LA
CONFESIÓN, PRINCIPAL VOCACIÓN DEL PADRE PÍO
El Padre Pío, dice uno de
sus superiores, es un sacerdote que cumple asiduamente con sus deberes de estado. Se
levanta a las tres y media y se prepara para la misa en su celda para no molestar a nadie,
y luego va directamente a la sacristía.
Al principio, las mujeres formaban fila para confesarse desde las dos de la mañana, y a
veces la policía debía dirigir a la multitud que se apiñaba junto al confesionario.
Desde enero de 1950, todas las penitentes debieron conseguir un número de orden para
evitar confusiones. En 1952 hubo que adoptar el mismo sistema también para los hombres.
Confesar es su principal vocación, la que le permite apaciguar su insaciable sed de
almas. Desea ser considerado exclusivamente como confesor. No predica, y el Santo Oficio
le ha prohibido escribir desde 1924. Empero, el Padre Pío no tiene en cuenta los límites
de la resistencia física. Él examina, juzga, condena y absuelve según lo que Dios le
inspira. Su confesionario es más que una cátedra, más que un tribunal, es una clínica
para las almas. Acoge a los penitentes de diversas maneras, según las necesidades de cada
uno y sin plan preconcebido. Abre los brazos a éste en una exuberancia de alegría,
diciéndole de dónde viene aún antes de que haya abierto la boca. Y a otros los llena de
reproches, los amonesta y hasta los trata con rudeza. A algunos se niega a recibirlos y
les dice que vuelvan más adelante, cuando estén mejor preparados. La misma afabilidad,
la misma sonrisa de bienvenida, la misma severidad se prodiga al sabio, al personaje, al
paisano humilde e ignorante.
La condición social del penitente nada cuenta, sólo ve su alma, su alma al desnudo.
Suele suceder que tenga más indulgencia con un gran pecador que lo conmueve por su
ignorancia de las leyes divinas, que un creyente que no cumple con sus deberes religiosos,
una de esas personas que se dicen católicas pero que por pereza no dedican a Dios ni una
hora por semana. En donde no encuentra hipocresía sino sinceridad, se muestra bondadoso,
con una benevolencia que dilata el corazón del penitente cuando le dice: "Ve en paz,
Jesús te ha puesto a prueba y te bendice". Pero a veces sorprende por su brusquedad,
cuando con palabras duras y cortantes denuncia el escándalo, sobre todo los chismes y
mentiras de las mujeres. Se mostraba inflexible con los penitentes que consideran la
murmuración como una falta leve. Con mayor severidad aún, condena el Padre Pío los
pecados contra la pureza y la maternidad, y no perdona sin estar seguro de un firme y
categórico propósito de enmienda. Los malhechores que van contra la generación y el
matrimonio, deberán pasar varios meses de prueba antes de ser absueltos.
A menudo cierra la mirilla del confesionario en la cara de un penitente sin interrogarlo.
Esto ha ocurrido hasta con personas que se confesaban periódicamente en otro lugar. ¿Por
qué?. Porque posee el don divino de ver como en un relámpago lo que se le escapa a los
confesores ordinarios.
El Padre Pío, a no dudarlo, sufre una verdadera agonía cuando el Señor le ordena tratar
con dureza a un alma, pero lo hace así para que su penitente tome conciencia y comprenda
que los Sacramentos y la Comunión no son cosa de juego. Que es algo grave lavar su alma y
recibir a Cristo, a ese Cristo Jesús a quien ama el Padre Pío, mientras el pecador y la
multitud lo desconocen.
A una de sus hijas espirituales que le confesó que le era insoportable la vista de sus
enemigos, le contestó: "Si tú no amas como el Señor quiere que los ames, firmarás
tu propia condenación. Haz el bien a tus enemigos por amor a Jesús". Así comenta
el texto evangélico que dice: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a quienes
aborrecen, rogad por los que os persiguen y calumnian, y así seréis hijos de vuestro
Padre que está en los Cielos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito
tenéis?".
¿En qué forma confiesa?. A menudo sabe de antemano lo que el penitente le va a decir. Si
éste se olvida de mencionar un detalle cualquiera de un pasado lejano, el Padre Pío se
lo recuerda. A veces hace breves preguntas que sirven para abreviar las confesiones y que
resultan impresionantes prueba de su doble vista.
¿Cómo puede saber?. El Padre conoce a cada penitente mejor de lo que él mismo se
conoce, y al arrodillarse ante él, el pecador ve con más claridad sus pecados. Sin
embargo, el Padre no dice todo lo que descubre. A veces se queda silencioso, a la espera.
El penitente siente su conciencia removida hasta lo más hondo, y no puede mantener en
secreto el pecado que ocultaba. Lo confiesa, y el confesor dice simplemente: "Eso es
lo que esperaba".
