BILOCACIONES
DEL PADRE PÍO
Bilocación significa la facultad de estar
en dos lugares al mismo tiempo. San Antonio De Padua, por ejemplo, se encontró
simultáneamente en Lisboa y en Padua. A San Alfonso María de Ligorio se le vio en los
funerales de Clemente XIV cuando no había dejado la Parroquia de Santa Ágata de los
Godos. En el caso del Padre Pío, se cuentan por cientos los testimonios de diversa
índole, de los que aquí sólo relatamos algunos como ejemplo.
Es conocido el caso de una muchacha que insistía en confesar el mismo pecado una y otra
vez. El Padre Pío, luego de advertirle en repetidas ocasiones que Dios ya había
perdonado esa falta, y que no debía confesarla más, y ante la desobediencia de la joven,
le dijo claramente que si volvía a confesar el mismo pecado iba a recibir un cachetazo.
La muchacha, conociendo el temperamento del Santo del Gargano, pero no pudiendo resistir
la tentación, confesó su pecado a otro sacerdote en Roma. De inmediato, y ante su
sorpresa, recibió un cachetazo en pleno rostro.
Un día, el Ingeniero Todini, de Roma, se quedó hasta muy tarde en San Giovanni Rotondo.
En el momento de partir, se dio cuenta de que llovía a torrentes. Pidió entonces al
Padre Pío permiso para pasar la noche en el monasterio, pero este se negó.
Padre, dijo entonces el Ingeniero, ¿cómo voy a hacer para volver al pueblo sin
paraguas?. Me voy a mojar hasta los huesos!. Yo lo acompañaré, repuso el Padre.
El señor Todini se despidió. Antes de abrir la puerta que da sobre la plaza, oyó la
lluvia azotar la calle. Se subió el cuello del sobretodo, se encasquetó el sombrero para
que el viento no se lo llevara, y salió. Una ráfaga violenta lo embistió, pero por
sorpresa suya, solo le cayeron unas pocas gotas de lluvia. Qué fastidio, vendrá
empapado!, le gritaron sus huéspedes no bien entró. Pero si apenas llueve!. Vamos!,
cómo que apenas?. Si parece el diluvio universal!. Toldini entonces les mostró que
traía la ropa completamente seca, quedando todos estupefactos.
La "bilocación de la voz" es un fenómeno frecuente en él. Sus hijos
espirituales, y hasta personas extrañas a él, le han oído a grandes distancias dar
noticias o consejos, y hasta amonestaciones, especialmente en medio del sueño, y han
oído esa voz suya en forma clara y comprensible, pero sin ver al Padre Pío.
El 8 de mayo de 1926 una docena de fieles venidos de Bolonia esperaban al Padre en el
vestíbulo del monasterio. Recordemos que en 1926 no existía la puerta que comunica
directamente la sacristía con el monasterio, de modo que el Padre estaba obligado a pasar
por la iglesia si quería ir a la sacristía donde él confiesa.
Pasaron horas de vana espera. Luego se acercó al grupo un capuchino: "¿Buscan al
Padre Pío?, hace ya rato que está confesando". ¿Cómo era posible, si ellos
habían vigilado la entrada durante tres horas largas?. Hay que pensar que se había hecho
invisible, y no era esa la primera vez.
Se recuerda la aventura de un actor venido en auto desde Foggia con otros miembros de su
compañía. Su actitud era insultante. A ver, ¿dónde está ese Padre Pío?, preguntó
con un tono arrogante. Quiero que me convierta, quiero confesarme. Y dejando a sus
compañeros a las carcajadas entró a la iglesia. Le dijeron que el Padre debía estar en
la sacristía. Pero no se le encontró ni en ésta ni en su celda, ni en el locutorio ni
en el jardín. Imposible hallarlo. A fin de cuentas, el hombre gruñó, cansado de
esperar: está bien, me voy. Lástima!, me hubiera gustado ver si este fraile era capaz de
convertirme.
No bien partió el automóvil, los fieles se encontraron de frente con el sacerdote.
Padre, ¿dónde estaba?, hemos registrado por todas partes. Yo estaba aquí, hijos míos,
he pasado tres o cuatro veces delante de ustedes, pero no me vieron. Los fieles de San
Giovanni comprendieron y se abstuvieron de hacer comentarios.
