EL PADRE FERNANDO TODAVÍA VIVE
En este compás de espera confiada
estaba cuando, al fin, superando todas mis aspiraciones, aparece la grandiosa noticia: por
medio de la madre superiora de la residencia de ancianos San Francisco y San Vicente, de
Manises, me dice que el padre Fernando, fundador y alma del santuario de la Virgen
Milagrosa, del Monte Picayo (Sagunto), a quien todos, incluso ella, daban por muerto,
todavía vivía y estaba en Reus, provincia de Tarragona. No podía decirme más, pues no
lo sabía.
Como comprenderán, mi alegría fue inmensa. Todo había cambiado en un abrir y cerrar de
ojos. De nuevo la protección de la Virgen, con quien yo tenía puesta toda mi esperanza,
no me abandonó y una vez más, después de probar mi constancia en servirla, vino en mi
ayuda. ¡Gracias Madre!
Confirmada la verdad de la noticia, y puesto en comunicación por teléfono con dicho
padre Fernando, concerté una entrevista personal con él y a últimos del mes de junio de
1994 me encaminé hacia Reus en busca de la tan deseada información respecto al santuario
de la Milagrosa, del Monte Picayo.
Me presento en la residencia un sencillo piso en el centro de Reus habitado por dos padres
de avanzada edad, el padre Fernando y otro, atendidos en lo material por una señora,
encargada de la limpieza y la comida.
Mi primera impresión del padre Fernando fue, ante esa alta y delgada figura humana, estar
ante un humilde hombre de Dios; y después de la larga conversación más de tres horas
que mantuve con él, un gran amante servidor de la Virgen Milagrosa.
Recabada la información tan deseada, tantas veces buscada y por tan diferentes medios,
por fin ya estaba en mi poder de labios de su iniciador, fundador, alma y mantenedor del
mismo, hasta que una enfermedad le alejó de su querido santuario, obligado por su voto de
obediencia religioso que tiene hecho.
También me entregó todo lo que había escrito al respecto desde el principio hasta la
fecha y que tanto me sirvió para continuar luchando hasta conseguir hacer realidad la
misión que se me encomendó en su día.
¡Gracias padre Fernando y que la Virgen Milagrosa le premie con creces cosa que no dudo
todo lo que por ella ha hecho!
Regresé a Valencia plenamente satisfecho con la información obtenida y con el firme
propósito y resolución de trabajar ahora ya podía hasta hacer de ese lugar una digna
morada de la Santísima Virgen entre nosotros y puerta del cielo para los que a ella
acudan con confianza y fervor.
Transcurridos los primeros momentos de satisfacción y alegría, había que poner manos a
la obra y trabajar. En el santuario, excepto las paredes de piedra viva y bien construido,
no había nada más. Colgado de la pared estaba el cuadro de la Virgen Milagrosa. Un
pequeño ramo de flores de tela puesto a sus pies testimoniaba el amor y deseo de servicio
cuando se me pidiera.
Los bancos de madera para sentarse, rotos e inservibles, junto con la cómoda también de
madera y un armario de hierro todo estropeado y fuera de uso, se habían sacado y estaban
en una de las dependencias del adjunto edificio. No había soporte ni urna de cristal para
poner dignamente la imagen de la Virgen después de restaurada. En las pequeñas ventanas
que dan luz y ventilación no habían cristales, motivo por el cual entraban por allí
animales voladores e insectos de todas clases. La puerta de entrada, ya reparada y cerrada
gracias a Dios, necesitaba una mano de pintura por su parte interior. Se había puesto una
mirilla en la puerta, para que desde el exterior se viera el interior y la Virgen
Milagrosa en su altar.
Así estaban las cosas en espera de una ya próxima restauración de todo poco a poco y
con mucha paciencia.
Permítaseme una pequeña anécdota que me sucedió por esas fechas con un sacerdote
rector de una iglesia de Valencia capital que no digo el nombre , pues mi intención sólo
es contar el hecho cómo sucedió, sin señalar ni juzgar a nadie. Dios me libre de tal
tentación.
La cosa sucedió así: estando yo en esa iglesia visitando a Jesús Sacramentado en las 40
horas que se celebraban allí, estaba también sentado en un banco el rector de la misma.
Y pensando que a lo mejor en la iglesia habrían algunos objetos para el culto ya
retirados llámense candelabros, floreros, manteles, reclinatorios, bancos, lo que fuera ,
pues como en el santuario no había nada, todo sería bien recibido. Me acerqué y me
presenté. Le pregunto y le digo el porqué de mi pregunta. Salimos al cancel de la puerta
y continúo explicándole detalladamente toda la historia desde el principio. Y después
de escucharme, al parecer con interés, me pregunta: "¿Y qué dice la Iglesia de
eso?" Le contesté que nada, pues desde el Arzobispado hasta varias parroquias de la
zona que había acudido para que solucionaran el problema nada había conseguido.