Un joven planeaba matar a su mujer y simular que se trataba de un suicidio, para poder
así continuar sin tropiezos una unión ilícita. A fin de apartar toda sospecha de
culpabilidad, consintió en escoltar a su compañera a San Giovanni. No bien puso los pies
en la Iglesia, él se sintió atraída por una fuerza magnética hacia la sacristía, que
se encuentra en el otro extremo de la Iglesia, detrás del altar mayor. El Padre Pío,
desocupado en ese momento, se acercó para interrogarle. El hombre no había pronunciado
una sola palabra, cuando sintió que lo tomaban del brazo y lo empujaban con violencia:
"Sal , sal de aquí!, le gritaba el fraile. Miserable!, ¿ignoras que no tienes el
derecho de manchar tus manos con la sangre de tu esposa?".
El hombre huyó como empujado por la tormenta. Durante dos días vagó sin rumbo. En la
imposibilidad de recuperar la calma, volvió al monasterio, y el Padre Pío lo acogió
como acogía Jesús a los grandes pecadores. Cuando el hombre hubo terminado su tremenda
confesión, le dijo: "No teníais hijos y ambos deseabais uno. Vuelve a tu hogar, y
vuestro deseo se cumplirá". Cuando su mujer, a quien nunca había visto el Padre
Pío, vino un día a confesarse, a las primeras palabras que pronunció, oyó que el Padre
le decía: "No temas nada ya, tu marido no te hará ningún mal". Después de
años de esterilidad, ella dio a luz una criatura.
Un sacerdote había ido a San Giovanni para confesarse con el Padre Pío, y tuvo que
cambiar tren en Bolonia. Cuando hubo terminado su confesión, el Padre le preguntó si no
haba omitido nada. El sacerdote contestó con sinceridad que no recordaba nada más;
entonces replicó el Padre Pío: "No lo hizo usted con malicia, pero se trata de una
negligencia grave que ha ofendido al Señor. Usted llegó a Bolonia a las cinco de la
mañana. Como las iglesias estaban cerradas, usted se fue al hotel para descansar un poco
antes de decir misa y se quedó dormido hasta las tres de la tarde. Ya no era hora de la
misa, y su negligencia ofendió a Dios".
Antes de que se pronuncie palabra alguna, el Padre Pío sabe si el que se acerca a él es
sincero o no, si es un convencido o un simple curioso. Un médico entró cierta vez en la
sacristía, pareció cambiar de idea y volvió a salir. ¿Quien es ése?, ya volverá,
afirmó rotundamente el Padre. En efecto, el médico volvió bien pronto. Al instante le
dijo el Padre: Usted es un delincuente, y quiere eludir el Tribunal. Lea de una vez esa
carta!. Se trataba de la recomendación de un amigo. El médico la leyó, palideció,
cayó de rodillas a los pies del Padre, imploró perdón y lo obtuvo.
Nuestro capuchino lee también el pensamiento a la distancia, como lo prueba un número
incalculable de hechos. He aquí uno como muestra:
Dos hermanas habían logrado a duras penas que su padre les permitiera ir a ver al Padre
Pío, pero le habían prometido formalmente no besarle el guante, ese guante besado por
tantos labios, por temor al contagio. Las jóvenes lo prometieron, pero cuando vieron
entrar al capuchino a la iglesia, y a la gente apiñarse en torno suyo, no pudieron
resistir la tentación. Entonces él las miró sonriendo: "¿Han olvidado su promesa?
".
Cuenta un conocido médico italiano que una noche de enero de 1936, estaba en la celda del
Padre Pío con éste y otros dos laicos. De pronto el Capuchino se arrodilla y les pide
que recen "por un alma que está a punto de comparecer ante el tribunal de
Dios". Todos se arrodillaron, y luego el Padre les preguntó: ¿saben ustedes por
quién han rezado? - No - fue la respuesta. Pues por el Rey de Inglaterra.
Entonces intervino el doctor: pero Padre, leí en los diarios de hoy que el Rey tiene un
ligero resfriado sin ninguna novedad. El Padre Pío se contentó con responder:
"Créanme". Cuando llegaron los diarios a mediodía, se vio que el Rey de
Inglaterra había fallecido en el momento preciso en que el Padre Pío pidió
simultáneamente a sus amigos oración.
Una joven de Benevento, cuyo marido había perdido la vista, recibió esta explicación
del Padre Pío: "Su ceguera garantiza su salvación, tiene que permanecer ciego, es
un castigo que Dios le envío por haber golpeado a su padre". La pobre mujer no
podía dar crédito a lo que oía. En cuanto al lisiado, empezó por negar, pero acabó por
reconocer que a la edad de dieciséis años había golpeado brutalmente a su padre con una
barra de hierro.
