EN LA PESQUERÍA

sfjavierindio.jpg (22218 bytes)  

Un día le dijeron que a unas 600 millas había unos veinte mil "paravas" bautizados, pero muy ignorantes porque no había sacerdotes que supieran su lengua malavar. Javier se fue a la Pesquería. Pasaría por Cochín, en donde tenían los franciscanos un convento y un seminario misional; le recibirían, como siempre, muy cordialmente.

Parece que llegó a Tuticorín, a mil kilómetros de Goa. Era una costa baja, llena de lagunas. Era un importante centro portugués de contratación de especias. Los cristianos se gloriaban de ser los descendientes de los convertidos por Santo Tomás. El santo llevaba tres jóvenes indígenas del colegio de San Pablo, que tradujeron a su lengua malavar el credo, los mandamientos y las oraciones.

 

La Pesquería estaba a lo largo de los abrasados arenales de la costa, en unas 50 millas de las inmediaciones del cabo Comorín, situado en el extremo sur de la India. Innumerables arroyos llegaban con dificultad al mar, a través de la arena, formando oasis de palmeras datileras. El pescado, el arroz y los dátiles y el líquido de los cocos era el escaso alimento de aquella pobre gente. No podían comer la carne de las vacas, porque eran dioses, y eso sería un gran pecado. Vivían en chozas de barro y de hojas de palmera. Eran atléticos y esbeltos, de rasgos casi europeos. Decían que cuando uno muere su alma pasa a un perro, a una serpiente, etc... según hayan sido buenas o malas sus acciones.

El santo, calado hasta los huesos, caminaba a través de arenas pantanosas de aldea en aldea. En verano la arena le abrasaba los pies. Cuando soplaba el viento fuerte de las montañas, las nubes de polvo se le metían por boca y nariz . Caminaba con los pies abrasados y las piernas hinchadas. "Sólo por Dios -dice el santo- se pueden tolerar tales trabajos... yo no cargaría con ellos ni un solo día por todo el mundo". Pero, por otro lado, -dice él que son tantas las consolaciones que Dios nuestro Señor comunica a los que andan entre estos gentiles "que son las mayores que se pueden tener en esta vida".

Por aquella región había muchas serpientes venenosas, tigres, cocodrilos, etc. Pero Cristo había dicho a sus apóstoles: "En mi nombre arrojarán demonios, hablarán lenguas nuevas, tomarán en sus manos las serpientes, y si beben un veneno mortal no les dañará" (Mc. 28, 17).

Las perlas de la Pesquería

Las ostras pequeñitas flotan en el mar como trozos de gelatina. Al cubrirse de concha se hunden y se pegan al fondo. Allí abren sus valvas para que les entre el alimento. A veces les entra un grano de arena, un huevecito de pez, etc. que se queda entre el cuerpo y la concha. Como le molesta, -el animal procura arrojarlo. Si no puede, lo envuelve en capas de fino nácar. Eso es la perla. Las ostras forman numerosos bancos en el fondo, a diez o más metros de profundidad, en los mares cálidos.

Antes era muy peligrosa la pesca de las perlas. A los pescadores les tapaban los oídos con cera y la nariz con pinzas de hueso. Los tímpanos llegaban a perforarse por la presión del agua. Descendían apoyados sus pies en una gran piedra, atada a una cuerda. Llevaban al cuello una cestita de fibra de palma para echar las ostras. No olvidaban un cuchillo entre los dientes para defenderse de los posibles tiburones. Sacaban las ostras a los barcos. Allí las abrían y las dejaban en la arena, donde el sol tropical pronto las pudría. Entonces sacaban y limpiaban las perlas.

Los pobres pescadores se sumergían unas cuarenta veces por día, y estaban bajo el agua dos o tres minutos. Subían jadeantes, echando a veces sangre por las narices y oídos. O caían muertos, entre horribles espasmos. Entonces sus cadáveres eran pasto de los tiburones. En el mes de Marzo, unas 400 embarcaciones iban a los bancos de ostras, con unos siete mil pescadores. Las perlas iban al mercado de Tuticorín, y allí se congregaban hasta cien mil mercaderes.

