Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa de clausura de la JMJ (Cracovia, 31 de Julio de 2016)
Queridos
jóvenes: habéis venido a Cracovia para encontraros con Jesús. Y el
Evangelio de hoy nos habla precisamente del encuentro entre Jesús y un
hombre, Zaqueo, en Jericó (cf. Lc 19,1-10). Allí Jesús no se limita a
predicar, o a saludar a alguien, sino que quiere —nos dice el
Evangelista— cruzar la ciudad (cf. v. 1). Con otras palabras, Jesús
desea acercarse a la vida de cada uno, recorrer nuestro camino hasta el
final, para que su vida y la nuestra se encuentren realmente.
Tiene lugar así el encuentro más sorprendente, el encuentro con Zaqueo,
jefe de los «publicanos», es decir, de los recaudadores de impuestos.
Así que Zaqueo era un rico colaborador de los odiados ocupantes
romanos; era un explotador de su pueblo, uno que debido a su mala fama
no podía ni siquiera acercarse al Maestro. Sin embargo, el encuentro
con Jesús cambió su vida, como sucedió, y cada día puede suceder, con
cada uno de nosotros. Pero Zaqueo tuvo que superar algunos obstáculos
para encontrarse con Jesús: al menos tres, que también pueden
enseñarnos algo a nosotros.
El primero es la baja estatura: Zaqueo no conseguía ver al Maestro,
porque era bajo. También nosotros podemos hoy caer en el peligro de
quedarnos lejos de Jesús porque no nos sentimos a la altura, porque
tenemos una baja consideración de nosotros mismos. Esta es una gran
tentación, que no sólo tiene que ver con la autoestima, sino que afecta
también la fe. Porque la fe nos dice que somos «hijos de Dios, pues ¡lo
somos!» (1 Jn 3,1): hemos sido creados a su imagen; Jesús hizo suya
nuestra humanidad y su corazón nunca se separará de nosotros; el
Espíritu Santo quiere habitar en nosotros; estamos llamados a la
alegría eterna con Dios. Esta es nuestra «estatura», esta es nuestra
identidad espiritual: somos los hijos amados de Dios, siempre.
Entendéis entonces que no aceptarse, vivir infelices y pensar en
negativo significa no reconocer nuestra identidad más auténtica: es
como darse la vuelta cuando Dios quiere fijar sus ojos en mí; significa
querer impedir que se cumpla su sueño en mí. Dios nos ama tal como
somos, y no hay pecado, defecto o error que lo haga cambiar de idea.
Para Jesús —nos lo muestra el Evangelio—, nadie es inferior y distante,
nadie es insignificante, sino que todos somos predilectos e
importantes: ¡Tú eres importante! Y Dios cuenta contigo por lo que
eres, no por lo que tienes: ante él, nada vale la ropa que llevas o el
teléfono móvil que utilizas; no le importa si vas a la moda, le
importas tú. A sus ojos, vales, y lo que vales no tiene precio.
Cuando en la vida sucede que apuntamos bajo en vez de a lo alto, nos
puede ser de ayuda esta gran verdad: Dios es fiel en su amor, y hasta
obstinado. Nos ayudará pensar que nos ama más de lo que nosotros nos
amamos, que cree en nosotros más que nosotros mismos, que está siempre
de nuestra parte, como el más acérrimo de los «hinchas». Siempre nos
espera con esperanza, incluso cuando nos encerramos en nuestras
tristezas, rumiando continuamente los males sufridos y el pasado. Pero
complacerse en la tristeza no es digno de nuestra estatura espiritual.
Es más, es un virus que infecta y paraliza todo, que cierra cualquier
puerta, que impide que la vida se reavive, que recomience. Dios, sin
embargo, es obstinadamente esperanzado: siempre cree que podemos
levantarnos y no se resigna a vernos apagados y sin alegría. Porque
somos siempre sus hijos amados. Recordemos esto al comienzo de cada
día. Nos hará bien decir todas las mañanas en la oración: «Señor, te
doy gracias porque me amas; haz que me enamore de mi vida». No de mis
defectos, que hay que corregir, sino de la vida, que es un gran regalo:
es el tiempo para amar y ser amado.
Zaqueo tenía un segundo obstáculo en el camino del encuentro con Jesús:
la vergüenza paralizante. Podemos imaginar lo que sucedió en el corazón
de Zaqueo antes de subir a aquella higuera, habrá tenido una lucha
afanosa: por un lado, la curiosidad buena de conocer a Jesús; por otro,
el riesgo de hacer una figura bochornosa. Zaqueo era un personaje
público; sabía que, al intentar subir al árbol, haría el ridículo
delante de todos, él, un jefe, un hombre de poder. Pero superó la
vergüenza, porque la atracción de Jesús era más fuerte. Habréis
experimentado lo que sucede cuando una persona se siente tan atraída
por otra que se enamora: entonces sucede que se hacen de buena gana
cosas que nunca se habrían hecho. Algo similar ocurrió en el corazón de
Zaqueo, cuando sintió que Jesús era de tal manera importante que habría
hecho cualquier cosa por él, porque él era el único que podía sacarlo
de las arenas movedizas del pecado y de la infelicidad. Y así, la
vergüenza paralizante no triunfó: Zaqueo —nos dice el Evangelio—
«corrió más adelante», «subió» y luego, cuando Jesús lo llamó, «se dio
prisa en bajar» (vv. 4.6.). Se arriesgó y actuó. Esto es también para
nosotros el secreto de la alegría: no apagar la buena curiosidad, sino
participar, porque la vida no hay que encerrarla en un cajón. Ante
Jesús no podemos quedarnos sentados esperando con los brazos cruzados;
a él, que nos da la vida, no podemos responderle con un pensamiento o
un simple «mensajito».
Queridos jóvenes, no os avergoncéis de llevarle todo, especialmente las
debilidades, las dificultades y los pecados, en la confesión: Él sabrá
sorprenderos con su perdón y su paz. No tengáis miedo de decirle «sí»
con toda la fuerza del corazón, de responder con generosidad, de
seguirlo. No os dejéis anestesiar el alma, sino aspirad a la meta del
amor hermoso, que exige también renuncia, y un «no» fuerte al doping
del éxito a cualquier precio y a la droga de pensar sólo en sí mismo y
en la propia comodidad.
Después de la baja estatura y la vergüenza paralizante, hay un tercer
obstáculo que Zaqueo tuvo que enfrentar, ya no en su interior sino a su
alrededor. Es la multitud que murmura, que primero lo bloqueó y luego
lo criticó: Jesús no tenía que entrar en su casa, en la casa de un
pecador. ¿Qué difícil es acoger realmente a Jesús, qué duro es aceptar
a un «Dios, rico en misericordia» (Ef 2,4). Puede que os bloqueen,
tratando de haceros creer que Dios es distante, rígido y poco sensible,
bueno con los buenos y malo con los malos. En cambio, nuestro Padre
«hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45), y nos invita al
valor verdadero: ser más fuertes que el mal amando a todos, incluso a
los enemigos. Puede que se rían de vosotros, porque creéis en la fuerza
mansa y humilde de la misericordia. No tengáis miedo, pensad en cambio
en las palabras de estos días: «Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7). Puede que os juzguen
como unos soñadores, porque creéis en una nueva humanidad, que no
acepta el odio entre los pueblos, ni ve las fronteras de los países
como una barrera y custodia las propias tradiciones sin egoísmo y
resentimiento. No os desaniméis: con vuestra sonrisa y vuestros brazos
abiertos predicáis la esperanza y sois una bendición para la única
familia humana, tan bien representada por vosotros aquí.
Aquel día, la multitud juzgó a Zaqueo, lo miró con desprecio; Jesús, en
cambio, hizo lo contrario: levantó los ojos hacia él (v. 5). La mirada
de Jesús va más allá de los defectos para ver a la persona; no se
detiene en el mal del pasado, sino que divisa el bien en el futuro; no
se resigna frente a la cerrazón, sino que busca el camino de la unidad
y de la comunión; en medio de todos, no se detiene en las apariencias,
sino que mira al corazón. Jesús mira nuestro corazón, tu corazón, mi
corazón. Con esta mirada de Jesús, podéis hacer surgir una humanidad
diferente, sin esperar a que os digan «qué buenos sois», sino buscando
el bien por sí mismo, felices de conservar el corazón limpio y de
luchar pacíficamente por la honestidad y la justicia. No os detengáis
en la superficie de las cosas y desconfiad de las liturgias mundanas de
la apariencia, del maquillaje del alma para aparentar ser mejores. Por
el contrario, instalad bien la conexión más estable, la de un corazón
que ve y transmite el bien sin cansarse. Y esa alegría que habéis
recibido gratis de Dios, dadla gratis (cf. Mt 10,8), porque son muchos
los que la esperan.
Escuchamos por último las palabras de Jesús a Zaqueo, que parecen
dichas a propósito para nosotros en este momento: «Date prisa y baja,
porque es necesario que hoy me quede en tu casa» (v. 5). Date prisa,
porque hoy es necesario que me quede en tu casa. Ábrele la puerta de tu
corazón.
Jesús te dirige la misma invitación: «Hoy tengo que alojarme en tu
casa». La Jornada Mundial de la Juventud, podríamos decir, comienza hoy
y continúa mañana, en casa, porque es allí donde Jesús quiere
encontrarnos a partir de ahora. El Señor no quiere quedarse solamente
en esta hermosa ciudad o en los recuerdos entrañables, sino que quiere
venir a tu casa, vivir tu vida cotidiana: el estudio y los primeros
años de trabajo, las amistades y los afectos, los proyectos y los
sueños. Cómo le gusta que todo esto se lo llevemos en la oración. Él
espera que, entre tantos contactos y chats de cada día, el primer
puesto lo ocupe el hilo de oro de la oración. Cuánto desea que su
Palabra hable a cada una de tus jornadas, que su Evangelio sea tuyo, y
se convierta en tu «navegador» en el camino de la vida.
Jesús, a la vez que te pide de ir a tu casa, como hizo con Zaqueo, te
llama por tu nombre. Tu nombre es precioso para él. El nombre de Zaqueo
evocaba, en la lengua de la época, el recuerdo de Dios.