El Padre Pío era un gran trabajador del confesionario. Pero su carisma de visión de
almas le daba una herramienta muy especial, en su tarea de convertir a muchos de sus
visitantes. Durante décadas, miles de personas peregrinaron a San Giovanni, buscando
la sanación de los pecados a través de un instrumento como el Santo del Gargano. Qué
bueno sería encontrar en estos tiempos muchos fieles deseosos de lavar sus almas con el
agua de la misericordia, como aquellos que acudían a ver a Pío. Qué bueno sería
también encontrar sacerdotes dispuestos a sacrificarse en el confesionario, como lo
hacía el Padre Pío.
La Misa del Padre Pío.
Desde que el Padre Pió hace la señal de la Cruz al pie del altar de San Francisco, su
rostro se transfigura. Ya no es sólo el sacerdote que celebra el Santo Sacrificio, es
también el hombre de Dios, el elegido para dar testimonio de su existencia, elegido para
colaborar con Dios en el martirio de las cinco llagas, el oficiante que es crucificado con
Él y que muere místicamente con Él en cada una de las misas.
Cristo habita en el Padre Pío y el Padre Pío hace suya la encarnación de Cristo. Si el
Padre Pío no estuviese modelado en Cristo, ¿cómo explicar los sufrimientos que se
reflejan en su rostro, las contracciones de su cuerpo, sus esfuerzos para levantarse
después de sus genuflexiones, como si el peso de la cruz lo abrumara?. ¿Y qué decir de
sus estados de éxtasis prolongados, que lo transportan lejos de este mundo caótico?. Se
lo ve inclinar la cabeza, sonreír con esa sonrisa luminosa con que acepta los pedidos de
sus fieles, y de pronto estalla, y sus lágrimas caen abundantes. Los testigos siguen
mudos e inmóviles esta Misa cuya celebración dura dos horas. ¿Dos horas?. No!, parecen
dos minutos!. Los fieles de ayer, los de todos los momentos y aún los que nunca fueron
creyentes, todos de rodillas, parecen clavados al suelo, fijos sus ojos en esas manos
diáfanas. Extática persuasión que transforma a los incrédulos, a los masones, a los
protestantes, a los ateos, en fervientes católicos. A petición de Pío XII, después de
la liberación de Roma, miles de soldados americanos recibieron autorización para asistir
a la Misa del Padre Pío, lo que tuvo como resultado la conversión de muchos muchachos
protestantes.
El momento de la Consagración siempre es el punto culmen de la Misa del Padre Pío. Eleva la
Hostia, el Cuerpo de Cristo, y se queda inmóvil por largos minutos, interminables. Sus
oraciones llegan al Cielo, mientras admira a Nuestro Señor Presente en la Eucaristía.
Cuando se le pregunta porque toma tanto tiempo en la Consagración, él se limita a
responder: ¿acaso existe un tiempo para rezarle al Señor?.
Pío es el testimonio de la importancia de la Eucaristía como centro de nuestras vidas.
Cristo Vivo se hace presente en todos los altares, alrededor del mundo, todas las horas de
todos los días del año. Ese es el misterio del Sacrificio Perpetuo. Y es el Padre Pío
quien mejor nos muestra cómo un alma consagrada debe vivir la entrega de Nuestro Señor.
Todos los sacerdotes del mundo debieran tomar su ejemplo de piedad frente a la
Celebración de la entrega que Dios hace por nuestra salvación. Este profundo misterio
parece ser olvidado por el mundo actual, que tiende a cometer el enorme error de
considerar la Misa como un recordatorio, y no como lo que realmente es: Cristo vivo
presente en los Altares !
La Presencia Celestial en la vida de Pío.
El Padre Pío vivió rodeado del Cielo desde temprana edad. El contacto con Jesús,
María, los Ángeles Custodios, santos y almas del purgatorio, era habitual para él. Pero
raramente daba testimonio, debido a su humildad. Sin embargo, era imposible ocultar sus
contactos. En cierta oportunidad se escucharon aplausos y gritos en la iglesia, sin que
nadie fuera visible. Ante la pregunta a Pío, él dijo: he estado orando por muchos
soldados muertos en la guerra, y un grupo de ellos ha venido a agradecer mi oración, ya
que iban camino del purgatorio hacia el Cielo.
A un niño enfermo, el Padre Pío se le presentó en bilocación y le anunció la futura visita de
la Virgen. Cuando el niño hubo recibido la Presencia de la Madre del Cielo, Pío se
volvió a presentar y le dijo: es hermosa, ¿no?. Yo la he visto muchas veces pero aún no
dejo de admirarme de su belleza. Tú la recordarás por el resto de tu vida.
