EN PARÍS
Javier había recibido del capellán lecciones de gramática y latín. En Sangüesa, donde tenían una casa, asistiría a otras clases; lo mismo que en Pamplona. Ya estaba preparado para la universidad. Soñaba con ser un sabio y ganar mucho dinero para rehabilitar a su familia. Tenía 19 años. Era de buena estatura y esbelto. Su hermoso rostro irradiaba inocencia. Siempre alegre, jovial y afable. Un día de 1525, acompañado de un sirviente, pasó a caballo los Pirineos, camino de París. Iba a estudiar en la Sorbona. En la célebre universidad bullían tres o cuatro mil estudiantes de todas las partes del mundo, incluso árabes y persas. Vivían repartidos en 50 colegios mayores, en las estrechas, húmedas y malolientes calles del barrio latino, a orillas del río Sena. Esos colegios formaban la universidad. Eran autónomos, con su propio claustro de profesores.
En el Colegio de Santa Bárbara
Javier vivía en el Colegio de Santa Bárbara, que estaba bajo la protección del rey de Portugal. Dejó el traje de gentilhombre y se vistió de universitario. Profesores y alumnos se levantaban a las 4 de la mañana. Un estudiante, campanilla en mano, recorría los dormitorios. Después de rezar las oraciones iban a las salas de estudio, a la incierta luz de las candelas. La primera clase empezaba a las 5. Todos se sentaban en el suelo, que estaba cubierto de paja en invierno, y de fresco heno en verano. A continuación, misa y desayuno. A los estudiantes más jóvenes se les daba un panecillo y agua para desayunar, y medio arenque y un huevo para comer. Los mayores recibían un arenque y dos huevos, un poco de vino y un guisado de verduras con algo de queso. Entre 8 y 10 era la clase principal, seguida de una hora de "ejercicios". A las 11. comida de profesores y estudiantes en el mismo comedor. Se leía la Biblia o vidas de santos. Luego, recreo. De 3 a 5, la clase de la tarde. La cena era a las 6, seguida de un resumen de los estudios del día. Luego las oraciones de la noche. Y a las 9, toque de silencio. Dormían en jergones de paja.
Los días de vacación, martes y jueves, iban a la isla del Sena a hacer deportes. Javier era de los campeones. Todos los profesores llevaban bastón para castigar a los estudiantes. Esto suscitó a veces rebeliones.
Pedro Fabro
Había sido pastor de ovejas en las montañas de los Alpes. Era un joven angelical. A los 12 años había hecho voto de castidad. Javier tuvo la inmensa suerte de hospedarse en la misma habitación de Fabro. Este libró a su impulsivo amigo de graves peligros. Porque Javier se escapaba de noche, con otros compañeros, en busca de aventuras. Años más tarde diría a su amigo Coello que él nunca había pecado.
Por Santa Bárbara andaba un antipático estudiante, Calvino, que había contagiado de herejía a más de un estudiante. Escribiendo Javier a su hermano Juan, dice (refiriéndose a Ignacio de Loyola): "haber sido él causa de que yo me apartara de malas compañías, las cuales yo, por mi poca experiencia, no conocía. Y agora que estas herejias han pasado por París, no quisiera haber tenido compañía con ellas".
Se encuentra con Íñigo (Ignacio) de Loyola
Un día llegó a París un hombre algo pequeño, que cojeaba un poco. Llevaba un borriquillo lleno de libros y papeles. Algo especial irradiaba de su persona. Tenía una simpatía irresistible. Había escrito en Manresa, el libro de los Ejercicios Espirituales, que ejercería en el mundo una profunda influencia religiosa.
Ignacio vivía en un hospital, vivía de limosnas. Las reuniones piadosas que organizaba produjeron tumultuosas protestas, aun de los profesores. En una ocasión casi le azotan públicamente. Entonces se limitó al cultivo espiritual de pocos y escogidos. Consiguió, al empezar sus estudios de filosofía, ocupar la misma habitación de Fabro y Javier, que terminaban esos estudios.
Javier recibió con hostilidad a Ignacio, recordando que había luchado contra sus hermanos. Ignacio pronto se ganó a Fabro, que le repetía las lecciones oídas en las clases. Este se entusiasmó con la idea de ir a Jerusalén y consagrarse allí a la salvación de las almas.
Ignacio se atrae a Javier
De sus limosnas daba a Javier lo que necesitaba, ya que sus hermanos no querían mandarle más dinero. "No hagáis tal -les había dicho su hermana Magdalena- Porque tengo entendido que Javier será un gran siervo de Dios y columna de la Iglesia". Cuando Javier obtuvo brillantemente una cátedra, Ignacio le buscó muchos y buenos alumnos. Ignacio comprendió que, si ganaba a Javier, ganaría medio mundo para Cristo. Por eso empezó a decirle las palabras del evangelio: "¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?". Javier le escuchaba con disgusto. Pero Ignacio le repetía machaconamente lo mismo, hasta que un dia le rindió:
- "¿Qué quieres que haga?"
- "Que hagas los Ejercicios Espirituales"
Los hizo durante 40 días, bajo la dirección de Ignacio. Entre sus grandes penitencias se pasó 4 días sin comer... Salió de los Ejercicios convertido en un volcán de amor a Cristo. Su ambición humana se convirtió en ambición de almas. En París estuvo Javier 11 años.