Los pescadores tenían que pagar un tributo al rey de Portugal. Pero los subordinados les abrumaban con más impuestos. El santo se indignaba, pero no podía remediarlo.

 

Los pescadores no sabían nada de religión

Sólo sabían decir que eran cristianos. No sabían quién era Dios, ni Jesucristo. No sabían el credo ni los mandamientos. Adoraban a los ídolos, que encontraban a la vera de los caminos, en los bosques o en los templos. Eran estatuas de arcilla, pintadas de blanco y de rojo chillón, untadas del mal oliente aceite de coco. Representaban caballos, monos, panzudos elefantes y otros animales. En sus enfermedades acudían a los hechiceros. Vivían aterrados por el miedo a los espíritus y a los demonios. Los malavares, exasperados contra los mahometanos que los tiranizaban, habían matado a muchos de ellos. Tenían miedo a las represalias; por eso, hacía tiempo que determinaron hacerse cristianos para que les defendieran los portugueses. A cambio daban tributo de perlas a la reina de Portugal.

 

El Santo se atrajo a los niños

No le dejaban nunca y le pedían que les enseñara la religión. Le interrumpían cuando rezaba, y no le dejaban ni comer ni dormir. Recorría con ellos la costa tocando la campanilla. Predicaba con su fuerte voz, y bautizaba. Decía a los muchachos que enseñasen a sus padres lo que habían aprendido. Los muchachos iban por todas partes arrebatando ídolos, que arrojaban a los pies de Javier. Los hacían menudos pedazos, los escupían y otras cosas ... ; los pisoteaban.

Los domingos reunía a la gente con la campanilla. Recitaba el credo, y el Santo les preguntaba si creían en Dios Padre, en Jesucristo, y después les explicaba los mandamientos y oraciones.

Como eran tantos los que bautizaba, se le secaba la garganta, y no podía mover el brazo de tanto hacer la señal de la cruz. (¡Si hubiera más misioneros que le ayudasen! ... ) Le llamaban de todas partes para que fuese a ver a los enfermos. Como no podía ir a tantos sitios, enviaba a los niños con su crucifijo o rosario. "Id por las casas -les decía-; que digan las oraciones y sanarán". Así hacía muchos milagros por medio de los muchachos.

 

Más milagros

Llegó Javier a una aldea pagana. - "¿Por qué no sois cristianos?", les dijo. - "Porque el rey nos lo prohibe".

Había en la aldea una mujer que pronto moriría. Javier, con uno de los jóvenes que trajo de Goa, va a su choza. El joven le explica la religión. Luego le pregunta:

- "¿Quieres ser cristiana?"

- "Sí", contesta ella. El Santo la bautiza y queda sana al instante. Toda su familia se convierte.

El rey gentil da permiso para que se hagan cristianos todos los que quieran. Un niño había muerto ahogado en un pozo. El Santo reza por él, le hace. la señal de la cruz, y le toma de la mano diciendo:

- "En nombre de Jesucristo te mando que te levantes vivo". El niño se levanta, y Javier se lo entrega a su madre.

 

Los "gurus" enemigos

"Si no fuera por los brahmanes -dice el Santo- todos los paganos se convertirían. Desde que vine sólo un brahman se ha hecho cristiano. Un buen mozo, que ahora enseña la doctrina a los niños".

Los brahmanes eran muy soberbios. Decían que ellos habían nacido de la cabeza de Brahma. Los soldados, del pecho. Los pescadores, de las piernas. Los parias, de los pies. Evitaban que les tocara aun la sombra de los parias. Todos los hombres se reencarnan, en castas superiores, si han hecho buenas obras. Si las han hecho malas, en castas inferiores. Pero los parias no se reencarnan: se condenan para siempre por sus crímenes horrendos, cometidos en anteriores existencias.