Fiaros del recuerdo de Dios: su memoria no es un «disco duro» que
registra y almacena todos nuestros datos, sino un corazón tierno de
compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier
vestigio del mal. Procuremos también nosotros ahora imitar la memoria
fiel de Dios y custodiar el bien que hemos recibido en estos días. En
silencio hagamos memoria de este encuentro, custodiemos el recuerdo de
la presencia de Dios y de su Palabra, reavivemos en nosotros la voz de
Jesús que nos llama por nuestro nombre. Así pues, recemos en silencio,
recordando, dando gracias al Señor que nos ha traído aquí y ha querido
encontrarnos.
Homilía del Papa Francisco en la Misa con religiosos consagrados (Cracovia, 30 de Julio de 2016)
El pasaje del Evangelio que hemos escuchado (cf. Jn 20,19-31) nos habla de un lugar, de un discípulo y un libro.
El lugar es la casa en la que estaban los discípulos al anochecer del
día de la Pascua: de ella se dice sólo que sus puertas estaban cerradas
(cf. v. 19). Ocho días más tarde, los discípulos estaban todavía en
aquella casa, y sus puertas también estaban cerradas (cf. v. 26). Jesús
entra, se pone en medio y trae su paz, el Espíritu Santo y el perdón de
los pecados: en una palabra, la misericordia de Dios. En este local
cerrado resuena fuerte el mensaje que Jesús dirige a los suyos: «Como
el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (v. 21).
Jesús envía. Él desea desde el principio que la Iglesia esté de salida,
que vaya al mundo. Y quiere que lo haga tal como él mismo lo ha hecho,
como él ha sido mandado al mundo por el Padre: no como un poderoso,
sino en forma de siervo (cf. Flp 2,7), no «a ser servido, sino a
servir» (Mc 10,45) y llevar la Buena Nueva (cf. Lc 4,18); también los
suyos son enviados así en todos los tiempos. Llama la atención el
contraste: mientras que los discípulos cerraban las puertas por temor,
Jesús los envía a una misión; quiere que abran las puertas y salgan a
propagar el perdón y la paz de Dios con la fuerza del Espíritu Santo.
Esta llamada es también para nosotros. ¿Cómo no sentir aquí el eco de
la gran exhortación de san Juan Pablo II: «¡Abrid las puertas!»? No
obstante, en nuestra vida como sacerdotes y personas consagradas, se
puede tener con frecuencia la tentación de quedarse un poco encerrados,
por miedo o por comodidad, en nosotros mismos y en nuestros ámbitos.
Pero la dirección que Jesús indica es de sentido único: salir de
nosotros mismos. Es un viaje sin billete de vuelta. Se trata de
emprender un éxodo de nuestro yo, de perder la vida por él (cf. Mc
8,35), siguiendo el camino de la entrega de sí mismo. Por otro lado, a
Jesús no le gustan los recorridos a mitad, las puertas entreabiertas,
las vidas de doble vía. Pide ponerse en camino ligeros, salir
renunciando a las propias seguridades, anclados únicamente en él.
En otras palabras, la vida de sus discípulos más cercanos, como estamos
llamados a ser, está hecha de amor concreto, es decir, de servicio y
disponibilidad; es una vida en la que no hay espacios cerrados ni
propiedad privada para nuestras propias comodidades. Quien ha optado
por configurar toda su existencia con Jesús ya no elige dónde estar,
sino que va allá donde se le envía, dispuesto a responder a quien lo
llama; tampoco dispone de su propio tiempo. La casa en la que reside no
le pertenece, porque la Iglesia y el mundo son los espacios abiertos de
su misión. Su tesoro es poner al Señor en medio de la vida, sin buscar
otra para él. Huye, pues, de las situaciones gratificantes que lo
pondrían en el centro, no se sube a los estrados vacilantes de los
poderes del mundo y no se adapta a las comodidades que aflojan la
evangelización; no pierde el tiempo en proyectar un futuro seguro y
bien remunerado, para evitar el riesgo convertirse en aislado y
sombrío, encerrado entre las paredes angostas de un egoísmo sin
esperanza y sin alegría. Contento con el Señor, no se conforma con una
vida mediocre, sino que tiene un deseo ardiente de ser testigo y de
llegar a los otros; le gusta el riesgo y sale, no forzado por caminos
ya trazados, sino abierto y fiel a las rutas indicadas por el Espíritu:
contrario al «ir tirando», siente el gusto de evangelizar.
En segundo lugar, aparece en el Evangelio de hoy la figura de Tomás, el
único discípulo que se menciona. En su duda y su afán de entender —y
también un poco terco—, este discípulo se nos asemeja un poco, y hasta
nos resulta simpático. Sin saberlo, nos hace un gran regalo: nos acerca
a Dios, porque Dios no se oculta a quien lo busca. Jesús le mostró sus
llagas gloriosas, le hizo tocar con la mano la ternura infinita de
Dios, los signos vivos de lo que ha sufrido por amor a los hombres.
Para nosotros, los discípulos, es muy importante poner nuestra
humanidad en contacto con la carne del Señor, es decir, llevarle a él,
con confianza y total sinceridad, hasta el fondo, lo que somos.
Jesús, como dijo a santa Faustina, se alegra de que hablemos de todo,
no se cansa de nuestras vidas, que ya conoce; espera que la
compartamos, incluso que le contemos cada día lo que nos ha pasado (cf.
Diario, 6 septiembre 1937). Así se busca a Dios, con una oración que
sea transparente y no se olvide de confiar y encomendar las miserias,
las dificultades y las resistencias. El corazón de Jesús se conquista
con la apertura sincera, con los corazones que saben reconocer y llorar
las propias debilidades, confiados en que precisamente allí actuará la
divina misericordia. ¿Qué es lo que nos pide Jesús? Quiere corazones
verdaderamente consagrados, que viven del perdón que han recibido de
él, para derramarlo con compasión sobre los hermanos.
Jesús busca corazones abiertos y tiernos con los débiles, nunca duros;
corazones dóciles y transparentes, que no disimulen ante los que tienen
la misión en la Iglesia de orientar en el camino. El discípulo no
rechaza hacerse preguntas, tiene la valentía de sentir la duda y de
llevarla al Señor, a los formadores y a los superiores, sin cálculos ni
reticencias. El discípulo fiel lleva a cabo un discernimiento atento y
constante, sabiendo que cada día hay que educar el corazón, a partir de
los afectos, para huir de toda doblez en las actitudes y en la vida.
El apóstol Tomás, al final de su búsqueda apasionada, no sólo ha
llegado a creer en la resurrección, sino que ha encontrado en Jesús lo
más importante de la vida, a su Señor; le dijo: «Señor mío y Dios mío»
(v. 28). Nos hará bien rezar cada día estas palabras espléndidas, para
decirle: «Eres mi único bien, la ruta de mi camino, el corazón de mi
vida, mi todo.
En el último versículo que hemos escuchado, se habla, en fin, de un
libro: es el Evangelio, en el que no están escritos muchos otros signos
que hizo Jesús (v. 30). Después del gran signo de su misericordia
—podemos pensar—, ya no se ha necesitado añadir nada más. Pero queda
todavía un desafío, queda espacio para los signos que podemos hacer
nosotros, que hemos recibido el Espíritu del amor y estamos llamados a
difundir la misericordia. Se puede decir que el Evangelio, libro vivo
de la misericordia de Dios, que hay que leer y releer continuamente,
todavía tiene al final páginas en blanco: es un libro abierto, que
estamos llamados a escribir con el mismo estilo, es decir, realizando
obras de misericordia.
Os pregunto: ¿Cómo están las páginas del libro de cada uno de vosotros?
¿Se escriben cada día? ¿Están escritas sólo en parte? ¿Están en blanco?
Que la Madre de Dios nos ayude en ello: que ella, que ha acogido
plenamente la Palabra de Dios en su vida (cf. Lc 8,20-21), nos de la
gracia de ser escritores vivos del Evangelio; que nuestra Madre de
misericordia nos enseñe a curar concretamente las llagas de Jesús en
nuestros hermanos y hermanas necesitados, de los cercanos y de los
lejanos, del enfermo y del emigrante, porque sirviendo a quien sufre se
honra a la carne de Cristo. Que la Virgen María nos ayude a entregarnos
hasta el final por el bien de los fieles que se nos han confiado y a
sostenernos los unos a los otros, como verdaderos hermanos y hermanas
en la comunión de la Iglesia, nuestra santa Madre.
Queridos hermanos y hermanas, cada uno de nosotros guarda en el corazón
una página personalísima del libro de la misericordia de Dios: es la
historia de nuestra llamada, la voz del amor que atrajo y transformó
nuestra vida, llevándonos a dejar todo por su palabra y a seguirlo (cf.
Lc 5,11).
Reavivemos hoy, con gratitud, la memoria de su llamada, más fuerte que toda resistencia y cansancio.
Demos gracias al Señor continuando con la celebración eucarística,
centro de nuestra vida, porque ha entrado en nuestras puertas cerradas
con su misericordia; porque nos da la gracia de seguir escribiendo su
Evangelio de amor.
Discurso del Papa Francisco en el via crucis (Parque Jordan, Cracovia, 29 de Julio de 2016)
«Tuve hambre y me disteis de comer,
tuve sed y me disteis de beber,
fui forastero y me hospedasteis,
estuve desnudo y me vestisteis,
enfermo y me visitasteis,
en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36).
Estas palabras de Jesús responden a la pregunta que a menudo resuena en
nuestra mente y en nuestro corazón: «¿Dónde está Dios?». ¿Dónde está
Dios, si en el mundo existe el mal, si hay gente que pasa hambre o sed,
que no tienen hogar, que huyen, que buscan refugio? ¿Dónde está Dios
cuando las personas inocentes mueren a causa de la violencia, el
terrorismo, las guerras? ¿Dónde está Dios, cuando enfermedades
terribles rompen los lazos de la vida y el afecto? ¿O cuando los niños
son explotados, humillados, y también sufren graves patologías?
¿Dónde está Dios, ante la inquietud de los que dudan y de los que
tienen el alma afligida? Hay preguntas para las cuales no hay
respuestas humanas. Sólo podemos mirar a Jesús, y preguntarle a Él. Y
la respuesta de Jesús es esta: «Dios está en ellos», Jesús está en
ellos, sufre en ellos, profundamente identificado con cada uno. Él está
tan unido a ellos, que forma casi como «un solo cuerpo».