En San Martino de Pensilis, los miembros de la Tercera Orden tenían costumbre de reunirse
en casa de uno de ellos por turno. Una noche, la reunión tuvo lugar en el lugar del
Comisario Trombetta. Su hijito Juan corrió de pronto a refugiarse en las faldas de su
madre, diciendo: Mama, tengo miedo, el Padre Pío está allí!. ¿Dónde, dónde?,
preguntó la madre. Allí, allí, respondió el niño, señalando a un punto. Ah! , ya se
ha ido!. "La historia de Juanito" llegó a oídos de quien era su protagonista.
Veamos Padre, ¿era realmente usted?. ¿Y quien querían que fuera?, contestó él con
tono de fastidio. Siempre se muestra disgustado e intimidado cuando hace alusión a sus
dotes sobrenaturales. Pero con la falta de tacto que caracteriza a los paisanos, los
buenos vecinos de San Martino, vuelven a la carga. Padre, ¿entonces usted estaba
"realmente" en nuestra reunión?. Y la respuesta fue: Cómo!, ¿lo dudan
todavía?.
La señora de Devoto, de Génova, estaba seriamente enferma y con la amenaza de que le
amputaran una pierna. Una de sus hijas rezaba en un cuarto vecino, pidiendo que se evitara
esa operación e invocando la ayuda del Padre Pío. De pronto éste apareció en el umbral
de la puerta. El deseo de obtener una gracia para su madre obnubilaba a tal punto la mente
de la joven, que ella ni se preguntó cómo podía estar el Padre en Génova estando en
San Giovanni, a varios cientos de kilómetros, ni se le ocurrió dudar de lo real de su
presencia. Arrojándose a sus pies, le suplicó: "Oh, Padre, salve a mamá!". El
santo la miró y le dijo simplemente: "Espere nueve días". Ella iba a pedir una
explicación, pero al levantar la vista de nuevo sólo vio la puerta cerrada.
A la mañana siguiente pidió a los médicos que aplazaran la intervención quirúrgica, y
ni las advertencias ni los consejos ni las súplicas de sus parientes, ni el mismo estado
de la paciente que se agravaba por momentos lograron disuadirla. Al décimo día, cuando
los cirujanos examinaron a la enferma, cuál no sería su estupefacción al comprobar que
la herida de la pierna estaba completamente cicatrizada y la señora estaba en vías de
restablecimiento. Unas semanas más tarde la familia toda se dirigió a San Giovanni para
agradecer al Padre la merced que les había alcanzado. Pero nuestro hombre no quiere que
se agradezca nada: "Id a la Iglesia a dar gracias a Dios y a la Virgen!", es su
abrupta manera de rechazar todo agradecimiento.
Telegramas, mensajes telefónicos, cartas de todas las especies, y numerosos testigos
oculares atestiguan sus bilocaciones en Italia, Austria, Uruguay, Estados Unidos.
Para la inauguración de su capilla privada, en la Vía Tritone 56, en Roma, la Condesa
Virginia Sili había mandado muchas invitaciones, entre otras a su primo, el Cardenal
Gasparri y al Cardenal Sili, su cuñado. La condesa y sus invitados estaban discutiendo el
nombre que le darían al oratorio, cuando un novicio entró en la habitación trayendo un
relicario que contenía un fragmento de la Cruz de Cristo. Anoche, explicó el joven, el
Padre Pío se me apareció en carne y hueso y me ordenó que trajese a la condesa ésta
reliquia por la mañana, antes de la consagración de la capilla. Días más tarde, la
Condesa se presentó en San Giovanni Rotondo, y escuchó de labios del capuchino la
confirmación de ese relato.
Se sabe que San Martín de Porres fue visto en Manila, en África, en Francia y en otras
cincos partes al mismo tiempo. Y la explicación que dio cuando se la pidieron, fue ésta:
"Si Jesús multiplicó los panes y los peces, ¿acaso no podría multiplicarme
también a mi?".
La señora Concepción Bellarmini, de San Vito Luciano, sufrió de pronto un
envenenamiento de sangre seguido de una bronconeumonía. La infección le provocó una
ictericia terrible, y los médicos la desahuciaron. Una pariente le aconsejó que confiase
su situación al Padre Pío, a quien ella no conocía. Así lo hizo, y de pronto se le
apareció a plena luz un fraile estigmatizado que le sonrió y la bendijo sin tocarla. La
enferma le preguntó entonces si su venida era señal de que había logrado la conversión
de sus hijos o su próxima curación. El capuchino afirmó: "El domingo por la
mañana usted estará curada" y luego se desvaneció dejando una estela de perfume.
