ACTO DE CONSAGRACIÓN A LA VIRGEN DE LA MEDALLA MILAGROSA

ACTO DE CONSAGRACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LA MEDALLA MILAGROSA

¡Oh Virgen Santísima, Madre de Dios y Madre de los hombres y de las mujeres: Reina y defensora nuestra SANTÍSIMA VIRGEN DE LA MEDALLA MILAGROSA!

Venimos aquí para " CONSAGRARNOS A VOS ANTE ESTE ALTAR Y VUESTRA ESCOGIDA IMAGEN", y ofreceros el homenaje de nuestra vida y de nuestro amor; para felicitarte, como hijos tuyos, por los incomparables privilegios con que Dios te adornó desde el primer instante de tu concepción inmaculada, y para alegrarnos contigo por la gloria sublime de que ahora gozas en el cielo.

Un día feliz, admirada ante la bondad de Dios que acababa de hacerte Madre suya, dijiste aquellas palabras de divina inspiración: <<DESDE AHORA ME LLAMARAN BIENAVENTURADA TODAS LAS GENERACIONES.>>

Nosotros queremos cumplir ahora la parte que nos corresponde en esta profecía triunfal, y proclamamos tus glorias y te bendecimos por ellas con todo el fervor de nuestros corazones enamorados de tu hermosura y santidad.

Bendita seas, Santa María, por tu Concepción Inmaculada y por tu Maternidad Divina; por tu santidad y por tu poder de mediadora universal; por tu piedad y tu misericordia.

Tu nunca te olvidas de que has sido levantada hasta el trono de Dios, no sólo para tu gloria, sino también para nuestra salvación; no te olvides de que Dios te ha llevado al cielo en cuerpo y alma, para que así intercedas mejor por nosotros, pobres pecadores.

Llenos de confianza en tu poder y en tu bondad, y sabiendo que, como Madre buena, oyes los ruegos de tus hijos y de tus hijas, te suplicamos con todo el fervor de nuestro corazón, que no nos dejes de tu mano, porque, si tú nos dejas, nos perderemos para siempre.

¡No nos abandones y danos fortaleza, Santa Madre de Dios!

Para luchar contra las malas inclinaciones de nuestra naturaleza, herida por el pecado.

Para dominar las miradas peligrosas, y para impedir las conversaciones atrevidas.

Para apartarnos de compañías que nos lleven al pecado; para cumplir decididamente nuestros deberes de trabajo y estudio.


Para ser buenos y leales con los que convivimos y amigos, caritativos y atentos con los pobres y los enfermos, constantes y devotos en la recepción de los sacramentos de Confesión y Comunión.

Danos fortaleza para luchar y vencer;

¡Oh celestial vencedora de todas las batallas de Dios!

Y concédenos que los que hoy nos hemos reunido ante Ti para haceros entrega de todo nuestro ser mediante esta consagración, cantar tus alabanzas y pedir tu protección, nos reunamos un día en la gloria del paraíso para ofrecer contigo nuestro amor a tu Hijo y Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos.

El áncora de salvación que la Santísima Virgen nos tiende a nosotros y ahora para nuestra santificación y posterior felicidad en el cielo, es:

Primero

El rezo diario y devoto del Santo Rosario.

Segundo

La consagración personal y sincera de todo nuestro ser al Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen.

Tercero

Llevar puesta la medalla de la Santísima Virgen Milagrosa, como señal externa de la consagración.

Si lo cumplimos como la Santísima Virgen lo pide y desea, el éxito final del bien sobre el mal está asegurado.

Lo ha prometido la Virgen, que nunca deja de cumplir sus promesas, con estas proféticas palabras:

"AL FINAL, MI CORAZÓN INMACULADO TRIUNFARÁ."


LA CONSAGRACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
MARÍA, EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

La entrega total de las personas por medio de la consagración a la Santísima Virgen María, ha sido práctica piadosa, usada desde antiguo en la Iglesia.

Se consagraron San Buenaventura, San Bernardo, Santa Matilde, San Bernardino de Sena, y otros...

En 1647, San Juan Eudes se consagraba al Inmaculado Corazón de María, junto con sus religiosos.

En 1700, era San Luis María Grignión de Montfort, quien hacía lo mismo: agregando a la consagración el de esclavo de la Santísima Virgen María.

LA SANTÍSIMA VIRGEN PIDE LA CONSAGRACIÓN A SU INMACULADO COPAZÓN

Parece ser que esta devoción había decaído prácticamente en la Iglesia, de su primitivo fervor.

El día 13 de julio de 1917 era la misma Santísima Virgen la que en una aparición a tres niños pastores en Fátima (Portugal) les decía entre otras cosas que para salvar las almas de los pecadores, quería el Señor establecer en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón: prometiendo la conversión de Rusia y la paz del mundo, mediante la consagración a su Inmaculado Corazón.

Que volvería para decir cómo se tenía que hacer.

En el mes de Junio de 1929, en la capilla de las religiosas Doroteas de Tuy (Pontevedra) de nuevo la Virgen se aparece a la hermana Lucía al pie de una desgarradora visión, y le dice: "HA LLEGADO LA HORA QUE DIOS PIDE AL SANTO PADRE QUE EN UNIÓN CON TODOS LOS OBISPOS DEL MUNDO HAGAN LA CONSAGRACIÓN DE RUSIA EN PARTICULAR, Y DEL MUNDO EN GENERAL, A MI INMACULADO CORAZÓN, PROMETIENDO SALVARLOS POR ESTE MEDIO."

En el año 1984, el Papa Juan Pablo II, junto con todos los obispos del mundo, hizo esta consagración en la plaza de San Pedro en Roma, delante de la imagen de la Virgen de Fátima, llevada desde su Santuario de Portugal para este acto exclusivamente.

Virgen de la Medalla Milagrosa

Acto de consagración Historia del Santuario del Monte Picayo
Origen de la Medalla Milagrosa Santo Rosario de Jaculatorias Firmar en el libro de visitas

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