Jesús mismo eligió identificarse con estos hermanos y hermanas que
sufren por el dolor y la angustia, aceptando recorrer la vía dolorosa
que lleva al calvario. Él, muriendo en la cruz, se entregó en las manos
del Padre y, con amor que se entrega, cargó consigo las heridas
físicas, morales y espirituales de toda la humanidad.
Abrazando el madero de la cruz, Jesús abrazó la desnudez y el hambre,
la sed y la soledad, el dolor y la muerte de los hombres y mujeres de
todos los tiempos. En esta tarde, Jesús —y nosotros juntos con él—
abraza con especial amor a nuestros hermanos sirios, que huyeron de la
guerra. Los saludamos y acogemos con amor fraternal y simpatía.
Recorriendo el Vía Crucis de Jesús, hemos descubierto de nuevo la
importancia de configurarnos con él mediante las 14 obras de
misericordia. Ellas nos ayudan a abrirnos a la misericordia de Dios, a
pedir la gracia de comprender que sin la misericordia no se puede hacer
nada, sin la misericordia yo, tú, todos nosotros, no podemos hacer
nada. Veamos primero las siete obras de misericordia corporales: dar de
comer al hambriento; dar de beber al sediento; vestir al desnudo;
acoger al forastero; asistir al enfermo; visitar a los presos; enterrar
a los muertos. Gratis lo hemos recibido, gratis lo hemos de dar.
Estamos llamados a servir a Jesús crucificado en toda persona
marginada, a tocar su carne bendita en quien está excluido, tiene
hambre o sed, está desnudo, preso, enfermo, desempleado, perseguido,
refugiado, emigrante. Allí encontramos a nuestro Dios, allí tocamos al
Señor. Jesús mismo nos lo ha dicho, explicando el «protocolo» por el
cual seremos juzgados: cada vez que hagamos esto con el más pequeño de
nuestros hermanos, lo hacemos con él (cf. Mt 25,31-46).
Después de las obras de misericordia corporales vienen las
espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe,
corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas,
soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a Dios por los
vivos y por los difuntos. Nuestra credibilidad como cristianos depende
del modo en que acogemos a los marginados que están heridos en el
cuerpo y al pecador herido en el alma. No en las ideas, sino allí.
Hoy la humanidad necesita hombres y mujeres, y en especial jóvenes como
vosotros, que no quieran vivir sus vidas «a medias», jóvenes dispuestos
a entregar sus vidas para servir generosamente a los hermanos más
pobres y débiles, a semejanza de Cristo, que se entregó completamente
por nuestra salvación.
Ante el mal, el sufrimiento, el pecado, la única respuesta posible para
el discípulo de Jesús es el don de sí mismo, incluso de la vida, a
imitación de Cristo; es la actitud de servicio. Si uno, que se dice
cristiano, no vive para servir, no sirve para vivir. Con su vida
reniega de Jesucristo.
En esta tarde, queridos jóvenes, el Señor los invita de nuevo a que
sean protagonistas de vuestro servicio; quiere hacer de ustedes una
respuesta concreta a las necesidades y sufrimientos de la humanidad;
quiere que sean un signo de su amor misericordioso para nuestra época.
Para cumplir esta misión, Él les señala la vía del compromiso personal
y del sacrificio de sí mismo: es la vía de la cruz. La vía de la cruz
es la vía de la felicidad de seguir a Cristo hasta el final, en las
circunstancias a menudo dramáticas de la vida cotidiana; es la vía que
no teme el fracaso, el aislamiento o la soledad, porque colma el
corazón del hombre de la plenitud de Cristo. La vía de la cruz es la
vía de la vida y del estilo de Dios, que Jesús manda recorrer a través
también de los senderos de una sociedad a veces dividida, injusta y
corrupta.
La vía de la cruz no es un hábito sadomasoquista, la vía de la cruz es
la única que vence el pecado, el mal y la muerte, porque desemboca en
la luz radiante de la resurrección de Cristo, abriendo el horizonte a
una vida nueva y plena. Es la vía de la esperanza y del futuro. Quien
la recorre con generosidad y fe, siembra esperanza y yo quisiera que
ustedes sean sembradores de esperanza.
Queridos jóvenes, en aquel Viernes Santo muchos discípulos regresaron a
sus casas tristes, otros prefirieron ir al campo para olvidar la cruz.
Me pregunto y respondan cada uno de ustedes en el propio corazón: ¿Cómo
desean regresar esta noche a vuestras casas, a vuestros alojamientos, a
sus carpas? ¿Cómo desean volver esta noche a encontraros con vosotros
mismos?
El mundo nos mira, a cada uno de vosotros corresponde responder al desafío de esta pregunta.
Discurso del Papa Francisco en su visita al Hospital Pediátrico de Prokocim (Cracovia, 29 de Julio de 2016)
Queridos hermanos y hermanas:
No podía faltar, en esta mi visita a Cracovia, el encuentro con los
pequeños ingresados en este hospital. Los saludo a todos y agradezco de
corazón al Primer Ministro por las amables palabras que me ha dirigido.
Me gustaría poder estar un poco cerca de cada niño enfermo, junto a su
cama, abrazarlos uno a uno, escuchar también por un momento a cada uno
de vosotros y juntos guardar silencio ante las preguntas para las que
no existen respuestas inmediatas. Y rezar.
El Evangelio nos muestra en repetidas ocasiones al Señor Jesús que
encuentra a enfermos, los acoge, y también que va con gusto a
encontrarlos. Él siempre se fija en ellos, los mira como una madre mira
al hijo que no está bien, siente vibrar dentro de ella la compasión.
Cómo quisiera que, como cristianos, fuésemos capaces de estar al lado
de los enfermos como Jesús, con el silencio, con una caricia, con la
oración. Nuestra sociedad, por desgracia, está contaminada por la
cultura del «descarte», que es lo contrario de la cultura de la acogida.
Y las víctimas de la cultura del descarte son precisamente las personas
más débiles, más frágiles; esto es una crueldad. Sin embargo es hermoso
ver que, en este hospital, los más pequeños y necesitados son acogidos
y cuidados. Gracias por este signo de amor que nos ofrecen. Esto es el
signo de la verdadera civilización, humana y cristiana: poner en el
centro de la atención social y política las personas más desfavorecidas.
A veces, las familias se encuentran solas para hacerse cargo de ellos.
¿Qué hacer? Desde este lugar, donde se ve el amor concreto, diría:
multipliquemos las obras de la cultura de la acogida, obras animadas
por el amor cristiano, el amor a Jesús crucificado, a la carne de
Cristo. Servir con amor y ternura a las personas que necesitan ayuda
nos hace crecer a todos en humanidad; y nos abre el camino a la vida
eterna: quien practica las obras de misericordia, no tiene miedo de la
muerte.
Animo a todos los que han hecho de la invitación evangélica a «visitar
a los enfermos» una opción personal de vida: médicos, enfermeros, todos
los trabajadores de la salud, así como los capellanes y voluntarios.
Que el Señor los ayude a realizar bien vuestro trabajo, en este como en
cualquier otro hospital del mundo. No quisiera olvidar aquí el trabajo
de las religiosas, muchas religiosas que dan la vida en los hospitales.
Y los recompense dándoles paz interior y un corazón siempre capaz de
ternura.
Gracias a todos por este encuentro. Los llevo conmigo en el afecto y la
oración. Y también vosotros, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Discurso del Papa Francisco en la ceremonia de acogida de la JMJ (28 de Julio de 2016)
Queridos jóvenes, muy buenas tardes.
Finalmente nos encontramos. Gracias por esta calurosa bienvenida.
Gracias al Cardenal Dziwisz, a los Obispos, sacerdotes, religiosos y
religiosas, seminaristas y laicos y a todos aquellos que los acompañan.
Gracias a los que han hecho posible que hoy estemos aquí, que se la
«han jugado» para que pudiéramos celebrar la fe. Celebrar la fe, hoy
todos nosotros juntos, celebramos la fe. En esta, su tierra natal,
quisiera agradecer especialmente a San Juan Pablo II, más fuerte,
mucho… que soñó e impulsó estos encuentros.
Desde el cielo nos está acompañando viendo a tantos jóvenes
pertenecientes a pueblos, culturas, lenguas tan diferentes con un solo
motivo: celebrar que Jesús está vivo en medio nuestro. Han comprendido,
celebrar a Jesús que está vivo, y decir que está vivo es querer renovar
nuestras ganas de seguirlo, nuestras ganas de vivir con pasión su
seguimiento.
¡Qué mejor oportunidad para renovar la amistad con Jesús que afianzando
la amistad entre ustedes! ¡Qué mejor manera de afianzar nuestra amistad
con Jesús que compartirla con los demás! ¡Qué mejor manera de vivir la
alegría del Evangelio que queriendo «contagiar» la Buena Noticia en
tantas situaciones dolorosas y difíciles!
Jesús es quien nos ha convocado a esta 31 Jornada Mundial de la
Juventud; es Jesús quien nos dice: «Felices los misericordiosos, porque
encontrarán misericordia» (Mt 5,7). Felices aquellos que saben
perdonar, que saben tener un corazón compasivo, que saben dar lo mejor
de sí a los demás, lo mejor, no lo que sobra.
Queridos jóvenes, en estos días Polonia, esta noble tierra, se viste de
fiesta; en estos días Polonia quiere ser el rostro siempre joven de la
Misericordia. Desde esta tierra con ustedes y también unidos a tantos
jóvenes que hoy no pueden estar aquí, pero que nos acompañan a través
de los diversos medios de comunicación, todos juntos vamos a hacer de
esta jornada una auténtica fiesta Jubilar, en este Jubileo de la
Misericordia.
En los años que llevo como Obispo he aprendido algo, que quiero decir
ahora: no hay nada más hermoso que contemplar las ganas, la entrega, la
pasión y la energía con que muchos jóvenes viven la vida. Esto es
bello. ¿De dónde viene esta belleza? Cuando Jesús toca el corazón de un
joven, de una joven, este es capaz de actos verdaderamente grandiosos.