Por todas partes había pagodas. Se pedía a la gente que llevara alimentos a los ídolos. Pero los "gurus", ocultamente, se los comían. Un día llegó el Santo a una pagoda de unos doscientos:

- "¿Qué os mandan hacer vuestros ídolos para ir a la gloria?", les preguntó. Nadie quería contestar. Por fin se atrevió un viejo:

- "Nos mandan dos cosas: no matar vacas y dar limosnas a los gurus".

Al que no se las diera, ellos le mandarían enfermedades y demonios. El Santo explicó el credo y los mandamientos a los gurus. Y lo que era el cielo y el infierno, y quiénes iban a un sitio o al otro. Todos dijeron que el Dios de los cristianos era el verdadero, pues tan buenos eran sus mandamientos.

- "Pues, ¿por qué no os hacéis cristianos?", les dijo.

- "¿Qué diría la gente? No nos traerían limosnas, porque verían que les engañamos".

 

Las vacas sagradas

Las vacas son dioses. Prefieren morir antes que comer una vaca. Sería un pecado horrendo. Las vacas comen lo que les apetece en las tiendas. Al pasar junto a una, la tocan con reverencia, y se llevan la mano a su cabeza; lo mismo que nosotros hacemos con el agua bendita. Teniendo millones de vacas, ellos se mueren de hambre.

 

Los Makuas

Unos criados del rey Iniquitibirín se presentaron a los portugueses diciendo que el rey estaba muy enfadado porque un portugués se habla llevado un indio suyo. Además quería que le defendieran de sus enemigos.

Quedó muy agradecido porque le atendieron. Y dio permiso a los Makuas, sus súbditos, para que se hicieran cristianos. Javier, temeroso de que cambiara de opinión, corrió a los Makuas.

Los Makuas eran pescadores de la costa suroccidental de la India, Malabar. Eran bárbaros y ladrones. Su país era llano, entre el mar y los montes Ghates. Era zona arenosa, pantanosa y llena de bosques.

Javier repitió sus métodos de siempre. La reacción fue prodigiosa. Se juntaban hasta seis mil oyentes. El Santo predicaba desde su árbol. "En un mes -dice él mismo- bauticé más de diez mil. Dando a cada uno su nombre, para que no lo olvidara, escrito en una hoja de palmera". Los bautizados destruían sus ídolos y pagodas.

 

Más milagros

En Mutam murió un niño. Cuando le llevaban a enterrar, el Santo compadecido de las lágrimas de la madre, le ordenó que se levantara vivo. Otro día, ante la resistencia a convertirse de algunos, mandó abrir la sepultura de un muerto... que salió vivo. La gente se convirtió.

Muchos indios morían picados por las serpientes. En Talle uno cayó al suelo, echando espuma por la boca. El Santo pidió por él, tocó con su saliva la herida y el muchacho resucitó. En Kottar, mientras rezaba en una choza, sus enemigos la prendieron fuego. Los cristianos lloraban por su gran padre. Pero él salió tranquilamente de entre las cenizas.

 

Estaba abrumado de trabajo

Desde Cochín, en la costa del Malabar, de regreso a Goa desde la Pesquería (al lado oriental) pide más

misioneros: "Muchas veces me vienen pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona, a los que tienen más letras que voluntad para disponerse a fructificar con ellas, cuántas almas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos..."

Al pedir misioneros para los indios dice que "basta con que tengan fortaleza de cuerpo y espíritu... porque para estas partes de infieles no son necesarias letras, sino enseñar las oraciones... Han de ser mancebos sanos, y no enfermos ni viejos, para poder llevar los continuos trabajos de bautizar, enseñar Luego, para el Japón pedirá hombres bien formados.