Daba especial importancia a los Ángeles Custodios. Nuestros ángeles nos siguen durante
toda la vida, y aún después, y sin embargo no los consideramos. Debemos orarles,
pedirles ayuda, reconocer su presencia como siervos de Dios, puestos allí para nuestra
asistencia. La oración de los Ángeles Custodios debe ser dicha diariamente, así como
deben ser invocados para nuestro consuelo y ayuda. Pío tuvo muchas oportunidades para
manifestar la presencia de los ángeles a sus circunstanciales visitantes.
Por supuesto que la Presencia de Cristo en la vida de Pío era resaltable, su oración era
un diálogo permanente con el Señor, y su testimonio de imitación se manifestaba a
través de sus Estigmas.
No puede entenderse al Padre Pío en su acabada magnitud espiritual, sin aceptar
abiertamente lo sobrenatural en nuestro mundo. La Presencia Celestial se manifiesta en el
mundo de diversas formas, y el Santo del Gargano era como una puerta abierta al Cielo,
para dar testimonio de esperanza a quienes tenemos débil nuestra fe.
El perfume a santidad del Padre Pío.
El olor de santidad, no solo en sentido figurado, es cosa familiar en los Siervos de Dios.
Es inútil decir que los incrédulos se ríen a carcajadas de él, como también de sus
estigmas. Pero también contra eso tropieza la ciencia. Ningún desinfectante, ni la
tintura de yodo, ni el fenol, pueden engendrar ese olor agradable, muy peculiar, que emana
de la sangre de las llagas del Padre Pío, como lo han confirmado los diversos estudios
médicos que se le realizaron. Además estos han observado que la sangre no se corrompe,
como ocurriría normalmente, de no tratarse de un fenómeno sobrenatural.
El olor es fugaz. Los visitantes a la celda de Pío sugieren que cuando un individuo lo
percibe es señal de que Dios derrama sobre él una gracia por intercesión del Padre
Pío. Perfumes de violetas, lirios, rosas, incienso y tabaco fresco, a veces de gran
persistencia, como lo atestigua el Dr. Festa ( fallecido en 1940 ). Éste ha escrito:
"Cuando examiné por primera vez el costado del Padre Pío, guardé un trocito de
género manchado de sangre, pensando examinarlo en el microscopio. Como carezco de olfato,
no observé nada extraño. Pero un personaje de importancia y otros señores que volvían
conmigo de San Giovanni a Roma, y que nada sabían del género guardado en mi caja de
instrumentos, percibieron - pese al viento que entraba por la ventanilla del auto - un
olor muy marcado, igual al que según ellos emanaba del Padre Pío.
En Roma, durante largo tiempo, ese género fue conservado en un armario de mi consultorio,
y a tal punto llenaba de efluvios la habitación que muchos de mis pacientes me
preguntaban espontáneamente de dónde venia ese perfume."
Don Carlos Predriale, escribano genovés esperaba en la sacristía la llegada del Padre
Pío, acompañado de su hijito de tres años. No bien entró aquel, el niño tiró de la
manga a su padre, preguntando: "¿Papá, qué es lo que tiene tan rico olor?".
Una noche de verano, en el quinto piso de un edificio situado en el centro de Génova, un
grupo de señoras hablaban del Padre Pío. De pronto dos de ellas sintieron un efluvio con
un característico perfume a violetas, mientras las otras no sintieron nada. Pero un poco
más tarde, una tercera señora -un ser de excepción, por otra parte- entrando en la sala
tuvo la impresión de entrar en un campo de violetas. Esto no quiere decir que haya que
estar en estado de gracia para percibir "el olor de santidad". Por el contrario,
hay incrédulos y grandes pecadores que han sido sensibles a él, como primera señal de
su conversión. No es, pues, un premio al mérito ni a la fe.
La señora Vera Berlotto Bianco, de Veglio Mosso, escribió: "Siempre tengo
muchísimo gusto de hablar de nuestro querido Padre Pío. El sábado pasado recibí la
visita de un profesor que goza de gran renombre en Biella: deseaba que le diera unos datos
sobre el Padre. Para asombro nuestro, nos inundó de pronto una deliciosa fragancia que
persistió desde las nueve hasta las once. Qué alegría para mi marido y para mí!. El
profesor se sintió tan conmovido, que decidió ir a San Giovanni. Dichoso de él!".
Otro testimonio de julio de 1949. "Discúlpeme que vuelva a insistir sobre las
gracias que ha realizado para mí el Padre Pío. El 11 de febrero mi madre estaba grave.
Yo oí una voz - la del Padre Pío - que me urgía a que fuese a verla, porque se moría.