Es estimulante escucharlos, compartir sus sueños, sus interrogantes y
sus ganas de rebelarse contra todos aquellos que dicen que las cosas no
pueden cambiar. A los que llamo los “quietistas”, nada se puede
cambiar. Los jóvenes si tienen la fuerza de cambiar esto, pero algunos
no están seguros de esto, pero yo les pregunto. ¿Las cosas se pueden
cambiar? (¡Sí!)
Es un regalo del cielo poder verlos a muchos de ustedes que, con sus
cuestionamientos, buscan hacer que las cosas sean diferentes. Es lindo,
y me conforta el corazón, verlos tan revoltosos. La Iglesia hoy los
mira, diré además, el mundo hoy los mira, y quiere aprender de ustedes,
para renovar su confianza en que la Misericordia del Padre tiene rostro
siempre joven y no deja de invitarnos a ser parte de su Reino, un reino
de alegría y felicidad, que siempre nos lleva adelante, que nos hace
capaces de cambiar las cosas. Ahora les hago la pregunta otra vez. ¿Las
cosas se pueden cambiar? (¡Sí!)
Conociendo la pasión que ustedes le ponen a la misión, me animo a
repetir: la misericordia siempre tiene rostro joven. Porque un corazón
misericordioso se anima a salir de su comodidad; un corazón
misericordioso sabe ir al encuentro de los demás, logra abrazar a todos.
Un corazón misericordioso sabe ser refugio para los que nunca tuvieron
casa o la han perdido, sabe construir un ambiente de hogar y familia
para aquellos que han tenido que emigrar, sabe de ternura y compasión.
Un corazón misericordioso, sabe compartir el pan con el que tiene
hambre, un corazón misericordioso se abre para recibir al prófugo y al
migrante. Decir misericordia junto a ustedes, es decir oportunidad,
decir mañana, es decir compromiso, es decir confianza, apertura,
hospitalidad, compasión, es decir sueños. Ustedes ¿son capaces de
soñar? Y cuando el corazón abierto es capaz de soñar hay lugar para la
misericordia, hay lugar para acariciar a los que sufren, hay lugar para
ayudar a quienes no tienen paz en el corazón o les falta lo necesario
para vivir, o les falta lo más bello, la fe, Misericordia, digamos
juntos esta palabra: Misericordia, todos. Una vez más. Una vez más para
que el mundo escuche.
También quiero confesarles otra cosa que aprendí en estos años. No
quiero ofender a nadie. Me genera dolor encontrar a jóvenes que parecen
haberse «jubilado» antes de tiempo. Esto me duele. Jóvenes que parecen
“jubilados” a los 23, 24 o 25 años. Me preocupa ver a jóvenes que
«tiraron la toalla» antes de empezar el partido. Que están «entregados»
sin haber comenzado a jugar. Me duele ver jóvenes que caminan con
rostros tristes, como si su vida no tuviese valor. Son jóvenes
esencialmente aburridos... y aburridores, que aburren a los otros; y
esto me duele.
Es difícil, y a su vez cuestionador, por otro lado, ver a jóvenes que
dejan la vida buscando el «vértigo», o esa sensación de sentirse vivos
por caminos oscuros, que al final terminan «pagando»…y pagando caro.
Piensen en tantos jóvenes que ustedes conocen a tantos jóvenes que han
elegido este camino. Cuestiona ver cómo hay jóvenes que pierden
hermosos años de su vida y sus energías corriendo detrás de vendedores
de falsas ilusiones. Hay de esos vendedores de falsas ilusiones (en mi
tierra natal diríamos «vendedores de humo»), que les roban lo mejor de
ustedes mismos. Y esto me duele. Estoy seguro que hoy entre ustedes no
hay ninguno de estos.
Por eso, queridos amigos, nos hemos reunidos para ayudarnos unos a
otros porque no queremos dejarnos robar lo mejor de nosotros mismos, no
queremos permitir que nos roben las energías, que nos roben la alegría,
los sueños, con falsas ilusiones.
Queridos amigos, les pregunto: ¿Quieren para sus vidas ese vértigo
alienante o quieren sentir esa fuerza que los haga sentirse vivos,
plenos? ¿Vértigo alienante o fuerza de la gracia? ¿Qué cosa quieren,
vértigo alienante o fuerza de la gracia? No los escucho bien.
Para ser plenos, para tener fuerza renovada, hay una respuesta que no
se vende, que no se compra; una respuesta que no es una cosa, que no es
un objeto, es una persona: se llama Jesucristo. Un aplauso para el
Señor.
Jesucristo, ¿se puede comprar? Jesucristo, ¿se vende en las tiendas?
Jesucristo es un don, es un regalo del Padre, el don de nuestro Padre.
Jesucristo es un don, ¡todos!
Jesucristo es quien sabe darle verdadera pasión a la vida, Jesucristo
es quien nos mueve a no conformarnos con poco y a dar lo mejor de
nosotros mismos; es Jesucristo quien nos cuestiona, nos invita y nos
ayuda a levantarnos cada vez que nos damos por vencidos. Es Jesucristo
quien nos impulsa a levantar la mirada y a soñar alto.
Pero, Padre, alguno podría decir que es difícil soñar alto, es difícil
salir y estar siempre en salida. Padre, yo soy débil, yo caigo, yo me
esfuerzo pero muchas veces caigo. Los alpinistas, cuando salen a las
montañas, cantan una canción muy bella, que dice así: en el arte de
salir lo importante no es caer, sino no permanecer caído. Si tú eres
débil, si tú caes, mira un poco alto y verás la mano tendida de Jesús
que dice, ¡Levántate! ¿Y si lo hago una vez más?, otra vez, y ¿si caigo
otra vez?, te levantas. Pedro preguntó y Jesús respondió, 70 veces 7.
La mano de Jesús está siempre para levantarnos, ¿han comprendido?
En el Evangelio hemos escuchado que Jesús, mientras se dirige a
Jerusalén, se detiene en una casa -la de Marta, María y Lázaro- que lo
acoge. De camino, entra en su casa para estar con ellos; las dos
mujeres reciben al que saben que es capaz de conmoverse.
Las múltiples ocupaciones nos hacen ser como Marta: activos, dispersos,
constantemente yendo de acá para allá…; pero también solemos ser como
María: ante un buen paisaje, o un video que nos manda un amigo al
móvil, nos quedamos pensativos, en escucha.
En estos días de la JMJ, Jesús quiere entrar en nuestra casa; en tu
casa, en mi casa, en el corazón de cada uno de nosotros. Jesús quiere
entrar, verá nuestras preocupaciones, en nuestro andar acelerado, como
lo hizo con Marta… y esperará que lo escuchemos como María; que, en
medio del trajinar, tengamos el coraje de entregarnos a él. Que sean
días para Jesús, dedicados a escucharnos, a recibirlo en aquellos con
quienes comparto la casa, la calle, el club o el colegio.
Y quien acoge a Jesús, aprende a amar como Jesús. Entonces él nos
pregunta si queremos una vida plena: y yo en su nombre les pregunto
¿Ustedes quieren una vida plena? (¡Sí!) Empieza desde este momento por
dejarte conmover. Porque la felicidad germina y aflora en la
misericordia: esa es su respuesta, esa es su invitación, su desafío, su
aventura: la misericordia. La misericordia tiene siempre rostro joven;
como el de María de Betania sentada a los pies de Jesús como discípula,
que ama escucharlo porque sabe que ahí está la paz. Como el de María de
Nazareth, lanzada con su «sí» a la aventura de la misericordia, y que
será llamada feliz por todas las generaciones, llamada por todos
nosotros «la Madre de la Misericordia».
Entonces, todos juntos, ahora le pedimos al Señor: Lánzanos a la aventura de la misericordia.
Invoquémosla todos juntos: María Madre de la misericordia. Ahora todos
juntos pidamos al Señor, cada uno en silencio en su corazón.
Señor, lánzanos a la aventura de la misericordia, a la aventura de
construir puentes y derribar muros (cercos y alambres), lánzanos a la
aventura de socorrer al pobre, al que se siente solo y abandonado, al
que ya no le encuentra sentido a su vida. Lánzanos a acompañar a los
que no te conocen y decirles, lentamente y con mucho respeto tu nombre
y el porqué de mi fe.
Impúlsanos a la escucha, como María de Betania, de quienes no
comprendemos, de los que vienen de otras culturas, otros pueblos,
incluso de aquellos a los que tememos porque creemos que pueden
hacernos daño. Haznos volver nuestro rostro, como María de Nazareth con
Isabel, que volvamos nuestro rostro sobre nuestros ancianos, sobre
nuestros abuelos para aprender de su sabiduría. Yo les pregunto
¿ustedes hablan con sus abuelos? Más o menos, no? ¿Búsquenlos, ellos
tiene la sabiduría de la vida, y vivirán cosas que conmoverán sus
corazones.
Aquí estamos, Señor. Envíanos a compartir tu Amor Misericordioso.
Queremos recibirte en esta Jornada Mundial de la Juventud, queremos
confirmar que la vida es plena cuando se la vive desde la misericordia,
que esa es la mejor parte, la parte más dulce, la parte que nunca nos
será quitada. Amén.
Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa por los 1050 años del bautismo de Polonia, (28 de Julio de 2016)
Las lecturas de esta liturgia muestran un hilo divino, que pasa por la historia humana y teje la historia de la salvación.
El apóstol Pablo nos habla del gran diseño de Dios: «Cuando llegó la
plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer» (Ga
4,4). Sin embargo, la historia nos dice que cuando llegó esta «plenitud
del tiempo», cuando Dios se hizo hombre, la humanidad no estaba tan
bien preparada, y ni siquiera había un período de estabilidad y de paz:
no había una «edad de oro». Por lo tanto, la escena de este mundo no ha
merecido la venida de Dios, más bien, «los suyos no lo recibieron» (Jn
1,11). La plenitud del tiempo ha sido un don de gracia: Dios ha llenado
nuestro tiempo con la abundancia de su misericordia, por puro amor
—¡por puro amor!— ha inaugurado la plenitud del tiempo.