 

Ceilán

Es un apéndice separado de la India. Clima suave, exhuberante vegetación. Se la llama "la perla del Pacífico", "Isla jardín", riquísima en flores y frutos. Isla encantada". Multitud de ríos van desde el elevado centro a las costas, que son, generalmente, uniformes, con muchas lagunas en las costas orientales. Muchos tupidos bosques, sobre todo en el sur. Tienen elefantes, reptiles, etc... Los habitantes son budistas. En el centro de la jungla hay restos de magníficas construcciones. Ceilán produce arroz, té, frutas. Pero tiene que importar alimentos.

 

El rey de Jaffnapatán (Ceilán) degolló a 600 cristianos

Ocurrió en la isla de Manar. El Santo fue a Goa a contárselo al gobernador. Este se indign6 y determinó castigar el crimen. Mandaría una expedición militar. Pero, al fin, no hizo nada.

Como no castigaban al rey de Ceilán, el Santo mandó una carta al rey de Portugal: "Cuando envíe aquí a los gobernadores, díjiles que ayuden a los misioneros y les den dinero para hacer iglesias y pagar a los que enseñan el catecismo... Cuando voy a otros sitios, dejo las oraciones por escrito; y, a los que saben escribir, mando que las escriban y sepan de coro (de memoria) y las digan cada día, dando orden cómo los domingos se junten todos a decirlas. Para eso dejo en los lugares quien tenga cargo de hacerlo...". A estos catequistas había que pagarles un sueldo.

"Diga -continúa el Santo- al rey de Ceilán, que es amigo de los portugueses, que no mate a los cristianos".

Los indios pagaban a la reina de Portugal "el tributo de los zapatos o chapines". Le escribe para que deje ese tributo, para dárselo a los que enseñan el catecismo.

Al fin el Santo fue algún tiempo, a Ceilán y Manar mientras esperaba inútilmente la expedición de castigo. Allí convirtió a muchos (1544-45).

 

El soldado blasfemo

Javier volvía de Goa. En el mismo barco iba blasfemando un soldado, por haber perdido en el juego. El Santo hizo como que no le oía, y le prestó dinero. El hombre ganó. Se arrepintió y se confesó. Javier le impuso una pequeña penitencia. Por eso, al llegar a Cochín fue a disciplinarse por él a un bosque de cocoteros. Allí le encontró el soldado que, quitándole las disciplinas, se flageló a sí mismo hasta derramar sangre.

 

Los hindúes cazan y domestican elefantes

Varios elefantes domesticados, con los cazadores encima, penetran en la selva. Delante van los conductores. Los batidores dan gritos, baten tambores, para que el macho salvaje se separe de la manada y vaya hacia los ya domesticados. Pronto se oye el ruido de troncos y ramas desgajadas. El enorme animal huye apisonándolo todo. Los domesticados corren tras él. Al cabo de una hora o más le alcanzan... Le cercan, apretándole con sus moles.

Un cazador, con gran peligro, se tira al suelo con una gruesa cuerda. Se introduce entre las patas, hasta atar las del prisionero. Introducen a éste dentro de una gran empalizada de enormes troncos, donde le amarran a un grueso árbol ... Los domadores le ofrecen caña de azúcar, frutas, agua ... La fiera pretende atraparles con su trompa, lleno de furor... Luego se amansa, se deja ensillar y montar... A los dos o tres meses ya está domesticado. Lo emplearán para transportar enormes troncos, cazar tigres o para atacar a otras tribus.

 

Persecuciones de los cristianos

Los badagas luchaban desde castilletes que hacían encima de los elefantes. Desde ellos lanzaban sus flechas venenosas. Pero ahora se lanzaron los jinetes contra los cristianos del cabo Comorín. Los pueblos quedaron en llamas y llenos de cadáveres, Muchos quedaron cautivos y otros huyeron a las cuevas de los arrecifes. Allí morían de sed y de hambre.

Javier logró equipar veinte barcos de vela y remo, pero no pudieron llegar hasta allí a causa de una fuerte tormenta. Pero pudo auxiliarles por tierra. Volvieron otra vez los badagas, y Javier mandó a los cristianos que volvieran a sus refugios. El sólo salió con el crucifijo en alto, y los enemigos huyeron al verle de un tamaño gigantesco.