Partí sin demora, y después de un viaje de 50 km. llegué justo a tiempo para recoger su
último suspiro". "La segunda gracia la obtuve el Jueves Santo. De pronto me
inundó un fuerte olor a incienso, luego a rosas, y comprendí que el Padre se me había
manifestado en esa forma". "Finalmente, la tercera gracia, la más importante
para mí, la recibí el 27 de julio. Esa mañana fui despertado por un violento aroma de
violetas, cuya intención comprendí cuando el cartero me trajo una carta de un hermano al
que no veía desde treinta y dos años atrás, y al que creía muerto."
Es habitual el caso de perfumes celestiales, rosas, incienso, violetas, en eventos de
Presencia Celestial. En muchas apariciones de María se produce este fenómeno. Solo aquellos que lo vivieron saben lo
majestuoso que es sentir que el Cielo todo se manifiesta detrás de un hecho tan simple
como percibir con los sentidos, algo que físicamente no está allí. Además, es habitual
que el Cielo deje testigos que no sienten los perfumes, como forma de corroborar que se
trata de un hecho místico. No son más que señales de Presencia, regalos. La cuestión
es qué hacemos con ellos, una vez recibidos. ¿Podemos seguir viviendo como antes?. ¿Nos
lo permite nuestra conciencia?.
La reacción de la Iglesia a la existencia del Padre Pío.
Podemos decir sin dudarlo que el santo del Gargano sufrió la incomprensión de muchos
sacerdotes durante buena parte de su vida. De hecho tuvo prohibición de escribir desde
1924 hasta su muerte. También estuvo confinado en su celda durante casi una década, sin
poder celebrar misa, confesar, tener contacto con el mundo exterior. Muchísimos
investigadores de la iglesia fueron enviados desde el Vaticano a San Giovanni, con la
aparente intención de demostrar que lo que allí ocurría no era cierto ni posible. Sin
embargo, el Padre Pío siempre amó a la iglesia, cuerpo Místico de Jesús. Con absoluta
obediencia y entrega, cumplió todo lo que se le pidió, con la asistencia de Jesús y
María. Finalmente, durante la década de 1930 fueron liberándose las limitaciones, y
volvió a su vida monacal más abierta. Con el paso de los años, hubo varios intentos de
reunirlo con el Santo Padre, que nunca llegaron a realizarse.
Sin embargo fue el pueblo quien dio la nota, más allá del intento oficial de ocultar o
acallar sus estigmas y manifestaciones: la gente.
El pueblo siempre creyó y durante décadas miles lo visitaron. Y cuanto
más se lo limitaba desde la Iglesia, más fuerte era el grito pacífico de resistencia.
Todo indicó que no podía silenciarse la llamada de Dios a San Giovanni Rotondo. Y es el
haber pasado por estas pruebas lo que da más validez y crédito a su santidad.
El Padre Pío fue beatificado, pero ahora estamos frente al hecho tan deseado, reclamado
por décadas por cientos de miles de personas alrededor del mundo.
En diciembre de 2001 el Vaticano emitió el decreto de reconocimiento de milagros y
virtudes heróicas que allanan el camino para la canonización del Padre Pío. Las puertas
están abiertas para que recibamos a San Pío, para nosotros el Padre Pío.
Él ya es santo, vaya si lo es. El Cielo entero canta alabanzas a esta joya tan especial
del alhajero de Jesús y María: el Santo del Gárgano está más que nunca indicándonos
el camino de la gloria eterna, el camino de llegada a la Patria Celestial.
El mensaje del Padre Pío.
A diferencia de otros casos de hechos místicos, Pío no fue instrumento de mensajes
específicos sobre el futuro de la humanidad, pese a que existen mensajes falsos
atribuidos a él. El mismo Padre Pío fue el mensaje, su vida, su actitud, su deseo de
santidad.
Sin embargo, es posible recoger escritos previos a la prohibición que le estableció la
iglesia en 1924, y referencias sobre su mensaje espiritual, revelados por quienes lo
escucharon.
Tomemos estos verdaderos principios de vida como una balsa de salvación para nuestras
almas.
Dijo el Padre Pío: A Dios se le busca en los libros; con la meditación se le encuentra.
La vida del cristiano no es más que un perpetuo esfuerzo contra sí mismo. El alma no
florece sino merced al dolor.
A alguien que temía haberse equivocado, el Padre le dijo: "Mientras tema, usted
pecará". La persona replicó: "Tal vez, Padre, pero se sufre tanto!". Dijo
Pío: "Es indudable que se sufre, pero es menester distinguir entre el temor de Dios
y el miedo de Judas. El demasiado miedo nos hace obrar sin amor, mientras que la demasiada
confianza nos impide observar con inteligente atención aquel peligro que debemos vencer.