Sorprende sobre todo cómo se realiza la venida de Dios en la historia:
«nacido de mujer». Ningún ingreso triunfal, ninguna manifestación
grandiosa del Omnipotente: él no se muestra como un sol deslumbrante,
sino que entra en el mundo en el modo más sencillo, como un niño dado a
luz por su madre, con ese estilo que nos habla la Escritura: como la
lluvia cae sobre la tierra (cf. Is 55,10), como la más pequeña de las
semillas que brota y crece (cf. Mc 4,31-32). Así, contrariamente a lo
que cabría esperar y quizás desearíamos, el Reino de Dios, ahora como
entonces, «no viene con ostentación» (Lc 17,20), sino en la pequeñez,
en la humildad.
El Evangelio de hoy retoma este hilo divino que atraviesa delicadamente
la historia: desde la plenitud del tiempo pasamos al «tercer día» del
ministerio de Jesús (cf. Jn 2,1) y al anuncio del «ahora» de la
salvación (cf. v. 4). El tiempo se contrae, y la manifestación de Dios
acontece siempre en la pequeñez. Así sucede en «el primero de los
signos cumplidos por Jesús» (v. 11) en Caná de Galilea. No ha sido un
gesto asombroso realizado ante la multitud, ni siquiera una
intervención que resuelve una cuestión política apremiante, como el
sometimiento del pueblo al dominio romano. Se produce más bien un
milagro sencillo en un pequeño pueblo, que alegra las nupcias de una
joven familia, totalmente anónima. Sin embargo, el agua trasformada en
vino en la fiesta de la boda es un gran signo, porque nos revela el
rostro esponsalicio de Dios, de un Dios que se sienta a la mesa con
nosotros, que sueña y establece comunión con nosotros. Nos dice que el
Señor no mantiene las distancias, sino que es cercano y concreto, que
está en medio de nosotros y cuida de nosotros, sin decidir por nosotros
y sin ocuparse de cuestiones de poder. Prefiere instalarse en lo
pequeño, al contrario del hombre, que tiende a querer algo cada vez más
grande. Ser atraídos por el poder, por la grandeza y por la visibilidad
es algo trágicamente humano, y es una gran tentación que busca
infiltrarse por doquier; en cambio, donarse a los demás, cancelando
distancias, viviendo en la pequeñez y colmando concretamente la
cotidianidad, esto es exquisitamente divino.
Dios nos salva haciéndose pequeño, cercano y concreto. Ante todo, Dios
se hace pequeño. El Señor, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29),
prefiere a los pequeños, a los que se ha revelado el Reino de Dios (Mt
11,25); estos son grandes ante sus ojos, y a ellos dirige su mirada
(cf. Is 66,2). Los prefiere porque se oponen a la «soberbia de la
vida», que procede del mundo (cf. 1 Jn 2,16). Los pequeños hablan su
mismo idioma: el amor humilde que hace libres. Por eso llama a personas
sencillas y disponibles para ser sus portavoces, y les confía la
revelación de su nombre y los secretos de su corazón. Pensemos en
tantos hijos e hijas de vuestro pueblo: en los mártires, que han hecho
resplandecer la fuerza inerme del Evangelio; en las personas sencillas
y también extraordinarias que han sabido dar testimonio del amor del
Señor en medio de grandes pruebas; en los anunciadores mansos y fuertes
de la misericordia, como san Juan Pablo II y santa Faustina. A través
de estos «canales» de su amor, el Señor ha hecho llegar dones
inestimables a toda la Iglesia y a toda la humanidad. Y es
significativo que este aniversario del Bautismo de vuestro pueblo
coincida precisamente con el Jubileo de la Misericordia.
Además, Dios es cercano, su Reino está cerca (cf. Mc 1,15): el Señor no
desea que lo teman como a un soberano poderoso y distante, no quiere
quedarse en un trono en el cielo o en los libros de historia, sino que
quiere sumirse en nuestros avatares de cada día para caminar con
nosotros. Pensando en el don de un milenio abundante de fe, es bello
sobre todo agradecer a Dios, que ha caminado con vuestro pueblo,
llevándolo de la mano, como un papá con su niño, y acompañándolo en
tantas situaciones. Es lo que siempre estamos llamados a hacer, también
como Iglesia: escuchar, comprometernos y hacernos cercanos,
compartiendo las alegrías y las fatigas de la gente, de manera que se
transmita el Evangelio de la manera más coherente y que produce mayor
fruto: por irradiación positiva, a través de la transparencia de vida.
Por último, Dios es concreto. De las Lecturas de hoy se desprende que
todo es concreto en el actuar de Dios: la Sabiduría divina «obra como
artífice» y «juega» con el mundo (cf. Pr 8,30); el Verbo se hace carne,
nace de una madre, nace bajo la ley (cf. Ga 4,4), tiene amigos y
participa en una fiesta: el eterno se comunica pasando el tiempo con
personas y en situaciones concretas. También vuestra historia,
impregnada de Evangelio, cruz y fidelidad a la Iglesia, ha visto el
contagio positivo de una fe genuina, trasmitida de familia en familia,
de padre a hijo, y sobre todo de las madres y de las abuelas, a quienes
hay mucho que agradecer. De modo particular, habéis podido experimentar
en carne propia la ternura concreta y providente de la Madre de todos,
a quien he venido aquí a venerar como peregrino, y a quien hemos
saludado en el Salmo como «honor de nuestro pueblo» (Jdt 15,9).
Aquí reunidos, volvemos los ojos a ella. En María encontramos la plena
correlación con el Señor: al hilo divino se entrelaza así en la
historia un «hilo mariano». Si hay alguna gloria humana, algún mérito
nuestro en la plenitud del tiempo, es ella: es ella ese espacio,
preservado del mal, en el cual Dios se ha reflejado; es ella la escala
que Dios ha recorrido para bajar hasta nosotros y hacerse cercano y
concreto; es ella el signo más claro de la plenitud de los tiempos.
En la vida de María admiramos esa pequeñez amada por Dios, que «ha
mirado la sencillez de su esclava» y «enaltece a los humildes» (Lc
1,48.52). Él se complació tanto de María, que se dejó tejer la carne
por ella, de modo que la Virgen se convirtió en Madre de Dios, como
proclama un himno muy antiguo, que cantáis desde hace siglos. Que ella
os siga indicando la vía a vosotros, que de modo ininterrumpido os
dirigís a ella, viniendo a esta capital espiritual del país, y os ayude
a tejer en la vida la trama humilde y sencilla del Evangelio.
En Caná, como aquí en Jasna Góra, María nos ofrece su cercanía, y nos
ayuda a descubrir lo que falta a la plenitud de la vida. Ahora como
entonces, lo hace con cuidado de Madre, con la presencia y el buen
consejo; enseñándonos a evitar decisionismos y murmuraciones en
nuestras comunidades. Como Madre de familia, nos quiere proteger a
todos juntos, a todos juntos. En su camino, vuestro pueblo ha superado
en la unidad muchos momentos duros. Que la Madre, firme al pie de la
cruz y perseverante en la oración con los discípulos en espera del
Espíritu Santo, infunda el deseo de ir más allá de los errores y las
heridas del pasado, y de crear comunión con todos, sin ceder jamás a la
tentación de aislarse e imponerse.
La Virgen demostró en Caná mucha concreción: es una Madre que toma en
serio los problemas e interviene, que sabe detectar los momentos
difíciles y solventarlos con discreción, eficacia y determinación. No
es dueña ni protagonista, sino Madre y sierva. Pidamos la gracia de
hacer nuestra su sencillez, su fantasía en servir al necesitado, la
belleza de dar la vida por los demás, sin preferencias ni distinciones.
Que ella, causa de nuestra alegría, que lleva la paz en medio de la
abundancia del pecado y de los sobresaltos de la historia, nos alcance
la sobreabundancia del Espíritu, para ser siervos buenos y fieles.
Que, por su intercesión, la plenitud del tiempo nos renueve también a
nosotros. De poco sirve el paso entre el antes y el después de Cristo,
si permanece sólo como una fecha en los anales de la historia. Que
pueda cumplirse, para todos y para cada uno, un paso interior, una
Pascua del corazón hacia el estilo divino encarnado por María: obrar en
la pequeñez y acompañar de cerca, con corazón sencillo y abierto.
Discurso del Papa Francisco en el Encuentro con las autoridades Cracovia, Polonia, 27 de Julio de 2016)
Señor Presidente,
Distinguidas autoridades,
Miembros del Cuerpo Diplomático,
Rectores Magníficos,
Señoras y señores
Saludo con deferencia al Señor Presidente y le agradezco la generosa
acogida y sus amables palabras. Me es grato saludar a los distinguidos
miembros del Gobierno y del Parlamento, a los Rectores universitarios,
a las autoridades regionales y municipales, así como a los miembros del
Cuerpo Diplomático y demás autoridades presentes. Es la primera vez que
visito la Europa centro-oriental y me alegra comenzar por Polonia, que
ha tenido entre sus hijos al inolvidable san Juan Pablo II, creador y
promotor de las Jornadas Mundiales de la Juventud. A él le gustaba
hablar de una Europa que respira con dos pulmones: el sueño de un nuevo
humanismo europeo está animado por el aliento creativo y armonioso de
estos dos pulmones y por la civilización común que tiene sus raíces más
sólidas en el cristianismo.
El pueblo polaco se caracteriza por la memoria. Siempre me ha
impresionado el agudo sentido de la historia del Papa Juan Pablo II.
Cuando hablaba de los pueblos, partía de su historia para resaltar sus
tesoros de humanidad y espiritualidad.
La conciencia de identidad, libre de complejos de superioridad, es
esencial para organizar una comunidad nacional basada en su patrimonio
humano, social, político, económico y religioso, para inspirar a la
sociedad y la cultura, manteniéndolas fiel a la tradición y, al mismo
tiempo, abiertas a la renovación y al futuro.
En esta perspectiva, han celebrado recientemente el 1050 aniversario
del Bautismo de Polonia. Ha sido ciertamente un momento intenso de
unidad nacional, confirmando cómo la concordia, aún en la diversidad de
opiniones, es el camino seguro para lograr el bien común de todo el
pueblo polaco.
También la cooperación fructífera en el ámbito internacional y la
consideración recíproca maduran mediante la toma de conciencia y el
respeto de la identidad propia y de los demás. No puede haber diálogo
si cada uno no parte de su propia identidad.