Ya al día siguiente la piel de la enferma fue tomando un color normal, cedía la fiebre y
pocos días después la señora pudo levantarse. Acompañada de su hermano, fue a San
Giovanni para verificar la identidad de "su" fraile. Cuando divisó al Padre
Pío en la iglesia, se dirigió a su hermano y le dijo al oído: "Es él, no hay duda
de que es él".
El Sr. Arturo Bugarini, de Ancona, cuenta que estando junto a su hijo muy grave, golpeaban
en la espalda tres veces mientras una voz le murmuraba: "Soy el Padre Pío, soy el
Padre Pío, soy el Padre Pío". En el mismo momento lo invadió una ola de intenso
calor, luego nada más. El niño se salvó.
El 21 de julio de 1921, Monseñor d’Indico de Florencia, estando sólo un su
escritorio, tuvo la sensación de que había alguien detrás de él. Se dio vuelta y vio
desaparecer un religioso. Interrumpiendo su trabajo, fue en busca de un sacerdote y le
contó lo que acababa de ocurrirle. Este le habló de alucinaciones: Monseñor estaba
mortalmente angustiado por la salud de su hermana que estaba agonizando. Cuando la fue a
visitar, ésta (que estaba casi en coma), había visto al mismo tiempo que su hermano,
entrar un fraile a su cuarto, acercarse y decirle: Nada tema. Mañana su fiebre habrá
desaparecido y dentro de pocos días ya no quedarán ni rastros de su enfermedad. Pero,
Padre, ¿quién es usted entonces?, ¿un santo?. No, repuso el religioso, soy una criatura
que sirve al Señor y soy dispensador de sus auxilios. Padre, permítame besar su hábito.
Bese mas bien el signo de la Pasión, replicó mostrándole las manos. Y después de
bendecirla, desapareció. Inmediatamente la enferma se sintió mejor, y ocho días
después estaba sana.
Durante el éxtasis, el Padre Pío se nos aparece como inhibido. Cuando vuelve en sí,
diríamos que sale de un síncope. Su cuerpo no reacciona ante ninguna excitación
externa, luz enceguecedora, luces de magnesio, etc. Por eso resulta tan fácil sacarle
cuantas fotografías se quiera mientras está oficiando: un estruendo de platillos lo deja
impasible. Se le creería sordomudo. Santa Teresa escribe: "En la cúspide del
éxtasis no se ve ni se oye nada".
Monseñor Damiani, Vicario General De la Diócesis de Salto en el Uruguay, mantenía este
diálogo en 1930 con su amigo el Padre Pío: Me gustaría morir aquí para que usted me
asistiera en mis últimos momentos. Le contestó el Padre Pío: No, usted morirá en
Uruguay. ¿Y usted irá a ayudarme a morir bien?. Naturalmente.
Durante ese mismo viaje, una mañana, Monseñor Damiani tuvo un ligero ataque cardíaco y
al punto envió en busca de su amigo. Pero como estaba confesando, el capuchino no acudió
al llamado. Cuando éste subió hacia mediodía, el prelado lo retó suavemente:
Capuchino, ¿porqué no vino cuando lo mandé a llamar?, podía haber muerto. Hombre de
poca fe, ¿no le dije que usted morirá en el Uruguay?. Y veamos ahora el fin de la
historia, contada en 1942 por el R. P. Antonio M. Barbieri, Arzobispo de Montevideo: En
1942, en la víspera de las bodas de plata sacerdotales del Obispo de Salto, Monseñor
Alfredo Viola, que reunía en el Obispado al Delegado Apostólico y a cinco prelados, fui
despertado a medianoche por un golpe dado en la puerta de mi cuarto. Al entreabrirla, vi
pasar un capuchino y oí una voz que me susurraba: "Vaya al cuarto de Monseñor
Damiani, está muriéndose". Me puse la sotana, desperté a algunos sacerdotes y
fuimos al cuarto de Monseñor. Sobre la mesa de noche había una hoja de papel con unas
palabras escritas de puño y letra: "El Padre Pío ha venido" (el Arzobispo
conserva este testimonio). Cuando fui a Italia y vi al Padre Pío, le pregunté:
"Padre, ¿era usted el Capuchino que yo vi la noche en que murió Monseñor Damiani?.
El Padre pareció confuso, cuando le hubiera sido tan fácil negarlo. Como no insistí él
sigue guardando silencio. Yo me eché a reír diciendo: "Ya comprendo". Entonces
movió la cabeza y dijo: "Si, usted ha comprendido".
Un día, durante la guerra, el General Cardona, sólo en su despacho, la cabeza entre las
manos, pensaba con espanto en todos los jóvenes que iban a dar su vida por su patria,
cuando de pronto sintió un violento perfume de rosas que invadía toda la oficina.
