EN EL CASTILLO
El Castillo de Javier
En Navarra, cerca del río Aragón, en un valle austero próximo a los Pirineos, estaba el Castillo de Javier. Flanqueado por cuatro elevadas torres, protegido por gruesas murallas y un profundo foso lleno de agua, que se atravesaba por un puente levadizo. Allí nació, en el año 1506, el gran apóstol. Era el sexto hijo de dos excelentes cristianos, Juan de Jasso y María de Azpilcueta.
Su padre vivía poco en el castillo. Era uno de los hombres más importantes del reino de Navarra, el de más confianza del rey. Tenía que dedicarse a sus actividades políticas en Pamplona; y a las diplomáticas en Castilla y Francia,
El Cristo milagroso
Muchas veces iba Javier a la capilla del castillo a rezar a un gran Cristo, que dicen sudó sangre cuando él agonizaba. Algún visitante sube ahora de rodillas las escaleras semicirculares que llevan a esa capilla, y que tantas veces subió el santo.
El Cristo es una talla de nogal de tamaño más que natural. Tiene una suave sonrisa. Fue encontrado en el hueco de un muro: estaba descolgado, con los brazos caídos, sujetos a la espalda por una cadena. Parece que estaba escondido allí desde el tiempo de los moros.
Su madre moldeó a Javier
Ella le infundió la piedad y el amor a Jesús y María. Su padre estaba casi siempre ausente. Sus hermanos, en sublevaciones y guerras contra Castilla. Su santa hermana Magdalena, que llegó a ser dama de honor de la reina Isabel de Castilla, había entrado monja de las Clarisas de Gandía dos años antes de que Javier naciera. Ana apenas si pudo enseñarle a andar porque se casó muy pronto. Sus otros hermanos fueron: María, Miguel de Javier y Juan de Azpilcueta.
Nuestra Señora de Javier
Es una antigua imagen, patrona de la villa. Una escultura románica, probablemente del siglo XIII, sentada y con el Niño Jesús en los brazos. Ante ella, por mandato de los señores del castillo, se había de cantar la "Salve Regina" todas las fiestas de precepto y algunas más. Luego ordenarían que el canto fuera diario, al tocar la campana del castillo. Javier acudiría al canto de la "Salve" con su madre.
Iglesia parroquial de Javier
Los señores del castillo reconstruyeron y agrandaron la iglesia del pueblecito. Le cedieron a perpetuidad todos los diezmos de pan, vino, ganado, etc... de que ellos disfrutaban.
Levantaron junto a la iglesia una Abadía, donde vivieran en comunidad un vicario, dos prebendados, un mozo de servicio y un escolar. Debía cantar la Misa diariamente: el sábado en honor de Nuestra Señora; el lunes por los difuntos. Los domingos y fiestas debían decir la Misa Solemne. Javier asistiría a esas misas.
Los rebaños de Javier
Los rebaños y el queso eran la base de la economía. Los rebaños trashumantes, de la montaña y la ribera, atravesaban por los términos del castillo. Pagaban una cuota por el pasto que comían: un cordero y cinco sueldos. Pero si pasaban de contrabando, los rebaños eran quinteados: les quitaban una oveja por cada cinco.
Una vez, cuando Javier tenía 13 años, pasaron muchos rebaños de contrabando. Pero el guarda y los tres hermanos del castillo corrieron tras ellos y les hicieron volver. El guarda retiró las 300 ovejas que correspondían a la señora. Aunque luego hubo un arreglo amistoso, y la señora sólo se quedó con cinco.
El molino
A media hora del castillo, y junto al cristalino Aragón, tenían un molino. Cuando el río llevaba suficiente caudal, transportaba almadías compuestas de 18 troncos de los bosques pirenaicos, que iban hasta el Ebro. Las almadías se detenían cerca del molino para que les quitaran un tronco a cada una, por los daños que causaban en la presa. Javier controlaba las faenas del molino, cuando llevaba los asuntos familiares. En los archivos aparece representando a su madre en un arriendo del molino.
Salinas del castillo
Algo más lejos del molino, entre dos colinas cubiertas de brezo, brotaba un modesto manantial de agua salada. Se aprovechaba para obtener sal. Era propiedad de los señores del castillo. Parte de la sal se daba como diezmo al vícario de Santa María. Javier visitaría esta fuente y las demás propiedades del castillo. Y sin duda que haría excursíones con algún compañero por los montes, y pescaría en el río Aragón, También descansaría a la sombra de los encinares, robledales y hayedos.
Monasterio de Leyre
Quizás sea del tiempo de los godos. Está en la ladera de una sierra. Lo habitaban los benedictinos. Allí se educaban los hijos de los reyes y de la nobleza. Por algún tiempo sirvió de panteón de los reyes de Navarra. Hoy sus cenizas están en un sepulcro de mármol en la iglesia.
La leyenda del abad Virila
No entendía lo que es tiempo infinito. Un día se metió en la sierra. Cuando descansaba junto a una fuente de agua fría y cristalina, un pajarito comenzó a cantar maravillosamente. El abad quedó extasiado. Al despertar no acertaba con el camino. No reconoció el monasterio, que estaba transformado... Los monjes no le reconocían. Sólo en los archivos pudo hallarse la memoria de un abad Virila, que había desaparecido misteriosamente hacía 300 años: los que él había estado extasiado oyendo al pajarito. Entonces comprendió lo qué sería la felicidad eterna. Javier oiría más de una vez esta leyenda.
En 1516 Navarra se subleva contra Castilla
Los dos hermanos de Javier luchan con Navarra pero al fin vence Castilla. Y el cardenal Cisneros, entonces regente, ordena demoler las fortalezas navarras, entre ellas el castillo de Javier. Cuando los dos hermanos vuelven a casa, sólo encuentran un montón de ruinas y una hacienda deshecha.
Mientras tanto Javier había cuidado de los negocios familiares. Su padre había muerto cuando él tenía 9 años. Tenía el santo 11 años cuando asistió, triste, a la demolición del castillo y a la usurpación de sus tierras por la gente.