En la vida cotidiana de cada persona, como en la de cada sociedad, hay,
sin embargo, dos tipos de memoria: la buena y la mala, la positiva y la
negativa. La memoria buena es la que nos muestra la Biblia en el
Magnificat, el cántico de María que alaba al Señor y su obra de
salvación.
En cambio, la memoria negativa es la que fija obsesivamente la atención
de la mente y del corazón en el mal, sobre todo el cometido por otros.
Al mirar vuestra historia reciente, doy gracias a Dios porque han
sabido hacer prevalecer la memoria buena: por ejemplo, celebrando los
50 años del perdón ofrecido y recibido recíprocamente entre el
episcopado polaco y el alemán tras la Segunda Guerra Mundial.
La iniciativa, que implicó inicialmente a las comunidades eclesiales,
desencadenó también un proceso social, político, cultural y religioso
irreversible, cambiando la historia de las relaciones entre los dos
pueblos. En este sentido, recordemos también la Declaración conjunta
entre la Iglesia Católica en Polonia y la ortodoxa de Moscú: un gesto
que dio inicio a un proceso de acercamiento y hermandad, no sólo entre
las dos Iglesias, sino también entre los dos pueblos.
La noble nación polaca muestra así cómo se puede hacer crecer la
memoria buena y dejar de lado la mala. Para esto se requiere una firme
esperanza y confianza en Aquel que guía los destinos de los pueblos,
abre las puertas cerradas, convierte las dificultades en oportunidades
y crea nuevos escenarios allí donde parecía imposible.
Lo atestiguan precisamente las vicisitudes históricas de Polonia:
después de la tormenta y de la oscuridad, vuestro pueblo, recobrada ya
su dignidad, ha podido cantar, como los israelitas al regresar de
Babilonia: «Nos parecía soñar: [...] Nuestra boca se llenaba de risas,
la lengua de cantares» (Sal 126,1-2).
El ser conscientes del camino recorrido, y la alegría por las metas
logradas, dan fuerza y serenidad para afrontar los retos del momento,
que requieren el valor de la verdad y un constante compromiso ético,
para que los procesos decisionales y operativos, así como las
relaciones humanas, sean siempre respetuosos de la dignidad de la
persona. Todas las actividades están implicadas: la economía, la
relación con el medio ambiente y el modo mismo de gestionar el complejo
fenómeno de la emigración.
Esto último requiere un suplemento de sabiduría y misericordia para
superar los temores y hacer el mayor bien posible. Se han de
identificar las causas de la emigración en Polonia, dando facilidades a
los que desean regresar. Al mismo tiempo, hace falta disponibilidad
para acoger a los que huyen de las guerras y del hambre; solidaridad
con los que están privados de sus derechos fundamentales, incluido el
de profesar libremente y con seguridad la propia fe.
También se debe solicitar colaboraciones y sinergias internacionales
para encontrar soluciones a los conflictos y las guerras, que obligan a
muchas personas a abandonar sus hogares y su patria. Se trata, pues, de
hacer todo lo posible por aliviar sus sufrimientos, sin cansarse de
trabajar con inteligencia y continuidad por la justicia y la paz, dando
testimonio con los hechos de los valores humanos y cristianos.
A la luz de su historia milenaria, invito a la nación polaca a mirar
con esperanza hacia el futuro y a las cuestiones que ha de afrontar.
Esta actitud favorece un clima de respeto entre todos los componentes
de la sociedad, y un diálogo constructivo entre las diferentes
posiciones; además, crea mejores condiciones para un crecimiento civil,
económico e incluso demográfico, fomentando la confianza de ofrecer una
buena vida a sus hijos.
En efecto, ellos no sólo deberán afrontar problemas, sino que
disfrutarán de la belleza de la creación, del bien que podamos hacer y
difundir, de la esperanza que sepamos infundirles. De este modo, serán
aún más eficaces las políticas sociales en favor de la familia, el
primer y fundamental núcleo de la sociedad, para apoyar a las más
débiles y las más pobres, y ayudarlas en la acogida responsable de la
vida.
La vida siempre ha de ser acogida y protegida —ambas cosas juntas:
acogida y protegida— desde la concepción hasta la muerte natural, y
todos estamos llamados a respetarla y cuidarla. Por otro lado, es
responsabilidad del Estado, de la Iglesia y de la sociedad acompañar y
ayudar concretamente quienquiera que se encuentre en situación de grave
dificultad, para que nunca sienta a un hijo como una carga, sino como
un don, y no se abandone a las personas más vulnerables y más pobres.
Señor Presidente,
La nación polaca puede contar, como ha ocurrido a lo largo de su
dilatada historia, con la colaboración de la Iglesia Católica, para
que, a la luz de los principios cristianos que han inspirado y forjado
la historia y la identidad de Polonia, sepa avanzar en su camino en las
nuevas condiciones históricas, fiel a sus mejores tradiciones y llenos
de confianza y esperanza, incluso en los momentos más difíciles.
Le renuevo mi agradecimiento y expreso, a usted y a todos los
presentes, mis mejores deseos de un sereno y provechoso servicio al
bien común.
Que Nuestra Señora de Czestochowa bendiga y proteja a Polonia.
Agenda oficial que siguió el Papa Francisco en la JMJ de Cracovia 2016.
Miércoles 27 de julio de 2016
4:00pm Llegada al Aeropuerto Internacional Juan Pablo II Cracovia –
Balice
CEREMONIA DE BIENVENIDA
5:00 p.m. Llegada al Castillo Real de Wawel
ENCUENTRO CON AUTORIDADES Y CUERPO DIPLOMÁTICO
5:40 p.m. VISITA DE CORTESÍA AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE POLONIA
6:30 p.m. CATEDRAL DE WAWEL (CRACOVIA) – ENCUENTRO CON LOS OBISPOS POLACOS
Oración silenciosa ante la tumba de San Estanislao donde se exhiben
también reliquias de san Juan Pablo II, veneración del Santísimo
Sacramento en la capilla que se encuentra detrás del altar.
Discurso del Santo Padre
AL ATARDECER: RESIDENCIA DE LOS OBISPOS DE CRACOVIA
Después de la cena, el Santo Padre se asomará a la Ventana Papal para
saludar a la multitud reunida en la plaza enfrente de la Residencia de
los Obispos de Cracovia.
Jueves 28 de julio de 2016
7:40 a.m. Traslado a Balice, con una parada en el CONVENTO DE LAS
HERMANAS DE LA PRESENTACIÓN
Las hermanas de esta comunidad, junto con algunos estudiantes, lo
esperarán en la entrada de la Capilla de San Juan Bautista y San Juan
Apóstol.
Oración comunitaria en silencio
9:45 a.m. Llegada al MONASTERIO DE JASNA GÓRA
Oración en la Capilla de la Imagen Milagrosa de la Nuestra Señora de
Jasna Góra
10:30 a.m. MISA en el marco de la Celebración de los 1050 años del
bautismo de Polonia
Esta Misa es un evento de importancia nacional, en el marco del Jubileo
de los 1050 años del bautismo de Polonia. El área del Santuario puede
albergar a 300.000 fieles aproximadamente. Obispos y muchos sacerdotes
polacos concelebrarán, en presencia del Presidente de la República de
Polonia y las más altas autoridades del país.
5:00 p.m. Entrega de las llaves de Cracovia y viaje en tranvía hacia
Parque Błonia
En la plaza enfrente al Arzobispado, el Presidente de Cracovia
entregará las llaves de la ciudad al Santo Padre. Luego, el Papa
Francisco viajará en tranvía hacia Parque Błonia con jóvenes
discapacitados.
5:15 p.m. Llegada al Parque Błonia
El Papamóvil se trasladará entre los fieles. Se espera alrededor de
600.000 jóvenes
5:30 pm CEREMONIA DE BIENVENIDA (1 hora y media, aprox.)
Luego de la cena, el Santo Padre se asomará a la Ventana Papal para
saludar a la multitud reunida en la plaza enfrente del RESIDENCIA de
los Obispos de Cracovia.
Viernes 29 de julio de 2016
7:00 am MISA PRIVADA en la capilla del RESIDENCIA de los Obispos en
Cracovia.
9:30 am VISITA A AUSCHWITZ
Este año se cumple el septuagésimo quinto aniversario del martirio de
San Maximiliano Kolbe. El Santo Padre visitará el campo de
concentración. Traspasará él solo la puerta de entrada. En la entrada
de la barraca 11 el Santo padre se encontrará personalmente con 15
sobrevivientes del campo. Oración privada en la celda del martirio del
Padre Kolbe.
10:30 am VISITA A BIRKENAU
El Santo Padre se trasladará en coche desde la entrada principal del
campo siguiendo el recorrido de las vías, hasta donde se encuentra
emplazado el Monumento Internacional a las Víctimas del Campo, donde se
reunirán alrededor de 10.000 visitantes. El Papa Francisco se detendrá
para orar en silencio delante del monumento.
Encuentro personal con 25 “Justos entre las Naciones”
Discurso del Santo Padre
4:30 pm Traslado a Prokocim.
VISITA AL HOSPITAL PEDIÁTRICO UNIVERSITARIO
Este hospital es uno de los más importantes de Polonia, donde se
atiende a 30.000 pacientes internados y 200.000 niños con tratamiento
ambulatorios por año. Alrededor de 50 niños se encontrarán reunidos en
la sala de recepción del hospital junto con sus padres.
Discurso del Santo Padre
Visita privada a algunas áreas de la guardia de emergencia del hospital
en la planta baja, acompañado por el Director y padres de algunos
niños.
Oración en la capilla del hospital.
6:00 pm VÍA CRUCIS con los jóvenes en Parque Błonia
Al finalizar el Vía Crucis el Santo Padre dirigirá unas palabras a los
fieles
Luego de la cena, el Santo Padre se asomará a la Ventana Papal para
saludar a la multitud reunida en la plaza enfrente del RESIDENCIA de
los Obispos de Cracovia.
Sábado 30 de julio de 2016
8:30 am VISITA AL SANTUARIO DE LA DIVINA MISERICORDIA EN ŁAGIEWNIKI
Capilla de Santa Faustina Kowalska. Hermanas de la Congregación de las
Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia estarán presentes junto
con las jóvenes que tienen a su cuidado. Oración en la capilla ante la
tumba de Santa Faustina
8:45 am Traslado en el Papamóvil hacia el SANTUARIO DE LA DIVINA
MISERICORDIA.
