poco después, estando presente Récamier, moría sin la menor agonía.
Para distraer el dolor de la familia, preguntó el doctor: -“A qué hora pidió Federico el sacerdote y los sacramentos?”
-“A las nueve y media”. Saca Récamier el reloj y lo encuentra parado a esa hora.
-“Miren, a las nueve y media precisamente acabamos de rezar el rosario y tres Avemarías por él, porque al levantarme fue cuando se paró el reloj. La Virgen nos concedio lo que todos deseábamos: la salud de su alma”.
Web católico de Javier
Relato del Padre Rafael Mª López Melús
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