Ambos deben ayudarse uno a otro como dos hermanos".
Si logras vencer la tentación, es como si lavaras tu ropa sucia.
Quien no medita, decía cierta vez, me recuerda al hombre que no hecha una mirada al
espejo antes de salir, y poco cuidadoso de su aspecto, aparece en público desaliñado sin
darse cuenta.
La persona que medita y vuelve su espíritu a Dios, que es el espejo de su alma, despista
a sus faltas, las corrige lo mejor que puede y pone en orden su conciencia.
Alguien preguntó un día al Padre: "¿Cómo podemos distinguir la tentación del
pecado?". Sonrió el Padre, y contestó con otra pregunta: "¿Cómo distinguir a
un asno de un ser razonable?. En que el asno se deja guiar, mientras que el ser razonable
tiene las riendas". Él se refería al control de la voluntad, ya que el pecado se
materializa cuando el mal toma control de nuestros actos o pensamientos. La tentación es
obra de satán, y siempre existirá como amenaza en nuestro interior, tratando de
apoderarse de nuestra voluntad.
Por nuestra calma y nuestra perseverancia, no sólo nos encontramos a nosotros mismos,
sino también a nuestras almas y al mismo Dios.
Un hombre pidió al Padre Pío que curase a su madre. Le mostró su retrato y le dijo:
"Padre, si yo lo merezco, bendígala". "¿Pero qué mérito?. En este mundo,
ninguno de nosotros merecemos nada. Es el Señor, en su infinita bondad quien es tan
amable como para colmarnos de sus dones, porque todo lo perdona".
El Padre Pío detesta la máxima: "Cada uno para sí mismo, Dios para todos". La
encuentra egoísta, demasiado de este mundo que sólo piensa en sí mismo. Él propone
esta otra de su cosecha: "Dios para todos, pero nadie para sí mismo".
Un día, preguntado sobre la penitencia y la mortificación, el Padre se expresó en estos
términos: "Nuestro cuerpo es como un asno al que hay que azotar, pero no demasiado,
porque si cae, ¿quien nos llevará a cuestas?".
El demonio no tiene más que una puerta para entrar en nuestra alma: la voluntad. No
existen entradas secretas. Ningún pecado es pecado sin nuestro consentimiento. Cuando
falta la participación del libre albedrío, no hay pecado sino debilidad humana.
Alguien se lamentaba diciendo que lo torturaba el recuerdo de sus faltas. "Eso es
orgullo, le interrumpió el Padre. Es el demonio el que le inspira ese sentimiento, no es
una verdadera tristeza". "Pero, ¿cómo podré discernir entre lo que viene del
corazón, lo que es inspirado por Nuestro Señor y lo que, por el contrario, proviene del
diablo?". "Por este signo inconfundible: el espíritu del demonio excita,
exaspera, nos inyecta una especie de angustia, cuando la caridad nos lleva en primer lugar
a buscar el bien de nuestra alma. Luego, si ciertos pensamientos lo agitan, tengan por
cierto que vienen del diablo".
A una persona que tenía vocación de curar almas y le preguntaba cómo debía proceder
con los que son sordos a las peticiones de la caridad, el Padre contestó: "Procura
atraerlos por el amor y la caridad, dando sin esperar algo a cambio. Y si con esto
fracasas, entonces repréndelos. Cristo hizo el Cielo, pero también el infierno".
En algunas ocasiones el Padre Pío dice a sus hijos espirituales: "Pan y azotes
ayudan muchas veces a criar espléndidos muchachos".
Un joven le confesó que temía amarlo más que a Dios. A lo que el Padre replicó:
"Usted debe amar a Dios con un amor infinito a través de mí. Usted me quiere porque
lo dirijo hacia Dios que es el Ser Supremo. Yo no soy más que un medio. Si lo guiara
hacia el mal, dejaría de amarme".
Un día una penitente le confió que le parecía imposible vivir lejos de San Giovanni,
tanta era la felicidad que sentía en su presencia. El Padre le hizo la siguiente
observación: "Para los hijos de Dios no existe la distancia, hija". Como la
joven no parecía convencida, sacó su reloj: "Dígame, ¿ que ve en el centro?. El
eje, Padre. Exacto. El eje, como Dios, está inamovible, y las agujas corren ligadas al
centro, y las agujas miden el tiempo. En resumidas cuentas, el espacio que separa los
números del centro, carece de importancia: Dios es el centro, los números son las almas,
pero hay también un Padre Pío que sirve de puente".
La prudencia tiene ojos. El amor piernas. El amor, que tiene piernas, querría correr
hacia Dios, pero su impulso es ciego, y uno tropezaría, de no estar dirigido por los ojos
de la prudencia.