Entonces me dijo, alegando razones que nada tenían que ver con lo que yo le había dicho,
que, según las actuales normas de la Iglesia Católica, yo estaba excomulgado y fuera de
la unidad de la Iglesia, que no pisara ninguna iglesia ni recibiera ningún sacramento. No
me dejó ni entrar a despedirme del Señor Sacramentado, diciéndome que no quería
volverme a ver más por esa iglesia. Así terminó lo que empezó con una simple pregunta.
Moralmente las palabras de este sacerdote me hicieron mucho daño. Paralicé por completo
toda actividad referente al santuario, pues no me creía digno de hacer nada en esas
condiciones. A nadie daría a pasar los días de nerviosismo y desesperación que pasé.
No me atrevía a recibir ningún sacramento ni asistir a misa los días de precepto. A
nadie decía nada para no aumentar mi dolor ni ser conocido por un excomulgado expulsado
de la Iglesia Católica, a la que había pertenecido siempre y quería pertenecer. Esta
incertidumbre y desasosiego me duró varios días.
Yo ya no podía más, y un día pregunto a un sacerdote, quien después de explicarle lo
sucedido me tranquilizó, diciéndome que la facultad de excomulgar sólo la tenía el
Papa y sólo en casos excepcionales y concretos el obispo, y no ningún sacerdote.
Me tranquilizó y animó a continuar la obra emprendida para gloria de Dios y honor de la
Virgen Milagrosa. Así terminó esta anécdota tan desagradable y triste para mí.
Después me enteré que este sacerdote había sido cambiado de parroquia varias veces, por
cosas parecidas con los feligreses.
Terminado el relato de esta incomprensible histórica anécdota, continuemos con el relato
histórico del santuario de la Virgen Milagrosa, del Monte Picayo de Sagunto.
Por los escritos que el padre Fernando me entregó cuando le visité en Reus, pude
comprobar después de leerlos que oficialmente mientras no se demuestre lo contrario los
responsables de atender, cuidar y dar culto a la Virgen Milagrosa en ese santuario son los
Padres Paúles, pero siempre que les preguntaba sobre este asunto me decían no saber nada
de eso.
Lo primero y más urgente era poner cristales en las ventanas, con el fin de impedir la
entrada por las mismas de insectos de todas clases, hojas de árbol y polvo, que debido al
fuerte viento que allí siempre hace lo ensuciaba todo, dándole un aspecto poco digno;
trabajo que se realizó en poco tiempo.
Ante la pronta entrega de la imagen de la Virgen Milagrosa en restauración había que
preparar un no lujoso pero sí digno soporte que, junto a una urna de cristal, sirviera
para guardar y preservar del posible deterioro la imagen de la Virgen Milagrosa escogida
para ser allí venerada.
También con carácter prioritario se le encargó al carpintero que hiciera este trabajo,
realizándolo en un tiempo récord, pues antes que la imagen estuviera restaurada ya
estaba la urna y el soporte en el santuario.
El interior del santuario estaba tomando el carácter agradable y acogedor de casa de Dios
y puerta del cielo, que son los lugares de culto en honor de la Virgen María Madre de
Dios y nuestra.
Se había hecho bastante, como se ha visto; pero yo no estaba satisfecho y había que
hacer más.
Los bancos de madera que habían para sentarse, como se ha dicho antes, se habían sacado
del santuario y puesto en una nave adjunta por estar rotos, deteriorados e inservibles
para sentarse y se pensó quemarlos. Pero viendo cómo el carpintero hacía las cosas que
le pedía tan bien y satisfactorias para mí, y pensando que esto tenía que ser la casa
de la Madre de todos y para que todos los hijos que la visitaran estuvieran cómodamente
sentados en su presencia, le dije al carpintero si sería posible restaurarlos. Al
principio se resistió, pues verdaderamente aquello estaba inservible a todas luces; pero
después, como era para la Virgen que él también quiere mucho , aceptó. Y ahí están
restaurados, pintados y pulimentados, dando un aspecto más acogedor y propio de un
santuario. ¡En nombre de la Virgen, gracias carpintero!
Realizados los trabajos anteriormente descritos, limpio y adecentado el santuario, se
cerró a la espera de la restauración de la imagen de la Virgen.
El día 8 de septiembre de 1994, fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen, me
comunica el restaurador que la imagen ya restaurada la tenía a mi disposición para
cuando quisiera retirarla. Unos días después la retiro y la tengo unos días en casa.
Aunque el santuario en general presentaba un aspecto bastante aceptable de orden y
limpieza, no sucedía lo mismo en el altar, que carecía de lo más elemental para darle
un tono de vistosidad y belleza propios, como son manteles, flores y floreros, candelabros
y velas, etc., pues de todo carecía.
Para solucionar este problema, antes de subir la imagen lo primero que hice fue dirigirme
a las religiosas Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Valencia, con las que tengo
una amistad mutua de ayuda y cooperación. Les expuse el caso y acordamos que ellas
contribuirían confeccionando unos ramos de flor artificial. Yo, por mi parte, compré
unos candelabros de cerámica, a los que puse cuatro velas azules, improvisé un mantel
para el altar con una sábana azul mía, cogí un crucifijo de plástico que tenía en
casa y marché al santuario a preparar el altar para colocar la imagen de la Virgen.