 

A Santo Tomé

Después de fracasar el castigo del rey de Ceilán, al Santo le atormentaba la duda de ir a Malaca y embarcarse hacia la isla de Macasar ("Las Célebes"): "No sé lo que será esto de Jalfríapatán -decía a Mansilla-; por eso no decido si iré a Malaca o me quedaré aquí". Fue a buscar luz a Santo Tomé, una pequeña colonia portuguesa enclavada en la ciudad de Meliapor (hoy, una barriada de Madrás).

La ciudad se elevaba a poca distancia del mar. Dicen que Santo Tomás, el que había metido sus dedos en las llagas de Cristo, oraba en un bosque rodeado de pavos reales. Un indio, sin ver al santo, les disparó un flechazo. La flecha atravesó el costado del apóstol, como la lanza había atravesado el de Cristo. Allí fue enterrado el apóstol.

Javier se hospedó en la casa del Vicario del santuario. Una vez, diciendo misa, le vieron elevarse sobre el suelo. Una noche oyeron que le azotaban los demonios en el santuario. Javier convirtió a muchos portugueses e indios. Sintió que debía ir a Malaca. El Vicario le dió al Santo una reliquia de Santo Tomás, que metió en una cajita donde llevaba, colgada al cuello, una firma de San Ignacio recortada de sus cartas, y la fórmula de los Votos de Montmartre. Durante tres meses Javier permaneció allí y disfrutó de experiencias espirituales propias de los grandes místicos.

Un mercader, Juan de Eiro, le dijo:

- "Confiéseme, que quiero vender todo lo que tengo, dar el dinero a los pobres, y marchar misionero con usted. El Santo le confesó y le admitió. Pero el demonio le engañó. Le dijo que comprara un barco con el que ganaría mucho dinero. Quiso escaparse sin despedirse del Santo, pero éste le llamó para que fuera con él a los macazares. Al llegar a Malaca y enterarse de que los macazares tenían un misionero, se embarcaron hacia las Molucas.

 

Llega a Malaca

Tardó un mes en llegar, y tuvo un recibimiento triunfal. "Cuando desembarcó -dice Pablo Gómez- nos llamó a todos los muchachos y nos saludó a cada uno por su nombre. Nunca nos había visto; ¿cómo podía conocernos si no era milagrosamente?".

Malaca era el puerto que unía la India con el Extremo Oriente. Estaba abarrotado de navíos de todas partes. Una tupida selva tropical rodeaba la ciudad. Era malsana y de calor agobiante. La gente estaba muy corrompida.

Javier no pensaba detenerse allí, pero el capitán de la fortaleza le dijo que esperara a que volviera una expedición que había mandado a Las Molucas. Esperó durante tres meses y medio. Vivía en el hospital, cuidaba a los enfermos, predicaba y confesaba. Por la noche iba tocando la campanilla con los muchachos, pidiendo por las ánimas del purgatorio. Un joven tenía convulsiones de energúmeno; el Santo le aplicó los exorcismos, y el demonio le abandonó. Hizo otros muchos milagros.

 

A las islas Molucas

Era el país de las codiciadas especias, que se utilizaban para sazonar y dar sabor picante a las comidas, y también para hacer perfumes y medicinas.

El Santo recorrió más de 3.500 kilómetros, entre un laberinto de islas e islotes. El mismo cuenta su dificil navegación por aquellos mares insondables, llenos de piratas y tormentas. El camino era de ensueño, sobre todo en los maravillosos amaneceres.

 

El cangrejo del crucifijo

En una pavorosa. tormenta echó su crucifijo al mar, atado con una cuerda. Esta se rompió, pero el mar quedó tranquilo. Cuando pasaba el Santo por la playa de otra isla, vió con gran alegría que un cangrejo enorme le traía el crucifijo.

