EL PASAPORTE ESPIRITUAL
Cuando vamos a marcharnos de viaje al extranjero, nos preocupamos de
comprobar cuidadosamente todas las normas que el país de destino tiene en relación al
pasaporte. En ocasiones, no es suficiente tener el pasaporte vigente, ya que ciertos
países no admiten pasaportes que vayan a caducar en los seis meses siguientes a la
finalización del viaje.
Sin embargo, nunca nos preocupamos lo suficiente del pasaporte más importante, que es el
alma, pasaporte espiritual que nos permite entrar en el Cielo después de nuestra vida terrenal.
La gracia santificante es un don permanente y sobrenatural, es decir, superior a las
posibilidades de la naturaleza, que eleva y perfecciona nuestra alma haciendo que seamos
hijos de Dios y herederos del cielo. Mientras estemos "en gracia de Dios", es
decir, mientras tengamos nuestro pasaporte espiritual vigente, significa que poseemos la
gracia santificante, es decir, tenemos el alma libre del pecado mortal. Un pecado mortal
es elegir deliberadamente, es decir, sabiéndolo y queriéndolo, una cosa gravemente
contraria a la ley de Dios. La consecuencia inmediata es la pérdida de la gracia
santificante, es decir, del estado de gracia. Si una persona muriese en estas condiciones,
iría a parar al infierno. En el momento en que lo cometemos, sería equivalente a caducar
voluntariamente nuestro pasaporte espiritual. Para recuperar el estado de gracia, deberíamos
arrepentirnos y acudir a un sacerdote para obtener el perdón. Esto equivaldría a que el
sacerdote nos expediera de nuevo el pasaporte espiritual.
Aunque hayamos realizado muchas acciones buenas durante nuestra vida, si tenemos un pecado
mortal y no lo hemos confesado, dichas acciones no tienen valor ante Dios. Es decir,
aunque hayamos hecho muchos viajes en nuestra vida terrenal, si tenemos el
pasaporte caducado, no nos dejarán viajar al país que queremos visitar. Después de
confesarnos de los pecados mortales con un sacerdote, todas nuestras buenas acciones
vuelven a cobrar el valor original que tenían ante Dios. Esto equivale a que el sacerdote
nos facilita un nuevo pasaporte espiritual en regla y Dios nos devuelve los méritos adquiridos que
teníamos antes de pecar mortalmente. Además, no lleva fecha de caducidad.
El pecado venial es una ofensa que no rompe la relación con Dios, pero sí la debilita.
La persona que no luche interiormente contra estos pecados se hace más vulnerable al
pecado mortal. Constituye un tropiezo en el camino para seguir a Jesucristo. Equivaldría
a ir manchando el pasaporte, aunque esté vigente. Es conveniente arrepentirse y acudir al
sacramento de la confesión regularmente para librarnos de estos pecados. Equivaldría a
que un sacerdote nos limpiase el pasaporte espiritual con regularidad, para poderlo presentar ante
Dios en las mejores condiciones.
No sabemos cuándo finalizará nuestra vida terrenal. Por ello, pidamos a
la Virgen María y a Jesucristo que nos ayude a preocuparnos de llevar
siempre nuestro pasaporte espiritual en regla, que nos acredita como
herederos de la vida eterna. De esta forma, llegado el momento,
podremos solicitar el canje por el pasaporte de la vida eterna, que nos
proporcionará Dios Padre como ciudadanos del Reino de los Cielos.
Autor: Javier López
Web Católico de Javier
http://webcatolicodejavier.org
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