9:00 am Pasaje de la Puerta Santa de la Misericordia
El Santo Padre entrará en el Santuario a través de la Puerta Santa de
la Misericordia
9:15 am Liturgia de RECONCILIACIÓN en la que participarán los jóvenes.
El Santo Padre confesará a cinco jóvenes en los siguientes idiomas:
italiano, español y francés. El Papa Francisco es el tercer Papa, luego
de san Juan Pablo II y Benedicto XVI, que visitará el Santuario de la
Divina Misericordia, pero el primero que confesará allí.
10:30 am SANTA
MISA en el SANTUARIO JUAN PABLO II con sacerdotes, consagrados y
seminaristas de Polonia.
Habrá alrededor de 2.000 personas en el Santuario: sacerdotes,
religiosos, consagrados y seminaristas de toda Polonia. Se prevé la
participación de 5.000 personas en la misa, reunidas delante del templo.
1:00 p.m. ALMUERZO CON JÓVENES
El Santo Padre almorzará con el Arzobispo de Cracovia, un traductor y
12 jóvenes representantes de diferentes países: una chica y un chico de
cada continente y un chico y una chica de Polonia.
7:00 p.m. Llegada al Campo de la Misericordia
El Papa Francisco atravesará la Puerta de la Misericordia junto con cinco representantes
de la juventud
7:30 p.m. VIGILIA DE ORACIÓN CON LOS JÓVENES
Domingo 31 de julio de 2016
8:45am Llegada a CAMPUS MISERICORDIAE
Bendición de los dos edificios de Cáritas: La Casa de la Misericordia
para pobres y ancianos y la Casa de Pan, almacén de alimentos para los
más necesitados.
Recorrido entre los fieles
10:00am MISA FINALque señalará la conclusión de la Jornada Mundial de
la Juventud.
Envío de los jóvenes como testigos de la Divina Misericordia. Anuncio
del lugar en el que se llevará a cabo la próxima Jornada Mundial de la
Juventud.
5:00 p.m. Llegada del Santo Padre a Arena Tauron para ENCONTRARSE CON LOS
VOLUNTARIOS DE LA JMJ y del Comité Organizador Local y patrocinadores.
6:15pm Llegada a Balice (sector militar).
CEREMONIA DE DESPEDIDA DEL SANTO PADRE.
¿Sabías que...?
El
Papa Francisco vestirá en Cracovia, durante la jornada mundial de la
Juventud de julio de 2016, una casulla de tela reciclada
cosida por jóvenes iraquíes cristianas refugiadas en Jordania.
Logo y oración oficial de la JMJ de
Cracovia 2016.
El
Arzobispo de Cracovia (Polonia), Cardenal Stanislaw Dziwisz, presentó
el logo y la oración de la Jornada Mundial de la Juventud – JMJ
Cracovia 2016, cuyo tema ha sido recogido de Mateo 5,7:
"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia".
El logo fue creado por Monika Rybczyska, una joven de 28 años nacida en
Ostrzeszów (Polonia). Dicho logo combina 3 elementos: el lugar, los
principales protagonistas y el tema de la celebración. El logotipo de
la JMJ Cracovia 2016 ilustra el pasaje de Mateo 5,7: "Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" elegido como
tema del encuentro.
La imagen se compone de los límites geográficos de Polonia, dentro de
los cuales se encuentra la Cruz, símbolo de Cristo, que es el alma de
la Jornada Mundial de la Juventud. El círculo amarillo marca la
ubicación de Cracovia en el mapa de Polonia y es también símbolo de los
jóvenes. Desde la cruz nace la llama de la Divina Misericordia, cuyos
colores recuerdan la imagen de ‘Jesús, en Ti confío’. Los colores
utilizados en el logotipo - azul, rojo y amarillo- son los colores
oficiales que recuerdan la ciudad de Cracovia y su escudo.
En la oración oficial de la JMJ Cracovia 2016, se pide al Señor por la
humanidad y los jóvenes, por la gracia de un alma misericordiosa y por
la intercesión de la Virgen María y de San Juan Pablo II, patrono de la
JMJ. La oración es la siguiente:
“Dios, Padre misericordioso,
que has revelado tu amor en tu Hijo Jesucristo
y lo has derramado sobre nosotros en el Espíritu Santo, Consolador,
te encomendamos hoy el destino del mundo y de todo hombre.
Te encomendamos en modo particular
los jóvenes de toda lengua, pueblo y nación.
Guíales y protégeles en los complejos caminos de hoy
y dales la gracia de poder cosechar abundantes frutos
de la experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia.
Padre celestial,
haznos testigos de tu misericordia.
Enséñanos a llevar la fe a los que dudan,
la esperanza a los desanimados,
el amor a los indiferentes,
el perdón a quien ha obrado el mal
y la alegría a los infelices.
Haz que la chispa del amor misericordioso
que has encendido dentro de nosotros
se convierta en un fuego que transforma los corazones
y renueva la faz de la tierra.
María, Madre de Misericordia, ruega por nosotros.
San Juan Pablo II, ruega por nosotros''.
Mensaje del Papa Francisco sobre los temas
de preparación de las próximas jornadas mundiales de la juventud.
"Bienaventurados los
pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.
Queridos
jóvenes: Tengo grabado en mi memoria el extraordinario encuentro que
vivimos en Río de
Janeiro, en la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud.
¡Fue una gran fiesta de la fe y de la fraternidad! La buena gente
brasileña nos acogió con los brazos abiertos, como la imagen de Cristo
Redentor que desde lo alto del Corcovado domina el magnífico panorama
de la playa de Copacabana. A orillas del mar, Jesús renovó su llamada a
cada uno de nosotros para que nos convirtamos en sus discípulos
misioneros, lo descubramos como el tesoro más precioso de nuestra vida
y compartamos esta riqueza con los demás, los que están cerca y los que
están lejos, hasta las extremas periferias geográficas y existenciales
de nuestro tiempo. La próxima etapa de la peregrinación
intercontinental de los jóvenes será Cracovia, en 2016. Para marcar
nuestro camino, quisiera reflexionar con vosotros en los próximos tres
años sobre las Bienaventuranzas que leemos en el Evangelio de San
Mateo. Este año comenzaremos meditando la primera de ellas:
"Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de
los cielos"; el año 2015: "Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios"; y por último, en el año 2016 el tema será:
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia”.
1. La
fuerza revolucionaria de las Bienaventuranzas. Siempre nos hace
bien
leer y meditar las Bienaventuranzas. Jesús las proclamó en su primera
gran predicación, a orillas del lago de Galilea. Había un gentío tan
grande, que subió a un monte para enseñar a sus discípulos; por eso,
esa predicación se llama el “sermón de la montaña”. En la Biblia, el
monte es el lugar donde Dios se revela, y Jesús, predicando desde el
monte, se presenta como maestro divino, como un nuevo Moisés. Y ¿qué
enseña? Jesús enseña el camino de la vida, el camino que Él mismo
recorre, es más, que Él mismo es, y lo propone como camino para la
verdadera felicidad. En toda su vida, desde el nacimiento en la gruta
de Belén hasta la muerte en la cruz y la resurrección, Jesús encarnó
las Bienaventuranzas. Todas las promesas del Reino de Dios se han
cumplido en Él. Al proclamar las Bienaventuranzas, Jesús nos invita a
seguirle, a recorrer con Él el camino del amor, el único que lleva a la
vida eterna. No es un camino fácil, pero el Señor nos asegura su gracia
y nunca nos deja solos. Pobreza, aflicciones, humillaciones, lucha por
la justicia, cansancios en la conversión cotidiana, dificultades para
vivir la llamada a la santidad, persecuciones y otros muchos desafíos
están presentes en nuestra vida. Pero, si abrimos la puerta a Jesús, si
dejamos que Él esté en nuestra vida, si compartimos con Él las alegrías
y los sufrimientos, experimentaremos una paz y una alegría que sólo
Dios, amor infinito, puede dar. Las Bienaventuranzas de Jesús son
portadoras de una novedad revolucionaria, de un modelo de felicidad
opuesto al que habitualmente nos comunican los medios de comunicación,
la opinión dominante. Para la mentalidad mundana, es un escándalo que
Dios haya venido para hacerse uno de nosotros, que haya muerto en una
cruz. En la lógica de este mundo, los que Jesús proclama
bienaventurados son considerados “perdedores”, débiles. En cambio, son
exaltados el éxito a toda costa, el bienestar, la arrogancia del poder,
la afirmación de sí mismo en perjuicio de los demás. Queridos jóvenes,
Jesús nos pide que respondamos a su propuesta de vida, que decidamos
cuál es el camino que queremos recorrer para llegar a la verdadera
alegría. Se trata de un gran desafío para la fe. Jesús no tuvo miedo de
preguntar a sus discípulos si querían seguirle de verdad o si preferían
irse por otros caminos. Y Simón, llamado Pedro, tuvo el valor de
contestar: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna". Si sabéis decir “sí” a Jesús, entonces vuestra vida joven se
llenará de significado y será fecunda.
2. El
valor de ser felices. Pero, ¿qué significa “bienaventurados” (en
griego
makarioi)? Bienaventurados quiere decir felices. Decidme: ¿Buscáis de
verdad la felicidad? En una época en que tantas apariencias de
felicidad nos atraen, corremos el riesgo de contentarnos con poco, de
tener una idea de la vida “en pequeño”. ¡Aspirad, en cambio, a cosas
grandes! ¡Ensanchad vuestros corazones! Como decía el beato Piergiorgio
Frassati: "Vivir sin una fe, sin un patrimonio que defender, y sin
sostener, en una lucha continua, la verdad, no es vivir, sino ir
tirando. Jamás debemos ir tirando, sino vivir". En el día de la
beatificación de Piergiorgio Frassati, el 20 de mayo de 1990, Juan
Pablo II lo llamó "hombre de las Bienaventuranzas" . Si de verdad
dejáis emerger las aspiraciones más profundas de vuestro corazón, os
daréis cuenta de que en vosotros hay un deseo inextinguible de
felicidad, y esto os permitirá desenmascarar y rechazar tantas ofertas
“a bajo precio” que encontráis a vuestro alrededor. Cuando buscamos el
éxito, el placer, el poseer en modo egoísta y los convertimos en
ídolos, podemos experimentar también momentos de embriaguez, un falso
sentimiento de satisfacción, pero al final nos hacemos esclavos, nunca
estamos satisfechos, y sentimos la necesidad de buscar cada vez más. Es
muy triste ver a una juventud “harta”, pero débil. San Juan, al
escribir a los jóvenes, decía: "Sois fuertes y la palabra de Dios
permanece en vosotros, y habéis vencido al Maligno". Los jóvenes que
escogen a Jesús son fuertes, se alimentan de su Palabra y no se
“atiborran” de otras cosas. Atreveos a ir contracorrienTe. Sed capaces
de buscar la verdadera felicidad. Decid no a la cultura de lo
provisional, de la superficialidad y del usar y tirar, que no os
considera capaces de asumir responsabilidades y de afrontar los grandes
desafíos de la vida.