 

Por fin apareció Amboino

Era la capital de las Molucas. Javier y sus dos compañeros desembarcaron allí, y el navío siguió su ruta.

Amboino tenía una magnífica bahía. Había elevadas montañas tapizadas de bosques. En la costa había pequeñas chozas, a la sombra de plátanos y cocoteros. Los isleños eran bronceados. Vestían un lienzo a la cintura, una chaquetilla, y llevaban una cinta blanca en la frente. El agua del puerto era clarísima. El fondo era de corales, con actineas y esponjas. Se veían muchos peces de colores. Grandes medusas transparentes y anaranjadas flotaban cerca de la superficie.

 

Aquellos hombres eran antropófagos

A quienes morían les comían las manos y los calcañales. Para hacer un banquete, se pedía a otro su padre que ya era viejo, con la promesa de darle el suyo. Se comían también los cadáveres de los enemigos. Las gentes estaban terriblemente pervertidas. Por miedo a los musulmanes, andaban huídos por lo más abrupto de los montes. Por haberse quedado sin misioneros vivían como salvajes.

Después de hacer una choza para capilla, Javier, con su simpático indiecito Manuel, que moriría mártir, se internó en la montaña en busca de los salvajes. Subían a los montes, bajaban a los barrancos, entre los perfumes sofocantes de los árboles de las especias. Los insectos les acribillaban e hinchaban las piernas...

Como no aparecía la gente, Javier comenzó a cantar. Al oirle, salían de sus escondrijos. Poco a poco cobraron confianza. El Santo recorría las siete aldeas que se llamaban "cristianas". Les fue catequizando de verdad. Más tarde venían también a la capilla, para confesar y comulgar, los comerciantes y marineros.

 

A las islas del Moro

Supo Javier que había unas islas con cristianos ignorantísimos. Dejó en Amboino misioneros, y se marchó allá.

Los habitantes, vestidos con taparrabos tejidos de corteza de árbol, eran antropófagos. Envenenaban a la gente y se la comían. En la "casa del pueblo" colgaban las cabezas, brazos y piernas de los enemigos, y bailaban a su alrededor. Nadie quería llevar a Javier entre aquella gente. "Iré aunque sea nadando", decía el Santo. Pero sentía miedo natural. Escribe recordando las palabras de Cristo: "Quien quisiere salvar su vida, la perderá; mas quien perdiere su vida por mi amor, la encontrará". Y dice que esas palabras son un latín muy claro, pero que cuando llega la ocasión de practicarlas, se hacen tan oscuras, que sólo se entienden si el Señor las aclara...

En las islas del Moro se vio acometido junto a un río profundo por una turba de gentiles que le querían asaetear. El sacó una gruesa viga, que estaba empotrada en el lodo, como si fuera un palillo; se embarcó en ella y pasó en un instante a la otra orilla. Los gentiles, estupefactos se quedaron con las flechas en la mano.

 

Salió hacia Ternate

Empleó siete días en llegar. Bajarían en algunas islas a repostar agua en los pequeños depósitos de bambú.

Ternate era una pequeña isla humeante. Casi toda era un volcán en ebullición. Sus laderas estaban cubiertas de bosques. Las cenizas volcánicas eran muy fértiles para el cultivo del clavo, la nuez moscada y el árbol del pan. Los indios vivían en cabañas de madera y hojas de palma. Les dominaba el miedo a los espíritus; acudían a los hechiceros en sus enfermedades. Europeos e indígenas estaban muy corrompidos.

El Santo empleó en la isla su método de siempre: primero se ganó a los muchachos, y luego a todos. Hizo entre ellos mucho fruto. Los indios cantaban las oraciones por todas partes. Avisó a algunos para que se confesaran, porque morirían muy pronto. En medio de sus tremendos trabajos, tenía grandes consolaciones espirituales.

Tres meses llevaba en las islas del Moro, pero otras empresas bullían en su mente. Dejó allí un sacerdote, y marchó para Malaca y Goa.

 

En Malaca (1547)

Una noche el puerto fue atacado por una poderosa flota de unos cinco mil piratas, y los portugueses los espantaron a cañonazos, y los persiguieron. Pasaron 15 días y no volvían. Todos los daban por perdidos. Javier estaba predicando. De pronto se paró y dijo: "Rezad en acción de gracias por la victoria que acaba de alcanzar nuestra flota". Pronto llegaron los vencedores.

 

En Goa le visita un joven japonés (1548)

Preparaba el Santo su viaje a Goa. Un mercader portugués vino a verle. Traía con él un hombre pequeño, de tez amarilla y ojos oblicuos, llamado Angero. Un huracán había llevado a un navío portugués hasta las costas de Japón. Allí conocieron a Angero que, por haber matado a un hombre, les rogó que les dejaran huir en el navío. El japonés sentía gran remordimiento. Le aconsejaron que se viese con Javier, y que se bautizara, para que Dios le perdonara. Angero hablaba algo el portugués. Asistía al catecismo y luego escribía. Un día le preguntó Javier:

 

- "Si yo predicara a los japoneses, ¿se harían pronto cristianos?"

- "No", le contestó Angero. "Primero se enterarían bien de lo que es ser cristiano. Y si vieran que el misionero practicaba lo que predicaba, se convertirían. Porque los japoneses son muy razonables".

Angero sabía más que suficiente para ser bautizado. Pero Javier quiso que lo hiciera el obispo de Goa. Al hacerlo le puso el nombre de Pablo de Santa Fe.

Desde Japón escribieron al Santo unos portugueses diciéndole que un rey de allí quería hacerse cristiano. Eso aumentó sus ganas de ir pronto allá. Muchos desanimaban al misionero porque el viaje era largo, el mar estaba lleno de piratas, y los Portugueses no tenían por allí castillos que lo defendieran. Pero el Santo arregló los asuntos pendientes de la India, abrazó a sus hermanos y, con la bendición del obispo de Goa, se embarcó.

El Santo cuando emprendía una nueva empresa, lo consultaba antes mucho con el Señor. No se dejaba llevar de sus naturales impulsos. Antes de ir al Japón escribe al rey de Portugal:

"Señor: habiendo oído, y muchas veces, atentamente considerado las muchas y admirables cosas que personas dignas de toda fe... nos dicen acerca de la excelente disposición que para abrazar nuestra santa religión muestran las islas del Japón, creí deber mío pedir, intensa e incesantemente, a Dios Nuestro Señor me hiciese sentir internamente con divinas señales, si era su santísima voluntad me encaminase yo a aquellas remotas tierras... estoy completamente persuadido, y así lo siento en el alma, que mi ida a Japón será para gloria y servicio de Dios... me embarqué en la India, para seguir la vocación cierta del Señor, que con frecuentes y vehementes impulsos me mueve a emprender este camino".

Sin embargo, hablando de su viaje al Japón, dice "que le temblaban las carnes al pensar en los trances que le esperaban".

 

Hacia el Jap6n

Iba en un barco pequeño de un chino llamado el ladrón o pirata. En la popa tenían un ídolo feísimo, rodeado de luces e incienso. Le consultaron, echando suertes, para saber si volverían a Malaca. La suerte salió que no. "Pues no irernos al Japón", dijeron. El Santo pidió a Dios que sí fueran. Se levantó una gran tempestad, y el barco se dirigió a un puerto de China. Desde otro barco les avisaron que aquello estaba lleno de piratas. Volvieron atrás, pero un viento muy fuerte les arrastró hacia el Japón. Ni el demonio ni sus ministros -escribe Javier- pudieron impedir nuestra venida".

 

1 Cronología 2 En el Castillo 3 En París 4 El Jesuita Apostol
5 Rodea África 6 En la India 7 En la Pesquería 8 En Japón
9 Muerte de Javier 10 Novena de la gracia 450 aniversario de su muerte V centenario del nacimiento
Principal Libro de firmas