El hecho sucedió en la isla de Java, Indonesia, a la que llegó un misionero para predicar el nombre de Jesús. El mismo padre Loeff refiere este hecho lleno de encanto.
El padre jesuita, al ver el precario nivel cultural de aquellas gentes, erigió una escuela para los muchachos y muchachas de aquella isla. De esta manera, al tiempo que enriquecía sus conocimientos culturales les hablaba de Dios, y en ella admitía a cualquiera que quisiera aprender alguna disciplina. Él mismo, con ayuda de algunos seglares, dirigía las clases.
Cercanas las fiestas de Navidad, el padre iba explicando todos los misterios de la vida de Nuestro Señor, explicación que embelesaba a sus niños, como a todos nos embelesa la contemplación de Jesús pobre y desnudito en la cueva de Belén, en los brazos de su madre, la Virgen Santísima: la adoración de los pastores, el canto de los ángeles, la aparición de la estrella, los Reyes Magos...
Todo llamaba la atención de aquellos niños que escuchaban con avidez los relatos del misionero... Pero bien sabemos los mayores que por encima de todo hay una historia que a los niños encanta: los regalos de los Reyes Magos. El padre les hablaba de la famosa tradición europea: los niños, en Europa, días antes de la fiesta de los santos Reyes, les escriben una carta en la que piden a sus Majestades unos regalos que correspondan al buen comportamiento que durante el año han tenido. Y, según éste ha sido, así de generosos son las Majestades de Oriente. Los niños abrían sus ojos como platos.
-Y, ¿esto no puede pasar aquí, padre?
-No sé... no sé si los santos Reyes vendrán por aquí. Como nosotros nunca les escribimos cartas ni ellos tienen esa costumbre. Además, piensa que son muchos países a recorrer en una sola noche y van en camello. Pero, Darmi, si por casualidad vinieran, ¿qué les pedirías?
Darmi no se atrevió a contestar al padre delante de todos sus compañeros. Pero en su interior ya había formulado su carta a los Reyes Magos: les había pedido el bautismo. ¿Por qué mi padre se opondrá a que yo me haga cristiano? Si el Señor Jesús es tan bueno y es Dios de verdad, pues ¡hace unos milagros!...
Así respondía luego en particular al sacerdote. Y, evidentemente, el padre Loeff también escribió su carta a los santos Reyes. ¿Será posible que vengan este año los Reyes a la isla de Java?
Una hora después, Darmi regresaba a su aldea con sus compañeros Uarni y Sarjoki, también sin bautizar. Era la tarde del 5 de enero. Atravesaban los cañaverales de azúcar. El viento movía las varas que se adivinaban jugosas. ¡Qué hambre tenían los tres muchachos! Caminaban a la vera de un río y entre risas y juegos que amenizaban el largo camino, Darmi se detiene y, señalando hacia el río, grita a sus amigos:
-¡Una anguila! ¡Una anguila! Con el hambre que tengo. ¡Voy a ella! Vosotros quedaos quietos aquí.
Darmi se acerca a la orilla del río con maestría. No era la primera que pescaba. Mete sus pies en el agua. Tan atento está a que no se escape su presa, que no siente el frío del agua. Da unos pasos con agilidad... Mete la mano en el agua con un rápido movimiento, pero... nada. Entonces se abalanza con las dos manos para ver si en la profundidad de las aguas la puede encontrar todavía.
Darmi da un grito de espanto. Se endereza y con este gesto saca las manos del río. Una larga serpiente negra se le ha enroscado en un brazo que Darmi sacude con destreza, pero ya es tarde. La serpiente, cabeza fina y chata, ojos pequeños terriblemente vivos, ha clavado sus acerados dientes en la mano de Darmi e inyectan su terrible veneno. Darmi no se atreve a tocar con la otra mano a la serpiente, por si se revuelve y se la muerde también. Por fin, el animal suelta el brazo de Darmi y se vuelve a la profundidad de sus aguas.
Darmi, consciente de lo que puede pasar, corre hacia sus amigos que se han quedado paralizados por el miedo.
-¡Corre, chupa el veneno! -le grita Uarni.
Obedece Darmi con premura. Chupa repetidas veces y escupe la sangre infectada.
-¡Vamos a atarle la mano para impedir que suba el veneno al brazo! -grita ahora Sarjoki.
Pero ya es tarde. La mano se empieza a inflamar y también el brazo. No obstante, Uarni trae un junco y se lo ata al brazo todo lo fuerte que puede. Aunque el brazo es ya demasiado grueso.
-No hay nada a hacer.
-Entonces, ¿me muero? -dice Darmi, con pena.
-Eso parece.
-Pues no perdáis tiempo -dice con decisión. ¡A bautizarme! Dice Jesús que si no estamos bautizados no iremos al cielo, y yo quiero ir al cielo con Él. Así que tenéis que bautizarme.
Los dos compañeros se miran confundidos intentando recordar lo que les ha dicho el padre acerca del bautismo. Sarjoki se acuerda mejor que Uarni, por eso le dice a éste que traiga un poco de agua entre sus manos. Pone una mano sobre la cabeza de Darmi y con la otra toma el agua que ha traído Uarni y la echa sobre su compañero herido de muerte:
-Darmi, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Y va dejando caer el agua sobre la cabeza de Darmi. Sublime confesión de fe de un niño que, ante el peligro de muerte, lo único que pide a sus compañeros es que lo bauticen. Le llega la muerte, pero él busca la Vida.
Ahora sí, ya bautizado, Darmi se deja hacer. Sus compañeros lo toman entre sus brazos y le ayudan a llegar hasta la aldea donde viven sus padres, que dista todavía unos kilómetros. Los padres de Darmi quedan emocionados ante el gesto de Sarjoki y Uarni, y llaman al médico. Ponen al muchacho sobre un jergón. No saben qué hacer con él mientras llega el médico. Darmi sonríe pensando que si se muere, entra en el cielo de cabeza. Llega el médico y se hace cargo de la situación al instante. Atraviesa la herida con una aguja grande, fricciona el brazo de arriba abajo y aplica sobre la herida una lana empañada en aceite de coco para que aspire el veneno. El remedio es eficaz y, gracias a Dios, Darmi no va a morir... Dos días después, Darmi vuelve a la escuela y le cuenta al padre todo lo que ha pasado.
—¿Has visto, Darmi, cómo los Reyes Magos se han acordado de ti y te han traído el regalo que les pediste?
Son siempre los niños, con su inocencia, los que nos ayudan a entender los misterios de Dios, como nos dice el Evangelio, porque "de ellos es el reino de los cielos". A Darmi, niño pagano todavía, pobre y necesitado más que cualquiera de nosotros, sólo se le ocurre pedir a los Reyes Magos que le faciliten, lo más pronto posible, el bautismo para irse al cielo. ¡Qué hermoso sería si nosotros, los que ya estamos bautizados, en nuestras cartas a los Reyes de Oriente, en lugar de cosas para la tierra, les pidiéramos cosas para el cielo! Los santos Reyes viajaron a través del desierto, siguiendo una estrella, hasta dar con el Mesías, que era el cielo en la tierra. ¡Que sepamos nosotros viajar por el desierto de esta vida mirando a la estrella, que es María, para llegar hasta Cristo, que es el cielo!
Autor del texto: J. Andrés Ferrer, MCR. Revista Ave María nº 654