Una mujer joven y bella, viuda de un miembro del Parlamento que murió en la flor de la
edad, estaba abrumada por la pena. Quería retirarse del mundo y fundar una Orden
religiosa. Consultó al Padre Pío: "Señora, antes de santificar a los demás,
piense en santificarse usted misma".
A un masón convertido, el Padre le dijo: "Todos los sentimientos, cualquiera sea su
fuente, tienen algo de bueno y algo de malo. A usted corresponde asimilar sólo lo bueno y
ofrecérselo a Dios".
Como una señora admitiera que tenía cierta inclinación a la vanidad, el Padre comentó:
"¿Ha observado usted un campo de trigo maduro?. Unas espigas se mantienen erguidas,
mientras otras se inclinan hacia la tierra. Pongamos a prueba a los más altivos,
descubriremos que están vacíos, en tanto los que se inclinan, los humildes, están
cargados de granos".
Una señora le preguntó qué oración era más apreciada por Dios. Él contestó:
"Toda oración es buena cuando es sincera y continua".
Es tal el orgullo del hombre, dice el Padre, que cuando es feliz y poderoso se cree igual
a Dios. Pero en la desgracia, librado a sus solas fuerzas, se acuerda del Ser Supremo.
Dios enriquece al hombre que ha hecho el vacío en sí mismo.
En la vida espiritual siempre hay que ir adelante, jamás retroceder. De otro modo, le
ocurre a uno lo que al barco que ha perdido el timón: es zarandeado por los vientos.
No es faltar a la paciencia el implorar a Jesús el fin de nuestros sufrimientos, cuando
exceden nuestras fuerzas. Siempre nos quedará el mérito de haber ofrecido nuestros
dolores.
La mentira es el engendro de Satanás.
La manía de los ¿Por qué?, ha sido calamitosa para el mundo.
La humildad es verdad. La verdad es humildad.
Una buena acción, cualquiera que sea su causa, tiene por madre a la Divina Providencia.
La oración es la llave que abre el corazón de Dios.
No lo olvidéis: el eje de la perfección es el amor. Quien está centrado en el amor,
vive en Dios. Porque Dios es Amor, como lo dice el Apóstol.
En marzo de 1923, una penitente preguntaba al Padre qué debía hacer para santificarse.
"Desate sus lazos con el mundo". Una amiga, sabiendo que ella llevaba una vida
muy retirada, hizo un gesto de sorpresa. El santo se volvió hacia ella y le dijo, con
bastante sequedad: "Señora, uno puede ahogarse en alta mar, y también puede
sofocarse hasta el ahogo con un simple vaso de agua. ¿Dónde está la diferencia?.
¿Acaso no es la muerte, en cualquiera de esas formas?".
Recuerde, dijo el padre a uno de sus hijos espirituales, que la madre empieza a hacer
caminar al niño sosteniéndolo. Pero luego, éste debe caminar sólo. También usted debe
aprender a razonar sin ayuda.
A una señora excesivamente servicial, que se quejaba de no poder hacer nada por él:
"El General es el único en saber cómo y cuándo ha de emplear al soldado. Espere su
turno, señora".
Pecar contra la caridad es como destrozar la pupila de Dios. ¿Qué hay más delicado que
la pupila del ojo ?. El pecado contra la caridad equivale a un crimen contra natura.
El amor y el temor deben estar unidos: el temor sin amor se vuelve cobardía. El amor sin
temor, se transforma en presunción. Entonces uno pierde el rumbo.
Sin obediencia no hay virtud. Sin virtud no hay bien. Sin bien no hay amor. Sin amor no
hay Dios. Y sin Dios no hay Paraíso.
En una estampa representando la Cruz, el Padre escribió estas palabras: "El madero
no os aplastará. Si alguna vez vaciláis bajo su peso, su poder os volverá a
enderezar".
Para Andrés Lo Guercio, que viniera de América a visitarlo, escribió en una imagen del
Sagrado Corazón: La humildad y la pureza son las alas que nos llevan hacia Dios y casi
nos divinizan. No se olviden que un malhechor que se sonroja de sus actos está más cerca
de Dios que un hombre de bien que se sonroja de tener que trabajar.
Al señor Natal Selvatici, de Bolonia: No olvide que el hombre tiene un espíritu, que
tiene un cerebro para razonar y un corazón para sentir, que tiene un alma. El corazón
puede estar regido por la cabeza, pero el alma no. Por lo tanto, debe existir un Ser
Supremo que la dirija.
A un penitente que había vivido en el vicio, y que le preguntaba si, cambiando de vida,
alcanzaría el perdón y moriría en la fe, le contestó: Las puertas del Paraíso están
abiertas a toda criatura. Acuérdate de María Magdalena.