3.
Bienaventurados los pobres de
espíritu... La primera Bienaventuranza,
tema de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, declara felices a
los pobres de espíritu, porque a ellos pertenece el Reino de los
cielos. En un tiempo en el que tantas personas sufren a causa de la
crisis económica, poner la pobreza al lado de la felicidad puede
parecer algo fuera de lugar. ¿En qué sentido podemos hablar de la
pobreza como una bendición? En primer lugar, intentemos comprender lo
que significa "pobres de espíritu". Cuando el Hijo de Dios se hizo
hombre, eligió un camino de pobreza, de humillación. Como dice San
Pablo en la Carta a los Filipenses: "Tened entre vosotros los
sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición
divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se
despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a
los hombres". Jesús es Dios que se despoja de su gloria. Aquí vemos la
elección de la pobreza por parte de Dios: siendo rico, se hizo pobre
para enriquecernos con su pobreza. Es el misterio que contemplamos en
el belén, viendo al Hijo de Dios en un pesebre, y después en una cruz,
donde la humillación llega hasta el final. El adjetivo griego ptochós
(pobre) no sólo tiene un significado material, sino que quiere decir
“mendigo”. Está ligado al concepto judío de anawim, los “pobres de
Yahvé”, que evoca humildad, conciencia de los propios límites, de la
propia condición existencial de pobreza. Los anawim se fían del Señor,
saben que dependen de Él. Jesús, como entendió perfectamente santa
Teresa del Niño Jesús, en su Encarnación se presenta como un mendigo,
un necesitado en busca de amor. El Catecismo de la Iglesia Católica
habla del hombre como un "mendigo de Dios" y nos dice que la oración es
el encuentro de la sed de Dios con nuestra sed . San Francisco de Asís
comprendió muy bien el secreto de la Bienaventuranza de los pobres de
espíritu. De hecho, cuando Jesús le habló en la persona del leproso y
en el Crucifijo, reconoció la grandeza de Dios y su propia condición de
humildad. En la oración, el Poverello pasaba horas preguntando al
Señor: "¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo?". Se despojó de una vida
acomodada y despreocupada para desposarse con la “Señora Pobreza”, para
imitar a Jesús y seguir el Evangelio al pie de la letra. Francisco
vivió inseparablemente la imitación de Cristo pobre y el amor a los
pobres, como las dos caras de una misma moneda. Vosotros me podríais
preguntar: ¿Cómo podemos hacer que esta pobreza de espíritu se
transforme en un estilo de vida, que se refleje concretamente en
nuestra existencia? Os contesto con tres puntos. Ante todo, intentad
ser libres en relación con las cosas. El Señor nos llama a un estilo de
vida evangélico de sobriedad, a no dejarnos llevar por la cultura del
consumo. Se trata de buscar lo esencial, de aprender a despojarse de
tantas cosas superfluas que nos ahogan. Desprendámonos de la codicia
del tener, del dinero idolatrado y después derrochado. Pongamos a Jesús
en primer lugar. Él nos puede liberar de las idolatrías que nos
convierten en esclavos. ¡Fiaros de Dios, queridos jóvenes! Él nos
conoce, nos ama y jamás se olvida de nosotros. Así como cuida de los
lirios del campo, no permitirá que nos falte nada. También para superar
la crisis económica hay que estar dispuestos a cambiar de estilo de
vida, a evitar tanto derroche. Igual que se necesita valor para ser
felices, también es necesario el valor para ser sobrios. En segundo
lugar, para vivir esta Bienaventuranza necesitamos la conversión en
relación a los pobres. Tenemos que preocuparnos de ellos, ser sensibles
a sus necesidades espirituales y materiales. A vosotros, jóvenes, os
encomiendo en modo particular la tarea de volver a poner en el centro
de la cultura humana la solidaridad. Ante las viejas y nuevas formas de
pobreza –el desempleo, la emigración, los diversos tipos de
dependencias–, tenemos el deber de estar atentos y vigilantes,
venciendo la tentación de la indiferencia. Pensemos también en los que
no se sienten amados, que no tienen esperanza en el futuro, que
renuncian a comprometerse en la vida porque están desanimados,
desilusionados, acobardados. Tenemos que aprender a estar con los
pobres. No nos llenemos la boca con hermosas palabras sobre los pobres.
Acerquémonos a ellos, mirémosles a los ojos, escuchémosles. Los pobres
son para nosotros una ocasión concreta de encontrar al mismo Cristo, de
tocar su carne que sufre. Pero los pobres –y este es el tercer punto–
no sólo son personas a las que les podemos dar algo. También ellos
tienen algo que ofrecernos, que enseñarnos. ¡Tenemos tanto que aprender
de la sabiduría de los pobres! Un santo del siglo XVIII, Benito José
Labre, que dormía en las calles de Roma y vivía de las limosnas de la
gente, se convirtió en consejero espiritual de muchas personas, entre
las que figuraban nobles y prelados. En cierto sentido, los pobres son
para nosotros como maestros. Nos enseñan que una persona no es valiosa
por lo que posee, por lo que tiene en su cuenta en el banco. Un pobre,
una persona que no tiene bienes materiales, mantiene siempre su
dignidad. Los pobres pueden enseñarnos mucho, también sobre la humildad
y la confianza en Dios. En la parábola del fariseo y el publicano,
Jesús presenta a este último como modelo porque es humilde y se
considera pecador. También la viuda que echa dos pequeñas monedas en el
tesoro del templo es un ejemplo de la generosidad de quien, aun
teniendo poco o nada, da todo.
4. …porque
de ellos es el Reino de los cielos. El tema central en el
Evangelio de Jesús es el Reino de Dios. Jesús es el Reino de Dios en
persona, es el Enmanuel, Dios-con-nosotros. Es en el corazón del hombre
donde el Reino, el señorío de Dios, se establece y crece. El Reino es
al mismo tiempo don y promesa. Ya se nos ha dado en Jesús, pero aún
debe cumplirse en plenitud. Por ello pedimos cada día al Padre: "Venga
a nosotros tu reino". Hay un profundo vínculo entre pobreza y
evangelización, entre el tema de la pasada Jornada Mundial de la
Juventud –"Id y haced discípulos a todos los pueblos"- y el de este
año: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el
reino de los cielos". El Señor quiere una Iglesia pobre que evangelice
a los pobres. Cuando Jesús envió a los Doce, les dijo: "No os procuréis
en la faja oro, plata ni cobre; ni tampoco alforja para el camino; ni
dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su
sustento". La pobreza evangélica es una condición fundamental para que
el Reino de Dios se difunda. Las alegrías más hermosas y espontáneas
que he visto en el transcurso de mi vida son las de personas pobres,
que tienen poco a que aferrarse. La evangelización, en nuestro tiempo,
sólo será posible por medio del contagio de la alegría. Como hemos
visto, la Bienaventuranza de los pobres de espíritu orienta nuestra
relación con Dios, con los bienes materiales y con los pobres. Ante el
ejemplo y las palabras de Jesús, nos damos cuenta de cuánta necesidad
tenemos de conversión, de hacer que la lógica del ser más prevalezca
sobre la del tener más. Los santos son los que más nos pueden ayudar a
entender el significado profundo de las Bienaventuranzas. La
canonización de Juan Pablo II el segundo Domingo de Pascua es, en este
sentido, un acontecimiento que llena nuestro corazón de alegría. Él
será el gran patrono de las JMJ, de las que fue iniciador y promotor.
En la comunión de los santos seguirá siendo para todos vosotros un
padre y un amigo. El próximo mes de abril es también el trigésimo
aniversario de la entrega de la Cruz del Jubileo de la Redención a los
jóvenes. Precisamente a partir de ese acto simbólico de Juan Pablo II
comenzó la gran peregrinación juvenil que, desde entonces, continúa a
través de los cinco continentes. Muchos recuerdan las palabras con las
que el Papa, el Domingo de Ramos de 1984, acompañó su gesto: "Queridos
jóvenes, al clausurar el Año Santo, os confío el signo de este Año
Jubilar: ¡la Cruz de Cristo! Llevadla por el mundo como signo del amor
del Señor Jesús a la humanidad y anunciad a todos que sólo en Cristo
muerto y resucitado hay salvación y redención". Queridos jóvenes, el
Magnificat, el cántico de María, pobre de espíritu, es también el canto
de quien vive las Bienaventuranzas. La alegría del Evangelio brota de
un corazón pobre, que sabe regocijarse y maravillarse por las obras de
Dios, como el corazón de la Virgen, a quien todas las generaciones
llaman “dichosa”. Que Ella, la madre de los pobres y la estrella de la
nueva evangelización, nos ayude a vivir el Evangelio, a encarnar las
Bienaventuranzas en nuestra vida, a atrevernos a ser felices..
Noticias sobre la JMJ de Cracovia 2016
La JMJ de
Cracovia 2016 homenajeó a San Juan Pablo II. Por ello, les propongo
visitar los siguientes apartados del que fuera el creador de las
Jornadas mundiales de la juventud:
Por otra parte,
para recordar en qué consisten las jornadas mundiales de la juventud,
cuántas ha habido, dónde se han realizado, cuáles han sido los lemas,
etc, les propongo que visiten el apartado "Historia de las jornadas mundiales de la juventud".
Si deseas ver un
resumen de las anteriores jornadas mundiales que han tenido lugar,
accede a los siguientes apartados: