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El sacramento de la Penitencia, Confesión o reconciliación es un encuentro especial con Dios para experimentar su perdón y misericordia.
¿Cómo confesarse?
1. Dirígete al Sacerdote y salúdale diciendo: "Ave María Purísima". El sacerdote te responderá: "Sin pecado concebida".
2. Dile al Sacerdote cuánto tiempo hace que no te confiesas (una semana, mes, días, etc.).
3. Cuéntale los pecados que quieres confesar.
4. Antes de que el sacerdote termine la absolución, haz algún acto de contrición (ejemplo: Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador).
5. Al final de la absolución se responde: Amén
Para confesarse bien se necesita:
1. Realizar un examen de conciencia.
2. Dolerse de los pecados cometidos.
3. Propósito de enmendarse de ellos.
4. Confesar al sacerdote todos los pecados mortales.
5. Cumplir la penitencia que nos fuere impuesta.
1. El principal, como su nombre lo indica, es que nos reconcilia con Dios, es decir, nos restituye, si la hemos perdido, a la Gracia de Dios, que no es otra cosa que la participación de la Vida Divina, comunicada al hombre por el Sacramento del Bautismo.
2. El perdón de los pecados, sean veniales o mortales, tiene como resultado, además, la paz y la tranquilidad de conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo espiritual. El saberse y sentirse perdonado por Nuestro Padre amoroso es una verdadera resurrección espiritual. Es un nacer de nuevo, libres por fin del peso de nuestros pecados.
3. Hay faltas, como el aborto, que dejan en el alma una huella muy difícil de borrar. Mujeres hay que recurren a un psicólogo para liberarse del complejo de culpa que no las deja vivir en paz. Aquel penitente que realmente contrito y con disposición religiosa confiesa su pecado, puede estar seguro de que Dios le ha perdonado al confesarse. Es más grande el amor de Dios que cualquiera de los pecados del hombre. Una vez reconciliados con nuestro Padre Dios, no hay por qué sentirse atados a un pasado, por pecaminoso que pueda ser. Cristo devolvió a María Magdalena, mujer de vida disoluta, su dignidad total y la convirtió en Santa María Magdalena, testigo privilegiado y primera anunciadora, a los Apóstoles, de la Resurrección del Señor.
4. El pecado menoscaba o rompe totalmente la comunión fraterna. No hace falta mencionar todos los pecados con los que el hombre ofende al prójimo: mentiras, odios, rencores, injurias, traiciones, calumnias, golpes, asesinatos... Pero no solamente estos pecados que hieren directamente al prójimo, rompen la comunión fraterna: aún los que ofenden directamente a Dios o los muy personales, repercuten en la comunión de los santos, al mermar la santidad de la Iglesia.
El Sacramento de la Penitencia restaura la comunión con la Iglesia. No solamente cura al pecador arrepentido, sino que tiene también un efecto vivificante sobre la vida misma de la iglesia que había sufrido por el pecado de uno de sus miembros
(1 Cor.12,26). Una vez restablecida plenamente su participación en la Comunión de los Santos, goza de los bienes espirituales de aquellos que se hallan ya en la Patria Celestial y de los que aún peregrinan en la tierra.
- Importantísima es también la reconciliación consigo mismo: el penitente perdonado recupera su verdad interior y es liberado del peso que grava su conciencia. Por eso el salmista dice: "Dichoso el que es perdonado de su culpa ... cuando yo me callaba se consumían mis huesos...mi pecado reconocí y no ocultó mi culpa... y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado". (Sal.32, 1-5)
-A toda buena obra, hecha en Gracia de Dios, corresponde un mérito de Vida Eterna, pero al caer en pecado mortal, todos los méritos se pierden totalmente. Cuando somos absueltos y reconciliados, dichos méritos reviven así como los dones del Espíritu Santo y las virtudes infusas.
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Cómo rebatir las excusas para no confesarse