El tiempo que se pierde en ganar almas a Dios, no es tiempo tontamente perdido.
Guardad en lo más hondo del espíritu las palabras de Nuestro Señor: "A fuerza de
paciencia, poseeréis vuestra alma".
Jesús os guía hacia el Cielo por campos o por desiertos. ¿Qué importancia tiene?.
Acomodaos a las pruebas que Él quiera enviaros, como si debieran ser vuestras compañeras
para toda la vida. Cuando menos lo esperéis, quizás queden resueltas.
Los grandes corazones ignoran los agravios mezquinos.
El anhelo de la paz eterna es legítimo y santo, pero debe ser moderado para una total
resignación a los designios del Altísimo: más vale cumplir la Voluntad Divina en este
mundo que gozar en el Paraíso. Sufrir y no morir, era el ‘leit-motiv’ de Santa
Teresa. El Purgatorio es un lugar de delicias, cuando se lo soporta por voluntaria
elección de amor.
El demonio es como un perro encadenado: si uno se mantiene a distancia de él, no será
mordido.
Las tentaciones, el bullicio, las preocupaciones, son las armas de nuestro enemigo. No lo
olvidéis: si hace tanto ruido, es señal de que está afuera y no dentro. Lo que debiera
espantarnos sería que reinase la paz y la armonía entre nuestra alma y el demonio.
Las tentaciones emanan de lo innoble y de las tinieblas. Los sufrimientos, del seno de
Dios: Las madres vienen de Babilonia, las hijas de Jerusalén. Despreciad las tentaciones,
recibid las vicisitudes con los brazos abiertos.
Gólgota: Una cima cuya ascensión nos reserva una visión beatifica de nuestro amado Salvador.
Si Jesús se manifiesta a vosotros, dadle gracias. Si se os oculta, dadle gracias. Todo
esto es un juego de amor para atraernos dulcemente hacia el Padre. Perseverad hasta la
muerte, hasta la muerte con Cristo en la Cruz.
El don sagrado de la oración está a la derecha del Verbo, nuestro Salvador, en la medida
en que vaciéis vuestro Yo de sí mismo, es decir, del apego a los sentidos y a vuestra
propia voluntad. Echando raíces en la santa humildad, el Señor hablará a vuestro
corazón.
Practicad con perseverancia la meditación a pequeños pasos, hasta que tengáis piernas
fuertes, o más bien alas. Tal como el huevo puesto en la colmena se transforma (a su
debido tiempo) en una abeja, industriosa obrera de la miel.
El corazón de nuestro Divino Maestro no conoce más que la ley del amor, la dulzura y la
humildad. Poned vuestra confianza en la divina bondad de Dios, y estad seguros de que la
tierra y el cielo fallarán antes que la protección de vuestro Salvador.
Caminad sencillamente por la senda del Señor, no os torturéis el espíritu. Debéis
detestar vuestros pecados, pero con una serena seguridad, no con una punzante inquietud.
Permaneced como la Virgen, al pie de la Cruz, y seréis consolados. Ni siquiera allí
María se sentía abandonada. Por el contrario, su Hijo la amó aún más por sus
sufrimientos.
Por los golpes reiterados de su martillo, el Artista Divino talla las piedras que
servirán para construir el Edificio Eterno. Puede decirse con toda justicia que cada alma
destinada a la gloria eterna es una de esas piedras indispensables. Esos golpes de cincel
son las sombras, los miedos, las tentaciones, las penas, los temores espirituales y
también las enfermedades corporales. Dad pues, gracias al Padre celestial por todo lo que
impone a vuestra alma. Abandonaos a Él totalmente. Os trata como trató a Jesús en el
Calvario.
El Padre Pío es nuestro sendero claro y bien señalizado hacia el amor del Padre Eterno,
a través de Jesús y María. Tenemos que tenerlo presente, conocerlo, familiarizarnos con
él. Quien sienta un profundo amor por el Santo del Gargano, y llegue a sentir como él
sintió, habrá encontrado la forma de vivir esta vida con la alegría y entrega
necesarias como para esperar la vida eterna con paz verdadera.
El perder el temor a la muerte, el desapegarse de las cosas de este mundo, es la primera
gran puerta al crecimiento espiritual y a la conversión de nuestra alma. Él es un
salvavidas tendido a nuestras manos, para que podamos aferrarnos y enfrentar con confianza
el oleaje que el demonio nos propone a lo largo de una vida rodeada de miserias, egoísmo,
vanidad, cobardía, envidia, odio, tristeza, arrogancia y falta de esperanza y fe.
Busquemos a Dios donde Él se encuentra, el Padre Pío es una fuente que no podemos desperdiciar!
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