Levantando la cabeza, quedó estupefacto al ver ante sí a un monje de sonrisa amplia que
pasó diciendo: "No tema, nadie le hará mal". Cuando la visión se desvaneció,
también se disipó el perfume. El General confió ese episodio a un franciscano, y éste
le dijo: "Excelencia, usted ha visto al Padre Pío", y le contó a grandes
rasgos la biografía de este hombre extraordinario. Después de oírla, Cardona no tuvo
más que un deseo, el de ir a San Giovanni. Fue vestido de civil para no ser reconocido,
pero no bien penetró en el monasterio, dos Capuchinos se le acercaron: "Excelencia,
el Padre Pío lo espera. Nos mandó para recibirlo".
Ema Meneghetto, jovencita de catorce años, era epiléptica y sufría crisis varias veces
por semana. Un día que oraba con fervor, se le apareció el Padre Pío, posó su mano
sobre la colcha de la cama, le sonrió y desapareció. La epiléptica se sintió curada,
se levantó para besar el lugar donde posara su mano el Padre Pío, y vio impresa una
pequeña Cruz de sangre. Cortó el trocito de género y lo colocó bajo un farol de
vidrio. La joven curada milagrosamente escribe que desde entonces ella ha obtenido
numerosas gracias, especialmente la curación de bebitos a punto de morir.
La Señora Ercilia Magurno, mujer de mucha fe, había velado durante meses junto al lecho
de su marido, sumamente grave de angina de pecho. Cierta noche invadió la habitación un
penetrante perfume a flores, pero el enfermo seguía empeorando por momentos. Con dos
días de intervalo, la señora envió dos telegramas al Padre Pío para implorar su
intercesión, pues su marido estaba ya en coma. El 27 de febrero, el enfermo pareció
dormirse con sueño profundo y sereno. A la mañana siguiente, al despertar, dijo a su
mujer: Estoy curado. Me siento perfectamente. El Padre Pío acaba de dejarme. Por favor,
abre los postigos y tómame la temperatura. No tenía ya ni rastros de fiebre. El Padre
Pío vino acompañado por otro fraile, explicó el hombre, me examinó el corazón y me
dijo: "Mañana se le habrá ido la fiebre y dentro de cuatro días podrá
levantarse". Luego miró los remedios que le daban, leyó las recetas y se quedó
largo rato junto a mí. Como para confirmar este milagro, una fuerte fragancia de violetas
flotaba todavía en la habitación. Cinco meses después, ambos esposos se dirigían a San
Giovanni, y el ex-enfermo reconocía a su salvador. El Padre Pío se le acercó, le puso
la mano en el hombro y con tono amistoso le dijo: "Como le ha hecho sufrir ese
corazón!".
Se cuenta que una joven inválida, curada providencialmente, quiso experimentar el don
milagroso del Padre Pío y volvió a visitarle simulando su enfermedad pasada. Vuelve a tu
casa, le dijo el sacerdote dándole un golpecito en la espalda, vete sin perder tiempo,
pues ya sabes que estás perfectamente sana y no se debe tentar a la divina misericordia.
Durante la segunda guerra mundial los norteamericanos instalaron una base aérea a algunos
kilómetros de San Giovanni, cuando todavía había alemanes en la región. Llegó a la
base la noticia de que allí había un depósito de municiones enemigas, y de inmediato se
despachó un bombardeo con el pueblo del Gargano como objetivo. El piloto a cargo de la
misión estaba preparándose para lanzar las bombas, cuando ve junto a su avión en pleno
vuelo a un monje con hábito capuchino, que con ambas manos le decía: “NO”. El
piloto, aterrado, soltó las bombas en el campo y volvió a su base. Cuando narró la
historia al oficial a cargo de la base, un italiano del lugar que escuchaba le dijo que
allí había un famoso cura milagrero. Juntos fueron a San Giovanni, y grande fue la
sorpresa de todos cuando el piloto, viendo al Santo del Gargano, exclamó: es él!.
Podríamos seguir por horas relatando historias de bilocación del Padre Pío, y los
libros sobre su vida están llenos de ellas. Pero lo que cuenta aquí es el mensaje
Celestial: Para Dios no hay nada imposible, nada. Nuestro pobre entendimiento juzga a las
cosas de Dios con la débil perspectiva del hombre, y allí es donde nos alejamos de Dios,
atándonos a las reglas y cosas del mundo, que es el reino de satán.
Subscríbase gratis a la lista de correo de Web Católico de Javier para recibir las novedades semanalmente.